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ELÍAS ES ARREBATADO A LOS CIELOS
2,1-6. Esto es lo que sucedió cuando Yahveh arrebató a Elías y lo hizo subir al cielo en el torbellino. Elías y Eliseo partieron de Guilgal y Elías dijo a Eliseo: «Quédate aquí, porque Yahveh me ha enviado hasta Betel». Pero Eliseo respondió: «Juro por la vida de Yahveh y por tu propia vida que no te dejaré». Y bajaron a Betel. La comunidad de profetas que había en Betel salió a recibir a Eliseo y le dijeron: «¿Sabes que hoy Yahveh va a arrebatar a tu maestro por encima de tu cabeza?». Él respondió: «Claro que lo sé. ¡Callad!». Elías le dijo: «Quédate aquí, Eliseo, porque Yahveh me ha enviado a Jericó». Pero él respondió: «Juro por la vida de Yahveh y por tu propia vida que no te dejaré». Y llegaron a Jericó. La comunidad de profetas que había en Jericó se acercó a Eliseo, y le dijeron: «¿Sabes que hoy Yahveh va a arrebatar a tu maestro por encima de tu cabeza?». Él respondió: «Claro que lo sé. ¡Callad!». Elías le dijo: «Quédate aquí, porque Yahveh me ha enviado al Jordán». Pero Eliseo respondió: «Juro por la vida de Yahveh y por la tuya propia que no te dejaré». Y se fueron los dos.
El conocimiento que le es dado a Elías es siempre suficiente solo para cubrir el siguiente trecho del camino. Debe dirigirse a Betel. También debe intentar deshacerse de Eliseo antes de comenzar el viaje. Pero este quiere ir con él. Los dos intentos, el de Elías de apartar a Eliseo y el de Eliseo de seguirle, recibirán su explicación solo al final. Aparentemente, la tarea dada a Elías sólo llega hasta ahí: dirigirse hacia Betel. El verdadero contenido de la tarea es llevar hasta allí a Eliseo: él debe experimentar el poder de la palabra de Dios en la comunidad de los profetas.
La comunidad de profetas lo recibe con el saber que ellos solo pueden haber obtenido a través del Espíritu: hoy Elías será arrebatado a los cielos. Cada uno de ellos lo sabe por sí mismo, pero también lo saben en conjunto. Sin embargo, aún no está claro qué tipo de participación tienen ellos en este mosaico de transmisión de misiones. En todo caso, están en posesión de una palabra absolutamente clara que los colma, una palabra que ellos transmiten a Eliseo. Son los que saben con certeza sobre el destino de su maestro y preguntan a Eliseo si él también conoce este destino. Eliseo los llama al silencio. Él mismo lo conoce, y no se trata de un anuncio destinado a los que no están iniciados. Sin embargo, los discípulos profetas debían hablar con él, porque la misión que tiene que asumir será tan grande que necesita contar con testigos. Necesita de ellos de antemano, como si Dios mismo estuviera poniendo a prueba a Eliseo a través de los discípulos. Se pone a prueba su saber, que en este caso ha de ser más profundo aún que el de Elías, quien pretende hacerlo desistir de acompañarle; se ponen a prueba sus dotes de liderazgo, que se manifiestan en el hecho de que ordena a los discípulos que guarden silencio.
En su misión, los discípulos han asumido algo que escapa a su comprensión: ellos deben advertir a Eliseo, lo cual es superfluo, porque Eliseo ya lo sabe; y de algún modo son reprendidos a causa de ello, ya que deben guardar silencio. Por el momento, con esto concluye el encargo que les fue encomendado. Lo mismo sucede en Jericó, con el mismo saber por parte de los discípulos y con la misma orden de guardar silencio. Lo único novedoso es que ellos habrán de acompañar a Elías y a Eliseo durante una parte del camino.
