Epistola 26: R26: Hildegard von Rupertsberg a Eberhard II von Otelingen

Respuesta de Hildegarda.

Aquel que es y al que nada le es oculto dice: Oh pastor, no te seques en el dulce flujo del aroma del bálsamo, que es el verdor que debe ser proporcionado a las mentes necias que no tienen los pechos de la misericordia materna para nutrirse. Aquellos que no lo tienen, desfallecen. Proporciona a los tuyos la lámpara del rey para que no se dispersen en la aspereza, y surge, viviendo en la luz. Ahora, oh padre, yo, pobre mujer, he mirado hacia la verdadera luz, y según lo que allí en la verdadera visión vi y oí, lo que has pedido que te exponga, así lo transmito, no con mis palabras, sino con las del verdadero resplandor, el cual nunca carece de perfección, de la siguiente manera:

En el Padre permanece la eternidad. Esto significa que a la eternidad del Padre ni se le puede quitar ni añadir, porque la eternidad permanece en la similitud de una rueda, que no tiene principio ni fin. Así, en el Padre está la eternidad antes de toda criatura, porque siempre ha existido y siempre existirá la eternidad. ¿Y qué es la eternidad? Dios es. Sin embargo, la eternidad no es eternidad sin vida perfecta. Por lo tanto, Dios vive en la eternidad. Y la vida no procede de la mortalidad, sino que la vida está en la vida. Pues el árbol no florece sin verdor, ni la piedra existe sin humedad, ni ninguna criatura sin su vitalidad. Incluso la misma eternidad viviente no está sin florecimiento. ¿Cómo? El Verbo del Padre produjo toda criatura en su función. Así, el Padre en su fuerza más poderosa no está ocioso. Por eso Dios es llamado Padre, porque todo nace de él. Y por eso también en el Padre permanece la eternidad, porque él fue Padre antes del principio, y eterno antes del inicio de las obras brillantes, que todas aparecieron en la presciencia de la eternidad.

Lo que permanece en el Padre no es como una causa en el hombre, que a veces es dudosa, a veces pasada, a veces futura, a veces nueva, a veces vieja, sino que siempre es estable lo que está en el Padre. El Padre es claridad, y esa claridad tiene esplendor, y ese esplendor fuego, y son uno. Cualquiera que no tenga esto en la fe, no ve a Dios, porque quiere separar de él lo que es, ya que Dios no debe ser dividido. Las obras que Dios creó no tienen la propiedad completa de sus nombres cuando el hombre las divide. La claridad es la paternidad de la que nacen todas las cosas y que todo lo rodea, porque son de su fuerza. Pues la misma fuerza también hizo al hombre y en él puso el aliento de vida. Y el hombre tiene en esa misma fuerza un efecto eficaz en sí mismo. ¿Cómo? La carne de la carne y el bien de lo que es bueno se emiten en buena fama y se aumentan en buen ejemplo en otro hombre. Estas cosas están en el hombre tanto carnal como espiritualmente, porque una procede de la otra. El hombre ama mucho sus obras útiles, porque están en acto de su conocimiento. Así también Dios quiere que su fuerza se muestre a través de todos los géneros, porque son su obra. Y el esplendor da ojos, y ese esplendor es el Hijo, quien dio los ojos cuando dijo "hágase". Entonces todo apareció corporalmente en el ojo viviente. Y el fuego penetra estos dos nombres, que es Dios, porque no sería posible que la claridad careciera de esplendor. Y si a estos les faltara el fuego, la claridad no brillaría, ni el esplendor resplandecería. Pues en el fuego laten la llama y la luz, de lo contrario no sería fuego. En el Hijo está la igualdad. ¿Cómo? Todas las criaturas estaban en el Padre antes del tiempo, ordenándolas en sí mismo, las cuales luego el Hijo perfeccionó en obra. ¿Cómo? Así como el hombre que tiene en sí el conocimiento de una gran obra, que luego expresa en su palabra, para que proceda en buena reputación. El Padre ordena, pero el Hijo realiza. Pues el Padre en sí mismo ordenó todo, y el Hijo lo completó en obra. Y la luz es de la luz antes del tiempo en la eternidad, que era en el principio, y este es el Hijo que resplandece del Padre y por quien todas las criaturas fueron hechas. Y el Hijo también se vistió de una túnica de hombre que formó del limo, la cual no apareció corporalmente antes.

