CAP. XVI: Se responden a las objeciones de los herejes.

Veamos ahora qué objeciones plantean ellos en contra. En primer lugar, citan las palabras de San Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 14, donde el apóstol enseña que las lecturas públicas y las oraciones de la Iglesia deben hacerse en lengua vulgar. Pues dice: "Si la trompeta da un sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? Así también vosotros, si con la lengua no dais una palabra clara, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque estaréis hablando al aire." Y más adelante: "Si oro en una lengua, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto. Entonces, ¿qué haré? Oraré con el espíritu y también con la mente; cantaré con el espíritu y también con la mente. Pero si bendices con el espíritu, ¿cómo dirá el que ocupa el lugar del indocto: Amén a tu bendición, si no sabe lo que dices? Porque tú bien das gracias, pero el otro no es edificado."

RESPONDO que, en primer lugar, es cierto que en gran parte de este capítulo no se trata de la lectura de las Escrituras ni de los oficios divinos, sino de la exhortación espiritual o de la conversación. Pues así como los monjes de antaño se reunían y hablaban sobre temas espirituales, de donde surgieron las Collationes de los Padres en Casiano, también en la primera Iglesia, como indica San Justino al final de su segunda Apología, los cristianos se reunían los domingos, primero se leían las Escrituras, luego el obispo daba un sermón, se celebraban los misterios y, finalmente, hablaban entre sí sobre asuntos divinos.

Para evitar el desorden que podía causar la multitud, el apóstol había establecido que solo dos o tres hablaran en cada reunión, y los demás escucharan y juzgaran. Y si, mientras uno hablaba, a otro se le inspiraba algo mejor, el primero debía callar y el segundo debía hablar. Y dado que en Corinto había algunos que, para mostrar el don de lenguas, usaban lenguas extranjeras, el apóstol los corrige, pues las exhortaciones deben ser entendidas por todos.

Que esta es la verdadera interpretación de la mayor parte de este capítulo se entiende, tanto por cómo lo interpretaron los antiguos: San Cipriano en su epístola a Pompeyo y en la epístola a Quirino sobre el re-bautismo de los herejes, cuya interpretación alaba San Agustín en el libro 2 De baptismo contra los donatistas, capítulo 8, como también San Basilio en sus Quaestiones breviter explicatae, cuestión 278, Ambrosio, Sedulio, Haymo, Teodoreto y Oecumenio en este pasaje; como también por las mismas palabras del apóstol. Pues lo que dice: "Profetice dos o tres, y los demás juzguen", y aquello: "Si a otro se le revela algo, que el primero calle", y también: "Las mujeres callen en la Iglesia", y muchas otras expresiones similares, no pueden referirse sino a la exhortación, ya que la lectura de las Escrituras y los oficios divinos no deben ser juzgados por los profetas, ni se inspira algo en el momento de la lectura, ya que lo que se lee fue inspirado hace mucho tiempo. Tampoco las mujeres celebraron jamás los misterios divinos en la Iglesia. Así pues, las palabras que nos han sido objetadas: "Si la trompeta da un sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? Así también vosotros, si con la lengua no dais una palabra clara, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque estaréis hablando al aire", deben entenderse en el contexto de la exhortación.

No obstante, sigue habiendo una dificultad con respecto a estas otras palabras: "Si oro en una lengua, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto. Entonces, ¿qué haré? Oraré con el espíritu y también con la mente; cantaré con el espíritu y también con la mente. Pero si bendices con el espíritu, ¿cómo dirá el que ocupa el lugar del indocto: Amén a tu bendición, si no sabe lo que dices?" Pues parece que en estas palabras no se habla de la exhortación, sino de las oraciones y los salmos.

