CAP. VII: Sobre el libro de Ester.

Hasta ahora hemos discutido sobre el primer orden de los libros sagrados. Ahora trataremos por separado cada uno de los libros del segundo orden, sobre los cuales hay mayores dificultades. Y el primer libro que se presenta es el de Ester, un libro que tres escritores de gran renombre han colocado fuera del Canon. Melitón de Sardes, según Eusebio en el libro 4 de su Historia (cap. 26), Atanasio en su Sinopsis, y Gregorio Nacianceno en aquel poema que escribió sobre las Escrituras genuinas. Tampoco han faltado quienes, aunque han considerado que el libro de Ester debe contarse entre los libros sagrados, han negado que los siete últimos capítulos, que no se encuentran en los textos hebreos, sean verdaderas partes de ese libro, y los han considerado como espurios y ajenos al cuerpo principal, pensando que deben ser eliminados. De esta opinión parece haber sido San Jerónimo, según se deduce de su prefacio. Siguiendo a San Jerónimo, no solo antes del Concilio de Trento, Nicolás de Lira, Dionisio Cartujano, Hugo y Tomás de Vio, cardenales, en sus comentarios sobre este libro, sino también después del Concilio, Sixto de Siena, en el primer y octavo libro de la Biblioteca Sagrada, han adoptado la misma postura.

Pero que este libro es sagrado y divino lo prueban ciertamente todos los decretos de los Papas y de los Concilios, así como los numerosos testimonios de los Padres hebreos, griegos y latinos, que hemos anotado anteriormente en el capítulo cuarto de este libro. Pues, si quitamos a Melitón, Atanasio y Gregorio, todos los demás están de acuerdo sobre la autoridad divina de este libro. En cuanto a los capítulos que no se encuentran en los códices hebreos, también afirmamos con estas razones que pertenecen al sagrado Canon.

Primero, no se puede negar que los antiguos Concilios de Laodicea, capítulo 59, y el III de Cartago, can. 47, así como los antiguos Padres griegos, Orígenes en su comentario al primer Salmo, Eusebio en el libro 3 de su Historia (cap. 25), Cirilo en la catequesis 4 y Damasceno en el libro 4, cap. 18, así como los Padres latinos, Hilario en su comentario al primer Salmo, Inocencio en su epístola 3, Rufino en el Símbolo, y Agustín en el libro 2 de De doctrina christiana, cap. 8, cuando cuentan el libro de Ester entre los libros sagrados, se refieren al volumen que tanto ellos como toda la Iglesia usaban en ese tiempo. Y en aquel tiempo toda la Iglesia usaba los libros sagrados según la edición que San Jerónimo, en el prefacio al libro de Ester y en varios otros lugares, solía llamar vulgata, la cual, como él mismo dice, está contenida en la lengua y letras griegas; en esa edición no faltaban esos siete capítulos del libro de Ester, de los que ahora hablamos, como lo atestiguan principalmente los propios textos griegos, que se transmiten bajo el nombre de los setenta y dos intérpretes; también lo atestigua San Atanasio en su Sinopsis, donde añade un resumen y las primeras sentencias de cada libro; y finalmente lo atestigua San Jerónimo, quien en su traducción advierte en varios lugares que esos siete capítulos no se encuentran en los textos hebreos, sino que fueron tomados por él de la edición vulgata. Por lo tanto, si los Concilios y los Padres incluyeron el libro de Ester, tal como solían leerlo, en el sagrado Canon, ciertamente incluyeron el libro completo, junto con esos siete capítulos adicionales.

Además, ¿qué diremos de los Padres que no solo cuentan el libro mismo entre los sagrados, sino que también citan testimonios de los últimos siete capítulos? Véase a Crisóstomo en su homilía 3 a la gente de Antioquía, y a Agustín en su epístola 199 a Edicia.

