INTROITO*

Con el Introito comienza la parte variable de la santa Misa, que le otorga a la Misa ahora celebrada un relieve especial según el carácter de la fiesta del día; por ejemplo, el 30 de junio [Conmemoración de San Pablo en el antiguo calendario litúrgico] toda la misa tendrá una impronta paulina, será celebrada en honor y en el espíritu de san Pablo. Hasta ahora todo ha sido una preparación. Con el Introito comienza la acción, como un camino que hasta ahora iba por el llano y, de repente, comienza a subir. Es la entrada, la introducción. Muy a menudo, el Introito es como el repentino resplandecer de Dios. Hasta ahora, la Iglesia tendía hacia Dios. Ahora, Dios se descubre y brilla desde arriba sobre ella. En las fiestas del Señor, se manifiesta la revelación misma de Dios. En las fiestas de los apóstoles y de la Madre del Señor, esa misma revelación brilla en el signo de su participarse en el ser humano elegido. En las fiestas de los santos posteriores, ella resplandece en su vitalidad a través de todos los tiempos: el santo particular aparece como una parte especialmente destacada del plan de salvación total de Dios. Los santos son signos y mojones previstos desde siempre en la Palabra de Dios.

El Espíritu Santo, que ha inspirado las Escrituras y el mensaje salvífico, conoce y administra la plenitud de la santidad: no solo la divina, sino igualmente la plenitud de la santidad participada de los santos, todos ellos formados por Dios y regalados a nosotros para dar una presencia concreta a la santidad de Dios a los ojos de la Iglesia y de los creyentes. El mismo santo ha ayudado a quienes la Iglesia encomendó la tarea de encontrar en las Escrituras inspiradas aquellos textos que expresan y han de presentar en la Misa del día la esencia de su santidad particular. Quien vive en la gracia del Espíritu, encontrará en los pasajes escogidos –quizá en uno, quizá en varios– el espíritu de la fiesta que se va a celebrar: el espíritu del santo particular, espíritu siempre abierto a la totalidad del Espíritu y de la santidad. Al creyente, por su parte, no le resultará difícil, en virtud de los textos de la Misa, situar en el contexto de la santidad evangélica total a los santos que ya conoce y ama, como también a aquellos que quizá no le sean familiares.

Igualmente en los días en que no se celebra ningún santo, en el Introito brilla la misma gloria de Dios sobre la Iglesia, de un modo tan inmediato como esa gloria se manifiesta en toda la historia santa, la cual tiene su punto culminante en Jesucristo y conserva su permanente actualidad por el Espíritu Santo. La gloria de Dios es tan rica que es capaz de darle a cada día de feria del año litúrgico, no menos que a las fiestas de los santos, un carácter festivo, cada día nuevo y especial. El cariño y el cuidado amoroso de Dios por la humanidad, que en esta Misa se da de un modo nuevo, aparece siempre bajo una luz única que al creyente le parece tan clara y brillante como si se encontrara con la gracia de Dios por primera vez. Aun cuando el Introito contenga palabras de Dios que el creyente ya conoce, para él estas palabras adquieren algo del carácter único con el que justo hoy el Padre se está donando a la Iglesia para regalarle –como por primera vez– a su Hijo en el Espíritu Santo.