CAP. XV: Sobre los libros de los Macabeos.

Los libros de los Macabeos, además de los testimonios comunes, tienen su propio testimonio y son presentados honoríficamente por San Cipriano en el libro sobre la exhortación al martirio, capítulo 11; por San Gregorio Nacianceno en su oración sobre los Macabeos; por San Ambrosio en el libro 2 sobre Job, capítulos 10, 11 y 12, y por otros en diversas partes. Estos mismos libros son llamados Escritura divina en términos explícitos por San Cipriano en el libro 1, epístola 3 a Cornelio, y por Isidoro en el libro 6 de las Etimologías, capítulo 1. Además, San Agustín (a quien Calvino a menudo atribuye gran autoridad) en el libro 18 de La Ciudad de Dios, capítulo 36, dice: "Los libros de los Macabeos, no los judíos, sino la Iglesia los tiene por canónicos". Y en el libro 2 contra las epístolas de Gaudencio, capítulo 23, defiende con esmero la autoridad de estos mismos libros llamándolos Escritura santa. Pero veamos los argumentos de los adversarios.

PRIMERO, objeta Calvino en el libro 3 de las Instituciones, capítulo 5, § 8, que el autor de estos libros alaba el celo desmedido y la acción supersticiosa de Judas Macabeo, quien ordenó ofrecer sacrificios por los muertos. 2 Macabeos 12. Pues además de que es supersticioso orar por cualquier tipo de muertos, también se añade que aquellos por quienes Judas ordenó orar habían muerto en pecado mortal, por los cuales incluso los católicos enseñan que no se debe orar. Y se prueba que murieron de esa manera, pues como se dice allí: "Se encontraron bajo las vestiduras de todos los muertos ciertos objetos de ofrendas a los ídolos contra la prohibición del Señor, que se encuentra en Deuteronomio 7". RESPONDO: Orar por los muertos, de quienes no se tiene certeza de que estén en el cielo o en el infierno, es piadoso y religioso, como lo mostraremos en su lugar; por ahora basta con oponer a Calvino las palabras de Agustín, quien de este mismo pasaje prueba que es piadoso orar por los muertos, en la epístola 61 a Dulcitio, libro 1 de los Modales de la Iglesia, capítulo 23, y en el libro sobre el cuidado por los muertos, capítulo 1. Así que hay tanta diferencia entre el espíritu de Agustín y el de Calvino, que Agustín, porque cree que los libros de los Macabeos son canónicos, deduce de ello que es bueno orar por los muertos. Calvino, porque considera que es malo orar por los muertos, deduce de ello que los libros de los Macabeos no son canónicos. A lo que se objeta, respondo que Judas piadosamente pensó que ellos, en el momento de la muerte, habían concebido dolor por su pecado ante Dios y encontrado misericordia ante el Señor, lo que significan estas palabras: "Porque consideraba que aquellos que habían recibido con piedad el sueño tenían guardada una gracia óptima".

SEGUNDO, objeta Calvino en el Antídoto del Concilio que no se puede considerar canónico al autor de este libro, ya que en el libro 2, capítulo último, pide perdón por sus errores. Añade que en el capítulo 2 dice: "Y nosotros mismos, que emprendimos esta obra con la intención de abreviarla, hemos asumido un trabajo no fácil, sino más bien una tarea llena de desvelos y sudor". Con estas palabras indica que compuso este libro de manera humana. Pues los autores verdaderamente sagrados no escribieron por su propio ingenio y trabajo, sino por la revelación del Espíritu Santo, como se evidencia en Jeremías 36, sobre Jeremías, quien dictaba a su escriba Baruc con tanta facilidad lo que Dios le revelaba, que parecía estar leyendo de un libro.

