APPETENTE SACRO
CARTA ENCÍCLICA
DEL SUMO PONTÍFICE
CLEMENTE XIII
A los Venerables Hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos y Obispos
Venerables Hermanos, salud y Bendición Apostólica.
1. Al aproximarse el tiempo sagrado de la Cuaresma, que, rico en doctrina misteriosa y no exento de elementos arcanos, precede la gran solemnidad de la Pascua —en la cual encuentran cumplimiento y dignidad todas las solemnidades—, os exhortamos, Venerables Hermanos, a que el santísimo ayuno sea practicado escrupulosa e inviolablemente por los fieles. Este ayuno, recomendado por la Ley y los Profetas, santificado por Cristo Señor, transmitido por los Apóstoles y sostenido siempre por la Iglesia Católica, nos prepara, a través de la mortificación de la carne y la humildad del espíritu, para acercarnos más dignamente a los misterios de la Pasión del Señor y de los Sacramentos Pascuales, permitiéndonos resucitar en su resurrección, tras haber muerto con Él en la Pasión y despojado al hombre viejo.
En el deseo de proteger tan religiosa y saludable institución, nuestro predecesor Benedicto XIV, de feliz memoria, a pesar de haber enviado dos cartas en forma de Breve para animar el eminente celo de vuestras Fraternidades a fin de que la disciplina del ayuno cuaresmal —amenazada por muchas corrupciones— fuera restaurada, por vuestro mérito y celo, a su primitiva observancia, eliminó ciertos sofismas que debilitaban la validez de los sagrados ayunos. Sin embargo, el terrible y odioso enemigo del género humano ha tendido tantas y tan continuas trampas al rebaño del Señor, que tememos que, más adelante, esa vieja astucia inspire nuevas motivaciones y malas costumbres en los corazones de los más débiles, debilitando así la severidad del ayuno, haciendo que aquello que ya se había corregido vuelva a recaer. Por tanto, hemos considerado necesario enviaros esta carta para expresar a vuestras Fraternidades nuestro gran temor de que persista algo de la anterior corrupción o de que un nuevo daño sea infligido, afectando así a la disciplina eclesiástica y causando perjuicio a las almas de los fieles.
2. Hemos comprendido que este temor nuestro disminuirá en la medida en que vuestra vigilancia personal sea diligente. Por ello, con la ayuda de Dios, esforzaos para que todos los errores sean eliminados desde la raíz: ya sea lo que haya quedado de las antiguas corrupciones tras las mencionadas cartas de nuestro Predecesor, ya sean las nuevas opiniones que buscan infringir las leyes del ayuno, o las costumbres introducidas recientemente por la malicia de la mente humana, que se alejan del verdadero significado y naturaleza del ayuno.
Entre estos errores creemos que debe incluirse ciertamente aquel abuso, del cual nos ha llegado noticia. Al parecer, algunos a quienes se les ha concedido dispensa de la abstinencia de carne por razones justas y legítimas, creen que les está permitido consumir bebidas mezcladas con leche, contrariamente a lo dispuesto por nuestro mencionado Predecesor. Este había establecido que tanto los dispensados de la abstinencia de carne como los que ayunan, en cualquier forma, salvo en la única comida permitida, deben ser equiparados a aquellos que no tienen ninguna dispensa. Por tanto, solo pueden servirse de carne o de productos derivados de la carne en lo relativo a esa única comida.
3. En verdad, no podréis atraer a los hombres de manera más conveniente ni con mayor esperanza de beneficio a la sagrada ley del Ayuno que enseñándola al pueblo. La penitencia cristiana, además de la cesación del pecado, la detestación de la vida pasada mal vivida y la confesión sacramental de los mismos pecados, exige también que, mediante ayunos, limosnas, oraciones y otras obras de vida espiritual, demos satisfacción a la justicia divina. En efecto, toda iniquidad, por pequeña o grande que sea, debe ser castigada, ya sea por el mismo penitente o por Dios como vengador. Si, pues, no queremos ser castigados por Dios, no tenemos otra opción que castigarnos a nosotros mismos.
Si esta doctrina es constantemente inculcada en los corazones de los fieles y profundamente acogida por ellos, habrá menos motivo de temer que aquellos que han abandonado sus malos hábitos y han lavado sus pecados mediante la confesión sacramental, no deseen expiar dichos pecados por medio del ayuno, sometiendo la concupiscencia de la carne. Asimismo, aquellos que estén persuadidos de arrepentirse sin dudas de sus pecados, no permitiéndose permanecer impunes, se alegrarán ciertamente durante el tiempo de Cuaresma (y en otros días en que la Santa Madre Iglesia ordena a los fieles el ayuno) de que se les ofrezca la oportunidad de producir frutos dignos de penitencia.
Puesto que siempre es oportuno mantener dominada la concupiscencia —pues está escrito: «No sigas tus concupiscencias y apártate de ellas»—, con facilidad se dispondrán, especialmente durante el tiempo más sagrado del año, a moderar la intemperancia del cuerpo mediante el ayuno. Así, el alma, al recobrar el conocimiento de sí misma, comprenderá con qué compunción debe prepararse para recordar los Santísimos Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Impulsados, por tanto, por los estímulos de la penitencia, buscarán menos los manjares en las comidas, seguirán menos las delicias de los banquetes. Aunque estas no parezcan contradecir la abstinencia de los alimentos prohibidos, podría decirse justamente que quien las dispone en su mesa no ha renunciado tanto a las dulzuras habituales como trasladado su avidez hacia atractivos inusitados. O, cuando menos, busca excusas con las cuales evadir el ayuno o se prepara para infringir la ley eclesiástica.
4. Es, por tanto, vuestra tarea, Venerables Hermanos, preceder a los fieles tanto con el ejemplo como con la palabra, infundiendo en sus corazones tal celo y amor por la penitencia que, enfrentando con decisión el Ayuno, lo observen según las leyes prescritas por la Iglesia Católica y lo santifiquen también con limosnas y oración. Teniendo presente sobre todo el propósito de la Iglesia, podrán finalmente lograr que, mortificados en el cuerpo y sepultados con Cristo, llamados a la nueva vida del hombre nuevo en la solemnidad de la Pascua, con gran confianza puedan presentarse ante Cristo Señor resucitado.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros, a quienes, con gran afecto, impartimos la Bendición Apostólica, prenda de nuestra benevolencia y caridad hacia vosotros.
Dado en Roma, en Santa María la Mayor, el 20 de diciembre de 1759, en el segundo año de nuestro Pontificado.
CLEMENTE XIII