- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
La sagrada y divinamente transmitida sabiduría, que el Espíritu Santo, por cuya inspiración hablaron los santos hombres de Dios, se ha dignado impartirnos, rebosa con una vena tan rica en sentidos arcanos y místicos, así como en riquezas más conocidas y manifiestas, que, como un inmenso mar siempre inagotable y como un abismo interminable, nunca ha permitido ser limitada, sino que siempre ofrece un vastísimo espacio para la exploración, no solo ha ejercitado las mentes de los hombres más ilustres, quienes han dedicado no poco esfuerzo en explicarla, sino que también ha afectado con muchos trabajos, aunque no sin éxito, a los más recientes que han emprendido la tarea de explicarla; y ha dejado también a las generaciones futuras muchos aspectos por elaborar y descubrir. Porque, siendo divinamente inspirada, supera tanto más sublimemente incluso las mentes más ingeniosas de los hombres, cuanto los propios hombres son inferiores a la palabra de Dios, que es la fuente excelsa y el origen perenne de esta sabiduría. De aquí también se deriva que la Sagrada Escritura, bajo una letra única y simple, contiene múltiples y variados sentidos tanto manifiestos como ocultos y arcanos; ya que su autor es Dios, quien abarca todo con su intelecto, los santos hombres de Dios, en la medida en que han bebido de la sacratísima fuente del intelecto divino las corrientes de los Sagrados Discursos, nos han hablado y transmitido en monumentos escritos. Pues primero fueron derivadas de la inteligencia divina y su sabiduría, a través de especies divinamente impresas, como un río que fluye de una fuente inagotable y perenne, imbuyendo sus mentes, consagradas a Dios e iluminadas por la luz divina; y a través de ellos, ha llegado a nosotros, quienes leemos en el libro de la Sagrada Escritura lo mismo que ellos primero obtuvieron.
Nosotros, pues, al perseguir con diligente investigación los varios y múltiples sentidos de la Sagrada Escritura, ponemos como fundamento primero que hay una doble inteligencia de las Sagradas Letras: una literal y más manifiesta; y otra espiritual, mística y más secreta. De las cuales así dice el gran Dionisio Areopagita que hay una doble tradición de los teólogos: una arcana y mística, y otra manifiesta y más conocida; y una es significativa y perfeccionante, y la otra estudiosa de la sabiduría y demostrativa. Por lo tanto, la Sagrada Escritura se dice libro escrito por dentro y por fuera, como leemos en Ezequiel: “He aquí una mano extendida hacia mí en la que había un libro enrollado, y lo extendió ante mí, el cual estaba escrito por dentro y por fuera”; y en el Apocalipsis: “Vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera”. La escritura exterior es el entendimiento de la letra; la interior, el sentido es arcano y místico.
La razón de esta doble inteligencia es la siguiente. En efecto, a las Sagradas Escrituras no solo se les atribuye el sentido que significan las palabras, lo cual es común a cualquier ciencia; sino que las cosas mismas, significadas por las palabras, designan también otra cosa, lo cual es peculiar de las Sagradas Letras. Dios, en efecto, su autor, no solo adapta perfectamente las palabras para significar, sino que también hace que las mismas cosas sean significativas de otras cosas. Aquella significación que es propiamente de las palabras produce la primera inteligencia; la otra, que es de las cosas, engendra la posterior. Por la disposición y razón ordenadísima de Dios, se actuó de modo que las Sagradas Letras, dotadas e insufladas con esta doble inteligencia, se transmitieran en los arcanos de sus misterios, riquísimas en la altura de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios y en la incomprensibilidad de los juicios de Dios y en la investigabilidad de sus caminos, siempre ocultísimos y profundísimos, para que los sagrados misterios no fueran accesibles a los indignos. Pues es sacrilegio, como testifican las Sagradas Escrituras, arrojar el precio inestimable de las perlas espirituales y las inmensas riquezas a los cerdos para que las pisen con sus pies.
Además, conviene que la Sagrada Escritura hable de manera que la humildad de la letra y la afabilidad de su estilo sean accesibles a todos, para que con un lenguaje humilde alimente a los pequeños, con la verdad nutra también a los grandes, con la altura ridiculice a los soberbios y a los sabios entre los hombres, y con la profundidad finalmente aterre a todos y los mantenga siempre atentos y perpetuamente ejercite su estudio.
