Versículo 7

E hizo Dios el firmamento y separó las aguas que estaban sobre el firmamento de las aguas que estaban debajo del firmamento. Y así fue.

En hebreo:

֣בין וּ ﬠַ ָֽלרָ ִ֔קי ַחת ִמ ֣ ֲא ֶשׁ ֙ר ַה ֨מּ ִים֙ ֤בּין ַו ַיּבְ ֵ֗דּל ַ֒ﬠ ִקי ֶאת־ ָֽהרָ ֱא�הי ֘ם שׂﬠַ ַויַּ֣ ַﬠ ַֽו ְי ִהי־ ֵֽכן ָֽל ָר ֑ י ֵמ ֣ﬠל ֲא ֖שׁר ַה ֔מּ ִים

(Vaya'as Elohim et-haraqia vayavdel bein hamayim asher mitajat laraqia uvein hamayim asher meal laraqia vayehi-ken).

En caldeo:

לﬠַ מֵ הּי מַ ָיּא ָﬠא ובֵין ִקי ִלרְ ִמ ְלּרַע מַ ָיּא דּי ְו ַא ְפ ֵרישׁ בּין ִקיﬠא ַיה־ר ְי ָי ַו ֲﬠ ַבד ֵכן ֲהוָה־ ָﬠא וַ ִקי ִלרְ

(Va'avad YY yah-raqia ve'afresh bein maya di milra lirqia uvein maya di meal lirqia vahava-ken): Y Dios hizo el firmamento, y separó el firmamento entre las aguas que están debajo del firmamento y las aguas que están sobre el firmamento. Y así fue.

Algunos entienden por las aguas sobre el firmamento las criaturas espirituales y las mentes angélicas, porque está escrito:

“Y las aguas... que están sobre los cielos, alaben el nombre del Señor.”

Esta es la opinión de Orígenes.

Esta opinión es rechazada por San Basilio y San Ambrosio por una razón similar, afirmando que no porque se diga que las aguas alaban el nombre del Señor, se deduce que sean criaturas espirituales, sino porque su consideración, contemplada prudentemente más allá del sentido, perfecciona la glorificación del Creador. De lo contrario, según esta forma de interpretación, el rocío, la escarcha, el frío y el calor, que en Daniel son ordenados a alabar al creador con himnos, serían algunas mentes dotadas de entendimiento e invisibles.

El Rabino Salomón entiende por las aguas sobre el firmamento las aguas suspendidas en el aire.

Acerca de la naturaleza del firmamento, diferentes personas dicen diferentes cosas. Aristóteles y todos los peripatéticos sostienen que el cuerpo celeste no es uno de los cuerpos simples, que se llaman elementos, ni está compuesto de ellos, porque a los cuerpos simples les es propio el movimiento recto, los ligeros tienden hacia arriba, los pesados hacia abajo; pero no es lo mismo moverse hacia arriba y hacia abajo que en un periodo circular, que es peculiar del cielo. Por tanto, lo que según la naturaleza tiene movimientos diversos, debe tener una esencia diversa. Además, lo compuesto de elementos corruptibles debe necesariamente disolverse; pero en el cielo, ni en sus partes, se observa cambio, mientras que por el contrario, todos los elementos están sujetos a varios cambios. Por estas necesidades de la razón, los peripatéticos establecen para la constitución del cielo y de las estrellas una esencia de un cuerpo nuevo, una quinta, que no es ni caliente ni fría, húmeda ni seca; sino que dicen que las cualidades de los elementos deben colocarse allí de manera excelente como causa: pero en las esferas de los elementos bajo la luna, sus naturalezas según la forma; y en los compuestos, por una cierta participación; pero niegan que las mismas naturalezas de los elementos estén en el cielo en absoluto.

Platón y todos los académicos afirman que el cielo está compuesto por los cuatro elementos y que en él residen tanto las virtudes como las naturalezas de los elementos; pero que las virtudes allí están en un género mucho más excelso que aquí, y las naturalezas en su grado más elevado. Y que la naturaleza del fuego proporciona al cielo una luz sensible, un calor vivificante y un movimiento muy rápido. La naturaleza de la tierra proporciona una estabilidad sólida y firme: también da densidad a las estrellas, para que puedan ser vistas, y a la luna, para que pueda reflejar los rayos solares; la naturaleza del aire proporciona la calidad transparente, que se llama translúcida; la naturaleza del agua aporta una suavidad muy delicada y uniforme, y a los bordes de las esferas, donde se tocan, les otorga la virtud del frío y la humedad, por la cual, aunque se toquen muy rápidamente y con gran fuerza debido al rapidísimo movimiento, no se genera calor ni descomposición.

También afirman que el cielo es verdaderamente cálido y frío, húmedo y seco, ya que manifiesta las cualidades de los elementos y que las estrellas, siendo como llamas, brillan y sus rayos llevan una llama, que calienta las cosas mortales bajo el cielo. Y decir que el cielo produce esto a través del movimiento, afirman que contradice la razón y el sentido; el sentido: porque frecuentemente percibimos que los cuerpos que están cerca de nosotros se mueven mucho más rápida y vehementemente, y no por eso calientan otros cuerpos como lo hace el cielo; además, sentimos que los cuerpos se calientan mucho por el contacto de los rayos del sol en verano, lo cual no ocurriría a menos que el rayo contuviera calor, y esto no sería así a menos que el cielo fuera cálido por sí mismo. También contradice la razón: porque el movimiento, que es un acto de un móvil dependiente del motor, produce por sí mismo solo aquello para lo cual el motor naturalmente busca producir en el móvil. El movimiento local en sí mismo conduce a la adquisición de lugar; pero si de ahí sigue la calefacción o cualquier otra cualidad, es accidental. Pero dado que el calor difundido por el cielo conserva todo, calienta todo, imparte vida a todo, completa las generaciones de todo, purga, conserva y vivifica todo, es contrario a la razón pensar que estas cosas dependen del cielo de manera accidental. Por lo tanto, no se debe negar que el cielo es cálido, pero no que es ardiente; ni se debe decir que la luz del sol calienta solo por repercusión, ni que solo quema por repercusión. Pues los rayos de la luna reflejados no calientan en absoluto, porque en ella predomina la virtud del agua; pero los rayos del sol calientan saludablemente debido a la naturaleza ígnea y vivificante del sol.