Aquí es necesario notar que Ambrosio y Haymo leyeron este pasaje con una doble interrogación: "¿Quién ocupa el lugar del indocto? ¿Cómo responderá Amén?". Sin embargo, los griegos siempre lo han leído como lo tiene nuestra versión vulgata: "El que ocupa el lugar del indocto, ¿cómo responderá Amén?", lectura que también aprueban Calvino, Beza y otros de nuestros adversarios, como la más veraz.

Para resolver esta dificultad, algunos responden que también en estas palabras se trata de la exhortación y no de las oraciones. Así lo entendieron Basilio, Teodoreto y Sedulio, mencionados anteriormente. Sin embargo, parece difícil defender esta interpretación, pues las palabras προσεύξομαι (oraré), ψαλῶ (cantaré) y εὐχαριστήσεις (darás gracias), que utiliza el apóstol, no significan predicar, sino orar, cantar y dar gracias. Por lo tanto, Crisóstomo y Teofilacto, así como Ambrosio y Haymo, entienden este pasaje como referente a las oraciones.

Otros, entonces, dicen que el apóstol habla ciertamente de los oficios divinos, pero no exige que todo el pueblo entienda, sino solo que lo haga alguien que responda en nombre del pueblo. Esto es lo que significan las palabras: "El que ocupa el lugar del indocto, ¿cómo responderá Amén?". Así lo entendieron Haymo, Primacio, Pedro Lombardo, Santo Tomás y algunos otros latinos. Pero esta solución no parece completamente sólida, pues las palabras del apóstol ὁ ἀναπληρῶν τὸν τόπον τοῦ ἰδιώτου no significan, según el uso de la lengua griega, "el que toma el lugar del indocto", sino "el que ocupa el lugar del indocto", es decir, "quien se sienta en el lugar de los indoctos", "quien ocupa el lugar de los indoctos", "quien es uno de los indoctos", como lo explican Crisóstomo y Teofilacto en este pasaje. Pues no solo los autores profanos, sino también los sagrados, no usan el término τόπος (lugar) para significar "en lugar de" (vice), sino el adverbio ἀντὶ. Como se muestra en el libro 1 de los Macabeos, capítulo 9: "Se levantó en lugar de Judas", y en el capítulo 11: "Para reinar en lugar de su padre", y en el capítulo 13: "En lugar de su hermano Jonatán", y en el capítulo 14: "Sumo sacerdote en lugar de él", donde siempre significa "en lugar de".

Otra es la opinión de algunos, que sostienen que cuando el apóstol dice: "el que ocupa el lugar del idiota", se refiere a alguien que efectivamente es un idiota (ignorante). Sin embargo, interpretan que el término "idiota" no se refiere a una persona verdaderamente ignorante, sino a quien desempeña el rol de idiota, es decir, aquel que responde en nombre de los ignorantes. Es como cuando llamamos "hombre popular" a alguien que, aunque sea un patricio, sigue a la facción del pueblo. De este modo, esta opinión es similar a la anterior, pero explicada de manera algo diferente. Así quiso resolver esta dificultad Sixto en el libro 6 de la Bibliotheca Sancta, anotación 263, donde también señala que las palabras de Crisóstomo en la homilía 35 sobre la primera carta a los Corintios no han sido traducidas fielmente. Las palabras de Crisóstomo son: ἰδιώτην δὲ λέικον λέγει ("llama laico al idiota"). El traductor, sin embargo, lo vertió como: "Idiota lo llama la plebe común", cuando debió traducir: "Llama idiota al laico", es decir, a la persona constituida en la Iglesia para representar a los laicos.

Sin embargo, esta explicación tampoco parece encajar del todo en este pasaje, ya que se podría objetar que, en tiempos de los apóstoles, todo el pueblo solía responder en los oficios divinos, y no había nadie constituido en lugar de los laicos. De hecho, San Justino, al final de su segunda Apología por los cristianos, dice explícitamente que todo el pueblo en la Iglesia solía responder "Amén" cuando el sacerdote terminaba la oración o la acción de gracias.

