- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Sobre la distinción de personas en la misma esencia
- CAP. II: Sobre las palabras que utilizamos para explicar este misterio
- CAP. III: Sobre las palabras “Esencia” y “Homousios”
- CAP. IV: Sobre los términos “Hipóstasis” y “Sustancia”
- CAP. V: Sobre los demás términos
- CAP. VI: Se demuestra la distinción de las Personas
- CAP. VII: Se refuta el primer argumento contra la distinción de las personas en la misma esencia
- CAP. VIII: Se refuta el segundo argumento
- CAP. IX: Se refuta el tercer argumento
- CAP. X: Se refuta el cuarto argumento
- CAP. XI: Se refuta el quinto argumento
- CAP. XII: Se refuta el sexto argumento
- CAP. XIII: Se refuta el séptimo argumento
- CAP. XIV: Se refuta el octavo argumento
- CAP. XV: Se refuta el noveno argumento
- CAP. XVI: Se refuta el decimo argumento
- CAP. XVII: Se refuta el undécimo argumento
- CAP. XVIII: Se refuta el duodécimo argumento
- CAP. XIX: ¿Es el Hijo de Dios Autotheos?
- CAP. XX: Sobre la procesión del Espíritu Santo desde el Hijo
- CAP. XXI: Sobre el origen de esta herejía
- CAP. XXII: Se demuestra por las Escrituras que el Espíritu Santo procede del Hijo
- CAP. XXIII: Lo mismo se prueba con los testimonios de los Concilios
- CAP. XXIV: Lo mismo se prueba a partir de los Padres Latinos
- CAP. XXV: Lo mismo se prueba a partir de los Padres Griegos
- CAP. XXVI: La misma cuestión se confirma por la razón
- CAP. XXVII: Se responden los argumentos de los griegos
- CAP. XXVIII: Se demuestra que fue correcta la adición de "FILIOQUE"
- CAP. XXIX: Se resuelven las objeciones de los griegos
- CAP. XXX: La discusión se concluye con el testimonio divino
CAP. III: Se refuta la herejía de Eutiques.
En primer lugar, para refutar el primer error de Eutiques, que afirma que hay solo una naturaleza en Cristo, las siguientes palabras del Señor en Juan 3 son testimonio de que hay dos naturalezas en Cristo: "Nadie sube al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo." Ciertamente, aquel que hablaba y se mostraba y se llamaba a sí mismo Hijo del Hombre, según la naturaleza por la cual se mostraba, hablaba y era Hijo del Hombre, no estaba entonces en el cielo, sino solo en la tierra, es decir, en la casa de Nicodemo, y no era Dios, sino hombre, porque Dios no puede ser oído, visto o tocado con los sentidos corporales. Ni había descendido del cielo, sino que había nacido en la tierra de una mujer. Y sin embargo, este mismo afirmaba haber descendido del cielo, y también decía que en ese mismo momento, cuando hablaba en la tierra, estaba en el cielo. Por lo tanto, Cristo tenía otra naturaleza además de la humana, según la cual podía estar en el cielo mientras, según su naturaleza humana, estaba en la tierra.
Lo mismo se prueba por las palabras del Señor en Juan 5, 10 y 14. En Juan 5 se dice: "No solo quebrantaba el sábado, sino que también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios." En Juan 10 decía: "Yo y el Padre somos uno." De ahí que los fariseos concluyeran correctamente que Cristo, con esas palabras, quería afirmarse como Dios. Pero en Juan 14 dice: "El Padre es mayor que yo." Sin embargo, no es posible que, según la misma naturaleza, sea igual al Padre, e incluso uno con él, y al mismo tiempo menor que el Padre.
Además, en Juan 8, el Señor dice: "Antes de que Abraham fuera, yo soy." Pero el mismo había nacido en los días de Augusto César, como dice Lucas 2, y tenía treinta años en el año quince de Tiberio, según Lucas 3. No es posible que el mismo, según lo mismo, haya existido antes de Abraham y después de Abraham. En Juan 20, Tomás, después de haber visto y posiblemente tocado las cicatrices del Señor, exclamó: "¡Señor mío y Dios mío!" Ciertamente lo que vio y tocó no era Dios, sino carne, y sin embargo confiesa como Dios y Señor a aquel cuya carne había visto. Por lo tanto, Cristo era tanto Dios como hombre. Esto también lo enseña claramente San Pedro cuando dice en Hechos 2: "Exaltado por la diestra de Dios, derramó este don que vosotros veis y oís." Pues ser exaltado no corresponde a Dios, sino a una criatura; pero derramar el Espíritu Santo no corresponde a una criatura, sino a Dios.
