CAP. XXV: Se resuelve el último argumento.

EN ÚLTIMO LUGAR. Calvino, en el lugar citado, y los Centuriadores de Magdeburgo en la Centuria V, capítulo 9, así como también los griegos en el Concilio de Florencia, sesión 20, y especialmente Ilírico en su libro sobre la historia del VI Concilio de Cartago, presentan lo que consideran su argumento más fuerte, basado en la historia del VI Concilio de Cartago, cuya esencia es la siguiente.

El Papa Zósimo solicitó a los africanos, por medio de legados, que se diera cumplimiento a tres cánones del Concilio de Nicea. El primero trataba sobre las apelaciones de los obispos al Pontífice Romano; el segundo, sobre las apelaciones de los presbíteros y del clero menor a los obispos vecinos; y el tercero, sobre la prohibición de asistir al tribunal del emperador, es decir, que los obispos africanos no debían acudir a la corte imperial.

Al recibir estos mandatos, los africanos convocaron un concilio nacional con 217 obispos y respondieron al Papa Bonifacio, que había sucedido a Zósimo tras su muerte, diciendo que no encontraban esos cánones en el Concilio de Nicea, y que por ello escribirían a los patriarcas de Oriente, de Constantinopla y Alejandría, para que les enviaran copias auténticas del Concilio de Nicea. Mientras tanto, dijeron que seguirían observando esos cánones, con la salvedad de que procederían a una inspección más diligente de las copias auténticas.

Después llegaron las copias del Concilio de Nicea enviadas por Cirilo de Alejandría y Ático de Constantinopla, y en ellas no se encontraron esos tres cánones, sino solo los veinte que se mencionan en la historia de Rufo, libro 10, capítulo 6, historia que también cita Cirilo en su carta a los africanos.

Como los africanos no encontraron en las copias recibidas esos cánones, escribieron al Papa Celestino, sucesor de Bonifacio, para informarle que, dado que esos cánones no aparecían en el Concilio de Nicea, en adelante no se debía admitir fácilmente a quienes apelaran desde África. Esto es lo que se encuentra en el VI Concilio de Cartago y en las dos cartas. Sin embargo, no se dice allí cuál fue la respuesta del Pontífice.

Sobre esta historia, Ilírico y los Centuriadores de Magdeburgo construyen una inmensa acumulación de insultos y mentiras, además de dos argumentos. En cuanto a los insultos, Ilírico, en su libro sobre esta historia, invierte de forma insolente casi todos los nombres de los pontífices de esa época. Así, al santo Inocencio lo llama constantemente Nocencio; al santo Bonifacio, Malefacio; al santo Celestino, Infernal; y al santo León, lo llama a veces lobo infernal, y otras veces león rugiente.

Para refutar esta insolencia, bastan los mismos actos del Concilio de Cartago y las cartas del concilio dirigidas a Bonifacio y Celestino, que Ilírico adjunta íntegramente en su librito. Pues, cuanto más insolente y groseramente habla Ilírico de esos santos pontífices, con tanta mayor honra y seriedad hablan de ellos los padres africanos. Consulta además lo que Agustín dice sobre las alabanzas de estos pontífices en la carta 157 a Optato y en el libro 1 a Bonifacio; y también lo que dice Próspero al final del libro Contra Collatorem.

Por otro lado, las mentiras en el libro de Ilírico son casi tantas como sus afirmaciones. De entre muchas, citaré algunas pocas. Al inicio del libro, dice que en el VI Sínodo de Cartago participaron Agustín, Próspero, Orosio y otros hombres ilustres. Sin embargo, ni Próspero ni Orosio son mencionados en ese concilio, ni pudieron estar presentes, ya que no eran obispos ni africanos, y el concilio estaba compuesto únicamente por obispos de África.

Poco después, Ilírico afirma que, junto al Papa Bonifacio, fue elegido en cisma Eulabio, pero que Eulabio, habiendo sido elegido por la mayor parte del clero y del pueblo, mostró tal modestia que renunció voluntariamente, aunque por derecho le correspondía el pontificado. Sin embargo, Ilírico dice esto sin pruebas, y nosotros, por el contrario, podemos presentar como testimonio a Anastasio el Bibliotecario, quien, en la vida de ese mismo Bonifacio, escribe que Eulabio fue expulsado por un concilio de 252 obispos, por haber sido ordenado injustamente, y que Bonifacio fue confirmado por todos.

