CAP. XIV: Lo mismo se prueba con los testimonios de los sumos pontífices.

El tercer argumento se toma de las sentencias de los sumos pontífices. Sin embargo, es de observar que las epístolas de los pontífices pueden ser distribuidas en tres clases principales.

La primera clase contiene las epístolas de los pontífices que ocuparon la sede hasta el año 300, en las cuales, tanto los Magdeburgenses como Calvino confiesan que verdaderamente se afirma el primado y que esos pontífices fueron santos y verdaderos pontífices, pero dicen que esas epístolas son falsas y que son recientes, falsamente atribuidas a esos pontífices.

La segunda clase abarca las epístolas de aquellos pontífices que ocuparon la sede desde el año 600 hasta nuestros días, en las cuales los adversarios admiten que en verdad se afirma el primado y que pertenecen a los autores a quienes están atribuidas, pero que esos pontífices no son dignos de confianza y que fueron pseudopontífices, no verdaderos pontífices.

La tercera clase incluye aquellas epístolas en las que abiertamente se afirma el primado, y que está comprobado que fueron escritas por santos y verdaderos pontífices que florecieron entre los años 300 y 600, a saber: Julio, Dámaso, Siricio, Inocencio, Zósimo, León, Gelasio, Anastasio II, Juan II, Félix IV, Pelagio II y Gregorio Magno.

Por lo tanto, en los testimonios de la primera y segunda clase, no será necesario detenernos en citar las palabras, sino que bastará con señalar los lugares y responder a las objeciones de los herejes, puesto que admiten que en esas epístolas se afirma claramente nuestra doctrina. Sin embargo, las palabras deberán ser citadas únicamente en los testimonios de la tercera clase.

Primero, estos santos pontífices afirman claramente el primado: Clemente en la epístola 1, Anacleto en la epístola 3, Evaristo en la epístola 1, Alejandro en la epístola 1, Pío en las epístolas 1 y 2, Aniceto en la epístola 1, Víctor en la epístola 1, Ceferino en la epístola 1, Calixto en la epístola 2, Lucio en la epístola 1, Marcelo en la epístola 1, Eusebio en la epístola 3, Melquíades en la epístola 1, y Marcos en la epístola 1.

A estos testimonios no responden nada, excepto que son recientes y espurias. Aunque no niego que hayan podido infiltrarse algunos errores en ellas, y no me atrevo a afirmar que sean indudables, ciertamente no tengo ninguna duda de que son muy antiguas. Los Magdeburgenses mienten en la cent. 2, capítulo 7, al final, cuando dicen que ningún autor digno de fe citó estas epístolas antes de los tiempos de Carlomagno. Pues Isidoro, que es doscientos años más antiguo que Carlomagno, en el prólogo de su colección de los sagrados cánones, dice que recopiló los cánones de las epístolas de Clemente, Anacleto, Evaristo y de los demás pontífices romanos, con el consejo de 80 obispos. Asimismo, el Concilio de Vaison, canon 6, cita las epístolas de Clemente tal como existen actualmente. Y este concilio fue celebrado en tiempos de León I, es decir, trescientos cincuenta años antes del imperio de Carlomagno. Finalmente, Rufino, que precedió a Carlomagno por cuatrocientos años, en el prólogo de las Recogniciones de Clemente, que él mismo tradujo del griego, menciona la epístola de Clemente a Santiago, y dice que la tradujo del griego. Y que esta traducción es realmente de Rufino lo testifica Genadio en su libro De viris illustribus, en el capítulo dedicado a Rufino.

En la segunda clase están Adriano I, en la epístola a Tarasio; Nicolás I, en la epístola a Miguel Emperador; León IX, en la epístola a Miguel Obispo de Constantinopla; Pascual, en la epístola al obispo de Palermo, que se encuentra en el capítulo Significasti, en el Extra sobre la elección; e Inocencio III, en la epístola al emperador de Constantinopla, que se encuentra en el capítulo Solitae, en el Extra sobre la mayoridad y la obediencia. Todos ellos enseñan seriamente y de manera explícita que el Papa romano preside toda la Iglesia.