RESPONDO: Dios es ciertamente el autor de todas las Escrituras divinas, pero su modo de asistir a los profetas es diferente al que utiliza con otros, especialmente con los historiadores. Pues a los profetas les revelaba el futuro y al mismo tiempo les asistía para que no introdujeran ninguna falsedad al escribir, y por ello los profetas no tenían otro trabajo que escribir o dictar; a otros escritores, sin embargo, Dios no siempre les revelaba lo que iban a escribir, sino que los impulsaba a escribir lo que habían visto o escuchado, o de lo que se acordaban, y al mismo tiempo les asistía para que no escribieran ninguna falsedad; esta asistencia no hacía que no tuvieran que esforzarse en pensar y buscar qué y cómo escribir. Por eso, San Lucas, en el prólogo del Evangelio que escribió, testifica que alcanzó todo con diligencia, lo que se refería a la escritura del Evangelio, y eso de aquellos que lo habían oído y visto, y habían sido ministros de la palabra. En cuanto a la petición de perdón, este autor no pide perdón por errores, pues no sabía de ninguno; sino por un discurso menos pulido, del mismo modo que San Pablo confiesa ser falto de elocuencia en 2 Corintios 11.

Objeción TERCERA de otros. En 2 Macabeos 1 se dice:

"Cuando nuestros padres fueron llevados cautivos a Persia," pero es seguro que los judíos no fueron llevados a Persia, sino a Babilonia; por lo tanto, el autor de este libro no cuenta la verdadera historia. Algunos se esfuerzan mucho por mostrar cuándo fueron llevados los judíos a Persia, pero considero que el asunto es muy sencillo. Porque el autor de este libro llama Persia no solo a la región que propiamente se llama Persis, sino también a otras regiones vecinas; esto se evidencia en 1 Macabeos, capítulo 6, donde se dice que el mensajero que llegó a Babilonia para ver a Antíoco llegó a Persia. Y este modo de hablar no es ajeno a otros escritores, ya que Crisóstomo en su homilía 6 sobre Mateo dice que los judíos fueron liberados de la cautividad persa.

Objeción CUARTA. En 2 Macabeos 2 se dice que Jeremías, cuando Jerusalén y el templo fueron saqueados e incendiados por los caldeos, escondió el tabernáculo y el arca de la alianza en una cueva del monte Nebo, y dijo que ese lugar permanecería oculto hasta que Dios reuniera de nuevo a su pueblo. Pero aquí se contienen dos mentiras. Una, que Jeremías hizo eso; pues antes de que la ciudad fuera capturada por los caldeos, Jeremías estuvo siempre en prisión y era despreciado por casi todos en Jerusalén, como se dice en Jeremías 37 y 38; por lo tanto, no pudo hacerlo ni por sí mismo ni por otros: y después de que la ciudad fue capturada, los caldeos lo saquearon todo, como se dice en 2 Reyes al final, por lo que no quedó nada que Jeremías pudiera esconder. La segunda mentira es que al regresar de la cautividad, recuperarían el arca y el tabernáculo; pues nunca más los volvieron a tener.

RESPONDO: que esto bien pudo haber sucedido tanto antes del saqueo de la ciudad y del templo (como Epifanio sostiene en la vida de Jeremías) como después, según otros. Antes, efectivamente; no en tiempo de Sedequías, sino de Joaquín. Pues Nabucodonosor vino tres veces a Judea y llevó cautivos de allí al rey y al pueblo: primero en tiempo de Joaquín, como se dice en 2 Crónicas al final; segundo, en tiempo de Joaquín, como se dice en 2 Reyes 24; y tercero, en tiempo de Sedequías, 2 Reyes 25. Aunque en tiempos de Sedequías Jeremías estuvo casi siempre en prisión y despreciado por todos, sin embargo, en tiempos de Joaquín, estaba libre y gozaba de gran autoridad, tanto que es creíble que por su persuasión Joaquín se entregó voluntariamente al rey de Babilonia. Pues consta que Jeremías lo aconsejó, Jeremías 27, y también consta que Joaquín lo hizo, Jeremías 29; por lo tanto, pudo, con el consentimiento del rey, llevarse el arca y el tabernáculo. También pudo hacerlo después de que la ciudad fue capturada, pues Jeremías era muy estimado por Nabucodonosor, como se ve en Jeremías 39. Además, queda claro por Jeremías 52, donde se enumeran todas las cosas que los caldeos se llevaron del templo del Señor, hasta las copas y morteros, y no se hace mención del arca o del tabernáculo, que estos no fueron llevados por los soldados que saquearon Jerusalén. Tampoco es una mentira que el arca fuera a encontrarse de nuevo cuando el pueblo fuera reunido. Pues Jeremías no hablaba de esa reunión que ocurrió en tiempos de Ciro, sino de un tiempo futuro, cercano al día del juicio, como Epifanio sugiere en la vida de Jeremías; o mística y alegóricamente, se entiende que el arca aparecerá, es decir, Cristo vendrá en carne en una nueva reunión del pueblo, como lo expone Ruperto en el libro 20 de la victoria de la palabra, capítulo 21.

