La existencia de órdenes religiosas
Y LA PLURALIDAD DE LA TEOLOGÍA HOY
Mencionemos una tercera experiencia, elegida también al azar. Cuando antes un teólogo, como miembro de una orden religiosa y parte de una familia con una determinada espiritualidad que la diferenciaba de la de otras órdenes, cultivaba la teología, ésta estaba marcada de manera muy directa y palpable por dicha orden religiosa. Las grandes órdenes religiosas, como los benedictinos, los dominicos, los franciscanos y los jesuitas poseían cada una su propia teología, que quedaba reflejada como tal. La cultivaban, se diferenciaban de otras orientaciones teológicas, poseían -con aprobación de la Iglesia- sus grandes maestros, denominados maestros de la Iglesia, los iniciadores de sus sistemas escolásticos, y se sentían orgullosos de su propia teología.
En principio, no hay nada que objetar, siempre que estas diferencias no conduzcan, como sucedía anteriormente con frecuencia, a obstinadas y partidistas controversias entre las escuelas. Hoy día creo que no sucede lo mismo que antes. Según lo dispuesto en mi orden religiosa, debería ser, por ejemplo, un partidario de la denominada scientia media, y tendría que rechazar y combatir, por tanto, la doctrina sostenida por el Tomismo sobre la gracia en tiempos del Barroco. Semejantes teologías que llevan una clara impronta de una orden religiosa ya no se encuentran hoy día y ya no pueden existir. Los planteamientos de las cuestiones, el material teológico con el que hay que trabajar, el peso que tiene actualmente la teología bíblica y los resultados de una historia, más objetiva, de los dogmas y de la teología hacen que simplemente sea imposible que personas razonables sean los seguidores de la teología escolástica clara y tradicional de una determinada orden religiosa. Las diferencias reales en materia de teología entrecruzan las fronteras de las distintas órdenes religiosas.
Sin embargo, por evidente que sea, no significa ni de lejos que la teología de un religioso de una orden determinada no tenga nada que ver con la peculiaridad de la vida y de la espiritualidad de su orden religiosa. Yo, por ejemplo, espero que el gran fundador de mi orden religiosa, Ignacio de Loyola, me permita que en mi teología se aprecie un poquito de su espíritu y de la espiritualidad propia de él. ¡Al menos, así lo espero! Opino incluso, algo inmodestamente, que en ciertos puntos estoy más cerca de Ignacio que la gran teología jesuítica de los tiempos del Barroco, que no siempre, en puntos que no dejaban de ser importantes, hizo suficiente justicia al existencialismo (si se me permite llamarlo así) de Ignacio. Si el comunista Ignazio Silone, con ocasión de mi cumpleaños, me dedicó una de sus obras escribiendo de su puño y letra el lema:
Unum in una spe: libertas, entonces, en mi calidad de jesuita, quizás pueda pensar que, en la sobriamente grandiosa oración final de los Ejercicios espirituales, allá donde Ignacio se entrega de manera total y plena a Dios, él sitúa la libertad por delante de la terna agusti-niana (memoria, entendimiento y voluntad). No creo que haya sido meramente una casualidad la elección de las palabras y la retórica, pero tampoco creo que la teología tradicional de los jesui-tas haya tomado esto completamente en serio; no sé si ello ha quedado reflejado realmente mejor en mi teología, pero al menos lo he intentado.
En todo caso, en mi condición de jesuita, no me siento precisamente ligado a una estricta teología de escuela, y menos aún a una determinada filosofía escolástica. En su totalidad, he apreciado más la filosofía tomista interpretada por Maré-chal que el Suarismo, en el que me formé primeramente. Claro está que, a semejante filosofía y teología actuales, tal como traté de cultivarlas, se les puede hacer el reproche de que no han llegado más allá de un eclecticismo. Pero ¿dónde existen en el mundo una filosofía y una teología sistemáticas, a las que no se pueda hacer sospechosas de eclecticismo, porque sean de diferente procedencia las fuentes de inspiración que puedan verse en ellas? ¿Y qué otra manera habría de cultivar la teología actualmente, si no es mediante la confrontación lo más amplia posible y el diálogo lo más amplio posible con toda la multitud, hoy día enormemente diferenciada, de las ciencias antropológicas? ¿Cómo podría entonces evitar el reproche de eclecticismo una teología que trate de escuchar en todas direcciones y que quiera aprender de todas partes?
Evidentemente soy consciente de que en mi teología hay quizás muchísimas cosas que no encajan con plena claridad, todo lo que se dice en ella, porque una persona, dado el pluralismo original de las fuentes de sus conocimientos, no está, ni mucho menos, en condiciones de efectuar una reflexión adecuada y plena sobre la coherencia de sus proposiciones. Por eso, un teólogo podrá pedir úni-gran repercusión sobre la filosofía escolástica alemana y asimismo sobre la teología protestante del siglo xvii. camente a sus amigos y a sus adversarios que miren con benevolencia su teología, que consideren como más importantes los enfoques, las tendencias fundamentales, los planteamientos de los problemas que los «resultados» obtenidos, porque éstos, al final, no podrán llegar nunca a ser realmente definitivos.