NON AMBIGIMUS
CARTA BREVE
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XIV
A los Venerables Hermanos Patriarcas, Primados, Metropolitanos, Arzobispos y Obispos que tienen paz y comunión con la Sede Apostólica
Venerables Hermanos, salud y Bendición Apostólica.
No albergamos dudas, Venerables Hermanos, de que quienes adhieren a la Religión Católica saben cómo toda la Iglesia, extendida por el mundo cristiano, considera como uno de los principales pilares de la recta doctrina el ayuno cuaresmal. Esbozado en otro tiempo por primera vez en la Ley y los Profetas, casi consagrado por el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, transmitido por los Apóstoles, prescrito en todas partes por los Sagrados Cánones, es acogido y observado por toda la Iglesia desde sus orígenes.
Ciertamente, como transmitieron los antiguos Padres, con la institución de este remedio común para nosotros, que pecamos diariamente, podemos también, asociados a la Cruz de Cristo, realizar algo en aquello que Él mismo nos procuró. Al mismo tiempo, purificados por el ayuno en el cuerpo y el alma, nos preparamos para conmemorar de manera más digna los sagrados Misterios de nuestra Redención mediante el recuerdo de la Pasión y Resurrección, celebrados con mayor solemnidad especialmente en el tiempo cuaresmal.
Con el ayuno, como distintivo de nuestra milicia, somos diferenciados de los enemigos de la Iglesia, alejamos los rayos de la divina venganza y, con la ayuda divina, somos protegidos frente a los Príncipes de las tinieblas en el transcurso de los días.
De su inobservancia deriva un daño considerable a la gloria de Dios, una grave afrenta a la Religión Católica y un peligro seguro para los fieles; es cierto que las calamidades de los pueblos, las desgracias mortales, públicas y privadas, no tienen origen en otro lugar. ¡Cuánto se aparta, cuán distante y contradictorio es el comportamiento actual de quienes ayunan de la veneración y el respeto hacia la santísima Cuaresma y otros días dedicados al ayuno, tan profundamente arraigados en los ánimos de todos los católicos! ¡Cuánto se desvía de la auténtica doctrina del ayuno y de la práctica observada siempre, en todas partes y por todos! Vosotros, Venerables Hermanos, que conocéis bien los usos y costumbres de los pueblos confiados a vuestro cuidado, por vuestra particular perspicacia, percibís todo esto con mayor claridad que nadie.
Sin duda, porque a Nosotros, situados en este eminente observatorio del Gobierno apostólico, llegan noticias de las gentes, no podemos dejar de lamentar que la sacratísima observancia del ayuno cuaresmal, debido a la excesiva facilidad con que se otorgan dispensas en todas partes, de manera indiscriminada, por motivos fútiles y no urgentes, haya sido casi completamente eliminada, al punto de provocar las justas recriminaciones de quienes siguen la Religión ortodoxa, mientras que los seguidores de las herejías se burlan y se regocijan. Nos aflige profundamente que a esta nefasta corrupción de muchos se sume la licencia, que se ha arraigado de tal manera, sin tener en cuenta las enseñanzas apostólicas y las disposiciones sagradas, de promover impunemente banquetes en tiempo de ayuno y en público, organizando de manera indecorosa convites prohibidos.
Impulsados, pues, por sincera y apremiante preocupación, Nos dirigimos a Vosotros, Venerables Hermanos: no Nos es posible, por el alto deber del sacrosanto apostolado que Nos ha sido conferido, no invocar vuestro ardiente celo para encontrar un remedio contra estos males y diseñar leyes adecuadas para erradicar de raíz estos abusos. Por tanto, Venerables Hermanos, Nuestra alegría y Nuestra corona, considerando juntos que no hay nada más grato a Dios, nada más apropiado para Nuestro ministerio pastoral, nada más útil para el rebaño confiado a Nuestro cuidado, seamos precursores con palabras y ejemplo, encendamos en el corazón de los fieles el deseo de retomar con mayor convicción tan saludable ejercicio de penitencia y devoción, de permanecer constantemente fieles a él y de cumplirlo según las disposiciones establecidas. Esforcémonos con todo cuidado y celo para que los pueblos se mantengan fieles ante Dios mediante una observancia más estricta de los ayunos, tal como deben encontrarse en las mismas Fiestas Pascuales.
Por tanto, el debido servicio de vuestra paternal solicitud y caridad exige que informéis a todos que nadie puede ser dispensado sin justa causa y el consejo de dos médicos. La dispensa del ayuno cuaresmal para toda una población, una ciudad o una categoría de personas sin distinción debe ser solicitada únicamente en caso de urgente y gravísima necesidad, y con el debido respeto a esta Sede Apostólica, cada vez que sea necesario concederla, evitando apropiarse de ella de manera imprudente y decidida, ni exigirla a la Iglesia de manera arrogante y altiva, como sabemos que sucede en ciertos lugares.
Aunque no hay motivo para ilustraros sobre cuál sea la gravísima necesidad, queremos que sepáis bien cómo, en tal situación, debe observarse al menos una única comida. También aquí en Roma, al proceder Nosotros mismos este año por motivos urgentes a la dispensa, hemos decretado expresamente que no puedan realizarse banquetes, sean lícitos o prohibidos, sin discernimiento.
Por tanto, convencidos de que debe procederse con suma cautela al conceder las indulgencias, y siendo así porque deberemos rendir cuentas al Supremo Juez, pensamos que también en este caso debe recaer sobre vuestra conciencia. Al mismo tiempo, pedimos a vuestras Fraternidades y os suplicamos en el Señor que, a quienes no puedan observar la disciplina penitencial común a todos los fieles, los invitéis para que, según su devoción, no dejen de expiar sus culpas con otras obras de piedad y pedir perdón a Dios. Con verdadero fervor, procuren descubrir el mejor camino para sanar las heridas que se abren en la frágil naturaleza humana y, al no poder cerrarlas con el ayuno purificador, rediman las culpas contraídas por la fragilidad humana con obras de piedad, el sufragio de las oraciones y la limosna.
Mientras aguardamos alivio y consuelo a Nuestra grave aflicción gracias a vuestra solicitud y caridad pastoral, que no Nos harán falta, de todo corazón impartimos a Vosotros, Venerables Hermanos, la Bendición Apostólica rica en abundantes favores celestiales, para que la extendáis a vuestros pueblos.
Queremos, además, que las copias de la presente, incluso impresas, firmadas por un notario público y selladas por una autoridad eclesiástica, mantengan la misma autoridad del original y les sea reconocida en cualquier lugar donde sean publicadas.
Dado en Roma, en Santa María la Mayor, bajo el anillo del Pescador, el 30 de mayo de 1741, en el primer año de Nuestro Pontificado.
BENEDICTO XIV