Versículo 2

"La tierra estaba desordenada y vacía."

Hebreo: וְהָאָרֶץ הָיְתָה תֹהוּ וָבֹהוּ (vehaaretz hayeta tohu vavohu).

El Targum caldeo lo tradujo así: וּצְיַית, וּרֵיקַנְיַית, וּבְרַי, es decir: "Y la tierra estaba devastada, o deformada y vacía."

El Targum de Jerusalén: צְיַית הָוַת בָּרִי, es decir: "Vacía y desordenada."

Los Setenta tradujeron: Ἀόρατος καὶ ἀκατασκεύαστος, es decir: "Invisible e incompleta."

Aquila, el segundo intérprete después de los Setenta, tradujo: Κένωμα καὶ οὐδέν, es decir, "vanidad y nada"; Símaco, sin embargo: Ἀργὸν καὶ ἀδιάκριτον, "ocioso e indigestado," como una confusión de inanidad y privación; Teodoción, sin embargo: Κενὸν καὶ οὐδέν, es decir, "vacío y nada"; finalmente, nuestro intérprete: "Desordenada y vacía."

Todas estas traducciones expresan maravillosamente la naturaleza y las condiciones de la materia prima. Esta también parece ser la opinión de los principales hebreos. Pues el Rabino David, explicando en el libro de las Raíces qué es תהו (tohu) y בהו (bohu), dice que significa desolación y vacuidad o vanidad. También aporta que los sabios que investigan las naturalezas de las cosas dicen que תהו (tohu) es una cosa que no tiene semejanza ni figura, pero que está dispuesta y preparada de tal manera que, aunque puede recibir semejanza y forma, lo que los griegos llaman ὕλην (hylēn); además, תהו (tohu) es la forma misma, es decir, una cosa que tiene la potencia de asumir la semejanza y la forma del mismo תהו (tohu), de las cuales, unidas por la voluntad divina, surgió la creación del mundo. Esta opinión es confirmada por el Sabio al hablar a Dios: "Tu mano... creó el orbe de la tierra de materia invisible," o, como se lee en griego y cita San Agustín, "de materia informe": ἐξ ἀμόρφου ὕλης (ex amorphou hylēs). También parece referirse a lo que los filósofos más antiguos dijeron sobre el caos; ver Lactancio Firmiano en el libro 1 De Falsa Religione y el libro 2 De Origine Erroris, por Hesíodo, el vate más antiguo, Hermes Trismegisto, el teólogo de los paganos, Anaxágoras, Eurípides y muchos otros posteriores, cuya opinión, refiriéndose a Ovidio, dice elegantemente:

"Antes del mar, la tierra y el cielo que cubre todo, Había en el mundo un solo rostro de la naturaleza, Al que llamaron caos: una masa informe y desordenada."