Lo mismo se mantuvo durante mucho tiempo tanto en Oriente como en Occidente, como se evidencia en la liturgia de San Juan Crisóstomo, al final de sus obras, donde se distingue claramente lo que el sacerdote, el diácono y el pueblo cantaban en los oficios divinos. También se puede observar en San Cipriano, en su sermón sobre el Padre Nuestro, donde dice que la plebe respondía: "Habemus ad Dominum" ("Lo tenemos levantado hacia el Señor"); y en el prefacio del libro 2 de la Epístola a los Gálatas de San Jerónimo, quien escribe que en las iglesias de la ciudad de Roma se oía como un trueno celestial el "Amén" que el pueblo repetía.

Por lo tanto, la verdadera opinión es que el apóstol no está hablando aquí de los oficios divinos ni de la lectura pública de las Escrituras, sino de los cánticos espirituales que los cristianos componían para alabar a Dios, darle gracias y, al mismo tiempo, para su propia consolación y edificación mutua. Que el apóstol no está hablando de las Escrituras o de los oficios divinos se demuestra por el hecho de que, sin duda, las Escrituras se leían en griego y los oficios divinos se realizaban en griego en Grecia, como incluso admiten los herejes.

Sin embargo, el apóstol habla aquí de la oración y la acción de gracias que se hace a través del don de lenguas, en una lengua extranjera, que nadie entendía, como el árabe o el persa, tal como lo explican Crisóstomo y todos los demás, e incluso, a menudo, quien hablaba no entendía la lengua, como lo indican las palabras: "Si oro en lengua, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto", es decir, si oro en el don de lenguas, en una lengua que no entiendo, mi espíritu ora, es decir, mis afectos oran, pero mi mente queda sin fruto, es decir, mi entendimiento no se edifica porque no sé lo que digo. También aquellas palabras: "El que habla en lengua no habla a los hombres, sino a Dios; nadie lo oye", es decir, nadie lo entiende porque nadie entiende. Por lo tanto, el apóstol no está hablando de los oficios divinos, que cuando se realizaban en griego, eran entendidos por muchos, sino de la oración, la alabanza a Dios y la acción de gracias que algunos, en esas reuniones, cantaban en una lengua extranjera.

Además, es ciertamente seguro que los cristianos componían cánticos espirituales y los cantaban en la Iglesia durante las reuniones espirituales. Esto lo enseña Eusebio en el libro 2 de su Historia, capítulo 17, tomando de Filón; también lo menciona Dionisio en el capítulo 3 de De divinis nominibus y en el siguiente capítulo, donde cita muchos de los cánticos de Hieroteo. Tertuliano, en el capítulo 39 de su Apología, describiendo el ágape de los cristianos, es decir, la cena pública que se celebraba en la Iglesia, dice que quienes podían, acostumbraban a cantar algo a Dios de su propia invención. Finalmente, el mismo apóstol, en Efesios 5 y Colosenses 3, exhorta a que se enseñen mutuamente con salmos, himnos y cánticos espirituales, pasaje que Haymo interpreta como referiéndose a los cánticos que ellos mismos componían. Por lo tanto, dado que estos cánticos se hacían para la consolación del pueblo, el apóstol desea que se realicen en una lengua que se entienda, para que los idiotas (ignorantes), que no saben componer similares cánticos, al menos puedan confirmarlos diciendo "Amén".

OBJECIÓN: Así como el apóstol quería que estos cánticos se hicieran en lengua vulgar para que el pueblo pudiera responder "Amén", también debió querer que los oficios divinos se celebraran en lengua vulgar para que el pueblo pudiera responder "Amén".