Tal es la profundidad de las Escrituras cristianas que en ellas progresaríamos cada día si, desde la juventud hasta la senectud más avanzada, nos esforzáramos por aprenderlas con el mayor ocio, el máximo estudio y el mejor ingenio. Quedan tantas y tan múltiples cosas que entender bajo las múltiples sombras de los misterios, tanto en las palabras con las que están dichas como en las cosas que deben ser entendidas, en las que se oculta la profundidad de la sabiduría, que a los más viejos, los más agudos y los más ardientes de deseo de aprender les ocurre lo que dice la misma Escritura en un lugar: “Cuando el hombre ha terminado, entonces comienza”. Pues cuando consideramos la inteligencia de las Sagradas Historias en cierta sublimidad de su sentido, estos mismos sentidos, cuando comienzan a ser considerados y expresados con más sutileza, engendran otros más múltiples y sutiles; también se ocultan en las Sagradas Letras las profundidades de los misterios para que no se desprecien, sino que se busquen continuamente, de modo que ejerciten y finalmente se revelen para que alimenten. Pues la profundidad de la palabra de Dios ejercita de tal modo el estudio que no niega el entendimiento.
No todo está cerrado, de modo que no haya nada de donde se revelen las cosas oscuras, sino que en ciertos lugares de las Escrituras se nos ejercita para que busquemos, y en otros lugares manifiestos se nos ilumina para que veamos y podamos encontrar las cosas oscuras que buscamos, de modo que de allí seamos dulcemente alimentados.
Orígenes aporta otra congruencia de esta doble inteligencia, diciendo así: “Así como en los últimos días la palabra de Dios, revestida de carne de María, salió a este mundo, y una cosa era lo que se veía en él, y otra lo que se entendía — pues el aspecto de la carne se mostraba a todos, pero a pocos y a los elegidos se daba el reconocimiento de la divinidad —; así también porque la palabra de Dios es transmitida a los hombres por los Profetas o el Legislador, no se presentará sin documentos apropiados. Pues así como allí estaba cubierta con el velo de la carne, así aquí se cubre con el velo de la letra: de modo que la letra se vea como la carne, pero el sentido interior latente se sienta como la divinidad”.
Puesto que hemos establecido este doble sentido de la Escritura, conviene ahora explicar cuál es el sentido literal y cuál el espiritual y místico. Llamamos sentido literal a aquel que el autor de la Escritura quiso significar en primer lugar mediante palabras o nombres, tomados propiamente o metafóricamente, ya sea relatando un hecho pasado o futuro, indicando una verdad de fe, demostrando una verdad, ordenando o prohibiendo algo, instruyendo sobre los modales, atrayendo con promesas o conmoviendo los corazones de los hombres con amenazas y terrores. El sentido místico o espiritual, en cambio, es aquel que el Espíritu Santo quiso significar mediante los hechos pasados o futuros. Pero antes de abordar la explicación del sentido místico, debemos aclarar y explicar el sentido literal.
Decimos, pues, que el sentido literal no es solo aquel que se significa con palabras y nombres tomados propiamente, de modo que aquel que se designa con palabras y nombres tomados metafóricamente se considere espiritual y místico; sino que el sentido literal es aquel que el Espíritu Santo afirma en primer lugar mediante palabras y nombres, ya sean tomados propiamente o metafóricamente; de donde se deduce que el sentido parabólico o metafórico, o cualquier locución irónica, hiperbólica, enigmática u otra tropológica o figurada, que no deben tomarse en su propiedad, sino que en ellas se debe entender una cosa por otra, pertenece al sentido literal; de otro modo, muchos pasajes de las Sagradas Escrituras carecerían de sentido literal y serían considerados falsedades y fábulas indocumentadas, como cuando leemos en el libro de los Jueces que Jotán se puso de pie sobre el monte Garizim y dijo: "Los árboles fueron a ungir un rey sobre ellos; y dijeron al olivo: 'Reina sobre nosotros'. Pero el olivo respondió: '¿Debo dejar mi aceite, que usan los dioses y los hombres, y venir a ser promovido sobre los árboles?'". Y así sucesivamente, lo que se dice del higo, la vid y el espino. ¿Quién no consideraría estas cosas fábulas vacías e ineptas si se entendieran literalmente, como se presentan? Pero estos árboles son los hombres de Siquem, como él mismo lo explicó. De manera similar, en otras parábolas y locuciones tropológicas y en muchísimos esquemas de las Sagradas Escrituras, que se encuentran dispersos por todas partes.
