CAP. XXIV: Lo mismo se prueba a partir de los Padres Latinos.

Presentaremos ahora testimonios de los Padres Latinos, quienes florecieron en doctrina y santidad antes del cisma y la disputa con los griegos; no aceptarlos sería una temeridad demasiado grande, puesto que no hay razón alguna para aceptar a los griegos y no a los latinos, si son de la misma antigüedad, erudición y santidad. Además, vemos que el Concilio de Éfeso utilizó tanto a latinos como a griegos para probar un dogma de la Iglesia, a saber: Félix, Julio, Cipriano, Ambrosio, por parte de los latinos; Basilio, Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno, Atanasio, por parte de los griegos, tal como lo testifica Vicente de Lérins cerca del final de su opúsculo. Asimismo, es claro que el V, VI y VII Concilios también utilizaron testimonios de griegos y latinos, lo que también hace Basilio en su libro sobre el Espíritu Santo, capítulo 29, y Agustín en sus libros 1 y 2 contra Juliano. Ambos citan igualmente testimonios de griegos y latinos.

¿Quiénes son, entonces, estos nuevos griegos que desprecian a los Padres Latinos, aunque sean los más antiguos y probados? ¿Acaso no ven que con esta actitud están acusando de cisma a la Iglesia más antigua? ¿O más bien enseñan que los griegos nunca estuvieron unidos con los latinos? Sin embargo, ciertamente, los actos de los siete Concilios Generales testifican lo contrario, donde vemos una concordia total entre latinos y griegos. Pero estos nuevos doctores se han apartado no solo de la doctrina, sino también de las costumbres de la antigua Iglesia.

El primer testimonio latino es el de Tertuliano, quien en su libro contra Práxeas dice:

“El Espíritu Santo, dice, lo hago proceder del Padre por el Hijo”. A este pasaje, los griegos responderían que no niegan que el Espíritu Santo proceda por el Hijo, pero no del Hijo. Pues, como enseña Bessarion al final de su discurso dogmático, los griegos admiten esa expresión “por el Hijo”, pero la interpretan de tres maneras. Primero, porque "por el Hijo" se añade para denotar la relación con el Padre. Segundo, para denotar la consustancialidad del Padre y el Hijo. Tercero, porque “por” se suele tomar como “con”, y citan a algún poeta que no recuerdo.

Pero las dos primeras evasiones son extremadamente débiles, pues de la misma manera podríamos decir que el Hijo procede del Padre por el Espíritu Santo. Así, significaríamos la relación del Padre que espira con el Espíritu Santo y la consustancialidad del Padre y del Espíritu Santo. Además, ¿qué necesidad hay de que, cuando se dice que el Espíritu procede del Padre, se indique también la relación del Padre con el Hijo o la consustancialidad del Padre y del Hijo? La tercera tampoco es suficiente. Primero, porque llevaría al mismo absurdo, es decir, que podría decirse que el Hijo procede del Padre por el Espíritu. Segundo, porque, sea lo que fuere de ese poeta, en las Escrituras y en los Padres, e incluso en el modo común de hablar, “por” significa causa y a menudo se toma como “de”, como enseña Basilio en su libro sobre el Espíritu Santo, capítulo 29. Leemos, por ejemplo, en Génesis 4: “He obtenido un hombre por Dios”, es decir, de Dios. También en Juan 1: “Todas las cosas fueron hechas por él”. Y en Colosenses 1: “Todas las cosas fueron creadas por él”. Y en Hebreos, primero: “Por quien hizo también los siglos”. Si en estos lugares “por” significara “con”, el sentido sería que el Hijo fue hecho o creado por Dios junto con las criaturas mismas, lo cual ciertamente ni siquiera los griegos admitirían, a menos que prefieran desvariar con los arrianos que pensar correctamente con la Iglesia Católica. Por tanto, es evidente que decir que el Espíritu Santo es producido por el Hijo según las Escrituras no es otra cosa que decir que procede del Hijo o que es producido por el Hijo. Pero sigamos con los demás.

El segundo testimonio es el del Beato Cipriano, quien en su sermón sobre la venida del Espíritu Santo dice:

“El Espíritu Santo, procediendo del Padre, se eleva del Padre y del Hijo con cuaternidad, y el bondadoso Creador abraza su obra, etc.”. Habla del Espíritu Santo cuando al principio del mundo se cernía sobre las aguas y formaba los cuatro elementos.