RESPONDO negando la consecuencia, porque los oficios divinos se realizaban en griego, lengua que muchos del pueblo entendían, aunque no todos. Y eso era suficiente; el apóstol no pretendía que todos pudieran responder. Además, en ese tiempo, como los cristianos eran pocos, todos cantaban juntos en la Iglesia y respondían en los oficios divinos; pero luego, al aumentar el número de fieles, los oficios se dividieron más y se dejó solo al clero la tarea de llevar a cabo las oraciones y alabanzas comunes en la Iglesia. Finalmente, el propósito principal de esos cánticos era la instrucción y consolación del pueblo. Se hacían en las reuniones en lugar de exhortaciones, por lo que era justo que la mayoría los entendiera; y si no se realizaban en una lengua conocida, o si no seguía inmediatamente una interpretación, se perdería el principal fruto de ellos. Sin embargo, el propósito principal de los oficios divinos no es la instrucción o consolación del pueblo, sino el culto a Dios; y lo que el pueblo debe saber de los oficios divinos se les explica por los pastores.

SEGUNDA OBJECIÓN: De una oración no entendida no se sigue ningún provecho, como dice Isaías 29 y Mateo 15: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Y en 1 Corintios 14: "Si oro en lengua, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto". Por lo tanto, todas las oraciones, tanto públicas como privadas, deben hacerse en lengua vulgar. Esta objeción es de Calvino, pero tiene una fácil solución: en primer lugar, es falso que el pueblo no perciba ningún fruto de la oración pública de la Iglesia si no entiende dicha oración, pues la oración de la Iglesia no se dirige al pueblo, sino a Dios en favor del pueblo. Por lo tanto, no es necesario que el pueblo entienda para beneficiarse de la oración; basta con que Dios la entienda. Así como si alguien orara en latín ante el rey en favor de un campesino, ciertamente el campesino podría recibir el beneficio de dicha oración, aunque no entendiera la lengua de su defensor.

Además, la Iglesia ora por los fieles y también por los pecadores, quienes muchas veces no solo no entienden, sino que ni siquiera escuchan ni desean que se ore por ellos, y, sin embargo, la Iglesia no ora en vano. ¿Cuánto más no orará en vano por los fieles presentes que desean que se ore por sus necesidades? De aquí que, en Levítico 16, Dios ordena que mientras el sacerdote entra al santuario para orar por él y por el pueblo, el pueblo permanezca fuera, de modo que no solo no entienda, sino que ni siquiera oiga ni vea al sacerdote. Esto también lo vemos en tiempos de Zacarías, según relata Lucas 1. Y, sin embargo, ¿quién dudaría de que esa oración beneficiaba al pueblo?

De aquí también dice Orígenes en su homilía 20 sobre Josué: "Si alguna vez escuchas una lectura de las Escrituras que no entiendes, debes saber que ya has recibido este primer beneficio: que solo al escucharla, como si fuera una oración, se aleja el veneno de las malas influencias que te rodean." Y Crisóstomo, en su homilía 3 sobre Lázaro: "¿Qué pasa si no entendemos lo que contienen los libros sagrados? Aunque no entendamos sus profundidades, de la misma lectura se deriva mucha santidad."

No solo el pueblo puede recibir fruto de la oración de otro, aunque no la entienda, sino también de la que uno mismo eleva a Dios en su favor. Como enseña San Agustín en el libro 3 de De doctrina christiana, capítulo 9, los judíos no adoraban en vano a Dios mediante figuras y ceremonias variadas, aunque muchos de ellos entendían su significado incluso menos que nuestros campesinos entienden el latín.

OBJECIÓN CUARTA de Brencio. El objetivo de los oficios divinos y de las lecturas públicas es la instrucción, consolación y edificación del pueblo. Pues en Romanos 15 se dice: "Para que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza." Y en 1 Corintios 14: "Prefiero hablar cinco palabras con entendimiento para instruir a otros, que diez mil palabras en lengua." Y más adelante: "Cuando os reunís, cada uno tiene un salmo, tiene una enseñanza, tiene una revelación, tiene una lengua, tiene una interpretación; todo hágase para edificación." Pero ¿qué instrucción, edificación o consolación puede obtenerse de una lengua desconocida y extranjera?

