CAP. XVII: Se refuta el undécimo argumento.

El undécimo argumento: "Las acciones de la inteligencia y de la voluntad son inmanentes y, por lo tanto, estériles, como enseña el Filósofo en el libro 9 de Metafísica, texto 16. Por lo tanto, no producen nada. Pero si el Hijo y el Espíritu Santo no se producen por el intelecto y la voluntad, no se producen de ninguna manera. No es fácil explicar de qué otro modo se producirían, ni por qué solo se producen dos personas, y por qué una se llama Verbo y la otra Amor."

RESPONDO: Las acciones inmanentes, y por lo tanto los actos de la inteligencia y la voluntad, que podemos llamar intelección y dilección, no producen nada que permanezca después de la acción; sin embargo, producen algo íntimo a la propia acción y que puede llamarse con el mismo nombre de la acción. Pues el término "acción" se toma de dos maneras: una, para la acción desnuda y simple, que propiamente pertenece al predicamento de la acción; otra, para la acción unida a alguna cualidad que es como su término. De este modo, llamamos "calefacción" a la acción, aunque no sea una simple acción del predicamento de la acción, sino que incluye algún calor adquirido.

Así, la intelección y la dilección no son acciones desnudas, sino que incluyen también algo a modo de cualidad, que es como el término de la acción. De lo contrario, si la intelección fuera solo una acción desnuda, ¿cómo podría hacerse el que entiende, mediante la intelección, similar a la cosa entendida? ¿Acaso la semejanza no se funda en la forma o cualidad? Por eso el Filósofo no dice que por las acciones inmanentes no se produzca absolutamente nada, sino que no se produce nada que permanezca después de la acción, como sucede con las acciones transitivas, que producen una obra realmente distinta de la acción y que persiste después de la acción.

Por lo tanto, mediante la intelección se produce el Verbo, y mediante la dilección se produce el Amor, que en nosotros son accidentes, pero en Dios son substancia, puesto que en Dios, entender es ser, mientras que en nosotros no es así. Por eso, los Santos Padres afirman por todas partes que Dios Padre ha engendrado eternamente a su Verbo, porque fue sabio desde la eternidad. No dirían esto si no creyeran que el Verbo de Dios es producido por el acto del intelecto. Véase a Atanasio en los sermones 1, 2 y 3 contra los arrianos, a Basilio en el libro 4 contra Eunomio, a Nazianzeno en el libro 3 de Teología, a Cirilo en el libro 1 de Thesaurus, capítulo 5 y en el libro 12, capítulo 7, a Ambrosio en el libro 4 de De Fide, capítulo 4, y a Agustín en el libro 6 de La Trinidad, capítulo 1, y en el libro 7, capítulo 1.

Tampoco es raro que los Padres enseñen explícitamente que el Verbo de Dios es producido por la intelección, como Basilio en su homilía sobre el inicio del Evangelio de Juan, Cirilo en el libro 1 sobre el Evangelio de Juan, capítulo 5, Teodoreto en el libro 2 A los Griegos y Damasceno en el libro 1, capítulo 6. Finalmente, Agustín, en todo el libro 9 de La Trinidad, llama al Hijo Sabiduría y al Espíritu Santo Amor, y el Concilio de Toledo XI, capítulo 1, llama al Espíritu Santo Caridad.