A esto, los adversarios responden que todos esos pontífices fueron anticristos. Eso lo refutaremos en la siguiente cuestión. Mientras tanto, solo decimos esto: si esos pontífices fueron anticristos, entonces toda la Iglesia ha perecido durante casi mil años, pues está demostrado por las historias que la Iglesia universal estuvo adherida a esos pontífices y siguió sus sentencias. Y si la Iglesia pereció, entonces Cristo mintió, quien dijo en Mateo 16: "las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia". Pero ya hemos dicho suficiente sobre este asunto en las cuestiones sobre la Iglesia. Pasemos a la tercera clase y presentemos a los doce pontífices más óptimos y santísimos.

El primero es San Julio I, quien en la epístola a los orientales, que se encuentra en la Apología segunda de San Atanasio, habla de esta manera:

"¿Acaso no saben que esta es la costumbre, que primero se nos escriba a nosotros, para que desde aquí se pueda definir lo que es justo? Por lo tanto, si allí se hubiera concebido tal sospecha contra el obispo, debió haberse remitido a nuestra Iglesia."

Y más adelante dice:

"Lo que hemos recibido del bendito Pedro Apóstol, eso les comunico, no para escribirles algo que considero que ya saben, sino porque los hechos mismos nos han perturbado."

Con estas palabras, San Julio afirma que le corresponde a él la función de juzgar las causas de los obispos, incluso de los orientales, aunque fueran patriarcas primarios (pues se trataba de la causa de San Atanasio, Patriarca de Alejandría), y que recibió este derecho del bendito Pedro, y que esto es conocido por todos. ¿Qué se puede responder a esto? El autor es santo y muy antiguo, la epístola es auténtica y ha sido íntegramente transcrita por San Atanasio, y las palabras son claras y explícitas.

El segundo es San Dámaso, quien en una epístola a todos los obispos orientales, que Teodoreto recita en el libro 5 de su historia, capítulo 10, dice:

"Puesto que vuestra caridad ha demostrado la reverencia debida a la sede apostólica, habéis prestado un gran servicio, queridos hijos."

Donde reconoce la reverencia debida y llama hijos a todos los obispos. Asimismo, en la epístola 4 a los obispos de Numidia, dice:

"No dejen de remitirnos todo aquello que pueda generar alguna duda, a nosotros, como a la cabeza, tal como siempre ha sido la costumbre."

TERCERO. San Siricio, en su epístola a Himerico, Obispo de Tarragona, que incluso Calvino admite que es verdaderamente de Siricio, dice:

"Por la consideración de nuestro oficio, no nos es lícito disimular, no tenemos libertad para callar, a quienes incumbe un mayor celo que a todos por la religión cristiana. Llevamos las cargas de todos los que están oprimidos. Es más, el bienaventurado Apóstol Pedro lleva estas cargas en nosotros, quien, como confiamos, nos protege y defiende en todo como herederos de su administración."

Y más adelante, en el capítulo 15:

"Creo, hermano amadísimo, que hemos explicado todo lo que se ha dispuesto en la querella, y con respecto a cada una de las causas que, a través de nuestro hijo Basiano el presbítero, has referido a la Iglesia Romana, como a la cabeza de tu cuerpo, etc."

Finalmente, manda al obispo que dirija sus decretos a todos los demás obispos.

CUARTO. San Zósimo, en su epístola a Hesiquio, Obispo de Salona, dice:

"Principalmente hemos dirigido lo que se ha escrito a ti, para que llegue al conocimiento de todos nuestros hermanos y obispos."

Y más adelante:

"Sabrán todos que, si alguno, dejando de lado la autoridad de los Padres y de la sede apostólica, lo desatiende, será severamente castigado por nosotros, de modo que no dude de que no tiene razón en cuanto a su lugar, si después de tantas prohibiciones piensa que esto se puede intentar."