RESPONDO que tanto la proposición como la asunción de este argumento son falsas. El objetivo principal de los oficios divinos no es la instrucción o consolación del pueblo, sino el culto debido a Dios por parte de la Iglesia. El deber del clero es ofrecer perpetuamente a Dios, en nombre de todo el pueblo cristiano, el sacrificio de alabanza que Él exige en el Salmo 40. Asimismo, como soldados, deben vigilar y proteger a toda la Iglesia con vigilias y oraciones, como se dice en Isaías 62: "Sobre tus murallas, Jerusalén, he puesto vigilantes: todo el día y toda la noche no callarán jamás." Además, aquellos que no son completamente ignorantes saben latín y se instruyen al escuchar los oficios divinos; mientras que los demás no se instruirían, aunque el oficio se celebrara en lengua vulgar, ya que la instrucción no está en las palabras, sino en su sentido. Por lo tanto, las predicaciones frecuentes en cada iglesia sirven para la instrucción del pueblo.

Los tres pasajes de la Escritura que se citan no contradicen en absoluto nuestra posición. Reconocemos que las Sagradas Escrituras traen gran consuelo a los fieles, como lo advierte el apóstol en Romanos 15, pero eso es para los doctos cuando se leen, y para los indoctos cuando se explican en las predicaciones. Con razón, San Pablo prefiere hablar cinco palabras con sentido para instruir a los demás que diez mil palabras en lengua, porque es mejor una exhortación que todos entienden, aunque sea breve, que una larga que no entienden. Finalmente, las palabras salmo, enseñanza, revelación, lengua e interpretación no se refieren a las Sagradas Escrituras, sino a cinco dones gratuitos. Pues poco antes, en este mismo capítulo, el apóstol habla de los mismos dones cuando dice: "Si voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovecharé, si no os hablo con revelación, o con conocimiento, o con profecía, o con enseñanza?"

Por lo tanto, por lengua se entiende el don de lenguas; por enseñanza, el don de enseñar lo que concierne a la moral o la fe; por revelación, el don de revelar misterios, ya que Dios frecuentemente revelaba misterios a quienes estaban presentes en la Iglesia; por interpretación, el don de interpretar las Escrituras y traducirlas de una lengua a otra, don que a menudo San Pablo llama profecía; y por salmo, el don gratuito de componer y cantar cánticos espirituales en la Iglesia, como explica correctamente Crisóstomo. El sentido, pues, es que cuando en sus reuniones y conversaciones puedan ejercitar todos estos dones —lenguas, revelación, etc.—, deben procurar que nada se haga por ostentación, sino que todo sea para utilidad y edificación.

OBJECIÓN QUINTA de Kemnitius. Cristo predicó en lengua vernácula. Los apóstoles, en el día de Pentecostés, hablaron las maravillas de Dios en diversas lenguas, y después, dispersos por todo el mundo, predicaron en las lenguas de los pueblos a los que evangelizaban. Por lo tanto, las Sagradas Escrituras deben estar en diversas lenguas, y en las lenguas vernáculas de esos pueblos. Pues si no se contamina la palabra de Dios cuando se proclama en lengua vulgar, ¿por qué se contaminaría si se escribiera en lengua vulgar?

RESPONDO que este argumento no concluye nada. Pues si la consecuencia fuera válida de la predicación a la Escritura, ¿por qué los apóstoles escribieron solamente en griego, si predicaron en tantas lenguas? La palabra de Dios se predica correctamente en lengua vulgar porque la predicación incluye una explicación que todos pueden entender fácilmente. Pero cuando se escribe, se escribe de manera desnuda, y no todos la entienden. Así que, del mismo modo que no se puede argumentar: "Las madres dan a los niños pan cortado en pequeños trozos, o incluso previamente masticado, por lo tanto, podrían darles también pan entero y sólido, porque es el mismo pan", tampoco se puede argumentar: "Se distribuye la palabra de Dios al pueblo explicada por el predicador, por lo tanto, también debe distribuirse sin explicación, escrita en lengua vulgar."