SOBRE ESTO, Ilírico dice y repite con frecuencia que los Pontífices Romanos solicitaron a los Padres Africanos que se les concediera jurisdicción sobre África y todas las demás regiones. Y, según afirma, después de deliberar sobre este asunto durante cinco años, el Concilio finalmente decidió no conceder ningún derecho al Pontífice.

Eso no solo es una mentira, porque en ese concilio no se encuentra ni tal solicitud ni tal decisión, sino que es además una mentira descarada, pues se afirma sin ninguna probabilidad. ¿Quién podría creer que los Pontífices Romanos pedirían a los africanos jurisdicción sobre los asiáticos y europeos? ¿Y quién podría creer que los Padres Africanos pasarían cinco años ocupándose de esa causa, cuando habrían podido responder en una sola frase que no tenían ningún derecho sobre las naciones extranjeras y, por tanto, tampoco podían concederlo? ¿No sería ridículo que alguien pidiera al Rey de los Francos jurisdicción sobre los españoles? ¿Y no sería ridículo que el propio rey empleara cinco años en deliberar sobre esa cuestión?

Otra mentira, la más importante y repetida miles de veces en el libro de Ilírico y en las Centurias, es que el Papa Zósimo falsificó deliberadamente, y contra su conciencia, el Concilio de Nicea para imponer fraudulentamente su autoridad sobre los africanos. De esta mentira hablaremos al resolver los argumentos. Dejando de lado estos asuntos, pasemos ahora a los argumentos.

Primer Argumento. Si el Papa es por derecho divino el supremo juez de toda la Iglesia, ¿por qué los Pontífices no se apoyan en el derecho divino, sino en el Concilio de Nicea, para confirmar su derecho de apelación a la Sede Apostólica? ¿Y por qué tantos católicos y santos Padres del Concilio de Cartago se niegan a admitir ese derecho, a menos que se encuentre en el Concilio de Nicea?

Respondemos brevemente a este argumento: en efecto, por derecho divino siempre se ha podido apelar al sumo Pontífice; sin embargo, se ha dudado razonablemente sobre si era conveniente ejercer ese poder en todos los lugares. Se pueden ofrecer razones a favor de ambas posturas. Si se concede la apelación a todos de manera general, fácilmente se escaparán muchos de los juicios legítimos; los obispos que emitieron los primeros juicios serán injustamente molestados, y las causas, aunque sencillas y claras, se prolongarán durante mucho tiempo. Por eso San Cipriano, en su libro 1, cartas 3 y 4, se queja repetidamente de aquellos que, habiendo sido legítimamente juzgados y condenados, apelaban al Papa en Roma. Y San Bernardo, en su Libro 3 de la Consideración, enumera muchas dificultades que surgen por la excesiva frecuencia de las apelaciones.

Por otro lado, si no se concede la apelación a nadie, se dará ocasión para que los obispos particulares juzguen con ligereza y temeridad, oprimiendo tiránicamente a los pueblos, y llegarán a pensar que no tienen superior alguno ni que deben rendir cuentas a nadie. Esto no sería otra cosa que dividir el cuerpo único de la Iglesia en tantas partes como obispados existen.

Por tanto, como esta cuestión era incierta, el Concilio de Sardica, con el consentimiento del propio Pontífice, declaró que era conveniente que los presbíteros y otros miembros del clero menor pudieran apelar de los obispos al concilio provincial, y que los obispos pudieran apelar a la Sede Apostólica. Esta declaración no era una concesión nueva, como lo demuestra el ejemplo de aquellos que, antes de los Concilios de Sardica y Nicea, apelaron al Pontífice Romano en todas las épocas.

¿Por qué, entonces, en el Concilio de Cartago los Pontífices Romanos no invocaron el derecho divino, sino el Concilio de Nicea, para establecer el derecho de apelación? La razón es que querían demostrar que no solo era posible apelar a ellos desde cualquier lugar, sino que también era conveniente para la Iglesia que así se hiciera, ya que un concilio general había opinado lo mismo.

De la misma manera, los Padres Africanos querían impedir ese tipo de apelaciones porque pensaban que no eran convenientes para su Iglesia, aunque no ignoraban ni negaban que no podían ser impedidas de manera absoluta. Por eso, en ambas cartas que enviaron a los Pontífices Romanos sobre este asunto, testifican su sumisión a la Sede Apostólica al remitirle los actos del Concilio y afirmar que habían aceptado sus mandatos. No ordenan, sino que piden que no se preste fácilmente oído a los apelantes. Todo esto será más claro al resolver el siguiente argumento.