Asimismo, Pablo se dirige de esta manera a los obispos en Hechos 20: "El Espíritu Santo os ha puesto como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre." Pero Dios, en cuanto Dios, no tiene sangre, pues Dios es espíritu; y quien tiene sangre, por lo tanto, no es Dios. Así que aquel que es Dios y derramó sangre, necesariamente tiene dos naturalezas. En Romanos 9, Pablo dice: "Cuyos son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, procede Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos." Aquí el apóstol dice que Cristo es, según la carne, descendiente de los padres judíos, y sin embargo, simultáneamente es Dios sobre todas las cosas, es decir, según su divinidad. Finalmente, el mismo Pablo en Filipenses 2 afirma que Cristo, "siendo en forma de Dios, tomó la forma de siervo." Explicando estas palabras, San Vigilio, en su libro 2, dice: "Es asombroso que algunos teman decir que hay dos naturalezas, cuando Pablo habla de dos formas."
Ahora bien, que estas naturalezas no están mezcladas, ni la divinidad se ha transformado en humanidad, como afirma el segundo error de Eutiques, se prueba. Pues toda la Escritura proclama que Dios es inmortal e incorruptible, como en Malaquías 3: "Yo, el Señor, no cambio." En Números 23: "Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta." En Santiago 1: "En él no hay mudanza ni sombra de variación." En 1 Timoteo 1: "Al Rey eterno, inmortal, invisible," etc. Y en el capítulo 6: "El único que tiene inmortalidad," etc.
Además, que la divinidad no haya nacido, sufrido ni muerto, como afirmaba el tercer error, se deduce de lo ya dicho; pues aquel que es inmutable e inmortal no puede de ninguna manera nacer ni morir según lo que es inmortal e inmutable. También porque cuando las Escrituras enseñan que Cristo nació, sufrió y murió en el tiempo, añaden "según la carne," con lo cual indican claramente que Cristo no nació, sufrió ni murió según su divinidad. En Romanos 1: "Nacido de la descendencia de David según la carne." Y en el capítulo 9: "De los cuales procede Cristo según la carne." En 1 Pedro 3: "Muerto en la carne," etc. Y en el capítulo 4: "Cristo, pues, padeció en la carne," etc.
Finalmente, añade, para confusión de aquellos luteranos que no temen atribuir la pasión a la Deidad, algunos clarísimos testimonios de ilustres doctores de la Iglesia. Epifanio, en la herejía 76 de Aetio, página 286, dice: "Porque el unigénito que padeció en la carne, no le atribuye la pasión a su Deidad." Y más adelante: "El mismo Señor vino y, habiendo asumido la pasibilidad en sí mismo, verdaderamente padeció, pero su Deidad estuvo libre de pasión." Leerás cosas similares en su obra Ancorato, página 357.
ATANASIO, en su epístola a Epicteto, dice:
"¿Quién, pregunto, ha pronunciado tales absurdos? ¿Que el cuerpo nacido de María sea consustancial con la divinidad del Verbo? ¿O quién ha sido tan impío como para siquiera sugerir, ya sea con palabras o en pensamiento, que la misma Deidad fue circuncidada?"
CIRILO, en su epístola a Nestorio en nombre del Sínodo de Alejandría, dice:
"Decimos que Él sufrió y resucitó, no porque Dios el Verbo haya sufrido en su naturaleza, ya que Dios, por supuesto, está fuera del sufrimiento, sino porque el cuerpo que le fue propio, sufrió."
SAN ANASTASIO, en el libro 4, que trata sobre la pasión y la impasibilidad de Cristo, dice:
"Confesamos que Cristo fue pasible según la expresión del sapientísimo Pablo, pero no en cuanto a su naturaleza divina, así como tampoco decimos que es impasible según su humanidad." Y más adelante: "Ciertamente es Dios quien padece, pero su divinidad en ningún momento recibe en sí misma la pasión externa."
JUAN DAMASCENO, en el libro 3, capítulo 4, dice:
"Cuando hablamos de la divinidad, no atribuimos a ella lo que es propio de la humanidad, pues no decimos que la Deidad sea pasible."
SAN AMBROSIO, en el libro 10 sobre el Evangelio de Lucas, capítulo 49, dice:
"No fue la muerte de la divinidad, sino como la de un hombre."