Toda la escena rememora aquella en la que el Señor prueba a Pedro. Es un poner a prueba, de parte de Dios y al mismo tiempo del Señor que es hombre, a quien habrá de encomendársele una misión divina. Esta prueba de la Antigua Alianza es retomada y continuada en la Iglesia de la Nueva Alianza, e incluso aparece en algunas situaciones particulares en la historia de la Iglesia. El Señor pregunta a Pedro tres veces: «¿Me amas?». Aquí, se le pregunta dos veces a Eliseo: «¿Sabes?». En la Antigua Alianza el conocimiento es lo predominante, el amor es menos reconocible, entonces uno debía poseer más entendimiento que amor para asumir su misión. Era ante todo una responsabilidad frente a Dios Padre y Espíritu, mientras que en la Nueva Alianza es sobre todo una responsabilidad de cara al Hijo.
También las transmisiones de las misiones son prefiguraciones de la Nueva Alianza, pero poseen un principio de intensificación e incluso de incomprensibilidad en sí que no se encuentra aún atemperado por el amor de la Nueva Alianza. Eliseo debe estar seguro de sí del mismo modo que nosotros podemos estar seguros solamente del Señor. En la Antigua Alianza encontramos esa voluntad incondicional de estar ahí, presente, una especie de santa obstinación que nada tiene que ver con la indiscreción. Cuando uno está completamente resuelto a servir, entonces es tomado por Dios. Esto es menos visible en el ámbito de la Nueva Alianza, al menos en lo que se refiere a la vida mística. Eliseo ruega por una especie de misión activa, pero recibirá, porque él lo pide, también la misión mística de Elías.
2,1-6. El tercer «¿Me amas?» del Señor es sustituido aquí, de alguna manera, por el acompañamiento de la comunidad de los profetas hasta un determinado punto del camino. Ellos acompañan porque deben hacerlo. Hay aquí un soplar del Espíritu que da a todos una gran seguridad, pero no le otorga a nadie de antemano más seguridad que la necesaria para llevar adelante el plan de Dios en un detalle particular. Con todo, Elías intenta deshacerse de Eliseo en tres oportunidades. Pedro será probado tres veces y negará a Jesús las tres veces. El poner a prueba tiene aquí un sentido positivo, ya que Elías debe pronunciar un «no» e intentar separarse de Eliseo. Hace esto urgido por el Espíritu. En la misma verdad del Espíritu, Eliseo debe resistir y permanecer firme en aquello que ha resuelto. Aun cuando parezca que estamos frente a un conflicto entre dos voluntades, ambos son hijos de una misma voluntad, que los conduce en direcciones opuestas, pero sin embargo exige de ambos precisamente aquello que están realizando. Aquí reconocemos que la verdad y la unidad del Espíritu es mucho más poderosa que todo lo que podemos comprender. Pensamos que hay una oposición entre ambos profetas, pero es algo solo aparente, porque ambos siguen de hecho al mismo Espíritu. El plano de la obediencia es unitario, aunque los actos de la obediencia parezcan ser contrarios.