El segundo argumento de los Centuriadores de Magdeburgo y de Calvino es el siguiente: Zósimo, Bonifacio y Celestino, Pontífices Romanos, intentaron probar su derecho de apelación a la Sede Apostólica apoyándose en el Concilio de Nicea; pero, al investigarse el caso, fueron descubiertos como falsificadores y corruptores de los cánones de Nicea. Por tanto, no puede apelarse a su juicio ni siquiera por derecho humano, mucho menos por derecho divino.

RESPONDEMOS primero que los Padres Africanos fueron engañados por ignorancia, mientras que los Centuriadores y Calvino pecan por malicia. Los africanos, en su carta a Celestino, repiten dos veces que no encontraron esos cánones en ninguna definición de los Padres ni en ningún sínodo, lo cual muestra que no poseían los cánones del Concilio de Sardica, donde esos tres cánones están expresados con claridad. Y si los hubieran tenido, sin duda los habrían aceptado, pues la autoridad del Concilio de Sardica no es menor que la del Concilio de Nicea.

Tampoco es un error mayor citar el Concilio de Nicea en lugar del de Sardica que citar a Mateo en lugar de Juan, o a Jeremías en lugar de Zacarías, como hace San Mateo en el capítulo 27. Así como no podemos llamar falsario a Mateo porque el mismo Espíritu Santo habló en Jeremías y en Zacarías, tampoco podemos acusar de falsificación en este caso. Ahora bien, los Centuriadores conocían el Concilio de Sardica y lo incorporaron como legítimo en su cuarta centuria, por lo que deben admitir que los africanos fueron engañados y que su causa fracasó. Por lo tanto, cuando insisten obstinadamente en atribuirles la victoria, se contradicen a sí mismos y pecan por malicia.

Si dices que en el capítulo 6 del VI Concilio de Cartago se menciona expresamente el Concilio de Sardica, por lo que los africanos no lo ignoraban.

RESPONDEMOS que las palabras que citan el Concilio de Sardica no son de los africanos, sino de los legados del Pontífice. De hecho, ellos citaban esas palabras según la instrucción recibida del Papa Zósimo. Además, considero que ese pasaje está corrompido, ya sea porque los copistas escribieron "Sardica" en lugar de "Nicea", o más probablemente porque esa anotación pasó del margen al texto:

Del Concilio de Sardica. En el margen se menciona el Concilio de Sardica, porque las palabras allí citadas solo se encuentran ahora en ese concilio. Sin embargo, no debería aparecer "Sardica" en el texto, ya que las palabras citadas provienen de la instrucción del Papa Zósimo, traída desde Roma por los legados, quienes afirmaban citar los cánones del Concilio de Nicea. De hecho, tras la lectura de esas palabras, San Agustín dijo: “Y profesamos que observaremos estas disposiciones, sin perjuicio de una investigación más diligente del Concilio de Nicea.” Con estas palabras indica que aceptaba el canon citado como si proviniera del Concilio de Nicea.

Añádase que Agustín, en el libro 3 contra Cresconio, capítulo 34, no reconoce otro Concilio de Sardica que un concilio herético de obispos orientales contra Atanasio. Hubo dos concilios en Sardica, como muestra Sozomeno en su Historia Eclesiástica, libro 3, capítulos 10 y 11: uno general y católico, con más de 300 obispos, que Agustín nunca vio, y otro herético, con 76 obispos, al que Agustín asistió.

SEGUNDO PUNTO. Los cánones del Concilio de Nicea, que se encuentran en la historia de Rufo, libro 10, capítulo 6, y que fueron enviados desde Oriente a los africanos, no son sin duda todos los cánones emitidos en el Concilio de Nicea. Por tanto, es probable que los tres cánones citados por Zósimo estuvieran realmente en ese concilio. Esto se demuestra por varios indicios:

En una carta de Atanasio al Papa Marcos, le pide una copia del Concilio de Nicea desde los archivos del Pontífice Romano, afirmando que las copias en Alejandría fueron quemadas por los arrianos.

Este argumento es ridiculizado por los Centuriadores, y con razón, pues no es sólido. La quema de libros ocurrió durante el reinado del emperador Constancio, cuando Atanasio fue expulsado y reemplazado por un arriano llamado Jorge, como él mismo relata en su carta a todos los ortodoxos. Sin embargo, según la Crónica de San Jerónimo, el Papa Marcos ya había muerto en esa época. Además, si el Papa Marcos hubiera enviado una copia a los alejandrinos desde los archivos romanos, ambas copias habrían coincidido en adelante. ¿Cómo es posible, entonces, que en la copia enviada por San Cirilo desde Alejandría a los africanos faltaran los tres cánones que sí estaban en la romana?

