- Tabla de Contenidos
- PORTADA Y DEDICACIÓN
- PROEMIO
- PRIMERA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS Y TROPOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
- SEGUNDA DISERTACIÓN SOBRE LOS ESQUEMAS, ESTO ES, LAS FIGURAS DE LOCUCIÓN
- TERCERA DISERTACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE LAS ORACIONES
- CUARTA DISERTACIÓN SOBRE EL MÚLTIPLE SENTIDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
- QUINTA DISERTACION DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL TIEMPO
- SEXTA DISERTACIÓN SOBRE LOS PRINCIPIOS DE LAS COSAS
PROEMIO
El divino Moisés, verdaderamente un oráculo celestial y un milagro mundano, hombre lleno del santísimo Espíritu de Dios, no solo sobresalió entre todos los profetas en el conocimiento de los arcanos celestiales y la plenitud de la incomprensible sabiduría de Dios, como Salomón sobre todos los reyes, siendo merecidamente llamado el jerarca de los profetas y el gran corifeo, sino también dejó muy atrás a todos los mortales en el conocimiento de las cosas naturales, instruido en toda la sabiduría de los egipcios, reivindicando así con justicia para sí el nombre de supremo filósofo y mereciendo ser llamado alfa de los sabios. Por lo tanto, ya que este divino y santísimo Vate fue el culmen de todos los teólogos que florecieron en la antigüedad y el pináculo de todos los filósofos, no solo en lo que escribió, inspirado por el Espíritu de Dios, acerca de la naturaleza, las propiedades y finalmente las obras del sumo Dios, debe ser considerado con suma e íntegra fidelidad por todos, sino también en lo que escribió sobre la naturaleza de manera física. Pues habiendo sido instruido en toda la sabiduría de los egipcios, quienes fueron las fuentes de las ciencias humanas, se debe considerar que no consignó en monumentos inmortales y nunca perecederos nada contra las leyes de la verdadera filosofía ni contra el juicio verdadero y exacto de la razón natural en lo que escribió sobre la naturaleza de las cosas; pues nadie en su sano juicio pensará que fue engañado por ignorancia o quiso engañar a otros por un defecto de voluntad, siendo él a la vez santo y erudito, lleno de toda sabiduría. Por ello, yo veneré a este divino hombre primero como la cúspide sagrada de la teología divina y luego como el pináculo de la filosofía humana y archivo y tesoro de todas las ciencias, admirándolo profundamente, especialmente en su cosmopoeia o cosmogonía, es decir, en la creación del mundo, que se contiene en el hexamerón del Génesis Sagrado.
En esta constitución de toda la maquinaria mundana, Moisés me pareció no solo un teólogo, exponiendo las obras de la potencia divina y la creación de las cosas, sino también el supremo filósofo, transmitiendo la ciencia de la filosofía natural y el conocimiento genuino de las cosas naturales. Todo lo que fue transmitido por Platón, Aristóteles y otros fisiólogos sobre la naturaleza de las cosas y consignado en escritos, se encuentra transmitido de manera más clara en la cosmopoeia de Moisés, a la vista de quien observa más de cerca.
Hay especialmente diez temas que se tratan en la filosofía natural: los principios de las cosas; los accidentes comunes a las cosas, como el movimiento y el tiempo; la naturaleza del cielo y de los astros; la naturaleza de los elementos; su acción, antipatía y simpatía; la exhalación y las impresiones meteorológicas que ocurren en el aire; los minerales; las plantas; los animales; y finalmente la constitución del hombre a través del alma que llega desde fuera. Todo esto se contiene en un compendio y anacefaleosis perfectísimo en la cosmopoeia de Moisés, no diferente de la naturaleza universal en el hombre, quien por esta razón fue llamado microcosmos por los sabios. Moisés trata de los principios de las cosas, estableciendo el cielo y la tierra como principios genitales de las cosas; trata de los accidentes comunes: el movimiento y el tiempo; trata de la naturaleza del cielo y los astros; trata de los elementos, tierra, agua y aire; trata de la generación de las cosas; de la exhalación; de los minerales; de las plantas; de los animales y finalmente del hombre. Todo esto parece ser tratado por Moisés en los primeros tres capítulos del Génesis Sagrado, que enseñan toda la cosmopoeia o más bien la cosmografía, con poquísimas palabras y brevísimas sentencias, pero llenísimas y veracísimas tanto en palabras como en sentencias.
Esto, ya que no es percibido por todos, Dios, que esconde los divinos misterios de las Sagradas Escrituras de los sabios y prudentes del mundo, y los revela a los pequeños, se ha dignado revelarme a mí, el menor de todos los teólogos y filósofos, estas cosas según el beneplácito de su voluntad, porque Él es el Señor de las ciencias. Pues, mientras me dedicaba al estudio de las Sagradas Escrituras, la luz de la verdad divina, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, iluminó los ojos de mi mente con gran resplandor, de manera que en este campo de las Sagradas Escrituras, junto con el tesoro de la sabiduría supracelestial, es decir, la sagrada teología, encontré también el archivo más precioso y riquísimo de la sagrada filosofía natural; lo cual fue para mí tanto más querido y precioso, cuanto que de ninguna otra manera podría yo haber obtenido certeza sobre las cosas naturales. Porque siempre he considerado que lo que ha sido escrito por los filósofos y fisiólogos sobre la naturaleza ha sido consignado en su totalidad como opinión.
"Todas las cosas son difíciles: no puede el hombre explicarlas con palabras. Dios hizo todo bueno en su tiempo y entregó el mundo a la disputa de los hombres, para que el hombre no encontrase la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin."