De algún modo se anticipa la misión de Eliseo. Hasta el momento ha sido el discípulo de Elías, en adelante habrá de ser su sucesor. En medio hay un lapso de igualdad de derechos. Eliseo puede aquí imponerse, en realidad, por el bien de la misión de Elías, así como Elías, por el bien de la misma misión, intenta librarse de él. Elías sabe cuán difícil es su misión, lo ha experimentado a lo largo de toda su vida. Por el contrario, Eliseo nada sabe al respecto. Precisamente por eso Elías debe ponerlo a prueba en vista de la misión futura. Sus órdenes de que se aleje ponen a prueba su idoneidad para la misión. Cuando Elías desaparezca, Eliseo no habrá de mirarlo más a él, sino al Espíritu. Elías debe asegurarse de que, por encima de él, su discípulo es capaz de mirar al Espíritu. Eliseo debe poseer la plena seguridad y ser confirmado, aun más, confirmarse a sí mismo por las palabras que pronuncia, de que puede hacerlo. Los cristianos jamás «podrán» realizar su misión en este sentido. Pero los antiguos deben poderlo, para que el Hijo pueda mostrarle al Padre lo que ya se ha logrado en la tierra: que no hay solo pecadores, sino también tipos auténticos, maravillosos…
La comunidad de los profetas solo conoce la separación que sucederá en ese mismo día. Ellos son testigos lejanos. Igual que los discípulos de Jesús, ellos no comprenden lo decisivo. A los discípulos el Señor les había dicho de antemano que resucitaría al tercer día. Y, sin embargo, con su muerte todo había terminado para ellos. Solo los enemigos de Jesús intuyeron que quizá algo podía ocurrirle a su cuerpo. Lo que aquí la comunidad de profetas sabe no es una doctrina como la de la Resurrección, sino un mero hecho: habrá de ocurrir hoy. Y cuando luego Elías sea arrebatado a los cielos, ellos no podrán comparar este acontecimiento con ninguna otra cosa y, por tanto, tampoco podrán realmente comprenderlo.
2,7-12a. Cincuenta hombres de la comunidad de profetas fueron y se pararon enfrente, a una cierta distancia, mientras los dos estaban de pie a la orilla del Jordán. Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó las aguas. Estas se dividieron hacia uno y otro lado, y así pasaron los dos por el suelo seco. Cuando cruzaban, Elías le dijo a Eliseo: «Pide lo que quieras que haga por ti antes de que sea separado de tu lado». Eliseo respondió: «¡Ah, si pudiera recibir dos partes de tu espíritu!». Le dijo: «¡No es nada fácil lo que pides! Si me ves cuando yo sea separado de tu lado, lo obtendrás; de lo contrario, no será así». Y mientras iban conversando por el camino, un carro de fuego, con caballos también de fuego, se interpuso entre ellos, y Elías subió al cielo en el torbellino. Al ver esto, Eliseo gritó: «¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Carro de Israel y su caballería!». Después de esto, no lo vio más.
En el curso de estos hechos no hay vacilación alguna, un acontecimiento sigue al otro. Los espectadores del evento principal se dividen en dos grupos: los discípulos se encuentran a una cierta distancia, ven algo de lo que puede hacer el maestro y están sorprendidos a causa de ello. En la proximidad inmediata se encuentra Eliseo.
Elías actúa, sin embargo, como si poseyera una seguridad total. A pesar de que Eliseo heredará de él esta seguridad, por el momento Elías es el único absolutamente infalible, el que hace cosas que acontecen en un ámbito inaccesible tanto para los discípulos como para el mismo Eliseo. Los discípulos ya han sido enviados, Eliseo no habrá de retornar junto a ellos. La única obligación que les resta es ver la llegada del maestro por última vez. Esto es necesario para que luego ellos puedan reconocer claramente el poder milagroso de Elías en los milagros de Eliseo, para que sean capaces de comparar la grandeza de uno con la del otro.
