PRIMER GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE SE AMA POR SÍ MISMO

COMO la naturaleza es tan frágil y enfermiza, la propia necesidad le impulsa a amarse, en primer lugar a sí misma. Es el amor carnal, por el cual el hombre se ama a sí mismo antes que a ninguna otra cosa. Solamente se preocupa de sí mismo, como dice la Escritura: Primero es lo animal, después lo espiritual. Este amor no se intima con ningún precepto: es innato.

¿Quién aborrece su propia carne? Pero este amor suele deslizarse y derramarse en exceso, y no contento con seguir el cauce materno, se desborda e inunda los campos del placer. Inmediatamente le sale al paso, como fuerte dique, aquel otro precepto: Amarás al prójimo como a ti mismo. Es muy justo que quien participa de la misma naturaleza, participe también de la gracia, sobre todo de aquella gracia que viene con la naturaleza. Y si le resulta gravoso atender a las necesidades de los demás e incluso complacer sus caprichos, corríjase primero de los suyos propios, y así quedará libre de toda culpa. Compadézcase de sí mismo, todo lo que quiera, pero no se olvide de compadecer igualmente al prójimo. La ley de la vida y de la disciplina te impone el freno de la templanza, para que no corras tras la concupiscencia, y te pierdas; no sea que sirvas con los bienes naturales al enemigo del alma, que es el placer. Es mucho mejor y más honesto compartir estos bienes con el prójimo que con el enemigo. Si atiendes al consejo del sabio, y te apartas de las pasiones; si escuchas al Apóstol, y te contentas con tener lo necesario para comer y vestir; si no te pesa apartar tu amor, un poco al menos, de los deseos de la

carne que combaten contra el alma: estoy convencido de que eso que niegas a tu enemigo, lo compartirás sin dificultad con quien comparte su naturaleza contigo. Tu amor, entonces, será puro y bueno: lo que niegas a tus propios gustos, lo vuelcas en las necesidades de los hermanos. Y de este modo, el amor carnal se convierte en social, porque se extiende al bien común.

24. Pero ¿qué puedes hacer si, por compartir con el prójimo, vas a carecer tú hasta de lo necesario? Pedírselo, con plena confianza, al que da a todos con abundancia, al que abre su mano y colma de favores a todo viviente. Es imposible que no dé gustoso lo necesario el que tantas veces nos concede vivir en la abundancia. Además lo dice Él mismo: Buscad ante todo el reino de Dios, y todo eso se os dará por añadidura. Promete dar lo necesario al que se priva de lo superfluo por amor al prójimo. Buscar el reino de Dios e invocarle contra el dominio del pecado implica llevar el yugo de la sobriedad y de la templanza y no permitir que el pecado reine en tu cuerpo mortal. Y es de justicia compartir los bienes de la naturaleza con el que tiene tu misma naturaleza.

25. Mas para que el amor al prójimo sea perfecto, es menester que nazca de Dios, y que Él sea su causa. De otra suerte, ¿cómo podrá amar limpiamente al prójimo quien no le ame en Dios? Y no podrá amarle en Dios si no ama a Dios. Conviene, pues, amar primeramente a Dios, para amar al prójimo en Él. Dios se hace amar, y hace amables todas las cosas. Porque creó la naturaleza y la conserva. La creó de tal modo, que necesita continuamente ser atendida por su mismo Creador. Sin Él no pudo existir, ni puede subsistir. Para que la criatura lo sepa, y no se atribuya con soberbia los beneficios recibidos, el mismo Creador prueba al hombre con el saludable misterio de la tribulación. Esa prueba le hace desfallecer, pero Dios le auxilia y le libera: así Dios es glorificado, como merece, por el hombre. Porque lo vemos escrito: Invócame en el día de la angustia, yo te libraré, y tú cantarás mi gloria. De esta manera, el hombre carnal y animal, que sólo sabía amarse a sí mismo, comienza a amar también a Dios por su propio interés: experimenta

con frecuencia que en Él puede todo lo que es bueno, y sin Él no puede nada.