Por tanto, el sentido literal es el que primero pretende el autor, ya sea que la locución sea simple o tropológica. De donde se distingue que hay múltiples sentidos literales; uno según la historia, otro según la etiología, otro según la analogía, y finalmente otro según la alegoría, ya sea una locución tropológica o figurada. Según la historia, cuando el narrador relata algo que ha sucedido o sucederá, o no ha sucedido o no sucederá; según la etiología, cuando se muestra qué, por qué causa, ha sido hecho o dicho; según la analogía, cuando se demuestra que los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, no se contradicen; según la alegoría, cuando se enseña que ciertas cosas escritas no deben tomarse literalmente, sino entenderse figurativamente. De estos modos han hecho uso nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles y otros Santos, escritores de las Sagradas Páginas. Pues de la historia se ha tomado aquel ejemplo cuando se objetó a Cristo que sus discípulos arrancaban espigas en día de sábado: "¿No habéis leído", dijo, "lo que hizo David cuando tuvo hambre?" etc. — A la etiología pertenece aquello cuando Cristo prohibió que una mujer fuera despedida, excepto por causa de fornicación, y se le objetó que Moisés permitió dar una carta de divorcio: "Esto", dijo, "Moisés lo hizo por la dureza de vuestros corazones". Aquí se da la causa de por qué Moisés permitió eso temporalmente. — Según la analogía, donde se percibe la congruencia de ambos Testamentos, en muchos lugares es evidente, cuando los Apóstoles y Evangelistas traen testimonios del Antiguo Testamento para probar los misterios del Nuevo Instrumento. — Según la alegoría, se ve esparcida en toda la Sagrada Escritura en parábolas, metáforas, enigmas y otros esquemas y locuciones tropológicas.
Sin embargo, dado que el sentido parabólico es el principal y más frecuente en la Sagrada Escritura, consideramos valioso ofrecer algunas reflexiones al respecto. La parábola es una comparación de cosas diferentes mediante cuya comparación se entiende de manera más clara y grata el asunto que se pretende explicar; παραβολή en griego es lo mismo que similitud en latín. En las Escrituras Sagradas se usa la parábola cuando el autor de la Escritura quiere insinuar algo en asuntos espirituales y divinos mediante ciertas comparaciones simbólicas, que el Espíritu Santo ha compuesto en los Divinos Discursos, para que a través de similitudes corporales podamos captar más fácilmente las cosas celestiales. Pues, como testifica San Dionisio Areopagita, es imposible para nosotros que "el rayo divino brille de otro modo que no sea cubierto por la variedad de velos sagrados". El sentido parabólico no es el que expresan las palabras tomadas parabólicamente, sino aquel que quien presenta la parábola intenta expresar bajo su velo y símbolo, como cuando se dice: "Un hombre hizo una gran cena, etc." y "Salió el sembrador a sembrar, etc.". El sentido literal no es lo que se narra en esas historias como tales, sino lo que Cristo explicó al exponer las parábolas. Así, toda parábola manifiesta de manera tropológica y simbólica la naturaleza de alguna cosa.
Sin embargo, no se requiere que se asemeje exacta y completamente a la cosa por la cual fue asumida; es más, a veces se toma de cosas completamente disímiles, como cuando Cristo quiso enseñarnos que debemos orar continuamente y no desmayar en la oración para vencer a los enemigos y buscar la justa venganza contra ellos, tomó la parábola de la viuda y el juez injusto, quien, aunque no temía a Dios ni respetaba a los hombres, sin embargo, vencido por una cierta importunidad, finalmente cedió a las insistentes interpelaciones de la viuda y la vengó de sus adversarios. ¿Acaso Dios es similar al juez injusto? Pero lo que se insinúa mediante esta parábola es que Dios no desprecia las súplicas de los suplicantes y finalmente las escucha y concede lo que se pide. Por lo tanto, no se debe investigar con demasiada curiosidad las partes individuales de las parábolas ni angustiarse con excesivo cuidado por cada palabra; sino que, una vez conocido lo que se pretende expresar con la parábola, deben explicarse las partes que parecen útiles para el propósito. En cuanto a las demás, no es necesario investigarlas con curiosidad, sino que deben omitirse como si no contribuyeran al propósito, sino que solo sirven para tejer la parábola. Pues no todas las cosas que se narran, según la opinión de San Agustín, deben considerarse significativas; sino que, debido a aquellas que tienen significado, se añaden también las que no tienen significado; como el arado, con el que se cultiva la tierra; aunque solo el arado propiamente dicho abre la tierra, para que esto pueda hacerse, también son necesarias las demás partes del arado; y solo las cuerdas en las cítaras y otros instrumentos musicales se ajustan para el sonido, pero para que puedan ajustarse, existen también otras partes en las estructuras de los instrumentos, que no son golpeadas por los músicos, pero están conectadas con aquellas que son golpeadas y resuenan. Así como en las imágenes y estatuas las similitudes no corresponden en todos los aspectos a aquello a lo que se refieren, ya sea en el plano sin relieves, o en la estatua con relieves, pero no intrínsecamente. Así, cuando se dice que el reino de los cielos es semejante a algo, se dice que es semejante no en todos los aspectos que están presentes en aquello con lo que se compara, sino solo en algunos que contribuyen a la razón asumida.