Para Eliseo todo es mucho más complejo. Al igual que los jóvenes profetas, él ve el milagro. Pero lo ve desde una proximidad inmediata y es arrastrado dentro del milagro en cuanto puede acompañar a Elías a través del Jordán dividido. Elías sabe que debe cruzar el río, Eliseo lo sabe solo gracias al saber de Elías. En la otra orilla, ambos se encuentran frente a la despedida. Para Eliseo esto es muy difícil de sobrellevar. Pero no se le da ningún tiempo para adaptarse a ello, es sobreexigido en cuanto primero se lo incluye en el milagro del Jordán y luego permanece en el seguimiento de Elías, donde su presencia no es deseada, pero donde participa en todo, aun en los frutos del milagro. Por cierto, mira asombrado a Elías, no desea que se marche, no comprende por qué no es posible que él lo acompañe, etcétera, pero repentinamente sentirá que aquí su comprensión humana no alcanza. Los acontecimientos le caen encima de una forma tal que no puede medir su parte de responsabilidad en los hechos, no puede ordenar nada, no tiene tiempo de formular preguntas y de llegar a una visión reposada y general de lo sucedido. La corriente del río retrocede, pero de algún modo existe una corriente espiritual que lo atraviesa y lo arrastra en su curso. Esta sensación de estar siendo arrastrado y de no comprender hacia dónde es llevado puede explicar la petición siguiente de dos partes del espíritu de Elías. A la luz de esta situación en la que se encuentra Eliseo, resulta difícil decir hasta dónde llega su comprensión humana, cuánto es necesario entender aquí en absoluto, en qué medida la comprensión de Elías es comunicable, cuánta comprensión pone Dios a disposición (a través de la oración y de la revelación) y cuánta radica en la misión de Elías, está ligada a ella y puede ser comunicada solo a través de él. Por ejemplo, supongamos que doy un concierto de violín. ¿Cuánto de mi talento natural se manifiesta en este concierto? ¿Cuánto soy capaz de tomar del maestro que compuso la obra? ¿Cuánto me ha dado mi propio maestro? En todo caso, Eliseo comprueba que ha sido sometido a exigencias excesivas, que nunca podrá arreglárselas con su propio entendimiento. De aquí la petición de dos partes del espíritu.
Elías ve esta sobreexigencia. A él mismo no se le ha exigido menos. Sabe que su final está cerca, pero no alcanza a ver ninguna señal. Todo está en suspenso. También sabe que Eliseo debe quedarse en la tierra, ve su confusión y desearía hacer todo lo que está en su poder, dejarle tanto como fuera posible. Para Eliseo se presenta una cuestión doble: ¿cómo habrá de sobreponerse a todo esto, humanamente hablando?, ¿cómo habrá de integrar y dominar todo este pasado ante Dios? Únicamente sería posible contando con el espíritu de Elías. Supone que Elías comprende y domina todo lo que es necesario, y es guiado por esa comprensión. Una atmósfera de obediencia y de oración lo rodea, una atmósfera en la cual todo se encuentra en su propio lugar. Pero esto no parece ser suficiente, ya que Eliseo debe ir más allá, debe ser el sucesor. No solo se trata de estar preparado y seguro de sí mismo, sino además debe convertirse en un hombre nuevo que recibe la capacidad de asumir la misión de Elías y de continuarla.
En el caso de Elías, su propio espíritu había bastado, esa comprensión que siempre lo guió hasta que fue elevado a los cielos. Pero Eliseo tiene aún toda una segunda parte ante sí. Y es seguramente este pensamiento lo que inspira su petición. Todo está en función de la misión, pero él se conoce a sí mismo: no podrá llevar adelante su tarea sin las dos partes del Espíritu. Esta es, por supuesto, una petición que le ha sido inspirada por el Espíritu mismo. Y en la petición yace también la comprensión de la necesidad de su cumplimiento. La situación es extrema: Elías espera su fin. El discípulo camina junto a él y no puede familiarizarse con su situación ni con su tarea. Entre el espíritu de Elías y el de Eliseo hay una diferencia que actúa en detrimento del segundo. Y a esto se añade el problema de cómo continuar aquello que es único, una continuación que además conlleva una desventaja para el discípulo. Ya se encuentra de antemano en desventaja en cuanto a su pasado. Ahora se agrega la desventaja respecto del futuro. ¡Ah, si pudiera recibir dos partes de tu espíritu!