El Concilio II de Sevilla, en el capítulo 13, dice:
"Es necio atribuir la pasión de la cruz a la naturaleza divina, sino solo a la naturaleza creada y humana, pues solo la carne sufrió la destrucción de la cruz."
SAN AGUSTÍN, en su libro sobre las herejías, capítulo 73, dice:
"Es herejía decir que en Cristo la divinidad sufrió cuando su carne fue clavada en la cruz."
SAN LEÓN, en la epístola 10, dice:
"La naturaleza inviolable fue unida a la naturaleza pasible, para que, lo que correspondía a nuestros remedios, uno y el mismo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, pudiera morir según una naturaleza, y no pudiera morir según la otra."
SAN VIGILIO, en el libro 4, dice:
"El mismo Hijo de Dios, uno y el mismo, murió según la forma de siervo, y no murió según la forma de Dios."
Además, que la carne de Cristo es de la misma especie que la nuestra, y que Cristo no fue simulado, sino verdaderamente nacido, sufrido y muerto, se puede probar sin dificultad. En primer lugar, en Mateo 1 y Lucas 2, se dice que la Virgen dio a luz a su Hijo primogénito. ¿Cómo podría la Virgen haber tenido a Cristo como Hijo si la carne de Cristo no fuera verdadera carne, concebida de la carne de la Virgen? Asimismo, Pablo dice en Hebreos 2: "Puesto que los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo." ¿Qué significa "de lo mismo", sino de carne y sangre de la misma naturaleza?
Ahora bien, ¿no deberían ser acusados de muchos engaños los Evangelios y las epístolas de los apóstoles, ya que en todas partes llaman a Cristo hombre, hijo de hombre, y afirman que tenía madre y parientes, que tuvo hambre, que comió, caminó, se cansó, y finalmente que sufrió, murió y resucitó? Pues nada de esto podría afirmarse verdaderamente de un fantasma. Y no solo las Escrituras llaman a Cristo hombre antes de la resurrección, sino también después. Pues en Hechos 7, Esteban dice: "Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios." Y Pablo, en Hechos 17, dice: "Dios ha fijado un día en que juzgará al mundo por medio de un hombre a quien ha designado."
Además, si Cristo no murió verdaderamente, ni verdaderamente resucitó, entonces no nos redimió verdaderamente, y aún estamos en nuestros pecados, como dice el apóstol en 1 Corintios 15. Finalmente, en Lucas 24, cuando los discípulos sospechaban que lo que veían era un fantasma o espíritu, y no un verdadero hombre, el Señor les dice: "Tocadme y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo."
Estas cosas están claras en las Escrituras. Ahora se pueden probar también a partir de los concilios. En primer lugar, el Concilio de Calcedonia, que fue el más grande de todos, con 630 obispos, se celebró en contra de esta herejía. Y cuando, en la primera sesión, se leyó la fe de Eutiques y Dióscoro, en la que se decía que había dos naturalezas en Cristo antes de la unión, pero que después se había hecho una sola de ambas, el concilio exclamó:
"¡Anatema a quien ha dicho esto! ¡Anatema a quienes lo dijeron!"
Más adelante, en la quinta sesión, en el símbolo de fe, declararon de esta manera: "Confesamos que el Hijo unigénito de Dios debe ser reconocido en los últimos días en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, sin que se elimine la diferencia de las naturalezas debido a la unión." Lo mismo fue decretado más adelante en el V Concilio, canon 2, en el VI Concilio, actas 4 y 17, y en el Concilio Lateranense contra los monotelitas, celebrado por Martín I, en la consulta final, cánones 4 y 6, en el VI Concilio de Toledo, capítulo 1, en el XI Concilio de Toledo, capítulos 5 y 6, en el II Concilio de Sevilla, capítulo 13, y en muchos otros.
Esto mismo podría confirmarse a partir de los Padres de la Iglesia, pero Teodoreto, León, Vigilio y Gelasio, junto con el II Concilio de Sevilla, nos ahorran el esfuerzo. Pues Teodoreto, en su diálogo Immutabilis, en el diálogo Inconfusus, y en el diálogo Impatibilis, donde refuta este error, presenta extensamente los testimonios de casi todos los antiguos Padres que le precedieron. Lo mismo hizo San León en la epístola 97 a León Augusto, San Vigilio en el libro 5 contra Eutiques, y Gelasio en su libro sobre las dos naturalezas de Cristo, y el II Concilio de Sevilla, en su último capítulo. Estos testimonios nos parecen suficientes.