QUANTO IN DOLORE


CARTA BREVE

DEL SUMO PONTÍFICE

CLEMENTE XIII

A los Venerables Hermanos Arzobispos y Obispos del Reino de las Galias reunidos en la extraordinaria Asamblea del Clero Galicano

Venerable Hermano, salud y Bendición Apostólica.

1. En cuánto dolor nos encontramos por la situación en la que se encuentra ahora la Iglesia Católica, nadie más fácilmente que vosotros, Venerables Hermanos, puede comprenderlo, ya que ciertamente desde hace algún tiempo estáis necesariamente turbados por una sufrimiento espiritual acerbo debido a vuestra piedad y vuestro sentimiento hacia Dios, y por el celo de conservar intacto el culto Divino, a causa de las injurias dirigidas contra Nosotros y contra la Sede Apostólica, injurias que son comunes con vuestro Episcopado. La incertidumbre sobre hacia dónde esta acumulación de males quiere finalmente conducir, suscita grandísima preocupación y enorme temor. En verdad, confiados ante todo en la ayuda Divina, en vuestra virtud y constancia, así como en el sentido religioso del Cristianísimo Rey y en su gran celo por defender la Religión, hemos considerado oportuno esperar en silencio la ayuda benéfica de Dios. Pero dado que todos los enemigos han abierto su boca contra Nosotros, han disminuido ante vosotros la majestad de la Iglesia, pisoteado su autoridad Divina y casi sumergido su cabeza en agua, no soportamos más ser guiados por esa falsa esperanza que proviene de la ayuda de los hombres. Confiando únicamente en Dios, que incluso hace resucitar a los muertos, oramos en espíritu y vigilamos con todo celo y constante plegaria, revestidos de la armadura de Dios, con la cual podemos extinguir los dardos encendidos del perverso enemigo: esos dardos que podéis fácilmente reconocer por su propio aspecto maléfico.

2. Sabéis bien, Venerables Hermanos, que aquellos que entre vosotros aman a la Iglesia Católica están en una condición más dura que aquellos que desde hace tiempo han emprendido contra ella una horrible y funesta guerra. Observáis que a los defensores de la Fe se les cierra la boca de tal manera que ni siquiera les es permitido hablar para defender las Constituciones apostólicas y los decretos de la Iglesia universal. Pero notad que los innovadores no guardan silencio; sino que impunemente, a su antojo, mediante escritos o de viva voz, atacan los dogmas y decretos de Nuestros Predecesores, e intentan todos los medios posibles para quebrantar la autoridad de la Iglesia. Los ministros sagrados, que administran los santos Misterios conforme a lo prescrito por las leyes de la Iglesia, son maltratados, encarcelados públicamente, enviados al exilio, y sujetos a ignominia. ¿Qué decir además del hecho de que la enseñanza de las Sagradas Disciplinas está prácticamente retirada de vuestras manos, y que a la instrucción de la juventud son asignados maestros sin que vosotros seáis consultados, o incluso a vuestra total insapiencia, con gran peligro para la Fe ortodoxa?

3. Lo que es grave para el bien público, contrario a las opiniones del pueblo fiel, y extremadamente injurioso para esta Santa Sede y para vosotros, es que la Compañía de Jesús, de la cual siempre surgieron ardientes defensores de la Fe Católica, considerada desde hace tiempo como signo de contradicción, ahora es perseguida y dispersada. Esta Institución, aprobada por la Iglesia Católica en el Concilio de Trento, enriquecida con elogios y privilegios de tantos Pontífices Romanos Nuestros Predecesores, protegida por la tutela, el amparo y la benevolencia de reyes cristianísimos y piadosísimos, elogiada no solo por vuestra gratitud sino también por vuestra incorrupta estima, pues cada uno de vosotros encuentra en ella utilidad para el gobierno de la Diócesis, ahora es objeto de frías e injustas calumnias, como si fuera una peste adherida a la Iglesia; injuriosamente definida como "mancha", es entregada públicamente al fuego por mano del Verdugo, con sumo deshonor y vergüenza. Esto es absolutamente absurdo: que los Laicos hayan declarado que los votos (sobre los cuales solo la Iglesia puede juzgar) no tienen ningún valor.