La respuesta de Elías tiene, una vez más, dos sentidos: si me ves cuando yo sea separado de tu lado. Esto no depende de la voluntad de Eliseo. En verdad, él estuvo listo para acompañar a Elías, pero este lo rechazó. Y con todo Eliseo sigue siempre junto a él. Pero el verdadero prodigio se halla en lo que habrá de acontecer. Y por ello Eliseo debe tener los ojos vírgenes de quien observa un milagro. Debe haber atravesado por todo lo acontecido hasta este momento de tal modo que ahora esté totalmente libre para Dios y su milagro. Para la comunidad de los profetas es más fácil, ellos se encuentran mucho menos exigidos que él, su fe debe aceptar solo un milagro que pertenece a lo terrenal: la división de las aguas del Jordán. Pero Eliseo debe poder ver un milagro del más allá: la parte de cielo que se abre para recibir a Elías.
Aquí hay algo que es característico del Antiguo Testamento: todo es puesto en el poder y la capacidad del individuo. No existe el depositar en el seno de la Iglesia, en la Comunión de los Santos. Por ello esto representa para Eliseo también una sobreexigencia del todo personal, de la que nada puede ser aligerado. Elías con su condición si me ves exige una vez más de un modo excesivo en cuanto de hecho le pide a Eliseo que lo vea ascender hacia el cielo, pues ha de recibir justamente su espíritu. La comprensión es llevada aquí hasta sus últimas consecuencias, lo que ya no ocurrirá en el ámbito de la Nueva Alianza. Allí será el Señor el único que tenga la comprensión total.
Si tú me ves: esto es una forma de poner el asunto en la mano de Eliseo y, a la vez, de quitárselo, pues él no puede disponer sobre este «si». Eliseo puede realizar una contribución parcial; ya lo ha hecho estando ahí y habiendo acompañado a Elías en las tres etapas de su viaje; ha hecho la contribución que era humanamente posible. Pero ni él mismo ni Elías pueden garantizar que verá el rapto de su maestro. Si Eliseo no alcanza a verlo, perderá su participación en el espíritu de Elías y con ello seguramente lo esencial de su misión. Pero, por lo que toca a su disponibilidad, él está seguramente en condiciones de asumir esta misión. Más allá de esto, sin embargo, donde solo Dios determina, él no puede arrogarse ningún derecho. Es como si se creara una situación en la que se requiere el máximo de disponibilidad abierta. Una situación que para Eliseo es realmente insoportable, puesto que se le muestra el fruto –Elías le había ofrecido: Pide lo que quieras–, y a la vez le es quitado, pues el don depende de circunstancias sobre las cuales él no puede influir.
Aquí es posible ver un espacio reservado para la figura del Hijo. En la Nueva Alianza, las misiones son repartidas, pero probablemente el Señor se hace cargo de lo que en ellas se exige, pero que no depende de ellas. Él se sitúa, por así decirlo, allí donde el Padre reparte las misiones, para cumplir Él mismo aquello que el Padre exige y el hombre no puede comprender. En última instancia, lo hace desde la cruz. Se reconoce aquí una cierta preponderancia de la prestación personal en el ámbito de la Antigua Alianza: los profetas deben señalar de antemano hacia delante, hacia la parte que aporta el Señor. Por otro lado, su prestación es menor porque son individuos, porque no se considera la presencia de la Iglesia. Ellos son como soldados individuales en un gran ejército, donde cada uno es un individuo. Aquí toda una esfera de la consideración, de la delicadeza y del amor eclesial permanece aún cerrada.
