- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Se demuestra que la edición hebrea de Moisés y los profetas nunca se ha perdido.
- CAP. II: Si la edición hebrea está corrompida.
- CAP. III: De la edición caldea.
- CAP. IV: De la edición siríaca.
- CAP. V: Sobre las diversas ediciones griegas.
- CAP. VI: Sobre la interpretación de los Setenta Ancianos.
- CAP. VII: Sobre la edición griega del Nuevo Testamento
- CAP. VIII: Sobre las ediciones latinas
- CAP. IX: Sobre el autor de la edición Vulgata
- CAP. X: Sobre la autoridad de la edición latina vulgata.
- CAP. XI: Se resuelven las objeciones de los herejes contra la edición latina vulgata.
- CAP. XII: Se defienden los pasajes que Kemnitius dice que están corrompidos en la edición vulgata.
- CAP. XIII: Se defienden los pasajes que Calvino afirma que el intérprete latino tradujo mal en los Salmos.
- CAP. XIV: Se defienden los pasajes que los herejes afirman que están corrompidos en la edición latina del Nuevo Testamento.
- CAP. XV: Sobre las ediciones vulgares.
- CAP. XVI: Se responden a las objeciones de los herejes.
CAP. I: Se demuestra que la edición hebrea de Moisés y los profetas nunca se ha perdido.
Ya discutimos en el libro anterior sobre los libros sagrados en sí mismos, para defender su número y autoridad frente a las calumnias de los herejes. Ahora sigue que hablemos brevemente sobre las varias ediciones de esos mismos libros, es decir, la hebrea, caldea, griega, latina, alemana, francesa y otras semejantes que se llaman vulgares. Porque de poco serviría no ignorar el número de los libros divinos si no sabemos a cuál edición, entre las muchas que existen, se debe atribuir autoridad.
Para comenzar, entonces, con la edición hebrea, hay dos cuestiones que deben ser discutidas. Una es si esa misma Escritura, la cual fue compuesta por Moisés y los profetas, ha llegado hasta nosotros. La otra es si esa Escritura, contenida en los códices hebreos, ha sido tan corrompida y deformada por el malicioso estudio de los judíos, que no merece ninguna autoridad en la Iglesia.
Sobre la primera cuestión, hay dos opiniones. Una es la de aquellos que enseñan que toda la Escritura sagrada se perdió en el tiempo de la cautividad babilónica, cuando la ciudad fue destruida y el templo fue incendiado, y luego fue restaurada por Esdras, quien, asistido por el Espíritu Santo, reprodujo todo tal como era antes. Así parece pensar Basilio en su epístola a Quilón:
"Este es el campo," dice, "donde, retirado, Esdras vomitó todos los libros divinos por mandato de Dios."
Así habla él. Algunos añaden en el mismo sentido a Ireneo, Tertuliano y Clemente de Alejandría, aunque no enseñan esto abiertamente.
Esta opinión nos parece improbable. No se basa en otro fundamento que el testimonio de un libro apócrifo, es decir, el cuarto libro de Esdras, capítulo 14, donde en palabras explícitas se dice que Esdras, durante cuarenta días completos, inspirado por el Espíritu divino, dictó a cinco hombres que registraron rápidamente lo que él decía, y de esta manera toda la Escritura, que había perecido completamente, fue restaurada. Pero este libro no solo es apócrifo y nunca fue aceptado por la Iglesia Católica, sino que también, en muchos lugares, huele a fábulas judías, y en este mismo capítulo 14 habla de ciertos libros ocultos y más perfectos de la misma manera que los talmudistas hablan de su Cábala. Por lo tanto, el testimonio de este libro más bien quita credibilidad a esta opinión que la fortalece. Y de los libros canónicos no se extrae nada semejante.
Lo que algunos dicen que se puede deducir del libro 2 de Esdras, capítulo 8, está tan lejos de ser cierto que más bien se deduce lo contrario. Pues tenemos el siguiente texto:
"Dijeron a Esdras los escribas que trajera el libro de la ley de Moisés: Esdras, entonces, lo trajo, etc."
No dijeron que lo escribiera de nuevo, sino que lo trajera, porque sabían que aún existía. Además, aunque la Escritura que se guardaba públicamente en el templo hubiera sido incendiada y destruida, es increíble que no hubiera también algunos ejemplares, o al menos partes de ellos, en posesión de personas privadas, especialmente de Ezequiel, Daniel, Jeremías, Ageo, Zacarías, Mardoqueo y el propio Esdras, quienes vivían entonces y, sin duda, tenían cuidado de la ley del Señor.
Por lo tanto, la otra opinión es que Esdras fue ciertamente el restaurador de los libros sagrados, no dictando todo de nuevo, sino recogiendo y ordenando las Escrituras en un solo cuerpo, cuyas partes encontró en varios lugares, y también corrigiendo lo que había sido corrompido por la negligencia de los escribas, ya que durante todo el tiempo de la cautividad, la ley fue descuidadamente preservada, dado que los judíos no tenían templo ni tabernáculo.