¿Qué entendían los antiguos por caos lo aclara también Lactancio, diciendo que Hesíodo, en su libro sobre la Teogonía, es decir, el origen de los dioses, no tomó el comienzo de Dios, el creador, sino del caos, que es una confusa masa de materia ruda e inordenada. Eusebio, en la Preparación Evangélica, también sostiene que la materia de la cual fueron hechas todas las cosas, fue creada desde el principio. Omito el hecho de que esta es la opinión de todos los teólogos escolásticos. De esto, por lo tanto, queda claro que por la denominación de tierra debe entenderse la materia prima, que se describe como vacía, sin forma, invisible, ociosa, informe y casi nada; no porque sea absolutamente nada, sino porque ocupa el lugar más bajo entre las sustancias, y porque por sí misma no se embellece con ninguna forma o especie; no porque carezca completamente de acto alguno. Pues no puede de ningún modo entenderse que algo que es un ser o sustancia, sea privado de su acto de ser, que llaman entitativo o de esencia; pero debido a que el acto de esta materia es muy imperfecto y está en potencia hacia cualquier acto perfecto, que pertenecen a los seres que existen por sí mismos y a los compuestos, por eso se dice que es deforme, vacía e inane. No decimos, sin embargo, que haya sido creada completamente sin forma alguna, sino que, según la opinión de San Agustín, decimos que era informe porque no tenía una forma específica determinada, que la llevara a un ser definido, y carecía de cualquier especie determinada; pero estaba revestida de una forma confusa e imperfecta, que tenía un acto muy débil e imperfecto, por el cual podía ser el sujeto común de todas las formas, y en la cual existía el deseo de ser revestida por formas que le proporcionaran un ser perfecto. No negamos tampoco que Dios, con su poder, pudiera haber creado la materia misma sin forma alguna, ya que la materia precede naturalmente a cualquier forma y tiene su propio acto de ser, que llaman de esencia, que no se encuentra realmente distinta de la existencia, y aunque se distinguiera, no se sigue de ello que la materia no pudiera existir sin forma. Pues si tiene una esencia propia y peculiar, tendrá sin duda también existencia, ya que la existencia es el acto de la esencia. Por lo tanto, Dios pudo con su poder producir y conservar la materia bajo tal existencia sin forma alguna. Entendemos, pues, bajo el nombre de tierra la materia misma, de la cual, con la ayuda de Dios, todo se compone. Pero aquellas palabras: "La tierra estaba desordenada y vacía", quienes entienden aquí la tierra que está sujeta a nuestra vista, la interpretan así: estaba desordenada, es decir, invisible, ya que estaba cubierta de oscuridad y de agua: y vacía, porque aún no estaba adornada con plantas y hierbas ni enriquecida con minerales. Algunos hebreos, como el Rabino Gaón, según refiere Aben Ezra, "dijeron que תהו (tohu) es lo mismo que תהום (tehom); pero esto no es correcto, porque la letra מ es radical, como en הדום (hadom)". El Rabino Salomón dice que "תהו (tohu) es: ושממון תמה (tamah u- shamamon), admiración y asombro; mientras que בהו (bohu) es: וצדו רקות (reikut u-tsiddu), delgado y desolado". Pero Aben Ezra explica תהו (tohu), según el Targum, "porque no había nada en ella". Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo.

En hebreo: תְהוֹם עַל־פְּנֵי חֹשֶׁךְ (v’choshekh al-p’nei tehom). En caldeo: אֲפֵי עַל־חֲשׁוֹכָא תְּהוֹמָא (v’chashoka al-apei tehomá), es decir: Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo.

Los Setenta lo tradujeron así: Καὶ σκότος ἐπάνω τῆς ἀβύσσου (Kai skotos epano tes abyssou), es decir: Y las tinieblas estaban sobre el abismo, omitiendo la palabra faz, al igual que nuestro intérprete. Pues es costumbre del idioma hebreo añadir mayormente la palabra faz a estos adverbios contra y sobre, como también en el siguiente verso: Y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas: en hebreo: Sobre la faz de las aguas; así también: Sobre la faz del firmamento; Contra la faz del desierto; Sobre la faz de la tierra, y: Contra la faz de la tierra.

Debemos considerar qué se entiende por tinieblas y qué por abismo. San Basilio y San Ambrosio entienden por tinieblas aquí la sombra del cuerpo, ya que todo cuerpo produce sombra, la cual oscurece a lo que está próximo o inferior. Por lo tanto, aquellas tinieblas que rodeaban el mundo surgieron debido a la sombra de un cuerpo celestial, de modo que tales tinieblas no existían según la substancia, sino que eran una cierta afección que se producía en el aire por la privación de luz. Creen, además, que los ángeles fueron creados antes de la constitución de este mundo y, sin duda, existían en la luz, la cual el cuerpo celestial, por su sombra, oscurecía. Así San Basilio asigna tres cosas que concurren para que haya sombra, a saber: luz, un cuerpo que se interpone a la luz y un lugar sin luz. Pero San Agustín y San Beda entienden por tinieblas simplemente la carencia de luz, porque aún no había sido hecha la luz, de modo que las tinieblas no son nada, sino la ausencia de luz. Este nombre lo adquiere también la misma ausencia de luz y se llama tiniebla, así como el silencio no es nada, pero donde no hay sonido se llama silencio; y la desnudez no es algo, pero en un cuerpo donde no hay cobertura se llama desnudez; y la vacuidad no es algo, pero donde no hay cuerpo se llama vacuidad. Y esta opinión es más probable.