Entretanto, algunos que, en verdad, no están implicados en estos desórdenes y que, habiendo ya naufragado en la Fe, carecen totalmente de cualquier Religión, se deleitan al contemplar estas tristísimas contiendas entre el poder eclesiástico y secular, y triunfan con alegría; están atentos a las cosas de la Iglesia Católica que entre vosotros están en ruinas, esperando que toda disciplina cristiana sea destruida; se burlan de los fieles y de quienes obedecen las leyes de la Iglesia, y los persiguen con palabras punzantes y libelos injuriosos. Con el ánimo lleno de temor y con intensísimas súplicas rogamos a la Misericordia de Dios, que siempre ha mirado con favor al Reino de las Galias, que aleje de allí tanto los numerosos males surgidos para destruir la Religión desde sus cimientos, como a los enemigos de su nombre.

4. Pero, ¿con qué propósito, Venerables Hermanos, continuamos lamentándonos ante vosotros? Evidentemente, para excitar la virtud de vuestras Fraternidades y para confirmar vuestra constancia. Sin duda, estos tiempos nuestros, ahora más que nunca, os exigen el mismo celo y la misma grandísima voluntad que habéis mostrado hasta ahora; es necesario que demostréis en vuestro ánimo, con la ayuda de Dios, aquella fuerza invencible y connatural que poseíais al ser iniciados en el Ministerio Episcopal, para que podáis resistir en estos días difíciles. Sobre todo, deseamos que, cuando os reunáis en Asamblea en París para tratar de los asuntos temporales de vuestras Iglesias, entre vosotros discutáis nuestras y vuestras preocupaciones, y sobre la decisión a tomar para fortalecer el vacilante poder de la Iglesia en este Reino.

Si fuese necesario, dirigíos al Rey, celosísimo de la Iglesia Católica, con este problema: la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, sufre tremendamente los dardos de los enemigos; sus sagrados Ministros son despreciados, y quien los desprecia, desprecia a Cristo Señor; se debe temer grandemente que si la Iglesia no es liberada cuanto antes de tales injurias, el mismo Príncipe de los Reyes de la Tierra, Cristo Jesús, Señor de la gloria, proceda contra ellos; por tanto, ya no debería temerse peligro alguno.

5. Este deber lo exigen de vosotros la Santa Madre Iglesia, el amor hacia la patria, vuestra devoción hacia el Rey y la Fe; finalmente, también vuestra propia estima y dignidad. Sin duda, el Cristianísimo Príncipe e Hijo primogénito de la Santa Madre Iglesia, que se esfuerza por la dignidad de los religiosos Prelados, no rechazará las fervientes demandas; reconoce que gracias a las oraciones solemnes ha obtenido del Dios inmortal la salud y la seguridad, y que el reino de las Galias, salvado de innumerables peligros, ha alcanzado tal amplitud.

Nosotros, entretanto, preparados para soportar cualquier cosa por Cristo, defenderemos con todas las fuerzas de Nuestra Autoridad Apostólica tanto a la Iglesia, su esposa, como a aquellos que se esfuercen por defenderla, y especialmente a vosotros, Venerables Hermanos, a cuya loabilísima y pronta vigilancia se confía la custodia de una parte del Rebaño del Señor, para que demostréis, cada día más, un valor firme en el cumplimiento de vuestro deber de Obispos. Finalmente, profundamente preocupados por vosotros, obligados a soportar acerbas luchas, y por vuestras angustias y graves ansiedades que nuestro afecto fraterno hacia vosotros pone ante nuestros ojos, profundamente ansiosos por vuestra seguridad y por la verdadera y concreta gloria en Cristo Jesús de todos vosotros, rogaremos la ayuda del misericordiosísimo Dios con ardentísima plegaria, siempre, pero especialmente cuando le ofrecemos la víctima de expiación.

Entretanto, con corazón amorosísimo, impartimos a vuestras Fraternidades la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, bajo el anillo del Pescador, el 9 de junio de 1762, en el cuarto año de Nuestro Pontificado.

CLEMENTE XIII