Por lo tanto, "cuando Dios hizo al hombre recto... este se ha involucrado en infinitas cuestiones." Pero lo que aquí está escrito, no está escrito según opinión, sino según la verdad; porque el autor de estos escritos es Dios, quien es la causa suprema de toda la naturaleza y el principio, el supremo artífice y sabio creador de todas las cosas que en la naturaleza existen. Por lo tanto, no podemos obtener mejor conocimiento y ciencia de las cosas naturales que de Él. ¿De dónde, pues, se puede extraer mejor el agua pura y clara que de la fuente viva? Porque Dios es quien enseña al hombre la ciencia, como dice el Salmista Real, Él mismo es la fuente de toda sabiduría, el Señor y maestro de todas las ciencias; por lo cual el mismo Salmista dice que son bienaventurados los hombres enseñados e instruidos por Dios:
"Bienaventurado el hombre a quien tú instruyes, Señor, y le enseñas de tu ley."
Dejando de lado, por tanto, los rodeos de los filósofos, que se han mezclado en infinitas cuestiones, quienes aunque por medio de las cosas creadas han conocido muchas cosas invisibles de Dios, sin embargo, diciendo que eran sabios, se hicieron necios, porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios, sino que se desvanecieron en sus razonamientos, y su insensato corazón fue oscurecido; quienes, como dice el Apóstol en otro lugar, caminando en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento oscurecido por las tinieblas, alienados de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos debido a la ceguera de su corazón, yo he creído que no podían haber transmitido una clara y exacta doctrina y conocimiento de las obras de Dios, como un ciego podría hablar sobre los colores o como el ojo de un ave nocturna o de cualquier otra ave que huye de la luz podría hablar sobre la luz del sol. Nosotros, en cambio, hemos decidido extraer un conocimiento y una ciencia pura, clara y extremadamente verdadera de las fuentes purísimas de la sabiduría mosaica y divina. Nos ha parecido justo dedicar a esta lectura sagrada el tiempo que hemos podido y mis estudios para interpretar y revelar los misterios de la filosofía sagrada de Moisés, para que todo lo que él dijo sobre los principios de las cosas, sobre los accidentes comunes, sobre el cielo, los elementos, las acciones, las exhalaciones, los minerales, las plantas, los animales y finalmente sobre el hombre, lo pongamos de manifiesto, lo saquemos a la luz, lo interpretemos, lo declaremos y lo elucidemos, confiando en la ayuda del sumo Dios, la luz de Cristo y la gracia y los dones del Espíritu Santo. Y si encontramos algo verdadero y seguro entre los filósofos extranjeros y paganos que enseñaron fisiología, ya que Dios es el autor de toda verdad, lo reclamaremos de ellos como de poseedores injustos; porque ellos son los que, como dice el Apóstol, detienen la verdad de Dios con injusticia, porque lo que se puede conocer de Dios es manifiesto para ellos, pues Dios se lo manifestó. Así que si encontramos alguna verdad injustamente detenida, la reclamaremos justamente de ellos y, como los israelitas, llevaremos el oro y todas las cosas preciosas de Egipto a la tierra prometida, para construir con ellas un santuario sagrado para Dios y un templo para su nombre. Pues así también Salomón, el rey más poderoso y sabio de todos, cuando iba a construir el augustísimo y celebérrimo templo al Dios Óptimo Máximo, tomó de las naciones extranjeras, de los tirios y sidonios, muchos artesanos y mucha madera y piedras del monte Líbano. Por lo tanto, si encontramos algo que sea consonante con esta sagrada y divina filosofía en Aristóteles, Platón, Trismegisto, quien es el más similar a Moisés de todos, lo recibiremos como verdadero, pues la verdad siempre concuerda con la verdad, y lo consideraremos como oro no adulterado, sino probado en la piedra de toque; pero lo que sea disonante y no esté en armonía con esta filosofía, lo rechazaremos de la escuela de la verdad y lo relegaremos a las tinieblas exteriores. Pues así como Dios separó la luz de las tinieblas.
Al Dios Óptimo Máximo, de quien viene todo don perfecto y toda dádiva excelente, le ruego y doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, para que me dé fortaleza según las riquezas de su gloria, para que pueda comprender cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de esta sagrada y divina filosofía, para que nunca me desvíe del camino de la verdad ni siquiera una mínima fracción; sino que, guiado siempre por la luz celestial, como un ojo sano sin ninguna oscuridad de ceguera o afectado por algún vértigo, pueda discernir la luz de las tinieblas y el blanco del negro sin ningún error; así yo siempre pueda discernir lo verdadero de lo falso para que, no engañado por algún error, desviándome del camino de la verdad, no haga que otros, si mis escritos alguna vez salen de los muros de mi hogar y son leídos, se desvíen también engañados.
Testifico ante el Dios Óptimo Máximo, que escudriña los pensamientos del corazón y los secretos del alma, a quien no engañan los secretos de la conciencia, porque todo está desnudo y abierto a sus ojos, y no hay criatura invisible a su vista, y ante Cristo Jesús, su único Hijo, nuestro Señor, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, que este es el firme propósito de mi voluntad y mi intención de creer de corazón, confesar con mi boca y escribir con la pluma más fiel todo lo que es verdadero y consonante con la verdad y similar a ella, sin desviarme ni un ápice de la verdad de las Sagradas Escrituras de ambos Testamentos y de la fe católica; para que nadie que lea mis escritos, ya sean estos o cualesquiera otros, piense que he afirmado temerariamente algo no consonante con la verdad católica. ¡Lejos de mí! ¡Lejos de mí! Soy hombre, puedo errar; pero nunca seré un defensor pertinaz ni un asertor de ningún error; pues confieso y proclamo que soy un amante sincero de la verdad genuina; siempre he perseguido esta verdad con todas mis fuerzas, con todo estudio, trabajo e indagación, como si fuera un tesoro infinito.