Objeción QUINTA. En 2 Macabeos, capítulo 1, se dice que Alejandro Magno fue el primero en reinar en Grecia, y esto parece falso, pues Alejandro no fue el primero, sino que antes de él hubo muchos reyes de los lacedemonios, macedonios, corintios, atenienses, etc., como se muestra en la Crónica de Eusebio. Además, allí mismo se dice que Antíoco el Ilustre reinó en el año 137 del reino de los griegos; sin embargo, se sabe por el mismo Eusebio que Antíoco reinó en el año 156. Pues estos son los años que van desde el primer año de la monarquía griega hasta Antíoco. Finalmente, en 1 Macabeos 8, se dice que los romanos anualmente encomiendan su magistratura a una sola persona, y todos obedecen a uno; pero esto es falso, pues en ese tiempo se elegían dos cónsules.

RESPONDO: La Escritura, cuando dice que Alejandro fue el primero en reinar en Grecia, no habla de cualquier reino, sino de la monarquía griega; y cuando dice que Antíoco el Ilustre reinó en el año 137 del reino de los griegos, no cuenta los años desde Alejandro, sino desde Seleuco, quien después de Alejandro fue el primero en reinar en Siria, como lo menciona Eusebio en su Crónica. Porque Judea es parte de Siria, y los judíos contaban los años desde el primer rey de Siria; desde Seleuco hasta Antíoco hay 137 años, y si añades los 19 años que hay desde Alejandro hasta Seleuco, serán 156 años.

En cuanto a lo de los romanos, respondo que solo se menciona a uno de los cónsules porque era costumbre entre los romanos que los cónsules se alternaran en el mando cada día. De esto puede dar testimonio el trágico final de la batalla de Cannas, cuyo fracaso se debió a la temeridad del cónsul que tenía el mando ese día. Por lo tanto, aunque había dos cónsules, parecía que la República estaba encomendada a uno solo. Y esta institución se estableció desde el mismo origen de la dignidad consular, para que no pareciera que, al haber sido expulsados los reyes, el terror no solo se eliminaba, sino que se duplicaba, como dice Livio en el libro 2.

Objeción SEXTA. En 1 Macabeos 4, se lee que Judas purificó el templo en el año 148, es decir, un año antes de la muerte de Antíoco, quien murió en el año 149, como se dice en 1 Macabeos 6. Pero esto contradice 2 Macabeos 10, donde se dice que Judas purificó el templo dos años después de la muerte de Antíoco. Además, en 1 Macabeos 6, se dice que Antíoco el Ilustre murió en Babilonia en su cama, debido a la angustia del espíritu, porque las cosas no le habían salido como esperaba; pero en 2 Macabeos 1, se dice que fue descuartizado junto con muchos de los suyos en el templo de Nannea; y nuevamente en 2 Macabeos 9, se dice que murió tanto por dolor interno en sus entrañas como por haber caído de su carro en el camino. Finalmente, en 1 Macabeos 9, se dice que Judas murió en el año 152, pero en 2 Macabeos 1, se dice que escribió una carta en el año 188, lo que, si fuera cierto, significaría que la escribió 36 años después de su muerte. Todas estas cosas, al ser tan inconsistentes entre sí, son claras indicaciones de falsedad.