Luego se nos dice que siguen adelante conversando, no se dice acerca de qué. En todo caso, no se dice nada esencial para lo que está aconteciendo. Lo esencial está ahora en manos de Dios. No por casualidad se detienen en un diálogo sin importancia. Quizá Elías quiera mostrarle sin más ni más a Eliseo que la vida cotidiana no pierde su importancia a causa de los grandes acontecimientos, que la relación previa entre ambos continúa siendo la misma aún después de las palabras de peso que todavía resuenan en el interior de cada uno, y que hasta el momento en que Dios intervenga ambos deben permanecer en ella como hasta ahora. La expectativa no debe tensarse en demasía. Más aún, si ellos siguen su marcha conversando de este modo, el acontecimiento de la separación les llegará en la forma en que Dios lo desea: como a hombres que están ocupados en cuestiones cotidianas, pero que se encuentran precisamente en el lugar donde Dios quiere tenerlos y adonde habrá de enviar su carro. Seguramente estaba en la voluntad original de Dios que Elías tuviera que ser raptado a los cielos precisamente en este lugar junto al Jordán. Él se dirige hasta allí en una obediencia absoluta que, sin embargo, deja intacto todo su carácter natural al resto de su vida. La relación entre maestro y discípulo no se halla afectada en lo más mínimo. Así como san Luis Gonzaga quería seguir con su juego, aun teniendo conciencia de morir minutos más tarde. En ambos profetas vive la gran expectativa: de improviso, serán separados. Pero no necesitan hablar ni tampoco pensar en ello. Basta que su diálogo no se oponga a esa realidad que viene.
Y mientras iban conversando por el camino, un carro de fuego, con caballos también de fuego, se interpuso entre ellos. El arrebatamiento de Elías comienza con su separación de Eliseo provocada por el carro de fuego. Una línea absolutamente clara divide el cielo y la tierra. El cielo toma a Elías y lo eleva sobre la tierra. El fuego es símbolo de Dios. La Antigua Alianza conoce muchas apariciones de Dios en el fuego. También en la Nueva Alianza descenderá el Espíritu en la forma de lenguas de fuego. Ambos han estado esperando la separación, ambos se han preparado para este momento, pero el modo de la separación queda reservado a Dios. Elías no desaparece simplemente de forma repentina, sino que el rapto toma una forma extraordinaria. No sólo Elías pasa al más allá, también Dios se dirige así de un modo nuevo al más acá. En el rapto de Elías la relación de Dios para con los hombres recibe una visibilidad completamente nueva: algo que asemeja a formas terrenas viene de parte de Dios con el objetivo de raptar lo terrestre hacia Dios.
Eliseo comprende este lenguaje simbólico. Clama: «¡Padre mío! ¡Padre mío!…». En el padre ve tanto a Elías como a Dios, o mejor aún, la unión íntima de su maestro con Dios Padre. Esta unidad adquiere para Eliseo un significado muy especial, pues de ahora en adelante su padre espiritual forma una unidad con el Padre celestial, una unidad que se hizo visible, mientras que hasta ahora solo lo había sido en el Espíritu. Desde ahora Eliseo habrá de entender todo a partir de esa unidad, en la cual encontrará y experimentará tanto a Dios como a Elías, que vive junto a Dios. Esto incluye no solo el «¡Padre mío, Padre mío!», sino además al «¡Carro de Israel y su caballería!». Incluye, pues, una relación con todo el pueblo. Eliseo entiende que el milagro no es un asunto privado, sino que en este carro, que rapta al profeta de Israel, se establece para todo el pueblo un nuevo vínculo entre el cielo y la tierra. Aunque ahora Dios está con Elías por un lado y Eliseo con el pueblo por otro, el carro de Dios, sin embargo, ha estado con Israel y uno de Israel está con Dios.
Toda misión comprende siempre dos aperturas: una hacia Dios y otra hacia la tarea. El enviado es solo el punto de intersección entre ambas. En la nueva obligación de Eliseo ahora se resuelve todo lo que antes apareció como tensión y exigencia excesivas e insoportables. Eliseo ha visto el rapto, ha recibido el espíritu, su ruego fue cumplido. Antes existía la posibilidad de fallar. Ahora existe el hecho de no haber fallado, del que ya no se puede decir a qué se debe: si es porque Eliseo se opuso a Elías o, por el contrario, porque Eliseo hizo incondicionalmente lo que Elías quería más allá de sus palabras y detrás de ellas.
