Experiencias de un teólogo católico

Después de recibir tantos elogios, me siento un poco atemorizado, ahora que tengo que ser yo quien haga uso de la palabra. Pero lo intentaré. El programa de este congreso anuncia que el tema del que voy a tratar son las Experiencias de un teólogo católico. No me refiero con ello ni a experiencias muy personales ni a experiencias íntimas, que corresponden más bien a una biografía que no se escribirá jamás. Tampoco me refiero —o no me refiero en primer lugar— a experiencias eclesiales, de política eclesiástica o de naturaleza clerical, que, como experiencias mías, me parecen muy insignificantes, y de las cuales, por tanto, no voy a hablar hoy.

Me refiero a las experiencias de un teólogo o, mejor dicho, de una persona a quien se dio el encargo de ser teólogo, pero la cual no sabe demasiado si ha hecho justicia a ese encargo, procediendo la duda no tanto de una insuficiencia humana universal, sino más bien de la exigencia excesiva que es esencialmente inherente a todo empeño teológico, porque ese empeño ha de hablar acerca de la inefabilidad de Dios.

Pues bien, al hablarse aquí y ahora de «experiencias» hay que hacer constar desde un principio que se trata de enunciados teológicos que pretenden ser objetivos, pero que, a pesar de todo, no desean negar en absoluto que en su selección haya habido alguna subjetividad, sino que la confiesan abiertamente.