Recapitulación de Isidoro en alabanza a los godos

El origen antiquísimo de los godos se remonta a Magog, hijo de Jafet, de quien también proviene la estirpe de los escitas. En efecto, los godos son de origen escita, y su nombre apenas difiere de aquel, pues, con la simple alteración y supresión de una letra, fueron llamados getas, como si fueran escitas. Habitaban las gélidas cumbres del septentrión, dominando junto a otros pueblos las montañas escitas y sus dominios. Expulsados de sus asentamientos por el ímpetu de los hunos, cruzaron el Danubio y se sometieron a los romanos. Pero, al no poder soportar sus agravios, se indignaron y eligieron a un rey de entre los suyos. Invadieron Tracia, devastaron Italia, sitiaron y tomaron Roma, penetraron en la Galia y, tras abrirse paso por los montes Pirineos, llegaron hasta Hispania, donde establecieron su morada y su reino.

Son un pueblo naturalmente ágil, de espíritu vivaz, confiado en la fuerza de su conciencia, robusto en cuerpo, de elevada estatura, de porte y presencia imponentes, diestros en el combate, resistentes a las heridas, según lo que el poeta dice de ellos: "Los getas desprecian la muerte cuando la herida es gloriosa." Tal fue la magnitud de sus guerras y la excelsa virtud de sus victorias, que la misma Roma, vencedora de todos los pueblos, cayó bajo el yugo de la cautividad y se vio sometida a los triunfos góticos. Aquella que había sido la señora de todas las naciones, les sirvió como esclava.

Todas las gentes de Europa temblaron ante ellos, las murallas de los Alpes cedieron a su paso. Incluso la tan temida barbarie vándala, que tanto terror inspiraba, no solo huyó ante su presencia, sino que se dispersó por el mero rumor de su llegada. Con la fuerza de los godos, los alanos fueron exterminados; los suevos, que hasta entonces habían permanecido confinados en inaccesibles rincones de Hispania, finalmente conocieron el peligro de la aniquilación a manos de los godos. Perdieron su reino, que hasta ese momento habían mantenido en una indolente inacción, y lo dejaron con mayor ignominia de la que tuvieron al poseerlo. De hecho, es sorprendente que lo conservaran tanto tiempo, considerando que nunca demostraron capacidad alguna para defenderlo.

¿Quién podría describir la grandeza de la fortaleza gótica? Mientras a muchas naciones solo se les permitió reinar a cambio de súplicas y tributos, a los godos, en cambio, la libertad les vino más de su destreza en el combate que de la paz solicitada. Allí donde se vieron forzados a la guerra, emplearon su fuerza más que sus ruegos. En el arte de la guerra han sido más que notables, pues no solo luchan con lanzas, sino también con jabalinas mientras cabalgan. Y no solo se valen de la caballería, sino que también combaten a pie. No obstante, confían más en la velocidad de su caballería, como lo expresa el poeta: "Los getas, ¿hacia dónde cabalgan?"

Su mayor deleite es ejercitarse en el uso de las armas y prepararse para la guerra. Los juegos de combate forman parte de su entrenamiento diario. Sin embargo, hasta hace poco tiempo carecían de experiencia en la guerra naval, pues nunca mostraron interés en los combates marítimos. Pero cuando el príncipe Sisebuto, por la gracia divina, tomó el cetro del reino, bajo su liderazgo alcanzaron tal nivel de destreza, que no solo conquistaron las tierras, sino que también extendieron su dominio a los mares con sus armas. Así, el ejército romano, sometido, les sirve como esclavo, al igual que todas las naciones que ven ahora a Hispania bajo su control.