SEXTA OBJECIÓN de Kemnitius. San Jerónimo testimonia haber traducido las Escrituras al idioma eslavo. También, las Escrituras fueron traducidas en tiempos antiguos al caldeo, que entonces era lengua vulgar, y después al griego, que también era vulgar en ese tiempo, y los Apóstoles utilizaron esa traducción. Más tarde, se tradujeron al latín cuando esta era la lengua vulgar. Cristo mismo, en la cruz, citó las Escrituras en siríaco, es decir, en la lengua vulgar. Por tanto, no hay ningún sacrilegio en traducirlas a lenguas vulgares.

RESPONDO que, en primer lugar, no negamos que se pueda traducir las Escrituras a lenguas vulgares; pero lo que defendemos es que no deben leerse públicamente en lengua vulgar, ni permitirse a todos indiscriminadamente que las lean en lengua vulgar. En cuanto a si San Jerónimo tradujo las Sagradas Escrituras al eslavo, no lo sé con certeza, ya que nunca lo he leído en Jerónimo ni en ningún autor antiguo. Sin embargo, si lo hizo, no fue para que las Escrituras se leyeran públicamente en eslavo, sino para consuelo de aquellos que podían utilizarlas sin peligro, del mismo modo que en nuestros tiempos se permite a ciertas personas. Además, la versión caldea no es tanto una traducción como una paráfrasis y nunca ha tenido gran autoridad entre los católicos.

Lo que se dice sobre la traducción griega nos favorece, ya que las Escrituras no fueron traducidas al griego porque fuera una lengua vulgar para algunos, sino porque era la más común. Pues ciertamente el rey Ptolomeo de Egipto, que promovió su traducción, no tenía al griego como lengua vulgar. Lo mismo digo del latín: las Escrituras se tradujeron al latín porque era una lengua común en todo Occidente, aunque para algunos pocos todavía era lengua vulgar.

En cuanto a lo que se refiere a Cristo, aunque Epifanio, en la herejía 69 (de los arrianos), sostiene que Cristo en la cruz pronunció aquella frase en parte en hebreo y en parte en siríaco: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", es más probable que Cristo la pronunciara enteramente en hebreo, como está en el Salmo 21. No había razón para que el Señor comenzara con palabras hebreas y luego cambiara al siríaco. Por tanto, San Jerónimo, en su libro De nominibus Hebraicis, al tratar este pasaje, no dice que las palabras sean siríacas, como suele hacer cuando se trata de palabras siríacas, sino que menciona palabras hebreas: אלי אלי, למה עזבתני (Eli, Eli, lama azabthani) y las translitera en letras latinas. Es seguro que son hebreas.

Además, Erasmo, a quien Kemnitius da gran crédito, en su anotación a este pasaje enseña que Cristo pronunció estas palabras puramente en hebreo. También, si hubiera hablado en siríaco, habría dicho: Hil, hil lemana sebactani. El hecho de que en el griego y en el latín tengamos sebactani en lugar de azabthani, como debería ser, se hizo para facilitar la pronunciación, tal como solemos decir Isaías, Ezequías, Jeremías y Asuero, en lugar de los nombres hebreos más difíciles como Iesaiahu, Chizkiahu, Irmeiahu y Achascueros.

SÉPTIMA OBJECIÓN de Kemnitius. Crisóstomo exhorta frecuentemente a los laicos a la lectura de las Escrituras, por lo que parece justo que se permita a todos tener las Escrituras en lengua vulgar. Y aunque Kemnitius no citó ningún pasaje específico de Crisóstomo, nosotros podemos mencionar algunos. En la homilía 9 sobre la Epístola a los Colosenses, dice: "Escuchad, os ruego, todos los seglares; comprad la Biblia, los remedios para el alma; si no queréis otra cosa, al menos adquiriros el Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles, los Evangelios." Expresiones similares se encuentran en la homilía 2 sobre Mateo, el prefacio a las epístolas de San Pablo, la homilía 3 sobre la segunda carta a los Tesalonicenses, la homilía 10 sobre Juan, y la homilía 3 sobre Lázaro.