QUINTO. San Inocencio, en su epístola 22 a los obispos de Macedonia, dice:

"He advertido que se está cometiendo una injuria contra la sede apostólica, a la cual la relación, como si fuese a la cabeza de las iglesias, era enviada apresuradamente."

Asimismo, en la epístola al Concilio de Milevi, que se encuentra entre las epístolas de San Agustín, número 93, dice:

"Consultáis diligente y adecuadamente sobre el honor apostólico. Sobre el honor, digo, de aquel al que, además de lo que hay exteriormente, le preocupa la solicitud de todas las iglesias: siguiendo, sin duda, la forma de la regla antigua, que siempre habéis sabido que se ha mantenido conmigo en todo el mundo."

Lo mismo en la epístola al Concilio de Cartago, número 91, dice que la sede romana es la fuente y cabeza de todas las iglesias.

A este testimonio, los Magdeburgenses no responden nada, salvo que Inocencio se arroga demasiado para sí mismo. Por lo cual lo llaman despectivamente "Nocencio". Pero si es así, ¿por qué los Padres antiguos no reprocharon este error de Inocencio? ¿Por qué Agustín, en la epístola 106 a Paulino, hablando de estas dos epístolas de Inocencio, dice:

"Él nos respondió sobre todo de la manera que era lícito y conveniente para un prelado de la sede apostólica"?

¿Por qué en el mismo lugar Agustín llama a Inocencio Papa de santa memoria?

SEXTO es San León. Pero, como Lutero y Calvino dicen que los antiguos pontífices no tenían autoridad fuera de Occidente, presentemos testimonios de León, en los cuales se afirma simultáneamente el primado y se demuestra que en ese tiempo el pontífice ejercía jurisdicción en Grecia, Asia, Egipto y África. Así, en la epístola 84 a Anastasio, Obispo de Tesalónica, dice:

"Como mis predecesores delegaron a los tuyos, yo también, siguiendo el ejemplo de los anteriores, he delegado en tu caridad las funciones de mi gobierno, para que, habiéndote convertido en imitador de nuestra mansedumbre, ayudes a extender la presencia de nuestra visita a las provincias lejanas de la sede apostólica."

Y más adelante:

"Así confiamos en tu caridad que participes en nuestra solicitud, pero no en la plenitud de nuestro poder."

Y al final, donde había dicho que los obispos, arzobispos y primados fueron constituidos con gran providencia, añade:

"Para que el cuidado de la Iglesia universal fluya hacia una sola sede de Pedro, y que nada se aparte nunca de su cabeza."

De esto se desprende no solo el primado, sino también la autoridad de León sobre las iglesias de Grecia.

El mismo León, en la epístola 46 a Anatolio, Obispo de Constantinopla, dice:

"Ustedes, a quienes hemos encomendado la ejecución de nuestra disposición, estando presentes, etc."

Ves cómo manda al patriarca de Constantinopla. El mismo, en la epístola 62 a Máximo de Antioquía, le advierte que le escriba frecuentemente sobre lo que ocurre en torno a las iglesias. Y en el mismo lugar, dice:

"El obispo Juvenal creyó que era suficiente para él obtener el principado de la provincia de Palestina. Cirilo, de santa memoria, horrorizado con razón por esto, me informó del asunto en sus escritos y pidió con una solicitud insistente que no se diera consentimiento a tales esfuerzos ilícitos."

Ves cómo el patriarca de Alejandría suplica a León que no permita que Palestina sea sometida a Juvenal. Y puesto que esa provincia pertenecía al patriarcado de Antioquía, ¿por qué Cirilo no pidió esto mejor al patriarca de Antioquía?

El mismo, en la epístola 81 a Dióscoro, Patriarca de Alejandría, dice:

"Lo que hemos sabido que fue guardado por nuestros padres con mayor cuidado, queremos que también lo conservéis vosotros."