Es necesario saber que las parábolas se presentan de varias maneras: a veces mediante una palabra de semejanza o comparación, como "El reino de los cielos es semejante a...", en muchos lugares; a veces mediante un adverbio de semejanza: "como", "del mismo modo que", "igual que", "a semejanza de", "como si"; de esta clase son: "Fluya como el rocío mi discurso"; "Como flechas en la mano del poderoso"; "Será como un árbol plantado junto a corrientes de aguas"; "Como el ciervo anhela las corrientes de agua"; "¿Quiénes son estos que vuelan como nubes y como palomas a sus ventanas?", y otros similares. A veces, sin embargo, se presentan de tal manera que no se expresa la semejanza, sino solo la parábola; de esta clase son: "Saldrá una vara del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces crecerá", etc.; "En aquellos días los montes destilarán dulzura y los collados fluirán leche y miel"; "Los montes llevarán paz al pueblo y los collados, justicia". De esta clase son las más frecuentes en las parábolas de Salomón, y Cristo frecuentemente hablaba en este tipo de parábolas a las multitudes, las cuales luego explicaba aparte a sus discípulos. De esta clase es lo que se dice en el Evangelio: "Si tu ojo... o tu mano, o tu pie te hace pecar, etc."; pues es una locución figurada.
Habiendo establecido estas cosas sobre el sentido literal, pasemos al sentido espiritual y místico. La inteligencia arcana y mística de las Sagradas Escrituras, que se basa en el sentido literal, es triple: tropológica, alegórica y anagógica. Pues en cuanto en la Sagrada Página se narran hechos de hombres, ya sean buenos y santos, o malas obras e injustas, se nos propone como ejemplo qué debemos hacer o evitar para vivir justa y santamente; este es el sentido tropológico. En cuanto las cosas ocurridas en el Antiguo Testamento expresan un tipo y figura de aquellas que son de Cristo y de la Iglesia en el Nuevo Testamento, ya que todas estas cosas les acontecían en figura, como dice el Apóstol, este es el sentido alegórico. En cuanto las cosas que ocurren en la Iglesia presente son ejemplares de las celestiales, este es el sentido anagógico. De estos debemos tratar algunos puntos por separado en el orden propuesto.
El sentido tropológico de las Sagradas Escrituras es, por tanto, cuando acomodamos los mismos Divinos Discursos para reformar, corregir e instruir los modales de los hombres, como cuando se dice: "Que tus vestiduras sean siempre blancas y que no falte el aceite sobre tu cabeza"; es decir, que tus obras sean puras y que la caridad nunca falte en tu mente. También, por ejemplo, cuando convertimos la historia de Lot en una enseñanza contra la ebriedad y la lujuria; o las lágrimas amargas de Pedro para recomendar las lágrimas de los penitentes, que son como agua bendita con la cual se lavan las almas de los pecadores; este es el sentido tropológico o moral, que es lo mismo, pues en griego τρόπος significa tanto esquema y modo como vida y modales, y está muy cercano al sentido literal.
