CAP. XXI: Sobre el origen de esta herejía.

El primer autor de esta herejía parece haber sido Teodoreto, quien más tarde, en el Concilio de Calcedonia, fue reconciliado con la Iglesia gracias a la obra de San León Papa, y restituido en su sede, de la cual había sido expulsado, junto con otros que favorecían a Nestorio, alrededor del año 430 d.C. Sin embargo, lo que afirma un tal Justino, obispo de Sicilia, en una carta a Pedro, en los Prolegómenos del Quinto Concilio, de que Macedonio enseñaba que el Espíritu Santo procede solo del Padre, no es en absoluto probable. Pues Macedonio tenía la misma opinión que los arrianos sobre el Espíritu Santo, según lo testimonia Agustín en su obra Sobre las Herejías, capítulo 52. Los arrianos, como lo testifica San Basilio en el libro 2 contra Eunomio, decían que el Espíritu Santo era una criatura del Hijo, afirmando que el Padre creó un Dios menor, es decir, el Hijo, y que el Hijo no podía crear a un Dios, ni grande ni pequeño, sino que produjo al Espíritu Santo, quien de ninguna manera era Dios.

Además, el Segundo Concilio se convocó contra Macedonio, y aun así en el símbolo del concilio se incluyó la frase "que procede del Padre". Sin embargo, es posible que tengamos un texto incorrecto de esa carta, y en lugar de "Macedonio enseña que el Espíritu Santo procede solo del Padre", debería leerse "Macedonio separa al Espíritu Santo del Padre", porque Macedonio separaba al Espíritu Santo del Padre al afirmar que era una creación solo del Hijo.

Existen refutaciones de los anatemas de San Cirilo escritas por Teodoreto, tanto en los volúmenes de los concilios como en las obras de San Cirilo, en las que, en el capítulo 9, Teodoreto dice explícitamente que el Espíritu Santo no procede del Hijo ni a través del Hijo, sino solo del Padre. También existe en los volúmenes de los concilios y en las obras de San Cirilo, y en el Concilio de Éfeso recientemente publicado, tomo 2, capítulo 37, un símbolo nestoriano en el cual se afirma que el Espíritu Santo no tiene su subsistencia por el Hijo, sino que procede solo del Padre.

Sin embargo, dado que los nestorianos mencionaron esto de manera incidental y había otra causa que se debatía en serio en ese momento, no parece que este error echara profundas raíces en esa época. No se encuentran autores que traten sobre este tema hasta el año 767 d.C. En ese año, Ado de Vienne escribe en su Crónica que se celebró un gran concilio en Gentilly, y que se debatió ante Pipino, el padre de Carlomagno, entre romanos y griegos sobre la Trinidad y las imágenes. De esta disputa y concilio también hacen mención Regino, Sigeberto y el abad de Ursperg en sus crónicas. No parece que se haya podido tratar otra cuestión sobre la Trinidad entre griegos y latinos que no fuera la procesión del Espíritu Santo, ya que no hay otra controversia sobre la Trinidad entre ellos.

Cien años después, en tiempos de Nicolás I, quien fue Papa en el año 860 d.C., los griegos comenzaron a disputar más abiertamente con los latinos sobre este tema. En ese tiempo florecía Teofilacto, quien en su comentario al capítulo 3 de Juan menciona y critica a los latinos por creer que el Espíritu Santo procede del Hijo. Juan Diácono, que vivió en esa misma época, en el libro 4 de la vida de San Gregorio, capítulo 75, dice que los griegos tradujeron los Diálogos de San Gregorio al griego y eliminaron la partícula Filioque (y del Hijo).

Sin embargo, doscientos años más tarde, en el año 1054, en tiempos de León IX, comenzó el cisma definitivo, aunque antes solo parecía que se habían sembrado las semillas. Ese año, bajo el reinado de Constantino X Monómaco, el patriarca de Constantinopla, Miguel, deseando convertirse en el patriarca universal, un título que sus predecesores llevaban mucho tiempo usurpando, comenzó a proclamar que el Papa romano y todos los latinos estaban excomulgados porque habían añadido algo al Símbolo en contra de lo decretado por el Concilio de Éfeso. También afirmaba que, depuesto el obispo de Roma de su primacía, a él le correspondía legítimamente el primado de la Iglesia, ya que era el primero después del romano. No solo hicieron esto los griegos en esa época, sino que también ordenaron cerrar todas las iglesias latinas que estaban bajo su dominio. El emperador incluso ofreció una recompensa a quienes escribieran algo contra los latinos.