Ves a León dando órdenes al patriarca de todo Egipto y Libia. El mismo, en la epístola 87 a los obispos de África, dice:

"Lo que de alguna manera soportamos como perdonable, luego no podrá quedar impune, si alguno presume usurpar lo que absolutamente prohibimos."

Y más adelante:

"Mandamos que el caso del obispo Lupicino sea escuchado allí, etc."

Por lo tanto, León mandaba a los obispos de Grecia, Asia, Egipto y África. También existen sus epístolas a los obispos de Alemania, Francia, España e Italia, en las cuales abiertamente se reconoce a sí mismo como su juez y cabeza.

Finalmente, en el sermón 1 sobre el natalicio de los Apóstoles, habla de esta manera a la ciudad de Roma:

"Por la santa sede del bienaventurado Pedro, te has convertido en la cabeza del mundo, y gobiernas más ampliamente por la religión divina que por el dominio terrenal. Aunque aumentada por muchas victorias, has extendido el derecho de tu imperio por tierra y mar: sin embargo, es menor lo que te ha sometido el esfuerzo bélico que lo que te ha sometido la paz cristiana."

¿Qué podría ser más claro?

A estos pasajes, Calvino responde de dos maneras en el libro 4 de Instituciones, capítulo 7, §11.

Primero, dice que León fue excesivamente ávido de gloria y de dominación, y que muchos resistieron a su ambición.

En prueba de esto, cita en el margen la epístola 85. Pero en esa epístola no hay nada de eso, ni encontramos en sus otras epístolas que alguien haya resistido a San León, excepto un obispo galo llamado Hilario. Este únicamente se lee en la epístola 89 de León, donde quería sustraerse de la obediencia de la sede apostólica. Sin embargo, como leemos allí mismo, fue a Roma para presentar su caso y, al ser convencido en el concilio, fue castigado.

Existen también entre las epístolas de León, epístolas de varios concilios, obispos e incluso emperadores dirigidas a León, y en particular epístolas de los obispos de Galia, en las cuales su piedad y autoridad son maravillosamente alabadas.

No creo que antes de Lutero y Calvino haya habido alguien que acusara a San León de orgullo y ambición.

SEGUNDO, responde que León no se arrogó para sí la jurisdicción sobre otros obispos, sino que solo se interpuso en la resolución de los conflictos tanto como lo permitía la ley y la naturaleza de la comunión eclesiástica. Y lo prueba, porque el mismo León, en la epístola 84, donde parece que manda de manera más imperativa a los obispos, sin embargo, dice que quiere preservar en todo los privilegios de los metropolitanos, como si dijera que aconseja con piedad, pero deja la autoridad a quienes les corresponde.

Pero si esto es así, entonces no fue más ávido de gloria y dominación, ni debía ser acusado de ambición.

Luego, las palabras mismas de León, citadas anteriormente, enseñan con suficiente claridad que él verdaderamente mandó a los obispos con autoridad. Que quiera preservar los derechos de los metropolitanos no perjudica nuestra causa. Pues desea preservarlos de tal manera que, al mismo tiempo, estén sujetos a la sede apostólica y a su vicario. Así habla en la epístola 84:

"Por tanto," dice, "según los cánones de los santos padres, establecidos por el Espíritu de Dios y consagrados por la reverencia de todo el mundo, decretamos que los metropolitanos de las diversas provincias, obispos cuya responsabilidad te ha sido confiada por nuestra delegación, tengan intacto el derecho de la dignidad que les fue antiguamente transmitida, de manera que no se aparten de las reglas establecidas ni por negligencia ni por presunción."

Y más adelante:

"Si, por casualidad," dice, "entre aquellos que presiden, surgiera algún caso grave de pecado (que no lo permita), que no pueda ser resuelto por el juicio provincial, el metropolitano deberá informar a tu fraternidad sobre la naturaleza de todo el asunto, y si, en presencia de las partes, el caso no se resuelve por tu juicio, entonces lo que sea deberá remitirse a nuestro conocimiento."