Frecuentemente, y muy a menudo, en la misma historia se indican de paso cosas que contribuyen a los buenos modales; por lo cual, muy a menudo la historia lleva consigo la tropología, al modo de una imagen o estatua pintada, esculpida o modelada con el mayor cuidado, arte y diligencia, en la cual se muestra a la vez la obra y lo que hay en ella de excelente y digno de admiración e imitación por parte de todos los espectadores. Así, cuando se narra la historia de Abraham recibiendo a tres hombres como huéspedes, se nos recomienda la hospitalidad tanto en el servicio como la caridad ferviente y la humildad; y cuando, por orden de Dios, ofrece a su único y amadísimo Hijo en holocausto, se demuestra claramente que a Dios se le debe obedecer en todo, aun en lo más arduo y difícil. Además, el sentido tropológico sigue tan de cerca al sentido literal, que en muchos lugares de la Escritura el sentido tropológico es el mismo que el sentido literal, como en: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas... y a tu prójimo como a ti mismo"; todos los mandamientos del Decálogo y muchos lugares de la Escritura, en los que se instruyen los modales, especialmente en los libros Sapienciales, en los escritos del Evangelio y de los Apóstoles y en casi toda la serie del sagrado Canon, ya que el fin del mandamiento es la caridad, que pertenece a la práctica.
Ahora sobre el sentido alegórico. La alegoría es una expresión en la que usamos palabras que se desvían de su significado propio para significar otra cosa, o ciertamente a través de las cosas significadas propiamente entendemos algo más. Por eso se llama alegoría, porque muestra una cosa con las palabras y otra con el sentido; de donde ἀλληγορία en griego puede interpretarse como inversión en latín.
Es necesario saber que la alegoría en primer lugar no es simple, sino doble: una, que se refiere a la locución figurada y es una especie de tropo, y esta propiamente se llama inversión; pues el tropo, según la definición de las palabras, es la mutación de una palabra o expresión de su significado propio a otro con un cierto poder: esta alegoría pertenece al entendimiento literal y es la que hemos mencionado antes y se contiene en la parte de la notificación anterior. – La otra alegoría es la que se refiere al sentido arcano y más secreto y místico, que se contiene en la otra parte de la descripción y es cuando en las cosas primero entendidas en el significado de las palabras, que es el entendimiento primero pretendido por el autor, el Espíritu Santo quiere que entendamos otra cosa en ellas y a través de ellas. El Apóstol aporta este ejemplo de esta inteligencia mística, diciendo: "Está escrito... que Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre; y el que era de la esclava nació según la carne, pero el de la libre nació por la promesa: lo cual es dicho por alegoría". Pues el Apóstol refiere esto a los dos Testamentos.
Cuando, por tanto, la Sagrada Escritura narra que Abraham tuvo dos hijos, toda esa historia, tal como está tejida, pertenece al sentido literal, con las palabras aceptadas propiamente; pero si mediante lo que se dice se entienden los dos Testamentos, es una alegoría mística. Lo mismo debe decirse de la historia de Abel y Caín, de Noé, el arca y el diluvio; pues Abel representa el tipo de Cristo, y el arca a la Iglesia.
En las alegorías, sin embargo, es necesario y siempre se debe mantener firmemente la verdad de la historia; por lo tanto, primero se debe establecer el fundamento verdadero de la letra, para que la letra no se base en un fundamento falso. Pues toda la estructura de la alegoría se derrumbará si no se mantiene firmemente la verdad de la historia, como en la historia del paraíso terrenal, del diluvio y del arca, de José vendido por sus hermanos, de Sansón, de David y Goliat, de Jonás, etc. Sobre estos se pueden fundar múltiples y bellísimas alegorías, pero siempre se debe mantener la verdad de la historia. Sin embargo, será lícito para cada uno formar una alegoría sobre la letra, siempre que sea congruente con la piedad y no disienta de otro lugar de la Escritura; lo mejor será si puede comprobarse por otro lugar de la Escritura. Sin embargo, debe evitarse que parezca forzada y de alguna manera aplicada violentamente a la letra, sino que sea la que más concuerde con la historia; pues es indecoroso presentar una alegoría forzada, violenta y distorsionada.
Sin embargo, no es necesario deducir minuciosamente todo lo que se dice en la historia a la alegoría, sino que solo deben tomarse las cosas que sean suficientes para explicar la alegoría en ese lugar. Pues cuando el Apóstol refiere los dos hijos de Abraham a los dos Testamentos, no podemos interpretar minuciosamente en este sentido alegórico todo lo que se dice en esa historia; y cuando hablando de Adán y Eva dice a los Efesios: "Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio, pero yo hablo de Cristo y de la Iglesia", no estamos obligados a referir alegóricamente toda la génesis del mundo y la condición de los hombres a Cristo y a la Iglesia. Así también cuando el mismo Apóstol dice: "Bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo", no estamos obligados a referir todo el libro del Éxodo a Cristo; pero cada lugar recibirá una inteligencia espiritual diversa según la historia diversa.