A la PRIMERA parte de este argumento, Sixto Senense responde escribiendo en el libro 8 de la Bibliotheca Sancta que la purificación del templo se realizó dos veces. Sin embargo, esto no parece ser verdad ni necesario para resolver el argumento. En efecto, la Escritura misma indica suficientemente que no es verdad, ya que todo lo que se relata sobre esta purificación en un lugar, se refiere también en otro. Además, no es necesario porque, si consideramos que solo hubo una purificación, no existe contradicción alguna en este libro. Aunque la purificación del templo en el libro 1, capítulo 4, se narra antes de la muerte de Antíoco, y en el libro 2, capítulo 10, se narra después de la muerte de Antíoco, en este último lugar se narra ciertamente después de la muerte de Antíoco, pero no se afirma que haya ocurrido después de su muerte. El autor quiso completar lo que iba a decir sobre Antíoco y, luego, regresar a Judas y la purificación del templo. Lo que se dice sobre haber ocurrido después de dos años no se refiere a dos años después de la muerte de Antíoco, sino a dos años después de la profanación. Pues el templo fue profanado en el año 145, como se dice en el libro 1, capítulo 1, y después de dos años, en el año 148, fue purificado, como se narra en el libro 1, capítulo 4. Por lo tanto, correctamente Eusebio en la Crónica y Josefo en el libro 12 de Antigüedades, capítulo 10, escriben que el templo fue purificado en el tercer año después de la profanación, es decir, después de dos años ya completados.

En cuanto a la SEGUNDA parte del argumento, casi todos coinciden en que el Antíoco mencionado, Epífanes, cuya muerte se describe en el libro 1, capítulo 6, y en el libro 2, capítulo 9, es el mismo. Pues bien pudo haber sido atacado por dolores intestinales en el camino y caer de su carro, como se dice en el libro 2, capítulo 9, y luego, enfermo, llegar a Babilonia, y allí, al añadirse la angustia causada por la noticia de la mala acción cometida por los suyos en Judea, finalmente morir. Pero sobre el Antíoco cuya muerte se describe en el libro 2, capítulo 1, hay una gran discusión. Algunos piensan que es Antíoco el Grande, como Liranus en este lugar y algunos otros. Pero esto no puede ser, ya que Antíoco el Grande murió antes de que Judas, quien escribió esta carta, fuera líder de los judíos, y no hubo ninguna guerra de los judíos con Antíoco el Grande. Otros creen que se trata de Antíoco, hijo de Demetrio, también llamado Trifón o Grifo por Eusebio. Así lo sostiene Ruperto en el libro 10 de De Victoria Verbi, capítulo 6, pero tampoco esto puede ser verdad, ya que en tiempos de este Antíoco no era Judas sino Juan Hircano el líder de los judíos, y sin embargo, es Judas quien escribe la carta. Además, la carta está dirigida a Aristóbulo, maestro de Ptolomeo Filométor, quien, según consta en la Crónica de Eusebio, vivió en tiempos de Judas, es decir, mucho antes de la época de Antíoco Grifo.

Por lo tanto, se debe decir que este Antíoco es Antíoco Epífanes, el mismo del que se habla en el libro 1, capítulo 6, y en el libro 2, capítulo 9. Pues, en primer lugar, Judas, quien escribió la carta, vivía entonces, y también Aristóbulo, a quien fue dirigida. Además, este fue el primero y mayor de los reyes de Siria enemigo de los judíos, por lo que con razón hubo tanta alegría en Judea por su muerte.

Finalmente, lo que se dice en el libro 2, capítulo 9, sobre Antíoco el Ilustre, que intentó saquear un templo en Persia y fue vergonzosamente rechazado, concuerda completamente con lo que aquí se dice de este Antíoco, que cayó en el templo de Nannea, fue herido y muchos de sus soldados fueron descuartizados. No es necesario afirmar que murió allí donde se dice que cayó, pues se puede decir que cayó porque su ejército fue derrotado y puesto en fuga. De manera similar, en Génesis 14, la Escritura divina narra que el rey de Sodoma cayó en la batalla, y sin embargo, poco después lo introduce vivo y encontrándose con Abraham. Así pues, Antíoco se dice que cayó en ese sentido, porque su ejército fue derrotado, y él mismo, escapando en una huida vergonzosa, posiblemente herido, cayó de su carro en el camino y poco después murió.