Que nadie objete que la razón por la cual los rayos de la luna no calientan se debe a su movimiento más lento. Pues aunque se considere más lento, está mucho más cerca de los hombres que el sol, por lo que debería, si no igualmente, al menos calentar de alguna manera, si el calentamiento se debiera solo a la repercusión de los rayos. Ni debe alguien argumentar que el calor es propio del fuego; cuanto menos se mezcla con materia extraña, menos quema. Pero la luz es propia del fuego; pues cuanto más puro es, más luminoso es, aunque no sea más manifiesto para ciertos ojos, y brilla más lejos de lo que calienta y primero ilumina, y en un momento proporciona luz y calor, y el fuego calentado conserva el calor por un tiempo; pero no proporciona luz a nadie, pues es propia de sí mismo; ya que cuando el fuego se va, también la luz se va con él. Si, por lo tanto, hay luz en el cielo: entonces también hay fuego.

Los platónicos refutan las razones de los peripatéticos, y primero la razón tomada del movimiento, porque dicen que el movimiento natural y simple es solo uno, a saber, el circular; pues el movimiento recto no es simple, ya que se vuelve gradualmente más rápido; ni es según la naturaleza del elemento, pues no le conviene en su lugar propio, sino que es más bien un retorno a su naturaleza; pues no le conviene estar separado de la violencia, sino colocado fuera de su lugar propio por la fuerza. Por lo tanto, no se debe pensar que el cielo no consiste en la naturaleza del fuego solo porque el fuego parece moverse hacia arriba y el cielo circularmente. Pues si alguna porción del cielo se coloca en el medio, ascenderá rápidamente en línea recta, buscando su lugar de origen por el camino más corto.

Pero tanto el fuego como el aire se mueven circularmente, como lo muestra el circuito de los cometas.

En respuesta a la segunda razón, dicen que el cielo no se corrompe debido a la pureza de su cuerpo y porque la substancia celestial tiene una virtud tan efectiva para conciliar que las cualidades y movimientos que en nosotros son opuestos, allí no lo son. Además, porque los elementos fueron reducidos a la forma del más excelso, es decir, el fuego, desde la primera creación del mundo; del mismo modo que el movimiento celestial reduce los cuatro elementos en cualquier creación a una forma mixta. Además, porque no tiene nada fuera de sí que pueda dañarlo. Finalmente, porque es la voluntad del artífice, que es un vínculo más fuerte e insoluble que los demás, como dice Platón en el "Timeo".

Esta es la opinión de los platónicos, y los hebreos la aprueban mucho. Pues el Rabino Salomón dice que el cielo está compuesto de agua y fuego. Y exponiendo el presente pasaje sobre la obra del firmamento, dice así: “Hágase el firmamento, endureció el firmamento, porque aunque los cielos fueron creados el primer día, todavía eran húmedos o fluidos; y fueron coagulados o condensados en el segundo día por la increpación de Dios en su palabra: Hágase el firmamento. Y esto es lo que está escrito: Las columnas del cielo se conmoverán, es decir, todo el primer día y el segundo se asombraron, como un hombre asombrado que se detiene ante la increpación y el terror sobre él”. Y este hombre entiende por “Hágase” no la inducción de una forma substancial, sino una cierta cualidad superpuesta, a saber, dureza y densidad o estabilidad, y así “Hizo” significa que lo estabilizó en su estabilidad. Y dice que “hacer” aquí es como aquello: La mujer se hará las uñas, que se entiende sobre la mujer cautiva en el hebreo, a la que él quería tomar por esposa.

San Ambrosio parece sostener esta misma opinión entre los nuestros, afirmando que el cielo está compuesto de agua. San Basilio también se inclina más a esta opinión, afirmando que la opinión de la quinta esencia es ficticia y fue inventada por los mismos filósofos. Beda también habla de esta manera sobre esta cuestión: “En medio, entonces, el firmamento es el cielo estrellado, que puede creerse que fue hecho de aguas; pues la piedra de cristal, que tiene gran firmeza y gran transparencia, fue hecha de aguas”. Teodoreto, también entre los griegos, afirma que el cielo estaba constituido por la naturaleza fluida de las aguas y que lo que antes era de naturaleza líquida se volvió muy sólida, y por eso fue llamado firmamento. Gennadio, de manera similar, afirma que Dios llamó al firmamento por el oficio mismo de la cosa, porque siendo antes una naturaleza suave, fluida y soluble, adquirió una solidificación firme y mínimamente móvil. San Agustín también consiente fácilmente con aquellos que afirman que el cielo es de naturaleza ígnea, de donde conjeturan que las estrellas y los luminarios fueron hechos, de esa luz ígnea condensada y dispuesta en las formas que vemos en el cielo. Por tanto, de la opinión de tantos hombres ilustres, parece que debe asentirse más a esta posición, ya que la razón también la favorece y está más de acuerdo con la Sagrada Escritura.

Pero aquello que sigue: Y así fue, el Rabino Aben Ezra dice que se adhiere a lo que sigue después, a saber, que Dios llamó al firmamento cielo.