Pero ascendamos ahora al sentido anagógico.
El sentido anagógico, por su parte, es aquel que lleva a las cosas superiores; ya que anagogía viene de ἀνά, que significa "arriba", y γωγή, que significa "conducir". Se da cuando trasladamos los lugares de la Sagrada Escritura a los preceptos y misterios de las figuras celestiales más secretas y sagradas, elevando el espíritu a la felicidad celestial; como cuando leemos que Enoc, el séptimo desde Adán, fue trasladado del mundo, entendemos que prefigura el sábado de la futura felicidad, que está reservado para los elegidos al final, después de las buenas obras de este siglo, que se realizan en seis edades. Así también, mediante la santificación del séptimo día y el descanso de toda obra servil, elevamos el espíritu a la felicísima y beatísima paz de la eterna felicidad en Dios supremo; así también en la historia de la tierra prometida, que fluye leche y miel, en la cual, después de una larga y laboriosa peregrinación por desiertos áridos e incultos, los hijos de Israel ingresaron, entendemos la tierra de los vivientes en el cielo, prometida a nosotros después de los múltiples trabajos, pasiones y luchas de la vida presente. En la historia del paraíso terrenal también entendemos el paraíso de las delicias eternas e incorruptibles. Así, la anagogía eleva el espíritu a las cosas celestiales y divinas.
Estos cuatro sentidos de las Sagradas Escrituras, literal, tropológico, alegórico y anagógico, se encuentran generalmente en una y la misma letra; como cuando leemos "agua", entendemos según la letra uno de los cuatro elementos, como: "Reúnanse las aguas en un solo lugar"; pero en sentido tropológico, el agua indica tribulaciones, como expresó el Profeta inspirado por el Espíritu divino, diciendo: "Pasamos por fuego y por agua, y nos sacaste a un lugar de refrigerio"; y: "Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta mi alma"; alegóricamente, el agua designa el santísimo sacramento del Bautismo, como aquel admirable Profeta mostró maravillosamente con estas palabras: "Derramaré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias". Así también alegóricamente significa gracia y caridad, como: "El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que será en él una fuente de agua que salta para vida eterna". Finalmente, según la anagogía, el agua expresa la eterna bienaventuranza, según Jeremías: "Me han dejado a mí, fuente de agua viva, y han cavado para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua". Así también en sentido anagógico representan el Espíritu Santo, como: "El que cree en mí... de su interior correrán ríos de agua viva". Pero esto decía del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él.
De manera similar, encontramos estos cuatro sentidos en la palabra Jerusalén: literal, si se refiere a una cierta ciudad de Palestina, que primero fue edificada por Melquisedec, luego ampliada por Salomón y maravillosamente fortificada; según la tropología, significa el alma fiel, en la cual por gracia hay visión de paz, es decir, contemplación de las cosas eternas, de la cual se dice: "Alaba, Jerusalén, al Señor, alaba a tu Dios, oh Sion"; y por Isaías se dice: "Sacúdete del polvo, levántate y siéntate, Jerusalén; desata las cadenas de tu cuello, cautiva hija de Sion, porque... fuisteis vendidos sin precio y sin dinero seréis redimidos"; alegóricamente expresa la Iglesia militante, como: "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una esposa adornada para su marido"; finalmente, en sentido anagógico, representa la Iglesia triunfante, como: "Pero la Jerusalén de arriba, que es libre, es la madre de todos nosotros". Así también el templo en la Sagrada Escritura, según la historia, es la casa de Dios que Salomón edificó; tropológicamente, cada uno de los fieles es llamado templo de Dios, como: "¿No sabéis que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros?" alegóricamente representa el cuerpo de Cristo, del cual dice: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré", pero él hablaba del templo de su cuerpo; o bien la Iglesia de Dios, como: "El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros"; por anagogía expresa la morada del gozo supremo, a la que aspiraba quien decía: "Bienaventurados los que habitan en tu casa, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos"; así se dice: "El Señor está en su santo templo, el Señor tiene su trono en el cielo".