Por el abismo, sin embargo, el Rabino Salomón entiende las aguas mismas, que estaban sobre la tierra. San Basilio, San Juan Crisóstomo y San Ambrosio, piensan en una gran multitud y profundidad de aguas extendiéndose inmensamente, a cuyo fondo no se podría penetrar fácilmente. Lo mismo opina el Rabino David en el libro Radicum; y en este sentido se toma frecuentemente la palabra abismo en la Sagrada Escritura. Según ellos, había tinieblas... sobre la faz del abismo, porque lo que era el abismo eran las aguas que cubrían la faz de la tierra, veladas por tinieblas.

San Agustín, sin embargo, entiende por abismo aquí la misma materia prima de la cual, habiendo sido creada de la nada, se hicieron todas las cosas, y afirma que se designa con diversos nombres. Dice que se llama cielo y tierra en cuanto de ella se hicieron estos; se llama tierra invisible e incompuesta, porque entre los elementos del mundo la tierra parece menos hermosa que los otros; se llama invisible por la oscuridad, incompuesta por la deformidad y falta de forma. Se llama agua sobre la cual se movía el Espíritu de Dios, como la voluntad del artífice se mueve sobre las cosas que va a fabricar, porque todas las cosas que nacen en la tierra, ya sean animales o plantas y cosas similares, comienzan a formarse y nutrirse de la humedad; y porque era fácil y dúctil al operante, de modo que de ella se formaran todas las cosas. Finalmente se llama abismo tenebroso por la confusión, porque era informe y no podía ser vista ni tratada con ninguna especie. Por lo tanto, todos estos son nombres de esta materia, para que la cosa desconocida fuera insinuada a los ignorantes con términos conocidos, y no con un solo término, sino con muchos, para que si fuera uno solo, no se pensara que era lo que los hombres han entendido con ese término. Esta es la opinión de San Agustín.

Y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas.

En hebreo: מְרַחֶפֶת אֱלֹהִים עַל פְּנֵי הַמַּיִם (v’ruaj Elohim merahefet al-p’nei hamayim). En caldeo: וְרוּחַ מִן־קֳדָם יי מְנַשְּׁבָא עַל־אַפֵּי מַיָּא (v’ruj min-qodam YY menasba al-apei maya): El espíritu de la presencia de Dios soplaba sobre las aguas, o sobre la faz de las aguas. En griego: Καὶ πνεῦμα Θεοῦ ἐπεφέρετο ἐπάνω τοῦ ὕδατος (Kai pneuma Theou epefereto epano tou hydatos): Y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas.