2,12b-18. Entonces Eliseo tomó sus vestidos y los rasgó en dos. Luego recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo en la orilla del Jordán. Después tomó el manto de Elías, golpeó las aguas y dijo: «¿Dónde está Yahveh, el Dios de Elías?». Golpeó las aguas, estas se dividieron hacia uno y otro lado, y Eliseo cruzó. La comunidad de profetas de Jericó, que estaban enfrente, al verle dijeron: «¡El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!». En seguida fueron a su encuentro, se postraron hasta el suelo delante de él, y le dijeron: «Hay aquí, entre tus servidores, cincuenta hombres valientes. Deja que vayan a buscar a tu señor; tal vez el espíritu de Yahveh se lo llevó y lo arrojó sobre alguna montaña o en algún valle». Él replicó: «No envíen a nadie». Pero ellos lo presionaron tanto que terminó por decir: «¡Envíenlos de una vez!». Así enviaron a cincuenta hombres que lo buscaron durante tres días, pero no lo encontraron. Cuando regresaron junto a Eliseo, que se había quedado en Jericó, él les dijo: «¿No les había dicho que no fueran?».
El rasgar las vestiduras es un signo de tristeza y de luto. Nuevamente encontramos aquí algo de la vida cotidiana. El manto caído de Elías es el signo visible del legado, de la herencia. Este manto ahora le pertenece a Eliseo, al igual que le pertenecerá el espíritu. Y ahora debe regresar, retomar el camino a su misión. El camino hasta este lugar a través de Betel y Jericó y el Jordán fue un camino de disponibilidad: hacia la misión. El camino de retorno será un camino con la misión: en y hacia la misión siempre creciente. Eliseo está cargado con lo que va a constituir su misión, pero también es dejado como el que era, y que ahora ha recibido el legado de Elías y ha de valerse por sí mismo con la gracia de Dios. Deberá realizar aquello que le dicten las circunstancias, lo que se le presenta. Ya no ser más un discípulo, sino un maestro. Ya no ser un seguidor perfecto en el sentido de una dependencia. Su seguimiento debe ser ahora realizado en una obediencia libre e independiente, en un saber autónomo en el Espíritu de Dios y, al mismo tiempo, en el espíritu de Elías. La maestría obtenida ha cambiado de lugar la posición de los elementos: ahora su certeza y su confianza han de provenir de la oración. El Espíritu que hasta hoy ha podido afirmar y consolidar a través de Elías está ahora inmediatamente en él.
Eliseo regresa al río, pues sabe que debe desandar las huellas que han conducido a ambos, a Elías y a él, hasta este lugar. Sabe asimismo que no puede atravesar el río contando con sus propias fuerzas. Pero si Dios exige de él lo mismo que de Elías, entonces la promesa de este último debe haberse cumplido. Eliseo sabe tres cosas: que ha de obrar un milagro, que solo el Espíritu de Dios puede obrar milagros y que el Espíritu de Dios se hallaba en Elías con el fin de realizarlos. Por eso invoca: «¿Dónde está Yahveh, el Dios de Elías?». Este grito contiene tanto su fe en Dios cuanto su humildad frente a su maestro. No obstante su madurez, sigue siendo alguien que sabe de parte de quién le fue regalado el Espíritu de Dios, que sabe que todas las cosas pueden llegar a cumplirse solo por medio de la oración.
Cuando Eliseo golpea las aguas con el manto, recibe la respuesta: las aguas se dividen. Esto desencadena en él una entera serie de certezas: que se encuentra en el camino correcto, que la promesa del maestro concerniente a las dos partes del espíritu está siendo cumplida, que sus preguntas no permanecerán sin respuesta, que posee el poder de obrar milagros. Pero hay condiciones: si Dios desea un milagro, le dará lo necesario. Y siempre el milagro habrá de ser devuelto de inmediato a las manos de Dios: ¡nadie puede obrar milagros si Dios no lo quiere! Esto tiene su complejidad, como la tiene todo lo concerniente a los milagros.