El tercer testimonio es del Beato Hilario, en su libro 2 sobre la Trinidad, donde dice:

“Sobre el Espíritu Santo no debemos callar, ni tampoco es necesario hablar. Pero no podemos callar por causa de los que no saben. Hablar de él, sin embargo, no es necesario, porque debe ser confesado por los autores, el Padre y el Hijo. Y, de hecho, creo que no debe ser tratado si existe o no”.

El cuarto testimonio es del Beato Ambrosio, a quien ciertamente los griegos no deberían rechazar, pues fue citado como santo doctor en el tercer Concilio General. En su libro 2 sobre el Espíritu Santo, capítulo 12, dice:

“El Hijo tiene todas las cosas del Padre, porque dice: 'Todo lo que tiene el Padre es mío', y lo que recibió por la unidad de la naturaleza, lo recibió el Espíritu de él por la misma unidad, como el mismo Señor declara sobre su Espíritu diciendo: ‘Por eso dije que tomará de lo mío’”.

El quinto testimonio es del Beato Jerónimo, en su epístola a Hedibia, pregunta 9, donde dice:

“El mismo Espíritu Santo, cuando es enviado, es enviado por el Padre y por el Hijo; en otro y en otro lugar se le llama Espíritu de Dios Padre y Espíritu de Cristo”. Y en el capítulo 57 de Isaías dice: “El Espíritu procede del Padre y, por la comunión de naturaleza, es enviado por el Hijo”.

El sexto es de Rufino, en su explicación del símbolo:

“El Espíritu Santo procede de ambos y santifica todas las cosas”.

El séptimo testimonio es de Agustín, en su tratado 99 sobre Juan, donde dice:

“Aquí, tal vez, alguien podría preguntarse si el Espíritu Santo también procede del Hijo”. Y más adelante: “¿Por qué no habríamos de creer que también procede del Hijo, siendo que también es Espíritu del Hijo?”. Véase también el libro 15 sobre la Trinidad, capítulos 17, 26 y 27, y el libro 3 contra Maximino, capítulo 14.

El octavo testimonio es del Beato Próspero, en su libro 1 sobre la vida contemplativa, capítulo 18, donde dice:

“El Espíritu procede del Padre y del Hijo”.

El noveno es del Beato León, en su epístola a Turbio, 91, también llamada 93, capítulo 1, donde dice:

“Uno es el que engendra, otro el que es engendrado, otro el que procede de ambos”. Y este es el gran León, a quien el IV Concilio de 630 obispos, casi todos orientales, alabaron grandemente en todas sus sesiones, y sobre el cual repetían una y otra vez: “Como cree León, así también creemos nosotros”.

El décimo es del Beato Fulgencio, en su libro sobre la fe dirigido a Pedro, capítulo 2, donde dice:

“Es propio del Espíritu Santo que procede solo del Padre y del Hijo”.

El undécimo es de Idacio Claro, en su libro contra Varimad, más allá de la mitad, donde dice:

“Si te dijeran: Muéstrame de dónde toma su origen el Espíritu Santo. Responde: el origen cierto y manifiesto del Espíritu Santo es el Padre y el Hijo”.

El duodécimo es de Boecio, en su libro 1 sobre la Trinidad, capítulo 12, donde dice:

“Debemos pensar que el Hijo es del Padre y el Espíritu Santo de ambos, etc.”.

El decimotercer testimonio es del Papa Hormisdas, en su epístola al emperador Justino, capítulo 2, donde dice:

“Es propio del Espíritu Santo proceder del Padre y del Hijo bajo una misma sustancia de la divinidad”.

El decimocuarto es del Beato Gregorio Papa, en el símbolo que recita en su vida, libro 2, capítulo 2, que dice:

“Creo en el Espíritu Santo, no engendrado, ni no engendrado, sino eterno, procedente del Padre y del Hijo”. El mismo Gregorio, en su libro 2 de los diálogos, capítulo final, dice: “El Espíritu procede del Padre y del Hijo”. Lo mismo dice en su libro 1 sobre moral, capítulo 8. Es sorprendente que los griegos lo tengan en su calendario y lo honren como verdaderamente santo, cuando al mismo tiempo rechazan su sentencia como si fuera una herejía.

El decimoquinto y último de los latinos es el venerable Beda. Solo citaré a aquellos que florecieron antes del cisma. Así pues, Beda, en su libro 1 sobre los elementos de la filosofía, dice:

“El Espíritu Santo, dice, procede del Padre y del Hijo”. Lo mismo se encuentra también en sus comentarios tomados de Agustín sobre las epístolas de Pablo, en el pasaje de Gálatas 4: “Envió Dios el Espíritu de su Hijo”. Cita una extensa disertación de Agustín en la que se prueba que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Pero ahora vayamos a los griegos.