Epístola 226: R226: Hildegard von Rupertsberg a Heinrich von Maulbronn

De Hildegarda.

La sombra de los misterios de Dios dice: El viento sopla, y el aire cambia, y las nubes se pliegan, de modo que a veces están turbulentas, negras, blancas y puras. Así eres tú, oh soldado de Dios. Pues en la tristeza del mundo a veces estás como en el viento que sopla y en el placer de las muchas insidias del diablo, como en el cambio del aire, y en las costumbres inquietas tuyas, como en las nubes que se pliegan, de modo que tus costumbres a veces son sucias en la turbulencia, aterradas en la negrura, suaves en la blancura, y útiles en la pureza. Por lo tanto, escucha.

Un cierto señor estaba en una gran montaña y llamó a sus siervos diciendo: “Paguen su deuda”. Uno de esos siervos estaba de pie frente a él, y otro estaba sentado. Y el que estaba de pie respondió: “Señor, vengo de una región lejana de exilio, donde he aprendido diversas alteraciones de costumbres en muchos crímenes y pecados. ¡Oh, dolor! cómo he pasado por alto tus mandamientos. Por lo cual, por el temor de tu amor, juro que con todo mi corazón quiero arrepentirme. Pero aun así, siempre he amado tu sol, tu luna y tus estrellas con gran honor”. Y su señor le respondió: “¡Buen siervo! Recibo tu respuesta como una rueda que me rodea diciendo: Yo, que vivo sin principio y sin fin, quiero ponerte en grandes honores sobre todo lo que amaste, y mi poder no te condenará, porque me has invocado con arrepentimiento”. Pero el siervo que estaba sentado respondió con desdén: “Tu sol me quemó, tu luna me tocó, tus estrellas me aplastaron, los cabellos de mi cabeza se contaminaron con tu rocío, y tus lluvias me inundaron, y por eso, impedido por todas estas cosas, no pude mirarte. Por lo tanto, ni siquiera sé qué decir”. Y su señor le respondió: “¡Siervo malvado! Cuando creé el sol, la luna y las estrellas, ¿acaso necesitaba tu ayuda? ¿Y por qué no te avergüenzas de tocarme tan temerariamente en tus respuestas? Pues por esto has merecido que te aten de manos y pies y que te arrojen a las tinieblas, hasta que pagues todo”.

Y tú, soldado de Cristo, atiende esta parábola. Este señor es Dios, que vigila en esa altura, porque Dios debe ser invocado por todos. Él habla así a los hombres en su advertencia: "De sus obras serán juzgados". Pero algunos trabajan en honor divino, mientras que otros se consumen en la molestia del tedio. Y los que honran a Dios dicen: “Por la sugestión del diablo en la caída de Adán, caímos en la peregrinación, y en nuestras obras contrajimos muchos vicios. Lamentamos dolorosamente esta transgresión. Por la gloria de tu nombre prometemos que deseamos abstenernos de nuestros pecados. Sin embargo, hemos venerado tu honor, tu justicia y las escrituras dadas por ti en amor”. Y el Señor, que es incomprensible, los alaba y los coloca sobre muchos bienes y no los condena, porque lo invocaron con arrepentimiento.

Pero los que se consumen en el tedio de lo divino dicen: “Tu honor nos afligió, tu justicia nos hirió, la multitud de tus escrituras nos sofocó, la frescura de tu espíritu volteó el placer de nuestra mente, y la efusión de tu celo nos agotó, de modo que no podemos verte con alegría, ni podemos excusarnos”. Y el Señor les dice que son siervos malvados, y que en su justicia no necesitó de su ayuda. También les dice por qué no se avergüenzan de invadirlo con la temeridad de sus palabras, por lo que deben ser atados y arrojados a penas, hasta que expulsen todos sus vicios en sí mismos.

Y tú, oh soldado de Cristo, entiende también esto en relación contigo mismo. Pues el siervo que estaba de pie te representa a ti. Porque cuando estuviste en el mundo, hiciste pocas cosas buenas. Pero la advertencia del Espíritu Santo te sacudió y te convirtió al bien. Por lo tanto, cuídate de no imitar al siervo que estaba sentado, es decir, que no digas que ardes en la regla como en el sol, ni desprecies la enseñanza como si fuera la luna, ni te canses de la comunión con tus hermanos como si fueran estrellas, ni conviertas la advertencia del Espíritu Santo en burla de tu mente como si fuera rocío, ni desprecies la corrección como si fuera lluvia. Sino que abraza siempre a Dios con buena voluntad y elección, y abrazándolo, reténlo, y vivirás.