- Tabla de Contenidos
- Introducción del Editor
- Sobre la Santa Misa
- Invocación de la Trinidad
- Acto de Contrición
- Introito
- Kyrie
- Gloria
- El señor esté con vosotros
- Colecta
- Epístola
- Evangelio
- Credo
- Ofertorio
- El lavado de las manos
- Prefacio
- El Canon hasta la Transubstanciación
- Transubstanciación
- Excursus
- Continuación del Canon
- El Padre Nuestro
- Preparación de la Comunión
- Comunión
- Oración final y bendición
- Apéndice
COLECTA
En la oración eclesial de la colecta, no es la palabra del Señor, no es la Sagrada Escritura, sino la Iglesia misma la que nos introduce, en una oración conformada por ella, en el misterio de la celebración presente de la Misa. Pero el mismo Espíritu Santo eterno, que ha formado la Epístola y el Evangelio, ha formado también las oraciones de la Iglesia. Él está tan presente cuando la Iglesia le habla a Dios como cuando Dios les habla a los hombres. Y el creyente experimenta la misma certeza al rezar estas oraciones –las palabras están bien escogidas y su sentido es adecuado– que al rezar un salmo o escuchar un pasaje del Evangelio. Si antes la santidad del Espíritu se veía y se hacía cercana repartida en los dones y funciones de los santos individuales, ahora la misma santidad del Espíritu aparece investida en la liturgia eclesial. Del mismo modo debe brillar, clara y evidente, la presencia del Espíritu Santo en todas las fórmulas de la Misa, tanto en las nuevas como en las anteriores. Pero, al igual que los cristianos del pasado, en su trabajo de composición de las fórmulas, no se contentaban con entrelazar hermosos textos, sino que pagaban con oraciones y penitencias por la presencia del Espíritu, y no se daban por conformes hasta haber hecho todo lo posible en el Espíritu, para, según les correspondía, obtener y hacer visible esa presencia del Espíritu, así también todas las nuevas fórmulas deberían ser compuestas en ese mismo sentir y esa misma actitud de oración y penitencia. Si en las nuevas fórmulas no se encontrara la profundidad y densidad de la presencia del Espíritu, la Iglesia tendría que preguntarse con seriedad si se ha esforzado realmente por ser y estar en el Espíritu.
La colecta debe «pedir» que el misterio de la fiesta o del santo que se celebra entre en el evento inmutable de la Misa, pero al mismo tiempo también debe abrir la comprensión del misterio del día o del santo desde la santa Misa. Lo que un Pablo ha hecho personalmente debe entrar en la liturgia general de la Iglesia y enriquecerla, pero al mismo tiempo, por medio de la celebración actual, la congregación debe aprender a comprender mejor lo que era y sigue siendo el espíritu de Pablo, y ser animada a imitar ese espíritu. Por consiguiente, la colecta debe, ante todo, actuar expandiendo, debe no solo recoger las peticiones subjetivas de los participantes, sino expandirlas hasta las peticiones objetivas de la Iglesia universal, ampliar los corazones de los creyentes hasta que comprendan la santidad tanto objetiva como subjetiva en la Iglesia, y situar el ser y el querer de los miembros en esa santidad omnicomprensiva. La Comunión de hoy debe ser una ampliación respecto de la de ayer, un «más» en comprensión de Dios y de sus santos, un «más» en disponibilidad a corresponder a esa santidad.