A la TERCERA prueba, algunos responden que no fue Judas Macabeo quien escribió esa carta, sino otro Judas. Así lo sostiene Ruperto en el libro 10 de De Victoria Verbi, capítulo 15, pero esto no parece ser verdad, ya que en el año 188 no era Judas, sino Juan Hircano quien era líder de los judíos, y no hubo ningún otro líder de los judíos llamado Judas aparte de uno, Macabeo; tampoco es verosímil que, en la cabecera de la carta, junto al Senado y al pueblo, se nombre a otro que no sea el líder principal. Otros sostienen que este Judas es en efecto Macabeo, pero los años mencionados al inicio de la carta no se cuentan según el calendario griego desde Seleuco, sino según el calendario hebreo desde el año duodécimo de Asuero, cuando todos los judíos fueron liberados de la muerte por la intervención de la reina Ester. Así lo sostienen Liranus y el Cardenal Hugo en este pasaje, y casi todos los autores recientes los siguen. Pero en primer lugar, no parece creíble que en estos libros siempre se cuenten los años según los griegos, excepto en este único lugar; además, aun contando desde el año duodécimo de Asuero, el año 188 no coincide con el tiempo de Judas Macabeo. Pues Liranus, a quien siguen los demás, cuenta así: desde el año XII de Asuero hasta el final de su reino hay 29 años; a estos se le suman seis años en que reinó Darío, hijo de Asuero, sumando 35; si a estos se les suman 148 años, que son desde el inicio del reino de los griegos hasta Judas, serán 188 años.

Pero en esta suposición hay tres errores gravísimos. El primero es que de 29, 6 y 148 no resultan 188, sino 183, como es evidente. El segundo es que estos autores omiten los 19 años que van desde el inicio de la monarquía de Alejandro hasta el reino de Seleuco: pues esos 148 años de los griegos, que se mencionan en 1 Macabeos, capítulo 4, hasta la victoria de Judas, se cuentan desde Seleuco, no desde Alejandro, como hemos dicho antes. Si sumas los 19 años que hay desde Alejandro hasta Seleuco, serán en total 202 años desde el año duodécimo de Asuero, no 188 como ellos sostienen. El tercer error es que en esa suposición hacen de Asuero el penúltimo rey de los persas, siguiendo los sueños de los judíos contra la opinión de todos los latinos y griegos. Eusebio en la Crónica sitúa tres reyes persas después de Asuero; Josefo, a quien he seguido anteriormente, cuenta siete reyes después de Asuero, de lo que se deduce que desde el año duodécimo de Asuero hasta Judas no transcurrieron 188 años, sino mucho más de doscientos.

Por lo tanto, junto con Melchor Cano y algunos otros, considero que esta cuestión debe resolverse diciendo que esas palabras, "en el año 188", no son el comienzo de la carta siguiente, que Judas escribió, sino el final de la carta anterior, que fue escrita por todo el pueblo judío bajo la dirección de Juan Hircano. Esto lo indican claramente los códices griegos, que colocan una distinción después de esas palabras "en el año 188". Y ciertamente, la lógica exige que, ya que esas palabras están entre el comienzo de una carta y el final de otra, y el número de años se suele colocar más bien al final que al principio, las refiramos a la carta anterior y no a la siguiente.

La Objeción SÉPTIMA se toma de la aparente contradicción entre el primer libro de los Macabeos y el Evangelio. En el libro 1, capítulo 1, el autor de este libro afirma que la profecía de Daniel sobre la "abominación de la desolación" que estará en el lugar santo se cumplió cuando Antíoco Epífanes colocó un ídolo en el templo del Señor. Sin embargo, Cristo en Mateo 24 sostiene que dicha profecía se cumplirá en los últimos días.

RESPONDO: En los libros de los Macabeos no se menciona la profecía de Daniel, sino que simplemente se llama al ídolo de Antíoco una "abominación desoladora", como realmente lo era.

La Objeción FINAL, que algunos presentan, proviene del hecho de que en estos libros parecen ser elogiados aquellos que se quitaron la vida, como Eleazar en el libro 1, capítulo 6, y Razias en el libro 2, capítulo 14. Esta objeción fue ya refutada hace mucho por San Agustín en su carta 61 a Dulcito, y en el libro 2 contra la carta de Gaudencio, capítulo 23. La respuesta esencial es que las muertes de estos hombres se narran en la Escritura, pero no se elogian, o ciertamente no se elogian de tal manera que se considere que hicieron algo piadoso y santo, aunque no se puede negar que actuaron con audacia y valentía, y que según el juicio humano, actuaron con fortaleza.