Así parece haberlo pensado autores muy respetados. Pues Crisóstomo, en la homilía 8 sobre la epístola a los Hebreos, enseña que Esdras recompuso la Escritura a partir de los restos que quedaban de ella. Hilario, en su prefacio a los Salmos, dice que Esdras reunió todos los Salmos y de ellos hizo un solo libro. Teodoreto, en su prefacio a los Salmos, dice que la Escritura antigua, corrompida durante el tiempo de la cautividad, fue restaurada por Esdras. Lo mismo parece significar Ireneo en el libro 3, capítulo 25, Tertuliano en el libro sobre el hábito de las mujeres, y Clemente en el libro 1 de los Stromata. Pues dicen que Esdras revisó y restauró todos los libros del Antiguo Testamento, pero no añaden que lo hiciera de memoria, ni mencionan esa historia que se encuentra en el cuarto libro de Esdras.
San Jerónimo, en el prólogo Galeato, dice que Esdras inventó nuevas letras hebreas, dejando las antiguas a los samaritanos, y que entregó las nuevas a los judíos, las mismas que usamos ahora. Porque, como el mismo Jerónimo testifica en el capítulo 9 de Ezequiel, la última letra del alfabeto hebreo antiguo era similar a la "T" de los griegos y tenía la figura de la cruz, ya que el fin de la ley es Cristo crucificado. Ahora, la última letra del alfabeto parece no tener semejanza alguna con la cruz. Por lo tanto, sin duda, tenemos nuevas letras.
Sobre una nueva edición de los libros sagrados hecha por Esdras, Jerónimo no dice nada, aunque ese hubiera sido un lugar perfecto para mencionarlo.
Finalmente, si Esdras hubiera dictado nuevamente los libros sagrados, es verosímil que lo hubiera hecho no en lengua hebrea, sino en caldea o en una mezcla de hebreo y caldeo, que era la lengua en uso en ese tiempo, y con la cual vemos que están escritos los libros de Esdras y Daniel; pero es seguro que los libros sagrados, excepto estos de Esdras y Daniel, están escritos en lengua hebrea, la misma que hablaron Adán, Eva y todos los patriarcas. Esto se deduce claramente de la etimología de los nombres propios, que a menudo no se encuentra en ninguna otra lengua.
Y para dar algunos ejemplos de los muchos que hay, dijo Adán sobre su esposa recién creada:
"Esta será llamada ‘virago,’ en hebreo אשה (ishá), porque fue tomada del hombre, que en hebreo se dice איש (ish)." Génesis 2.
Pero en ninguna otra lengua, hombre y mujer tienen tal semejanza de nombre. Pues en la lengua caldea, que es afín al hebreo, hombre se dice בעל (ba‘al) y mujer איתתא (ittatá), que no tienen ni una sola letra en común. De igual manera, en griego, ἀνὴρ (anér) y γυνὴ (gyné), y en latín, vir y mulier, no tienen semejanza alguna entre las letras. O Adán no dijo esas palabras que hemos citado, y entonces el eximio de los profetas mentirá; o es necesario confesar que los libros divinos fueron escritos en la lengua que usaron los primeros seres humanos. Algo semejante ocurre con lo que se dice en las Escrituras sobre el origen del nombre de Eva, Caín, Abel, Set, Noé, Faleg, Abraham, Isaac, Jacob y todos sus hijos, así como también de montañas, ríos, ciudades y muchas otras cosas, ya que en la lengua hebrea siempre se encuentran esas alusiones de palabras semejantes; en otras lenguas, o nunca o rara vez.
Finalmente, la lengua hebrea, en la cual vemos que están escritos los libros sagrados, es atestiguada como la más antigua, e incluso la primera de todas las lenguas, tanto por su brevedad y simplicidad, como por la autoridad de los hombres más doctos. Véase a Eusebio en el libro 10 de la Preparación Evangélica, capítulo 2; Ambrosio en el capítulo tercero a los Filipenses; Jerónimo en su epístola a Dámaso sobre la visión de Isaías; y Agustín en el libro 16 de la Ciudad de Dios, capítulo 11. Y no se opone a esto lo que dice Agustín en el libro 16 de la Ciudad de Dios, en el último capítulo, que la lengua hebrea fue inventada después de los tiempos de Noé. Pues Agustín no quiso indicar que esa lengua no existiera antes, sino solo que entonces comenzó a ser llamada lengua hebrea. Porque, como explica correctamente Eucherio en el capítulo 11 del Génesis, antes de la división de las lenguas, la lengua hebrea era común a todos los hombres, y por eso no tenía un nombre específico. Pero en el tiempo de Heber, cuando comenzaron a existir muchas lenguas, esa lengua común, para distinguirla de las otras, fue llamada hebrea, porque permaneció en la casa de Heber, de donde los hebreos tomaron su nombre.
Por lo tanto, puesto que está claro que los libros de Esdras están llenos de palabras caldeas, pero los libros de la ley y los profetas están escritos en un idioma hebreo puro, también debe estar claro que poseemos los libros de la ley y los profetas no escritos por Esdras, sino por Moisés y los antiguos profetas.