¿Qué diremos de Orígenes, quien en su epístola a Julio Africano demuestra que esta parte del libro de Ester, que no se encuentra en los volúmenes hebreos, es sagrada y canónica? En el libro de Ester, dice, no se encuentran ni las oraciones de Mardoqueo ni de Ester, que edifican a los lectores, en los textos hebreos, ni tampoco las cartas, ni la que escribió Amán sobre la destrucción del pueblo judío, ni la de Mardoqueo liberando al pueblo de la muerte en nombre del rey Asuero. Sin embargo, en la versión de los setenta y en la de Teodoción sí están. Y más adelante: "Mira, pues, no sea que imprudentemente e ignorantes eliminemos los ejemplares que se encuentran por todas partes en las Iglesias; y establezcamos una ley para la fraternidad, para que desechen los libros sagrados que se leen entre ellos, y se sometan a los hebreos, persuadiéndolos para que nos proporcionen textos puros, que no contengan ningún añadido". ¿Acaso no dispuso la Providencia en las Sagradas Escrituras la edificación de todas las Iglesias de Cristo? ¿No tuvo cuidado de aquellos que fueron redimidos por el precio, por quienes Cristo murió?

Finalmente, añadimos el decreto del Concilio de Trento, sesión 4, por el cual se aprueban todos los libros enumerados un poco antes en el mismo decreto, con todas sus partes, tal como se suelen leer en la Iglesia y se encuentran en la edición latina vulgata. Aunque la autoridad de este Concilio no tiene valor alguno para los herejes, para Sixto y los demás católicos es de la mayor y más antigua autoridad.

Pero, dice Sixto en el libro 1, el Concilio habla de las partes verdaderas de los libros, no de los añadidos, como son los últimos capítulos del libro de Ester. Sin embargo, si esta respuesta de Sixto fuera verdadera, muchas otras partes de los libros sagrados, como Daniel, Marcos, Lucas, Juan, serían puestas en duda entre los católicos. ¿Qué podría decir Sixto si, al defender esas partes de los volúmenes divinos invocando el decreto del Concilio como una especie de muro, los adversarios le respondieran que el Concilio habló de las partes verdaderas, pero que esos añadidos no son partes?

Además, ¿quién podría dudar que, al aprobar ciertos libros, el Concilio también aprobó todas las partes verdaderas de esos libros? ¿Por qué entonces el Concilio añadió las palabras "con todas sus partes", si no fuera para que todos comprendieran que incluso esas partes sobre las cuales alguna vez hubo controversia pertenecen al Canon de los libros sagrados?

Finalmente, el Concilio de Trento explicó su sentencia con las siguientes palabras de manera tan clara que no queda lugar para ninguna tergiversación. Pues, después de decir: "Si alguien, además, negare que los libros completos con todas sus partes...", añadió inmediatamente, "como se acostumbran a leer en la Iglesia Católica". ¿Y quién no sabe que el miércoles después del segundo domingo de Cuaresma, se canta públicamente en la Iglesia, entre las mismas ceremonias sagradas, una lectura del capítulo 13 de Ester? Y, nuevamente, que se pronuncia una lectura del mismo capítulo en la Misa que se celebra contra los paganos. Y, finalmente, que se recita la oración de Ester del capítulo 14 del mismo libro en el domingo 22 después de Pentecostés, después del Evangelio y del símbolo. Pero ahora será útil refutar los argumentos de los adversarios.

Primero, dicen que, dado que el libro de Ester fue escrito en lengua hebrea, estos siete capítulos que no se encuentran entre los hebreos deben sin duda considerarse como espurios. Respondemos con Orígenes en el lugar citado, que es probable que en algún momento estos capítulos también estuvieran en el texto hebreo, y que luego se perdieron por alguna circunstancia. Ciertamente, José en el libro 11 de las Antigüedades, cap. 6, al narrar la historia de Ester, no omite dos cartas de Asuero y la oración de Mardoqueo, aunque ninguna de estas cosas se encuentra ahora en los códices hebreos. Y no es creíble que José las haya inventado, dado que en el mismo libro 10, cap. 12, dice de sí mismo:

"En el mismo principio de mi historia, para aquellos que plantean cuestiones o intentan criticar, afirmé que traduciría los libros hebreos al lenguaje griego, prometiendo no añadir ni sustraer nada".

