CAP. XVI: Sobre algunas partes de los libros de Marcos, Lucas y Juan.

El último capítulo de Marcos no fue aceptado como canónico por todos en tiempos de San Jerónimo, como se evidencia en su carta a Hedibia, cuestión 3. La causa de la duda radicaba en ciertas palabras apócrifas que se habían insertado en este último capítulo, como se puede ver en Jerónimo, libro 2 contra los Pelagianos, antes de la mitad. Estas palabras insertadas eran bastante manifiestas, con un claro matiz maniqueo: "Y ellos le respondieron, diciendo: este siglo de iniquidad e incredulidad es la sustancia que no permite que, por medio de espíritus inmundos, se aprehenda la verdadera virtud de Dios; por tanto, revela ahora tu justicia." Hoy en día no se nos permite dudar: en primer lugar, el Concilio de Trento, sesión 4, ordena que se reciban los libros completos con todas sus partes, tal como se leen en la Iglesia Católica. Este capítulo se lee en los días más solemnes de la Resurrección y la Ascensión, y es expuesto por Beda y por San Gregorio en las homilías 21 y 29 sobre los Evangelios. Atanasio también, en su Sinopsis, en el resumen del Evangelio según Marcos, reconoce este capítulo como auténtico de Marcos, y de igual manera Agustín en el libro 3 de De Consensu Evangelistarum, capítulo 24. Finalmente, es increíble que el Evangelio de Marcos esté tan mutilado y truncado que no contenga nada sobre la resurrección. Añádase que incluso Calvino en el capítulo 17, §47 de Instituciones acepta este último capítulo de Marcos como parte del Evangelio, por lo que no es necesario esforzarse más en probarlo.

Del CAPÍTULO 22 de Lucas, algunos ponen en duda la historia del sudor de sangre de Cristo y la aparición y consolación del ángel, como lo testimonian Hilario en el libro 10 de De Trinitate y Jerónimo en el libro 2 contra los Pelagianos. La razón que los movió fue que no querían atribuir a Cristo debilidad y dolor del alma. Por la misma razón, algunos católicos, con un celo desmedido, borraron la palabra "lloró" de sus códices en el pasaje de Lucas 19, donde se dice "al ver la ciudad, lloró sobre ella", como lo atestigua Epifanio en su obra Ancoratus. Pero ciertamente estos temieron donde no había motivo para temer. Si Cristo, como hombre, pudo sentir temor y angustia ante la inminente pasión, como también lo testifican Mateo, capítulo 26, y Marcos, capítulo 14, ¿por qué no pudo, de igual manera, sudar sangre y recibir consolación angelical? Y si tenía un cuerpo pasible y un alma sensible, ¿por qué no pudo sufrir y llorar? Así que Atanasio, en el libro 6 a Teófilo, que trata sobre la bienaventuranza del Hijo de Dios, declara anatema a aquellos que niegan que Cristo sudó sangre. Epifanio, también en Ancoratus, y Agustín en el libro 3 de De Consensu Evangelistarum, capítulo 4, reconocen este pasaje de Lucas como evangélico. Ni Hilario ni Jerónimo en los pasajes citados enseñan lo contrario, sino que solo advierten que no estaba en todos los códices en su tiempo y, por lo tanto, no se consideraba de fe tan segura.

El INICIO DEL CAPÍTULO 8 de Juan, donde se narra la historia de la adúltera, no era considerado de fe cierta en tiempos antiguos, como señala Erasmo en su anotación sobre este pasaje, citando a Eusebio en el libro 3 de Historia Ecclesiastica, capítulo 39, donde dice acerca de Papías: "Añade una historia sobre una mujer adúltera que fue acusada ante el Señor por los judíos; y que se encuentra en el Evangelio según los Hebreos, escrita esta parábola." Con estas palabras, claramente indica que no había visto esa historia en el Evangelio de Juan y que no le parecía tanto una historia como una parábola. Sin embargo, no debe haber duda de que es tanto una historia real como evangélica, pues se lee en la Iglesia el sábado después del tercer domingo de Cuaresma, y es reconocida por los Padres más autorizados, griegos y latinos: Ammonio de Alejandría en su Diatessaron, Atanasio en su Sinopsis en el resumen del Evangelio de Juan, Crisóstomo en la homilía 60 sobre Juan, Ambrosio en la epístola 58, libro 7 a Estudio, Jerónimo en el libro 2 contra los Pelagianos y Agustín en el tratado 33 sobre Juan. El mismo Agustín, en el libro 2 De Adulterinis Coniugiis, capítulo 7, dice que esta historia fue eliminada por los enemigos de la verdadera fe de algunos códices.

Y no perjudica, sino que más bien ayuda a nuestra causa lo que escribe Eusebio sobre que Papías, discípulo de Juan, mencionó esta historia, pues eso es señal de que el hecho es verdadero. Que Eusebio no la tuviera en su códice del Evangelio importa poco, pues tal vez había sido eliminada por alguien. Además, es probable que Eusebio no hablara de esta historia de la adúltera, sino de otra realmente apócrifa; pues en el texto griego de Eusebio no se menciona el nombre de la adúltera, sino περὶ γυναικὸς ἐπὶ πολλαῖς ἁμαρτίαις διαβληθείσης "sobre una mujer acusada de muchos pecados".

Sobre las palabras que se encuentran en el último capítulo de la primera epístola de Juan: "Tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno," Erasmo en una extensa disertación sostiene que alguna vez se dudó de ellas y que todavía se debería dudar. Pero ciertamente estas palabras se leen públicamente en la Iglesia en la Dominica in Albis. El mismo pasaje es reconocido por Cipriano en el libro De Simplicitate Praelatorum, Atanasio en el libro 1 a Teófilo, que trata sobre la unidad de la Deidad, el Papa Juan II en su epístola a Valerio, Jerónimo en el prólogo de las epístolas canónicas, Idacio en el libro Contra Varimundum y Eugenio de Cartago según Víctor en el libro 2 de De Persecutione Wandalica.