SÉPTIMO. San Gelasio dice en la epístola a los obispos de Dardania:

"La Iglesia en todo el mundo sabe que, habiendo sido atada por las sentencias de cualquiera de los pontífices, la sede del bienaventurado apóstol Pedro tiene el derecho de desatar. Pues tiene el poder legítimo de juzgar sobre toda la Iglesia, y a nadie le es lícito juzgar su juicio."

Dice cosas similares en la epístola al emperador Anastasio y en el tomo sobre el vínculo de la anatematización. No se puede dar respuesta alguna a esto. Es evidente que estas son verdaderamente palabras de Gelasio, y que Gelasio fue un hombre santo, y que gobernó la Iglesia hace mil años.

OCTAVO. Juan II, quien también ocupó la sede hace mil años, en la epístola a Justiniano, emperador mayor, que se encuentra en el mismo código de Justiniano, en el primer título, dice:

"Entre las claras alabanzas de vuestra sabiduría y mansedumbre, piadosísimo de los príncipes, brilla con luz más pura, como una estrella, lo que enseña el amor por la fe y el fervor por la caridad, que conserváis la reverencia a las disciplinas eclesiásticas de la sede romana, y le sometéis todo y lo conducís a su unidad, a aquel de quien, hablando el Señor, se le dio el mandato: Apacienta mis ovejas; pues las reglas de los Padres y los estatutos de los príncipes declaran que esta es verdaderamente la cabeza de todas las Iglesias."

NOVENO. Anastasio II, en la epístola al emperador Anastasio, dice:

"Por el ministerio de mi humildad, como siempre, que la sede del bienaventurado Pedro mantenga el primado que le ha sido asignado por el Señor en toda la Iglesia universal."

DÉCIMO. Félix IV, quien en la primera epístola a varios obispos, dice:

"Recibí con gratitud los escritos de vuestra santidad, que enviasteis a la sede apostólica como a la cabeza, para que desde allí recibierais las respuestas, de donde toda la Iglesia ha tomado el inicio de toda la religión."

UNDÉCIMO. Pelagio II, en la primera epístola a los obispos de Oriente, dice:

"La sede romana, instituida por el Señor, es la cabeza de todas las Iglesias."

DUODÉCIMO. San Gregorio Magno no menos que León se reconoció a sí mismo como cabeza de toda la Iglesia. En el libro 1, epístola 72, a Gennadio, dice:

"Del concilio de Numidia, si alguno desea acudir a la sede apostólica, permítaselo, y si alguien quiere oponerse a esto, deténganlo."

De aquí se ve la autoridad de Gregorio sobre los obispos de África. Asimismo, en el libro 2, epístola 37, a Natal:

"Después que a vuestra beatitud, y tanto mi predecesor como yo escribimos sobre la causa del arcediano Honorato, despreciando las sentencias de ambos, este Honorato fue depuesto de su posición. Y si cualquiera de los cuatro patriarcas hubiera hecho esto, no hubiera pasado sin gran escándalo."

Ciertamente, con estas palabras, San Gregorio demuestra clarísimamente que estaba por encima de todos los patriarcas.

Asimismo, en el libro 4, epístola 56, a los obispos de la provincia de Grecia, dice:

"Sepan que hemos enviado el palio a nuestro hermano Juan, obispo de los corintios, a quien es muy apropiado que obedezcan."

¿Ves la autoridad de Gregorio sobre los obispos griegos, a quienes ordena como arzobispo al obispo de Corinto mediante la transmisión del palio? El mismo, en el libro 7, epístola 63, a Juan, obispo de Siracusa, dice:

"Pues, ¿quién duda de que la Iglesia de Constantinopla está sujeta a la sede apostólica? Lo cual también nuestro piadosísimo emperador y nuestro hermano Eusebio, obispo de esa ciudad, lo profesan constantemente."