También se puede responder que el primer autor de este libro, quien se encargó de escribir en hebreo la historia de Ester, solo escribió un resumen de la historia; luego, en otro momento, alguien más escribió la misma historia de manera más completa, y fue traducida al griego por Lisímaco, durante el reinado de Ptolomeo Epífanes y Cleopatra en Egipto, como se indica en este mismo libro, capítulo 11. Es posible que el libro del primer autor en hebreo haya llegado hasta nosotros, mientras que del segundo autor no tenemos el libro original, sino solo la traducción.

En segundo lugar, objetan que estos últimos capítulos no se conectan con los anteriores. En el capítulo 2 se narran las intrigas de dos eunucos y cómo fueron descubiertas gracias a la astucia de Mardoqueo. Luego, esas mismas intrigas se relatan de nuevo en los capítulos 11 y 12, pero en el primer lugar se dice que las intrigas ocurrieron en el séptimo año del reinado de Asuero, y en el capítulo 6 se añade que Mardoqueo no recibió ninguna recompensa por haberlas revelado. Sin embargo, en el segundo relato se dice que las intrigas ocurrieron en el segundo año del reinado de Asuero, y se añade que recibió regalos por la delación.

Respondo que esos siete capítulos del libro de Ester, que son los últimos en la edición latina Vulgata, no son en realidad los últimos, sino que algunos de ellos pertenecen al inicio del libro, como los capítulos 11 y 12; otros al medio, como los capítulos 13, 14, 15 y 16; y algunos al final, como el capítulo 10. Esto es evidente tanto por los códices griegos, donde todo está colocado en su orden, como por la anotación de San Jerónimo inserta en los capítulos 10 y 11 y los siguientes de este libro en las Biblias latinas. Sin embargo, la Iglesia permite que esos capítulos permanezcan al final del libro, donde los colocó San Jerónimo, para que entendamos qué parte de este libro está en los códices hebreos y cuál no.

La narración de las intrigas, que se encuentra en el capítulo 12 de las Biblias latinas, pertenece al inicio del libro, y allí se relatan las intrigas de manera anticipada, que luego se narran de nuevo en su lugar, en el capítulo 2. Las intrigas ocurrieron en el séptimo año, como se menciona en el capítulo 2, y no en el segundo año, como parece deducirse del capítulo 11. De hecho, las palabras del capítulo 11 "en el segundo año del reinado de Artajerjes, etc." no deben extenderse hasta la narración de las intrigas, sino solo a lo que se dice en el mismo capítulo 11, es decir, al sueño que tuvo Mardoqueo antes de que Ester se uniera a Asuero.

En cuanto a la objeción sobre la recompensa por la delación, no presenta dificultad. Aunque Mardoqueo no recibió una recompensa por la delación cuando el rey mandó leer los anales, como se dice en el capítulo 6, sin embargo, después recibió una recompensa muy generosa, que se describe en el mismo capítulo 6, y que se alude en el capítulo 12 con las palabras "se le dieron regalos por la delación".

Tal vez preguntes: si estas cosas se narran de manera anticipada, ¿por qué en los textos griegos sigue la frase "Y ocurrió después de esto en los días de Artajerjes, etc.", ya que se narra que el banquete del rey Asuero tuvo lugar en el tercer año de su reinado, y la Escritura indica que eso ocurrió después de la detección de las intrigas, que hemos dicho que ocurrieron en el séptimo año? Respondemos que ese "después de esto" no se refiere a lo que se narró de manera anticipada, sino al sueño de Mardoqueo, que se narró en su lugar correspondiente.

