ANTES DE LA RESURRECCION ES IMPOSIBLE

Pero si los muertos aspiran todavía a reunirse con sus cuerpos, como no puede negarse, o desean y esperan recibirlos, es evidente que no se han transformado del todo y que todavía les queda algo de sí mismo, por poco que sea, que distrae su atención. Mientras la muerte no queda absorbida por la victoria, y la luz perenne no invada los dominios todos de la noche, y la gloria no resplandezca en los cuerpos, las almas no pueden salir de sí mismas y lanzarse a Dios. Todavía están ligadas al cuerpo, no por la vida y los sentidos, sino por el afecto natural, Y sin él no quieren ni pueden poseer la perfección.

Así, pues, antes de la restauración de los cuerpos no se dará ese desfallecer del alma, que es su estado sumo y más perfecto; si el alma alcanzara su plenitud sin el cuerpo, no desearía ya jamás su compañía. De este modo, el alma siempre sale beneficiada: cuando deja el cuerpo y cuando lo vuelve a tomar. Por eso es cosa preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus justos. Si la muerte es preciosa, ¿qué será la vida, y tal vida? No hay que maravillarse que el cuerpo glorioso aumente la dicha del alma, si recordamos que cuando era frágil y mortal le ayudaba tanto. ¡Qué verdad más grande pronunció el que dijo: Que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman! Al alma que ama a Dios le sirve de mucho su cuerpo: cuando es débil, cuando está muerto y cuando descansa. Lo primero, para hacer frutos de penitencia; lo segundo, para su descanso; y lo tercero, para su consumación. Con razón no se considera perfecta sin él, pues en todos los estados colabora para su bien.

31. Bueno y fiel compañero es el cuerpo para el espíritu bueno: cuando le pesa, le ayuda. Si no le ayuda, le deja libre; o le ayuda y no le sirve de carga. El primer estado es ingrato, pero fecundo. El segundo es ocioso, pero nada penoso. Y el tercero es todo glorioso. Escucha cómo invita el esposo en el Cantar a subir por estos grados: Comed, amigos míos, y bebed, embriagaos, carísimos. A los que trabajan con el cuerpo les llama a comer; a los que descansan, privados del cuerpo, les invita a beber; y a los que vuelve a tomar el cuerpo les anima a que se embriaguen y les llama carísimos, es decir, llenísimos de caridad. A los otros les da solamente el nombre de amigos, porque gimen todavía oprimidos por el peso del cuerpo y son amados por la caridad que tienen. Y si están libres de los lazos de la carne, son tanto más amados cuanto más prontos y desembarazados están para amar. Con mucho mayor motivo que éstos, merecen llamarse y ser amadísimos los que han recibido la segunda estola, tomando de nuevo los cuerpos gloriosos. Se lanzan libres y ardientes a amar a Dios, porque nada tienen en sí mismos que les solicite o los demore. Esto no lo disfrutan los otros estados. En el primero se lleva el cuerpo con trabajo, y en el segundo se espera al mismo cuerpo con cierto deseo.

32. En el primero el alma fiel come su pan, pero con el sudor de su rostro. Permanece todavía en la carne y vive de la fe, que debe ser fecunda por la caridad, ya que la fe sin obras está muerta. Las mismas obras le sirven de alimento, como dice el Señor: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Después, despojado de la carne, no come el pan del dolor, sino que se le permite beber en abundancia el vino del amor, como suele hacerse después de las comidas. Pero no lo bebe puro, sino como dice la esposa del Cantar: He bebido de mi vino y de mi leche. El vino del amor está aún mezclado con el deleite de Dios. Es imposible que le alma se recoja toda en Dios y del afecto natural, que le impulsa a tomar nuevamente su cuerpo glorificado. El vino de la sana caridad la llena de calor, pero todavía no la embriaga, porque la fuerza del vino se rebaja con la mixtura de la leche. La embriaguez, además, suele perturbar el juicio y quitar la memoria. Y la que todavía piensa en la

resurrección del cuerpo no está enteramente olvidada de sí. Cuando éste aparezca resucitado -lo único que le falta-, ¿qué le impedirá salir de sí misma, lanzase toda hacia Dios y hacerse completamente desemejante de sí, porque se le concederá asemejase a Dios? Se le permite beber en la copa de la sabiduría, de la que se ha dicho: ¡Qué maravilloso es el cáliz que embriaga! ¿Cómo no va a saciarse de la abundancia de la casa de Dios, si está libre de todo cuidado y bebe con Cristo el vino puro y nuevo en la casa del Padre?

33. Este triple banquete lo brinda la sabiduría con el plato único de la caridad: alimenta a los que trabajan, da de beber a los que descansan y embriaga a los que reinan. Y así como en el banquete corporal se sirve antes la comida que la bebida, porque así lo pide el instinto, lo mismo sucede aquí. Antes de morir comemos del trabajo de nuestras manos, con esta carne mortal, teniendo que masticar lo que tomamos. Después de la muerte gozamos de la vida espiritual y comenzamos ya a beber, asimilando fácil y gustosamente lo que recibimos. Finalmente, resucitado ya el cuerpo, nos embriagamos de la vida inmortal y rebosamos de incalculable plenitud. Esto quiere decir el esposo en los Cantares; Comed, amigos míos, y bebed; embriagaos, carísimos. Comed antes de la muerte, bebed cuando ha llegado la muerte y embriagaos después de la resurrección.

Con razón llama carísimos a los ebrios de caridad, y ebrios a los que merecen ser introducidos en las bodas del Cordero, para que coman y beban en la mesa de su reino cuando presente a su Iglesia gloriosa, limpia de mancha y arruga y demás imperfecciones. Entonces embriaga a sus amigos y les da a beber en el torrente de sus delicias. Es aquel abrazo tan apretado y tan casto del esposo y de la esposa, cuyas aguas caudalosas alegran la ciudad de Dios. Lo cual, a mi parecer, no es otra cosa que el Hijo de Dios que pasa y sirve, como él mismo prometió, para que los justos se alegren, gocen y salten de júbilo ante Dios. Es saciedad que no cansa, curiosidad insaciable y tranquila, deseo eterno que nunca se calma ni conoce limitación, sobria embriaguez que no se anega en vino ni destila alcohol, sino que arde en Dios. Ahora es cuando posee para siempre el cuarto grado del amor, en el que se ama solamente a

Dios de modo sumo. Ya no nos amamos a nosotros mismo sino por Él, y Él será el premio de los que le aman, el premio eterno de los que le aman eternamente.