CAPÍTULO XVIII: Sobre la efectiva potencia de la luna

Sobre la efectiva influencia de la luna, el bienaventurado obispo Ambrosio en el libro cuarto del Hexamerón menciona lo siguiente: «Las consideraciones sobre la luna son similares a las que hemos recordado sobre su compañero y hermano, ya que asume el mismo ministerio que su hermano, para iluminar las tinieblas, nutrir las semillas y aumentar los frutos. También tiene muchas características distintas de su hermano, como que el calor del día seca la humedad de la tierra, y la misma es repuesta por el rocío durante el breve tiempo de la noche. Pues también se dice que la luna es generosa en rocío. Finalmente, cuando la noche es más serena y la luna brilla toda la noche, se dice que el rocío es más abundante y empapa los campos, y muchos que descansan al aire libre sienten que, cuanto más han estado bajo la luz de la luna, más humedad han recogido en su cabeza. Por eso, en el Cantar de los Cantares, Cristo dice a la Iglesia: Mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos de las gotas de la noche. Luego, la luna disminuye y crece, siendo menor cuando resurge nueva, y cuando está menguada se llena, en lo cual hay un gran misterio. Pues los elementos sufren con su disminución, y lo que ha sido vaciado se llena con su progreso, como los cerebros húmedos de los animales marinos: se dice que las ostras se encuentran más llenas y muchas otras cosas, cuando el globo lunar crece. También sobre el interior de los árboles, lo mismo alegan quienes lo han comprobado por experiencia propia».

Estas palabras del bienaventurado Ambrosio son confirmadas por el arte de todos los arquitectos y el uso cotidiano, quienes enseñan que se debe observar especialmente que los árboles sean cortados desde el decimoquinto día de la luna hasta el vigésimo segundo, de los cuales se deben tejer las liburnas o realizar cualquier obra pública. Pues la madera cortada en estos ocho días se conserva inmune a la caries, mientras que la cortada en los demás días, incluso en el mismo año, se convierte en polvo por la carcoma interna. También observan que después del solsticio de verano, es decir, después de los meses de julio y agosto, hasta las calendas de enero, se deben cortar los materiales. Pues en estos meses, al secarse la humedad, la madera es más seca y, por lo tanto, más fuerte. Pero también la piedra selenita en Persia demuestra maravillosamente el efecto del poder lunar, que contiene la imagen de la luna, resplandece con un fulgor blanco y nevado, y se dice que crece o disminuye diariamente según el curso del astro. A esto concuerda Basilio, el reverendísimo obispo de Cesarea de Capadocia, en el sexto libro del Hexamerón, diciendo: «Opino que también en la creación de los animales y en todas las demás cosas que produce la tierra, la formación se ve considerablemente influenciada por el cambio de la luna; pues sus cuerpos parecen más laxos y vacíos cuando mengua; y más íntegros y llenos cuando crece, ya que infunde secretamente en ellos una cierta humedad mezclada con calor. Esto lo demuestran aquellos que, durmiendo al aire libre bajo la luz de la luna, al levantarse encuentran sus cabezas empapadas de abundante rocío. Pero también las carnes frescas, si yacen bajo la luna, pronto se corrompen con una fluida putrefacción. Lo mismo indica el cerebro de los animales de pastoreo, o incluso las vísceras de los animales marinos, que son más húmedas, así como las médulas de los árboles». Y poco después: «Pero los movimientos del aire están contenidos en estos mismos cambios, como atestigua la novedad de la luna, que a menudo, después de una larga serenidad, suscita de repente aglomeraciones y perturbaciones de nubes. El flujo y reflujo de los euripos también lo indica, o incluso la reciprocidad de las arenas movedizas, que se consideran cercanas al Océano, las cuales, según los esquemas de la luna, los habitantes de los lugares han declarado que se agitan. Los euripos también suelen convertir suavemente sus propias corrientes en ambas direcciones durante todo el tiempo restante; pero cuando la luna nace, de ninguna manera pueden permanecer quietos, sino que siempre hierven con un fervor vehemente, hasta que la luna vuelve a aparecer, trayendo calma a los torbellinos agitados».

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