Así Dios vio todas sus obras ante sí como luz, y cuando dijo "hágase", cada cosa se vistió según su género. Entonces Dios se inclinó hacia su obra, y así en esta parte también permanece la igualdad en el hombre en el Hijo de Dios, porque él asumió la humanidad, así como las obras de Dios asumieron sus cuerpos. Porque Dios preconocía todas sus obras que llevó a cabo, por eso se inclinó hacia el hombre en la humildad de la humanidad, porque la divinidad es tan perfecta que no habría perdonado nada en el hombre que lucha contra el bien, si no hubiera asumido la humanidad, porque todo fue hecho por él y sin él no se hizo nada. Pues todas las cosas visibles, palpables y gustables fueron hechas por él, y preconoció todas estas cosas en alguna necesidad del hombre, algunas para el abrazo de la caridad, otras para el temor, otras para la disciplina, otras para la cautela de cada causa. Y sin él no se hizo nada. Este "nada" es la soberbia. Pues es una opinión que se mira a sí misma y que no confía en nadie. Pues quiere lo que Dios no quiere y siempre calcula lo que ella establece, y es tenebrosa porque despreció la luz de la verdad, y comenzó lo que no pudo completar, por lo que es nada, porque ni fue hecha ni creada por Dios. Comenzó en el primer ángel cuando contempló su propio resplandor y formó una opinión y no vio de dónde tenía ese resplandor, sino que dijo en sí mismo: "Quiero ser señor y no quiero a otro". Así su gloria se desvaneció de él y la perdió, y se convirtió en príncipe del infierno. Entonces Dios dio su gloria a otro de sus hijos, que fue hecho con tanta fuerza que todas las criaturas están con él, y que también está constituido con tanta fuerza que no perdería esa gloria en absoluto. En esa maldición en la que el diablo no quiso a Dios, la necedad en el hombre deseó ser igual a Dios, es decir, ser como Dios. Pero sin embargo, no perdió ese amor que sabía que Dios era. Por eso la materia del diablo es totalmente tenebrosa, porque no quiso ser la claridad de Dios. Pero Adán quiso ser la claridad de Dios, pero deseó estar en su compañía, por lo que es perfecto en su materia, porque hay algo de luz en él, pero sin embargo está lleno de muchas miserias. En el Espíritu Santo está la conexión de la eternidad y la igualdad. El Espíritu Santo es fuego, y no es fuego extinguible, que a veces aparece por su ardor y a veces se apaga. Pues el Espíritu Santo impregna y conecta la eternidad y la igualdad, para que sean uno, así como el hombre une un manojo, porque si el manojo no se atara, no sería manojo, sino que se dispersaría, y como un herrero une dos fuerzas del bronce con el fuego en una. Por eso es como una espada versátil, que vibra por todas partes. El Espíritu Santo muestra la eternidad, enciende la igualdad, para que sean uno.

El Espíritu Santo es fuego y vida en esta eternidad e igualdad, porque Dios vive. Pues el sol es blanco y su luz arde y el fuego en él ilumina todo el mundo, y aparece como una sola rueda. Pero cualquier cosa en la que no haya fuerza está muerta, como un árbol seco cortado, porque no tiene verdor. El Espíritu Santo es fundamento y vivificación. Pues la eternidad no sería eternidad sin el Espíritu Santo. Tampoco la igualdad sería igualdad sin el Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo está en ambos, y uno en la divinidad es un solo Dios. La racionalidad también tiene tres fuerzas: sonido, palabra, soplo. En el Padre, el Hijo es como la palabra en el sonido; el Espíritu Santo en ambos, como el soplo en el sonido y la palabra. Y estas tres personas, como se ha dicho, son un solo Dios. En el Padre está la eternidad, porque nadie fue antes que él, y la eternidad no comenzó, así como las obras de Dios tienen un principio. Pero en el Hijo está la igualdad, porque el Hijo nunca se separó del Padre, ni el Padre careció del Hijo. Pero en el Espíritu Santo está la conexión, porque el Hijo siempre permaneció en el Padre y el Padre con el Hijo, porque el Espíritu Santo es la vida ardiente en ellos y son uno. Y está escrito: "El Espíritu del Señor llenó la tierra". Esto es: todas las criaturas visibles e invisibles no carecen de vida espiritual, y aquellas que el hombre no conoce, su entendimiento las busca hasta que las conoce. Pues de la verdor provienen las flores, de las flores los frutos del manzano. Las nubes también tienen su curso. La luna y las estrellas arden con fuego. Los árboles producen flores a través del verdor.

El agua tiene finura e inunda y produce riachuelos. La tierra también tiene humedad con sudor. Pues todas las criaturas tienen lo que se ve y lo que no se ve. Lo que se ve es débil, y lo que no se ve es fuerte y vital. Este es el entendimiento del hombre que busca conocer, porque no ve aquello. Estas son las fuerzas de las obras del Espíritu Santo. Y aquello que contiene todo, ¿qué es? El hombre contiene todo. ¿Cómo? Dominando, usando, ordenando. Dios le otorgó esto según sí mismo. Tiene conocimiento de la voz. Esto es racionalidad, que resuena con la voz. La voz es el cuerpo, la racionalidad es el alma, el calor del aire es el fuego, y son uno. Por eso, cuando la racionalidad se escucha dictando y creando a través de la voz, todas sus obras se completan, y por ello tiene el poder de crear, porque como manda, así será. Por eso todas las obras de Dios no son vanas. Pues si alguien tuviera un recipiente lleno de dinero, tendría gran gozo por ello. Pero si en el recipiente no hubiera nada, lo consideraría sin valor. En las obras malvadas hay vanidad, y huyen del fuego del Espíritu Santo. Entonces tienen deleite en pecar por sugerencia del diablo. Pero cuando el hombre reconoce que sus obras malvadas se consideran por nada y se arrepiente de ellas, es como el hijo peregrino que después de su hambre se acordó del pan de su padre y dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y ante ti", en el cielo porque soy celestial en la racionalidad, y ante ti porque te conozco como Dios. Entonces rechaza al diablo y elige de nuevo a su Señor. De ahí que todas las obras viciosas del diablo se confunden y todas las armonías celestiales se maravillan, porque lo que antes consideraban barro inútil, después lo ven como una columna de nube en utilidad principal, porque lo que vieron como vil, luego eligen como más hermoso, ya que todas las obras viciosas del diablo se consideran por nada en la utilidad. Pues en esas obras malvadas no hay utilidad, pero hacen la utilidad en las buenas obras. Estas son las obras del Espíritu Santo. Ahora, oh pastor y padre de los pueblos, Dios te conceda que llegues a esa luz donde recibirás el conocimiento de la verdadera bienaventuranza.