RESPONDO que las palabras de Crisóstomo, pronunciadas en sus sermones, siempre deben interpretarse según el contexto y las circunstancias que lo llevaron a decirlas. Como en ese tiempo la gente estaba muy dedicada a los teatros, espectáculos y otras distracciones, y nunca leían las Escrituras, ni siquiera aquellos que eran capaces de hacerlo, por eso Crisóstomo, para sacudir esa desidia, exhortaba continuamente a todos a la lectura de las Escrituras, no porque quisiera que absolutamente todos, incluso los más ignorantes, lo hicieran, sino para que al menos aquellos que podían hacerlo con provecho lo hicieran. Sabía que estaba tratando con personas que necesitaban de tales exageraciones. Esto puede demostrarse a partir de muchos de sus pasajes, pero me contentaré con mencionar solo tres en este momento.

Así, en la homilía 3 sobre Lázaro, dice: "No es posible que alguien se salve sin dedicarse constantemente a la lectura espiritual." Si tomamos esto en sentido literal, ¿quién no vería que es absolutamente falso? ¿Qué pasa, entonces, con aquellos que no saben leer? ¿No podrán salvarse? Por lo tanto, es una expresión hiperbólica, no literal. En la homilía 15 sobre el Génesis, dice: "No es lícito jurar, ya sea en una causa justa o injusta." Y en la homilía 17 sobre Mateo, dice: "¿Qué hacer, entonces, si alguien me exige un juramento y me obliga a jurar? Que el temor de Dios sea más fuerte que cualquier necesidad." Parece, entonces, querer decir que no se debe jurar de ninguna manera, aunque ciertamente jurar en una causa justa y necesaria es un acto religioso y bueno. Sin embargo, Crisóstomo usaba estas exageraciones en sus sermones porque su pueblo estaba sumamente dado a juramentos, como se deduce de su homilía 9 sobre los Hechos de los Apóstoles y de otros pasajes de su obra.

Finalmente, OBJETAN que a los moravos se les permitió hace 600 años, por parte de la Sede Apostólica, celebrar los oficios divinos en lengua eslava, y que, además, hoy en día los rutenos, armenios, egipcios, etíopes y otros pueblos celebran los oficios sagrados en sus lenguas vernáculas.

RESPONDO que los ejemplos de los rutenos, armenios y similares no nos preocupan más que los ejemplos de los luteranos, anabaptistas y calvinistas, que leen públicamente las Escrituras en alemán, francés, inglés, polaco y otras lenguas vulgares. Pues ellos también son herejes o cismáticos, y sabemos que sus antepasados, que eran católicos, hacían las cosas de manera diferente, como ya se ha demostrado antes.

En cuanto a los moravos, respondo que había una causa justa para permitirlo en ese momento, pues, como refiere Eneas Silvio en el libro De origine Bohemorum, capítulo 13, todo el reino se estaba convirtiendo al cristianismo, y no podían encontrarse ministros que celebraran en latín. Por tanto, al Sumo Pontífice le pareció mejor permitir que se celebrara en eslavo que no celebrarlo de ningún modo. Sin embargo, más tarde, cuando aumentó la erudición y se encontraron ministros idóneos que pudieran celebrar en latín, fue mejor abandonar el uso de la lengua eslava y seguir la costumbre común de toda la Iglesia, como hacen hoy en día los moravos católicos. Y así concluyo sobre las ediciones de las Escrituras.

LIBRO TERCERO Sobre la interpretación y el verdadero sentido de las Escrituras.

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