Estos cuatro tipos de exposiciones, según la cuádruple inteligencia observada por Cristo y los Apóstoles y demostrada a nosotros, los conocemos según lo testifica la Escritura: la histórica, como cuando el Señor vino a Nazaret y entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de reposo y expuso la profecía de Isaías, y los nazarenos se maravillaban y decían: "¿No es este el hijo de José?" El Señor respondió, diciendo: "Sin duda me diréis este proverbio: Médico, cúrate a ti mismo; todo lo que hemos oído que se ha hecho en Capernaúm, hazlo también aquí en tu patria". Y además: "De cierto os digo que ningún profeta es acepto en su patria. En verdad os digo, muchas viudas había en los días de Elías en Israel, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; y ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio". Todo esto el Señor lo trajo de la historia.
El mismo Señor aplicó el sentido tropológico cuando, narrando la historia de los ninivitas y la llegada de la reina del sur a Salomón, reprochó las costumbres perdidas de los judíos: "Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación y la condenarán, porque se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí, uno mayor que Jonás está aquí. La reina del sur se levantará en el juicio con esta generación y la condenará, porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí, uno mayor que Salomón está aquí".
Dio un ejemplo de exposición alegórica cuando, hablando a los judíos, dijo sobre Juan el Bautista: "Elías ciertamente vendrá y restaurará todas las cosas. Pero os digo que Elías ya vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; pues Elías es Juan". Con estas palabras quiso significar que Elías en el Antiguo Testamento fue tipo de Juan, que vino en el espíritu y poder de Elías.
San Pablo usó manifiestamente la exposición anagógica en su carta a los Hebreos, cuando adaptó la tierra prometida a los patriarcas a la promesa de la gloria divina; pues dice: "Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida, como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios", donde demuestra que la tierra tan deseada por los Patriarcas y buscada con tantas peregrinaciones no es aquella visible y terrena región de Canaán, sino la futura patria invisible y celestial, que tiene mejores fundamentos, cuyo arquitecto es Dios, y la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celestial, que es libre, que es nuestra madre, adornada con muchos millares de ángeles; pues sabían que no tenían aquí una ciudad permanente, por lo que buscaban la futura.
Finalmente, es necesario advertir que sobre una misma letra pueden formarse varios sentidos místicos; como la historia del paraíso de las delicias; ese paraíso es tipo tanto de la Iglesia militante como de la triunfante y, por tanto, se fundan sobre él el sentido alegórico y anagógico. Así, el maná es tipo del cuerpo del Señor, del sermón evangélico, de la gracia y la caridad; David venciendo a Goliat es tipo de Cristo derrotando al diablo y del hombre justo subyugando la soberbia de la carne. Del mismo modo se puede decir de las historias de Sansón, de la tierra prometida, de la ciudad de Jerusalén, del arca y el tabernáculo, del templo del Señor, etc.; de donde se derivan diversas inteligencias místicas y arcanas. Incluso, muchas veces se derivan inteligencias espirituales diversas y opuestas de un mismo lugar. Pues el león significa tanto a Cristo, que es el león vencedor de la tribu de Judá, como al diablo, que ronda buscando a quien devorar como león rugiente; y la oveja a veces significa al hombre inocente y justo, otras a Cristo y a los santos y elegidos; a veces también al necio y pecador, errante como la oveja perdida. Así, la serpiente ahora designa la prudencia, ahora el pecado detestable; y la serpiente de bronce levantada en el desierto prefiguró a Cristo elevado en la cruz. Así también las aves del cielo se toman a veces en sentido bueno, a veces en sentido malo. Esto ocurre debido a las múltiples y diversas propiedades que se encuentran en una misma cosa, de las cuales se derivan las inteligencias místicas. Y con esto basta sobre el múltiple sentido de las Sagradas Escrituras.
Pero quien quiera tratar estos sagrados sentidos de las Divinas Escrituras, debe comenzar con la oración, para que el Espíritu Santo, por cuya iluminación hablaron los santos hombres de Dios, se digne asistirnos, para que, guiados por Él, alcancemos los mismos sentidos que quiso que se comprendieran en las Escrituras, y no sigamos las fantasías de nuestra mente, alejándonos del objetivo de la verdad y la sinceridad. Pues hay muchas cosas en la Sagrada Escritura que tienen tanta oscuridad, que ningún ingenio humano puede explicarlas plenamente con claridad; como las descripciones de las ruedas en Ezequiel y el templo en el Apocalipsis de San Juan; para comprender plenamente estas cosas, se necesita el mismo Espíritu que iluminó a los profetas para describirlas. Por lo tanto, la oración es necesaria para entender la Sagrada Escritura.