6, 8-10
Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, innumerables las doncellas. Pero mi paloma es única, mi inmaculada, la única de su madre, preferida de la que la engendró. Las doncellas la ven y la felicitan, reinas y concubinas la elogian. «¿Quién es esa, que mira desde lo alto como la aurora, bella como la luna llena, clara como el sol, imponente como batallones?».
Él se gloría de todas las mujeres que ya posee y que por eso son reinas, y además de concubinas y de doncellas sin cuento. Es como si las concubinas representasen al pueblo; las reinas y vírgenes, a los eminentes. Y después de haber mencionado su número incontable, les contrapone la única. Solo ella es importante para él, solo a ella le dice mi paloma y mi inmaculada. Esa paloma ya es distinguida por el hecho de ser la única de su madre. Durante su niñez no pasó desapercibida en medio de su familia, ninguna otra compartió con ella el corazón de la madre. Esa unicidad que la distinguía junto a la madre es asumida por el rey en su propia distinción. Y no solo él la ama, todos los que dependen de él la aman, las reinas y concubinas la alaban. Reconocen su privilegio. Pero no se dice en función de qué reconocen la preeminencia de ella: si es para darle una alegría al rey o si han simplemente aceptado que él la ama.
Luego él pregunta quién es la que mira desde lo alto como la aurora, la que brilla sobre todas las cosas con un esplendor que une el de la luna y del sol, intemporal en su belleza, otorgando a cada instante la perfecta belleza. Pero ella misma es imponente como batallones: está lista para atacar. Él sólo pregunta, le pregunta a ella, y deja en sus manos la respuesta. Ella debe hacerse plenamente consciente del valor que posee para él. Es como una objetivación de los sentimientos de ella que él participe sus sensaciones con muchas reinas y concubinas, mujeres que dependen de él, como también ella depende de él y le obedece. Tanta unidad de sentimientos manifiesta que la verdad ha sido justamente reconocida.
Si la esposa representa a un fiel, entonces este pasaje está cercano a la parábola del Buen Pastor. Las noventa y nueve son dejadas a causa de la única oveja. Ella era una desertora, una apóstata, pero el Señor la recuperó. Y si bien posee tantas elegidas y escogidas, esta es para Él más importante y también debe serlo para las demás. Todas las reinas y vírgenes en la Iglesia deben recibir con júbilo a la única amada como a una nuevamente elegida. Y ella, que era una desertora y apóstata, debe saberlo. La Iglesia no debe avergonzarse de los convertidos ni de los que regresan, sino alegrarse sinceramente con el Señor, participar en su alegría. Estos convertidos aman la lucha. Después de todo, han emprendido la lucha con el Señor para volver a encontrarlo.