Esto también se expone de diversas maneras. Algunos entienden aquí por espíritu el aire, diciendo que Moisés enumera aquí las partes de todo el mundo; porque רוח (ruaj) en hebreo significa aire, viento, espíritu y voluntad. Teodoreto afirma constantemente que aquí debe entenderse por viento, según aquello: Sopló tu espíritu y fluyeron las aguas. Lo mismo piensa Aben Ezra, quien dice que por eso se dice espíritu de Dios unido en gobierno, "porque fue enviado por la voluntad de Dios para secar las aguas." A esta opinión favorece el Targum caldeo, que traduce la palabra אָב ְשַׁנ מְנַשְּׁבָא (menashba) como מְרַחֶפֶת (merahefet), es decir, insuflaba, que es propio del viento. San Juan Crisóstomo aporta una exposición similar, diciendo que había una operación eficaz y vital en las aguas y que no era simplemente agua estancada e inmóvil. Por lo tanto, como esa agua inmensa tenía una cierta vitalidad, dice: Y el espíritu de Dios se movía, etc. San Agustín entiende la voluntad divina, que se movía sobre las aguas, es decir, la materia prima, como la voluntad del artífice se mueve sobre las cosas que va a fabricar. Sin embargo, San Basilio, San Jerónimo, San Ambrosio y Diodoro piensan firmemente que aquí debe entenderse que se refiere al Espíritu Santo. La palabra מְרַחֶפֶת (merahefet), dice San Jerónimo, “podemos llamarla incubaba, o bien, calentaba, a semejanza de un ave que calienta los huevos con su calor.” De lo cual entendemos que no se dice del espíritu del mundo, sino del Espíritu Santo, quien desde el principio es llamado vivificador de todos. Diodoro dice lo mismo: “Así como un ave calienta los huevos con sus alas para animarlos, así el Espíritu Santo se movía sobre las aguas para hacerlas procreativas.” San Basilio dice que esto le fue relatado por un sirio, y San Ambrosio en Hexaemeron también aporta la lengua siria. El Rabino Salomón parece tener una opinión similar; pues dice que “el trono de la gloria permanecía en el aire y se cernía sobre la faz de las aguas por el espíritu de la boca del Señor y su palabra, como una paloma incuba sobre el nido.” En Bereshit Rabba, los hebreos tienen que este espíritu es el Espíritu del Mesías, lo que también decimos que el Espíritu Santo es el espíritu de Cristo, según San Pablo. La voz hebrea, aunque a veces significa incubar, como en Deuteronomio 32: “Como el águila despierta su nido y sobre sus polluelos incuba”, donde se usa la palabra רחף (rajaf), más frecuentemente, sin embargo, significa movimiento y agitación, como dice el intérprete de las palabras Rabino David en el libro Radicum. Aquí, sin embargo, es posible advertir en primer lugar cómo toda la Trinidad junta realizó la constitución universal del mundo. Pues en el nombre de Dios entendemos al Padre, que es el principio de todo, fuente y origen de la divinidad y deidad; en el nombre de principio, al mismo Hijo, que dice de sí mismo: "Yo soy el principio, el que os habla"; y en el nombre del Espíritu de Dios, a la tercera Persona de la Trinidad, es decir, al Espíritu Santo, de donde está escrito: "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca". En segundo lugar, es posible notar que aquí el Espíritu Santo se llama אלהים רוח (Ruaj Elohim), esto es, Espíritu de los Dioses; pues אלהים (Elohim) es plural, como ya se ha probado anteriormente, por lo cual se entiende al Padre y al Hijo. Pues el Padre solo no son varias personas, sino solo una; igualmente el Hijo; pero el Padre y el Hijo son varias personas; por lo que pueden ser llamados Dioses, ya que son varios que tienen la deidad, como ya hemos declarado anteriormente. Por lo tanto, el Espíritu Santo, al ser llamado Espíritu de los Dioses, se declara que procede del Padre y del Hijo, ya que no hay otra relación de origen en lo divino; de lo contrario, no podría llamarse correctamente Espíritu de los Dioses si no procede simultáneamente del Padre y del Hijo. Y no debe sorprenderse nadie de cómo el Espíritu Santo es llamado Espíritu de los Dioses, pues, aunque procede simultáneamente del Padre y del Hijo, no es sino como de un solo principio, en cuanto el Padre y el Hijo son un único principio espirativo del Espíritu Santo en la fecundidad de la voluntad. Esto lo admitimos completamente; sin embargo, decimos que no es incongruente llamarlo Espíritu de los Dioses: pues el Padre y el Hijo, aunque son un único principio espirativo del Espíritu Santo en la fecundidad de la voluntad y completamente un solo espirador, son sin embargo dos que espiran; pues no es inconveniente decir que tanto el Padre como el Hijo son Personas que espiran.