Se puede conocer la veracidad de estos hechos por las cartas de León IX al emperador Constantino y al patriarca Miguel; también por Anselmo, quien escribió en ese mismo siglo su libro Sobre la procesión del Espíritu Santo contra los griegos; por Sigeberto en su Crónica del año 1054; y por San Antonino en su Historia, parte 3, tomo 22, capítulo 13, § 11. Esto sobre el origen de este cisma.

En cuanto a cuándo se añadió la partícula Filioque al Símbolo, no está del todo claro. Antonino, en el pasaje citado, § 10, dice que los griegos acusaron a Nicolás I de haber añadido esa partícula al Símbolo, pero esto no se encuentra en las historias antiguas. Además, en el Concilio de Florencia, sesión 7, Andrés, obispo de Colosenses, que defendía la causa de los latinos, afirmó que los griegos no acusaron a Nicolás de esto, a pesar de que buscaban todas las ocasiones para atacarlo. Finalmente, es cierto que esta adición es mucho más antigua. El mismo Andrés, en el mismo lugar, dice que la adición fue hecha por el Papa romano en un gran concilio de padres latinos después del año 600 d.C., debido a ciertas disensiones surgidas en Galia y en España.

Aunque no podemos precisar con certeza el año o el Papa específico, parece que fue hecho en esa época. Pues en el Concilio de Toledo VIII se recita el Símbolo con esta adición. Este concilio fue celebrado alrededor del año 653 d.C., y antes de este tiempo no se encuentra el Símbolo de Constantinopla con esa adición. En el Concilio de Toledo III, celebrado en el año 589 d.C., el Símbolo se recita sin ninguna adición. Una señal de esto es la cuestión que mencionamos, tratada entre los griegos y los latinos en el Concilio de Gentilly. Pues como la Iglesia latina ya había comenzado a usar el Símbolo con la adición, los griegos plantearon la cuestión. Otra señal de esto es que en la séptima sesión del VII Concilio General se recita el mismo Símbolo con la adición.

Lo que algunos afirman, que esta partícula fue añadida en un Concilio Romano por el Papa Dámaso, en el mismo tiempo en que se celebró el Primer Concilio de Constantinopla, y que estos dos concilios forman un solo Concilio General, no veo cómo pueda defenderse correctamente. De hecho, existe un símbolo bajo el nombre de Dámaso entre las obras de San Jerónimo, en el cual aparece esta partícula. Pero no estamos buscando quién en su símbolo incluyó que el Espíritu Santo procede del Hijo, sino quién añadió esto al Símbolo de Constantinopla. Probamos que no fue Dámaso con los siguientes argumentos: si así fuera, ¿por qué no se encuentra mención de esto en el primer tomo de los concilios, ni en el libro 9, capítulo 16 de la Historia Tripartita? ¿Cómo es que Teodoreto, un hombre evidentemente doctísimo, y quien en su historia incluye las cartas del Concilio de Constantinopla a Dámaso y las cartas de Dámaso al concilio, habría ignorado tal adición? Se deduce que él no conocía tal adición, pues escribió audazmente que el Espíritu Santo no procede del Hijo.

¿Por qué el Papa León III, como relata Pedro Lombardo en el libro 1 de Sentencias, distinción 11, ordenó que el Símbolo de Constantinopla se escribiera en una tabla de plata sin esa adición? ¿León ignoraba tal vez los actos de su predecesor? ¿O quiso definir lo contrario? ¿Por qué el Concilio de Toledo III recitó el Símbolo sin esa adición, si ya había sido añadida mucho antes? ¿Por qué, finalmente, los griegos no plantearon la cuestión hasta después del año 600? ¿Y cómo se atrevieron a decir que los latinos pecaron contra los cánones del Concilio de Éfeso al añadir esa partícula, si esta ya había sido añadida en el Segundo Concilio? Por lo tanto, permanezca lo que dijimos anteriormente: que esta adición se hizo después del año 600.