En tercer lugar, objetan que estos últimos capítulos contradicen otras partes del libro y hacen que todo el libro sea sospechoso. En la carta de Asuero, que se encuentra en el capítulo 16, se dice que Amán era de origen y espíritu macedonio y que intentaba transferir el imperio persa a los macedonios. De estas palabras se deduce que la historia de Ester ocurrió en los últimos tiempos de los reyes persas. Pues Asuero no podría haber temido que el reino persa se transfiriera a los macedonios, a menos que ese reino ya tuviera cierto renombre. Sin embargo, el reino macedonio fue oscuro hasta los tiempos de Filipo, padre de Alejandro Magno, como lo atestigua Justino al final del libro 6. No fue hasta el vigésimo año del reinado de Filipo que el poder de ese reino comenzó a ser sospechoso para los persas, como refiere Diodoro en el libro 16. Y el vigésimo año de Filipo coincide con el vigésimo tercer año del reinado de Artajerjes Ocus, como se puede saber por la Crónica de Eusebio. Pero de ninguna manera puede ser que la historia de Ester haya ocurrido después del vigésimo tercer año de Ocus. Pues pregunto: ¿quién fue ese rey persa que tuvo a Ester como esposa? ¿Fue Ocus? Pero esta historia no se completó después del año 23, sino en el año 12 del reinado de Asuero, como se menciona en el libro de Ester, capítulo 3. ¿Fue Arses, el sucesor de Ocus? Pero él solo reinó cuatro años; por lo tanto, tampoco Darío, sucesor de Arses y último rey persa, pudo haber sido el marido de Ester, ya que solo gobernó durante seis años.

Además, si la historia de Ester ocurriera al final del reino persa, Mardoqueo habría vivido casi trescientos años. Mardoqueo fue llevado al exilio junto con Jeconías desde Jerusalén a Babilonia por Nabucodonosor, rey de los caldeos, según Ester 2 y 11, y ciertamente ya tenía algunos años en ese momento. Luego permaneció en cautiverio durante setenta años. Posteriormente, habría sobrevivido desde el comienzo del reino de Ciro hasta el final de Ocus, lo cual son doscientos veinte años. Si sumamos los setenta años con los doscientos veinte, y añadimos algunos otros que vivió antes del cautiverio, encontramos casi trescientos años. Esta dificultad aumenta aún más cuando consideramos a Ester: dado que ella era sobrina de Mardoqueo, según la versión de Jerónimo, o prima, según los códices hebreos y griegos, o bien era de la misma edad que Mardoqueo, o no mucho más joven; y aunque hubiera sido cien años más joven, habría tenido al menos doscientos años de vida cuando llegó a las nupcias con Asuero. ¿Quién podría creer que una anciana de doscientos años fuera aquella bellísima virgen a quien el rey de Persia amó por encima de todas las mujeres?

Respondemos que existen muchas opiniones de los escritores sobre el tiempo en que vivió Ester; y aunque no todas son igualmente probables, ninguna es tan improbable como para que no podamos refutar la objeción propuesta si la seguimos.

Algunos, por lo tanto, sitúan la historia de Ester antes del final del cautiverio en Babilonia y sostienen que Asuero fue Darío el Medo, el cual se menciona en Daniel 9, y que fue él quien tomó a Ester como esposa. Esta opinión parece haber sido del agrado de Melchor Cano en el libro 11 de De locis, capítulo 6, y de Gerardo Mercator en su Cronología; estos autores responderían a la objeción sobre Amán, que quería transferir el imperio persa a los macedonios, diciendo que Amán no deseaba esto porque el reino macedonio floreciera tanto como para contender con los persas por el dominio del mundo; sino más bien porque, siendo él mismo de origen macedonio, quería engrandecer a su pueblo, que en ese tiempo era oscuro, haciéndolo ilustre mediante la transferencia del imperio a sí mismo y a los suyos.

Sin embargo, esta opinión es improbable. Primero, porque el esposo de Ester es llamado en todas partes Artajerjes, un nombre que no es propio de los medos, sino de los reyes persas.

Segundo, porque el esposo de Ester reinaba desde la India hasta Etiopía, según Ester 1. Pero los medos nunca poseyeron un imperio tan vasto. Nos referimos a los tiempos del reino de los medos antes de la monarquía de Ciro. Aunque en ese tiempo el reino de los medos era más grande que el de los persas, como atestigua San Jerónimo en el capítulo 5 de Daniel, sin embargo, ese reino de los medos no era tan amplio como lo fue posteriormente la monarquía persa, es decir, el reino de Asuero, esposo de Ester.