¡Y además todavía están allí los cincuenta mirando la acción! Si bien Eliseo tiene la certeza interior, se trata de una certeza que aún no ha sido puesta en práctica. Tiene la certeza, pero no la experiencia. Sin embargo, ahora no puede permitirse golpear en vano. No solo están en juego su reputación y la de Dios mismo, sino también la de Elías. Pues si él no puede, entonces Elías se ha equivocado con él.
La comunidad de los profetas no sabe nada de la conversación ni de la petición de Eliseo. Pero, por el hecho del milagro y por tratarse del mismo prodigio que Elías realizara anteriormente ante sus ojos, ellos ven que este milagro proviene del mismo espíritu: el mismo acto de golpear las aguas con el manto, el mismo acto de cruzar por el lecho seco del río. Antes fueron dos los que cruzaron. Ahora sólo lo hace uno, pero en su acto se hace evidente el espíritu del otro, cuya visibilidad es substituida por la invisibilidad, si bien su espíritu se hace visible en el milagro. Es como si esta segunda vez se exigiera más de parte de los discípulos. Ellos mismos son los que deben sacar la conclusión correcta: que Eliseo, regresando por el mismo camino, posee el mismo espíritu y actúa en la misma misión que Elías antes de él. Ellos también reciben algo de la transmisión del poder. Este algo es su tomar parte en la fe. Ahora se les exige que comprendan y que así conformen una nueva unidad con sus profetas. Comprendiendo, podrán acompañar a Eliseo, así como antes acompañaron a Elías, aunque estén bien lejos de haberlo comprendido todo. Pero lo que ahora deben hacer, lo hacen.
112. Cuando ven venir a Eliseo con el espíritu de Elías, se arrojan a sus pies. Lo reconocen como su maestro. Comprenden que el espíritu de Elías mora en él, pero no entienden que esto es definitivo porque Elías ha sido arrebatado de un modo definitivo. Así sacan una conclusión equivocada. Se trata de los mismos hombres que antes le preguntaron a Eliseo en Jericó si estaba al tanto de que el maestro sería arrebatado ese mismo día y que ahora no quieren percibir la radicalidad de esa desaparición. Reconocen que el espíritu de Elías descansa sobre Eliseo y, al mismo tiempo, van en busca de su cuerpo, un cuerpo que ciertamente no imaginan sin conexión con su espíritu. Son los representantes de aquellos creyentes que acompañan y comprenden hasta cierto punto, pero que se cierran frente a la verdad definitiva, que siempre erigen algún obstáculo con sus conceptos.
Eliseo ha comprendido perfectamente. Ha comprendido antes, mientras Elías aún se encontraba a su lado, y ha comprendido ahora el carácter definitivo de la separación, si bien es difícil llegar a decir en qué medida a partir de su propia comprensión y en qué medida a partir de la de Elías. También ha experimentado el milagro. Ahora él debe comunicar a estos cincuenta hombres un crecimiento en la verdad, algo que él preferiría alcanzar más por medio de la obediencia que por medio de aclaraciones. Ellos no deben ir en busca de Elías. Él sabe que es innecesario, pero les comunica solo el hecho de la inutilidad, sin razonamientos. Ellos insisten hasta que él les permite partir. No quieren ir por sí mismos y sin ningún tipo de permiso. Es como una forma débil y equivocada de obediencia: obligan al maestro a secundarles en su voluntad y, sin embargo, no quieren llevarla a cabo sin la participación de él.
La búsqueda es inútil. Eliseo vuelve a repetir su primera declaración y les muestra una vez más que él sabía de la inutilidad. Con esto refuerza su propia posición frente a ellos. Quizá era necesario dar esta prueba negativa de su estar en la verdad. De lo contrario, ellos habrían buscado y reconocido el espíritu de Elías solo en los milagros de Eliseo y no habrían comprendido que el mismo espíritu se revela de la misma manera en su cotidiano ser guiados.