QUANTA AUXILII


CARTA BREVE

DEL SUMO PONTÍFICE

CLEMENTE XIII

A los Venerables Hermanos Arzobispos y Obispos reunidos en París en Asamblea General

Venerables Hermanos, salud y Bendición Apostólica.

1. Con cuánta gran confianza en vuestra ayuda y virtud la Iglesia Galicana ha soportado hasta ahora su sufrimiento, esperando que tuviera lugar este solemne encuentro vuestro, con igual fervor, ahora que os habéis reunido en la Asamblea General, reclama insistentemente vuestra Religión, vuestra piedad y, en suma, vuestra fe. Y justamente, en verdad, no espera nada menos de los Sagrados Pastores, quienes, dotados de singular sabiduría, sano criterio, experiencia en la gestión de los asuntos sagrados y prudencia, adornados de todas las virtudes episcopales, inflamados además por un ardentísimo amor hacia Cristo Señor y hacia la Iglesia, su Esposa, están preparados para consagrar a Él y a la Santa Iglesia no solo todos sus bienes, sino también a sí mismos. Podrá parecer a algunos que habéis tardado, pero aquellos que reflexionen sobre lo que dice Salomón comprenderán que os debe tributar un gran elogio.

2. ¿Qué oportunidad mejor que esta, o qué tiempo más apropiado podría imaginarse o prepararse, en el que cada uno de vosotros representa personalmente su propia Provincia? Conscientes de lo que cada Iglesia de este Reino necesita, reunidos en común, podréis tomar aquellas decisiones que parezcan sumamente útiles y convenientes para desempeñar debidamente vuestro ministerio episcopal, sanar las situaciones de vuestra Iglesia afligida, y especialmente sofocar la triste conjura de hombres nefastos, ahora extremadamente vigorosa contra toda la Religión. También podréis trabajar para conservar la tranquilidad pública; en una palabra: contribuir en todo aquello que sea más útil para la salvación eterna de las almas. Por tanto, Venerables Hermanos, debéis aprovechar hábilmente esta espléndida ocasión, que creemos que habíais estado esperando.

Sabemos en qué situación se encuentran vuestras cosas por muchas cartas de Coepiscopi, y hemos manifestado abiertamente nuestro pensamiento sobre el estado de vuestra Iglesia al responder a esos mismos Coepiscopi. Es necesario que vosotros, quienes estáis inmersos en la realidad y conocéis el pasado mejor que nadie, indiquéis lo que debe hacerse; no tenemos nada que escribir a vuestras Fraternidades para informaros más ampliamente sobre las cosas sucedidas allí, ni para sugerir consejos más apropiados y útiles para vuestra Iglesia que aquellos que podéis extraer de vuestra propia prudencia.

3. Por otra parte, a Nosotros mismos nos parecería faltar a Nuestro deber Apostólico si asistimos en silencio o con ánimo distanciado a vuestro trabajo, y al menos con esta Nuestra Carta no demostráramos el cuidado y la solicitud que tenemos por vosotros y vuestras cosas. Ciertamente Nosotros, mientras discutís en comunidad y aportáis vuestros consejos para la salvación de la Iglesia, presentamos a Dios Nuestras oraciones para que dirija vuestros pasos y, por tanto, con magnanimidad y fortaleza coordine en vuestros corazones la humildad, de manera que, como dice el Beato Predecesor Nuestro Gregorio Magno, «no haya en vosotros una humildad tímida, ni tampoco una exaltación orgullosa».

Los Sagrados Pastores deben ciertamente conservar la elevación de ánimo, aquella que, sin embargo, «no los haga arrogantes, como advierte el mismo Beato Gregorio; la humildad debe practicarse de manera que no cause daño a los derechos de mando». Porque, en efecto, cuando se trata del sublime y divino poder de gobernar la Iglesia, los Obispos deben mostrar un ánimo fuerte para protegerlo «y nunca deben ceder, porque el adversario jamás es más poderoso que Cristo» (como bien os dais cuenta, utilizamos las palabras del Beato mártir Cipriano): «porque se venga y ejerce su poder solo en este mundo; pero la virtud episcopal debe, estable e inconmovible, resistir con fuerza y tenacidad todos los ataques de las olas que se levantan, como piedras colocadas para enfrentarlos».

En todas las cosas que puedan acontecer, esto debe permanecer fijo en el ánimo de todos nosotros: «Acepta todo lo que se te ponga delante y sopórtalo con paciencia, en el dolor y la humildad, porque el oro y la plata son probados en el fuego».

4. Pero es necesario que mantengáis la tranquilidad de ánimo; pues, en lo que respecta a los asuntos sagrados y especialmente a la Iglesia, tenéis como protección a nuestro carísimo Hijo en Cristo, el Cristianísimo Rey. En efecto, él, que es un excelente Príncipe y profundamente apegado a la Religión Católica, y por tanto devotísimo hacia la Santa Iglesia y sus asuntos sagrados, no rechazará vuestras oraciones y súplicas, y, eliminadas las causas de vuestros sufrimientos, presentará a su Santísima Madre, de quien se enorgullece de ser hijo primogénito, todas las preocupaciones: con la potestad regia que le es propia, devolverá a la Iglesia la alegría primigenia, restableciéndola en su lugar, de donde había sido desplazada.

En esto debéis trabajar diligentemente, Venerables Hermanos: que nada quede oculto al Religioso Príncipe de aquellas cosas que hasta ahora la Iglesia ha soportado. No dudamos que, tan pronto como le sean expuestas, él manifestará que no le agradan y deseará que su amadísima Madre recupere la felicidad de tiempos pasados, cuando gozaba de esplendor.

5. Consideramos que habéis aprobado nuestra moderación respecto a los dos Obispos de Alès y de Angers, con la cual hemos intentado traer de regreso a esos Hermanos al camino recto seguido por sus otros Colegas; sin embargo, hasta ahora no hemos querido ir más allá porque, confiando en vuestra sabiduría y celo, esperamos que ellos, iluminados ante todo por la divina gracia, así como por vuestros saludables consejos, con la ayuda de la gracia de Dios, finalmente puedan regresar al seno de nuestra y vuestra caridad. No hemos querido sustraeros este mérito; más bien, hemos querido dejarlo íntegro para vosotros, si todos debemos, con alegría, dar gracias a Dios, Padre de las misericordias, por esos Hermanos traídos de regreso al camino recto por vuestra obra, vuestra sabiduría y vuestro consejo.

Finalmente, tened valor y sed fuertes en el Señor. Por nuestra parte, nos esforzaremos con todas nuestras posibilidades, con el máximo empeño posible y con la ayuda de nuestra Autoridad Apostólica, en apoyar los piadosos esfuerzos de vuestra egregia virtud.

A vuestras Fraternidades, a quienes mantenemos en el seno de nuestra caridad, con el más íntimo afecto de nuestro corazón, les impartimos muy gustosamente la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, bajo el anillo del Pescador, el día 8 de mayo de 1765, en el séptimo año de nuestro Pontificado.

CLEMENTE XIII