Tercero, porque el esposo de Ester se llama a sí mismo explícitamente persa y rey de los persas en Ester 10. Pero Asuero, del que se habla en Daniel 9, era de la descendencia de los medos.

Cuarto, porque el esposo de Ester reconoce su reino como otorgado por el Dios de los hebreos en Ester 10. Pero nunca leemos que los medos adoraran al Dios de los judíos; en cambio, sí leemos esto de Ciro y de sus sucesores. En 2 Crónicas 36:23 y en Esdras 1:2, Ciro dice: "El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén". Y en Esdras 6 y 7 se leen las cartas de Darío y Artajerjes, reyes de Persia, en las cuales estos reyes reconocen al Dios de los judíos y ordenan que se hagan sacrificios por ellos y por su reino.

Quinto, porque el esposo de Ester tenía su residencia en Susa, según Ester 1. Pero Susa no era la capital de los medos, sino de los persas, como escriben Solino en el capítulo 58, Diodoro en el libro 11, y Plutarco en Artajerjes. Esto no contradice lo que escriben Justino en el libro 1 y Quinto Curcio en el libro 4, quienes dicen que la capital de los persas era Persépolis. Pues, como refiere Estrabón en el libro 15, tanto Persépolis como Susa eran ciudades capitales de los persas. Persépolis se llamaba así porque allí se encontraban los tesoros y las tumbas de los reyes; mientras que Susa lo era porque los reyes residían allí. Ciro estableció su sede en Susa, ya que, al estar situada en los límites de Asiria, Persia y Media, permitía defender y gobernar el imperio de manera más conveniente. Por lo tanto, Asuero, esposo de Ester, no fue ningún medo, sino un persa.

Otra opinión es que el esposo de Ester no podría ser otro que Cambises, quien también se llama Asuero en Esdras 4:6. Esta es la opinión de los judíos en la cronología llamada Seder Olam ("Orden del mundo"), y la misma es seguida por Gilbert Genebrard en su Chronologia.

Los judíos cuentan solo tres reyes persas: Ciro, Asuero y Darío, porque el imperio fue conquistado por Alejandro Magno. Por lo tanto, no les queda ninguna cuestión sobre la edad de Mardoqueo y Ester, ni sobre Amán y el reino de Macedonia. Ellos prueban que hubo solo tres reyes persas con dos testimonios de las Escrituras. Uno es Daniel 11, donde, después de decir que habría tres reyes en Persia después de Darío el Medo, inmediatamente menciona a Alejandro: "Se levantará un rey poderoso que dominará" y así sucesivamente. El otro es en Nehemías 12, donde se enumeran los sumos sacerdotes desde Josué, hijo de Josadac, hasta Jadúa, de quien se sabe que ejerció el sacerdocio en tiempos de Alejandro Magno. De esto parece seguirse que hubo muy pocos reyes persas, ya que Nehemías, quien era un hombre maduro en tiempos de Ciro, el primer rey, vivió hasta los tiempos de Alejandro Magno, quien destruyó la monarquía persa.

Pero esta opinión de los judíos no puede ser aprobada de ninguna manera. Pues Asuero, esposo de Ester, reinó durante más de doce años, según Ester 3. Sin embargo, Cambises no gobernó durante más de siete años y cinco meses, según Heródoto en el libro 3, o solo seis años, según el historiador judío Josefo en Antigüedades judías 11.2, a lo cual concuerdan todos los demás escritores. Tampoco pueden decir los judíos que Cambises reinó muchos años junto a su padre Ciro, ya que esos mismos judíos sostienen que Ciro solo reinó tres años.

Además, durante todo el tiempo de su reinado, Cambises persiguió a los judíos con odio y nunca permitió que se construyera el templo en Jerusalén, como se deduce claramente del libro de Esdras 1:4. ¿Quién podría creer, entonces, que Cambises fue el mismo Asuero que, después de la muerte de Amán, fue un gran amante de los judíos? Además, nuestro Asuero en el último capítulo del libro de Ester indica que está muy alejado en el tiempo de Ciro, cuando dice que el reino fue dado a sus antepasados por el Dios del cielo y que se ha mantenido hasta sus días. Estas palabras ciertamente no se aplican a Cambises, que fue el sucesor inmediato de Ciro.