Y en la epístola 64 al mismo dice:

"Porque dice estar sujeto a la sede apostólica, si se encuentra alguna falta en los obispos, no sé quién de ellos no esté sujeto a ella."

¿Qué más claro? Omito las epístolas a los obispos de Italia, Francia y España, porque de la sumisión de ellos no hay duda alguna.

Calvino responde en el libro 4, capítulo 7, §12. Primero dice que Gregorio se atribuía el derecho de corregir a otros, pero que solo obedecían aquellos que querían. Pero esto no puede decirse, porque Gregorio fue un hombre santísimo y humildísimo. Por lo cual, incluso los griegos celebran su fiesta; y el mismo Calvino, en este libro 4, capítulo 7, §22, admite que Gregorio fue un hombre santo. No puede, entonces, haber en él usurpación de derechos ajenos, pues tal conducta no puede coexistir con la santidad. Y no es una mancha o defecto venial el someterse a sí mismo a todos los obispos, sino una intolerable soberbia y la misma marca del Anticristo, como ellos mismos frecuentemente enseñan. ¿Cómo, entonces, podría Gregorio ser santo si sometía injustamente a todos los obispos?

SEGUNDO, responde que Gregorio, por mandato del emperador, juzgó al obispo de Constantinopla, como se puede conocer por el libro 7, epístola 64 del propio Gregorio. Pero en esa epístola Gregorio dice que el emperador quiso que él juzgara a ese patriarca porque los cánones lo ordenan. Lo cual es lo mismo que decir que el emperador no quiso impedir que, según los cánones, el obispo, aunque fuera de la ciudad real, fuera castigado por Gregorio. Por eso, en la epístola superior, Gregorio dice que el emperador constantemente profesa que la Iglesia de Constantinopla está sujeta a la Iglesia romana.

TERCERO, responde que Gregorio, así como castigaba a otros, estaba igualmente preparado para ser corregido por otros, como él mismo dice en el libro 2, epístola 37, a Natal de Salona, y por tanto no estaba más por encima que sujeto. Pero Gregorio, en esa epístola, habla de corrección fraterna, no de censura judicial:

"Mira," dice, "tu fraternidad se ha sentido molesta porque fui reprendido en los banquetes, cuando yo, aunque no transgredo en vida, sin embargo, en el lugar, estoy dispuesto a ser corregido por todos, y a ser enmendado por todos. Y solo considero amigo mío a aquel por cuya lengua, antes de la aparición del juez supremo, limpio las manchas de mi alma."

Añade que esto implica una contradicción, ser el superior de todos y, sin embargo, estar sujeto a algunos.

CUARTO, responde que a Gregorio le desagradaba mucho este estado del pontificado. Pues continuamente se quejaba, diciendo que había vuelto al mundo bajo el color del episcopado, como en el libro 1, epístola 5 y 7. Pero Gregorio se lamentaba, en efecto, de haber sido trasladado de la tranquilidad del monasterio a las cargas del episcopado, pero no le disgustaba que la sede apostólica tuviera el cuidado de todas las iglesias. Pues el mismo luchó con gran firmeza por el honor de su sede contra Juan, obispo de Constantinopla. Y en el libro 4, epístola 36, a Eulogio, dice:

"Conservemos la humildad en mente, y sin embargo, mantengamos el honor de nuestra dignidad."

Y en el libro 11, epístola 42, a Juan, obispo de Palermo, dice:

"Os advertimos que la reverencia de la sede apostólica no sea turbada por la presunción de nadie. Pues entonces el estado de los miembros permanece íntegro, si la cabeza de la fe no es herida por ninguna injuria."

Y en la explicación del cuarto salmo penitencial, dice:

"Extendió su temeraria osadía hasta tal punto que quiso reclamar para sí la Iglesia romana, cabeza de todas las iglesias, y usurpar en la Señora de las naciones el poder de una autoridad terrenal."