Por tanto, omitida la carta de Atanasio, se demuestra que esos cánones no son completos.

PRIMERO, porque uno de los principales cánones del Concilio de Nicea establecía que la Pascua debía celebrarse en domingo, como se evidencia en la carta de Constantino citada por Eusebio en su Vida de Constantino, libro 3, por Epifanio en Heresía 69, y por Atanasio en su carta sobre los sínodos de Arimino y Seleucia. Sin embargo, este canon no aparece entre los veinte de Rufo.

SEGUNDO, Ambrosio, en la carta 82, enseña que en el Concilio de Nicea se decretó que un hombre casado dos veces no podía ingresar en el clero. Este canon tampoco se encuentra entre los veinte.

TERCERO, Jerónimo, en su Prólogo al libro de Judit, afirma que el Concilio de Nicea incluyó el libro de Judit entre los libros canónicos, pero este hecho no aparece en los cánones de Rufo.

CUARTO, Agustín, en la carta 110 sobre la designación de sucesores, menciona que el Concilio de Nicea prohibió que dos obispos residieran simultáneamente en la misma diócesis. Se lamenta, además, de haber actuado imprudentemente contra ese canon. Sin embargo, ese canon no figura entre los veinte.

QUINTO, en el Concilio Africano, canon 14, los Padres afirman, basándose en un canon del Concilio de Nicea, que no se puede ofrecer la Eucaristía si no se está en ayuno. No obstante, este canon no se encuentra entre los veinte.

SEXTO, al final del Concilio de Calcedonia, Ático menciona que en el Concilio de Nicea se determinó la forma de redactar las cartas de comunión, a las que alude Optato en su libro 2 contra Parmeniano, donde afirma:

“Con el Papa Siricio, todo el mundo participa en la sociedad de la comunión mediante el intercambio de cartas de comunión.” El Concilio de Milevi, en su canon 20, prohíbe que los clérigos viajen al tribunal sin esas cartas. Sin embargo, esto tampoco aparece entre los veinte cánones de Rufo.

SÉPTIMO, Lutero, Calvino, los Centuriadores y otros herejes citan, basándose en Sócrates (libro 1, capítulo 8 de su historia), un canon del Concilio de Nicea que, según ellos, permitía el matrimonio de los sacerdotes. No obstante, este canon no aparece entre los veinte.

Por tanto, si Zósimo es acusado de falsificar los cánones de Nicea por citar uno que no se encuentra entre los veinte, por la misma razón deberían ser considerados falsificadores Constantino, Atanasio, Epifanio, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Ático, Sócrates, los Padres Africanos, los mismos Centuriadores, e incluso Lutero y Calvino, pues todos ellos citan cánones del Concilio de Nicea que no se encuentran entre los veinte de Rufo.

Por último, en la sesión 20 del Concilio de Florencia, un erudito llamado Juan afirmó que podía demostrar, con numerosos testimonios de santos antiguos, que los Padres del VI Concilio de Cartago finalmente reconocieron que los cánones del Concilio de Nicea enviados desde Alejandría y Constantinopla habían sido falsificados y corrompidos.

Por lo tanto, TERCERO, considero muy probable que esos tres cánones de los que hablamos no estuvieran expresamente en el Concilio de Nicea, sino que Zósimo y Bonifacio los llamaran "cánones de Nicea" porque los concilios de Nicea y de Sardica se consideraban como uno solo, y los cánones de ambos concilios estaban reunidos en la Biblioteca Romana como si pertenecieran al mismo concilio. Esta falta de distinción confundió a los Padres Africanos.

Las razones que me llevan a esta conclusión son las siguientes:

PRIMERA, esos mismos cánones se encuentran en el Concilio de Sardica con las mismas palabras con las que los legados de Zósimo los citaron. No es verosímil que los mismos cánones estuvieran en el Concilio de Nicea y que, aun así, los Padres del Concilio de Sardica no señalaran que estaban renovando los cánones, en lugar de crearlos. Por lo tanto, creo que en el Concilio de Nicea se decretó implícita y oscuramente que podía apelarse al Pontífice, ya que el canon 6 ordena mantener las antiguas costumbres, y una de esas costumbres es la apelación, como muestra la carta 89 de León y los ejemplos que ya hemos mencionado. Además, ese mismo concilio permitió que una causa ya juzgada pudiera ser revisada en otro lugar, como se muestra en la carta de Julio, citada por Atanasio en su Segunda Apología. Sin embargo, fue el Concilio de Sardica el que explicó esta cuestión de manera expresa y clara.