Tampoco es sólido el fundamento de los hebreos sobre los tres reyes persas, ya que no solo todos los historiadores griegos y latinos lo contradicen, sino también el propio Josefo, quien era hebreo por nación y religión; y además, tanto Daniel como Esdras. Pues, en el capítulo 11 de Daniel, después de las palabras "He aquí que aún habrá tres reyes en Persia", sigue: "Y el cuarto se enriquecerá con grandes riquezas más que todos; y cuando se haya hecho poderoso con sus riquezas, despertará a todos contra el reino de Grecia". Estas palabras describen claramente a Jerjes, quien vino a Grecia con un ejército innumerable.

Además, en el capítulo 4 del libro de Esdras, se menciona a Ciro, que ordenó construir el templo; a Asuero, o Artajerjes, que prohibió la construcción; y a Darío, que nuevamente ordenó que se construyera el templo. Luego, en el capítulo 6, se menciona a otro Artajerjes, que también es nombrado en 2 Esdras 2. ¿Por qué, entonces, Daniel pasa inmediatamente de Jerjes a Alejandro Magno? La razón es, como escribe San Jerónimo en su comentario a ese pasaje, que Daniel no tenía la intención de narrar la historia de los reyes, sino de predecir los cambios en los reinos. Por lo tanto, enumeró a los reyes persas hasta Jerjes, quien luchó contra los griegos, para indicar que a partir de entonces se originó la ocasión para que los griegos se armaran contra los persas y, finalmente, bajo el mando de Alejandro, les arrebataran el imperio.

El otro argumento, sobre el número de sumos sacerdotes, es refutado por Beda en su libro 3 sobre Esdras, capítulo 32, donde enseña que Nehemías enumeró la genealogía del sumo sacerdote Josué hasta Jadúa, porque Jadúa llegó a la vejez. Pues, como se menciona en 2 Esdras 12, en tiempos de Nehemías, el sumo sacerdote era Eliasib, nieto de Josué y bisabuelo de Jadúa, quien en tiempos de Alejandro ya era anciano cuando ejercía el sacerdocio. Y entre el final del reinado de Artajerjes Longímano, durante el cual Nehemías era su copero, y el inicio del reinado de Alejandro, hay noventa y cinco años. Por lo tanto, bien pudo haber sido que Jadúa, quien era anciano en tiempos de Alejandro, fuese un niño en tiempos de Nehemías.

Otra opinión, sostenida por algunos, es que el esposo de Ester fue Darío Histaspes, quien sucedió a Cambises. Esta opinión es sostenida por Juan Carión en su Crónica y por Juan Benedicto en sus anotaciones marginales al libro de Ester. Y aunque es más probable que las dos anteriores, me parece que debe ser rechazada por los mismos argumentos que ellos mismos presentan en su favor.

Dicen que consideran que Darío Histaspes fue nuestro Asuero, en parte porque tuvo dos esposas, Atosa y Artístona, y en parte porque residía en la ciudad de Susa; ambos detalles se mencionan en el libro de Ester sobre nuestro Asuero. Sin embargo, Heródoto en el libro 3 enseña que tanto Atosa como Artístona, esposas de Darío, eran hijas de Ciro, lo que ciertamente no se ajusta a nuestra Ester. Además, residir en Susa no es algo exclusivo de Darío, sino común a los reyes persas, como hemos mostrado anteriormente con Estrabón.

Otra opinión, que es muy célebre, sostiene que el esposo de Ester fue Artajerjes Mnemón; así lo enseña Eusebio en su Crónica, seguido por Beda en su Libro sobre las seis edades del mundo y por muchos otros escritores.

Pero contra esta opinión hay dos argumentos de peso. Primero, Josefo escribe en el libro 1 contra Apión que no se incluyen en el canon de los libros sagrados aquellos escritos después de los tiempos de Artajerjes Longímano. Pues Esdras fue quien compuso el canon de los libros sagrados, y su vida no se extendió más allá de los tiempos de Longímano. Sin embargo, el libro de Ester siempre ha estado en el canon de los hebreos, como se deduce del mismo Josefo en el libro 11 de las Antigüedades, capítulo 6, y en el mismo libro 1 contra Apión. Por lo tanto, la historia de este libro no puede referirse a los tiempos de Mnemón.

Además, Plutarco escribió con detalle la vida de Artajerjes Mnemón, pero no menciona nada de lo que se encuentra en el libro de Ester; más bien, se deduce lo contrario. Plutarco relata que Artajerjes Mnemón tuvo dos esposas, Estatira y Atosa, ninguna de las cuales podría ser Vashti o Ester, quienes fueron las esposas de nuestro Asuero. Vashti fue repudiada, como se narra en Ester 1, mientras que Estatira fue asesinada por envenenamiento mientras aún era reina, lo cual causó un gran dolor al rey. Por otro lado, Atosa nunca fue repudiada, sino que vivió con Artajerjes hasta su muerte. Además, Ester era de origen hebreo y fue aceptada en matrimonio por Artajerjes en el séptimo año de su reinado, como se menciona en Ester 2. Sin embargo, Atosa no era hebrea, sino persa, e hija del propio Artajerjes; y Estatira fue tomada por él en matrimonio antes de que Artajerjes comenzara a reinar, no en el séptimo año de su reinado.

Por lo tanto, la última opinión, y la que a mi juicio es la más probable, es la de Josefo en su libro 11, capítulo 6, y también la de Sulpicio en el libro 2 de su Historia Sagrada, así como la de Nicéforo de Constantinopla en su Crónica, y de muchos otros autores que Eusebio menciona sin nombre en su Crónica. Todos ellos enseñan que Asuero, esposo de Ester, no puede ser otro que Artajerjes, llamado Longímano. Esta es la opinión que también seguimos, tanto porque los argumentos con los que hemos refutado otras opiniones no tienen efecto contra esta, como también porque, si hay que confiar en alguien en esta historia, especialmente en Josefo, quien era hebreo, sacerdote y muy versado en asuntos hebreos. Además, es verosímil que Nehemías, siendo hebreo, pudiera haber sido copero de un rey tan grande, porque la reina Ester también era hebrea y Mardoqueo, jefe del palacio, era hebreo.

Pero, objetan, si Mardoqueo fue trasladado con el rey Joaquín desde Jerusalén a Babilonia, ¿cómo es posible que haya sobrevivido hasta el tiempo de Artajerjes Longímano? Respondo que esto no es del todo increíble; desde el inicio del cautiverio en Babilonia hasta el tiempo de Longímano hay aproximadamente 165 años. No es increíble que Mardoqueo pudiera haber alcanzado los 165 años de edad, dado que mucho tiempo después San Pablo el Ermitaño alcanzó los 115 años, como atestigua San Jerónimo, y nosotros mismos hemos visto a un anciano de 105 años tan robusto y vigoroso que parecía que viviría muchos años más.

Además, lo que dice la Escritura, que Mardoqueo fue trasladado a Babilonia con el rey Joaquín, puede entenderse correctamente incluso si Mardoqueo aún no había nacido. Pues pudo haber sido trasladado, no en sí mismo, sino en sus padres o antepasados, de la misma manera que Zorobabel y Josué se dice que regresaron a Jerusalén desde el cautiverio al que Nabucodonosor los había llevado, según Esdras 2:7. Y sin embargo, Zorobabel nació durante el cautiverio, como se menciona en Mateo 1, y es verosímil que lo mismo ocurriera con Josué, hijo de Josadac. En Génesis 46 y Deuteronomio 10, leemos que setenta almas entraron en Egipto con Jacob, entre las cuales se contaban los dos hijos de José, que nacieron en Egipto; y no pueden decirse que entraron en Egipto de otra manera, sino porque José, en cuyos lomos estaban, entró en Egipto.