SEGUNDA, en el texto griego del Concilio de Nicea, traducido por Dionisio hace mil años y conservado en el monasterio de San Vedasto en Arrás, aparecen los cánones del Concilio de Sardica junto con los de Nicea como si pertenecieran al mismo concilio.

TERCERA, no tiene sentido que el Concilio de Sardica, que es universal y aprobado, no se cuente entre los concilios generales. Debería ser considerado como el segundo concilio, pero no se añade a la lista porque se considera parte del Concilio de Nicea. La razón por la cual los dos concilios se reunieron es que, en su mayor parte, los mismos Padres participaron en ambos, y el Concilio de Sardica no definió nada nuevo sobre la fe, sino que simplemente reafirmó la fe de Nicea, mientras que en otros concilios siempre se condenaban nuevas herejías. Así pues, Zósimo no citó el Concilio de Nicea en lugar del de Sardica con intención fraudulenta, sino porque se consideraban como uno solo. Lo mismo pienso sobre las citas hechas por Julio en su carta a los orientales, por Inocencio en su carta a Victricio, y por León en su carta 25 a Teodosio, donde se cita este canon como perteneciente al Concilio de Nicea. Así como el Símbolo Constantinopolitano es llamado comúnmente "Símbolo Niceno" porque es una explicación del de Nicea, los antiguos solían llamar a los cánones de Sardica "cánones de Nicea", porque no son otra cosa que una explicación y confirmación de los cánones de Nicea.

CUARTA, añado que los Padres Cartagineses nunca decretaron que el Pontífice Romano no tuviera ningún derecho sobre África, ni que los obispos africanos no pudieran apelar de ninguna manera a la Iglesia Romana. Tampoco hubo tanta discordia entre los Pontífices Romanos y los Obispos Africanos como afirman Ilírico y Calvino. En primer lugar, no existe tal decreto; en segundo lugar, los mismos Padres Africanos, en su carta a Bonifacio y en otra a Celestino, manifiestan claramente su concordia y sujeción a la Sede Apostólica.

Así escriben a Bonifacio:

“Puesto que ha complacido al Señor que nuestra humildad escriba, no al obispo Zósimo, de santa memoria, quien nos envió órdenes y cartas por medio de los santos hermanos, nuestro compañero obispo Faustino y los presbíteros Felipe y Aselo, sino a tu veneración, que has sido constituido en su lugar por divina providencia, debemos informarte brevemente sobre los asuntos que se resolvieron en común, en los que, aunque con caridad, no sin gran esfuerzo y discusión, nos detuvimos.”

En estas palabras, al referir todo lo que sucedió al Papa y testificar que recibieron órdenes de Zósimo, ¿no indican claramente que lo reconocen como superior? En su carta a Celestino, dicen:

“Después de la debida salutación, suplicamos encarecidamente que en adelante no admitáis fácilmente a los que lleguen a vuestros oídos desde aquí.”

Con estas palabras, no rechazan absolutamente la norma sobre apelaciones, ni dicen que el Pontífice no pueda admitir apelantes si lo desea; solo piden que no preste oído con facilidad a los apelantes en el futuro.

San Agustín, en su carta 157, proclama abiertamente el primado del Pontífice Romano sobre África cuando dice que, por mandato de Zósimo, él y otros obispos fueron a Cesarea. Además, extiende dicho primado a todo el mundo cristiano al afirmar que la herejía pelagiana fue condenada por Inocencio y Zósimo en todo el orbe. El mismo Agustín estuvo plenamente sujeto y unido al Papa Bonifacio, como se ve en el inicio de su primer libro contra las dos cartas de los pelagianos, dirigido precisamente a Bonifacio. Igualmente, en su carta 261 al Papa Celestino, Agustín remite a este Pontífice el caso de un obispo africano y, entre otras cosas, dice:

"Colabora con nosotros, venerable Señor, beatísimo y santo Papa, digno de recibir la debida caridad, y ordena que se lean ante ti todas las cosas que te han sido enviadas." Y más adelante añade: "Que la Sede Apostólica misma sea ejemplo al juzgar o confirmar lo que otros ya han juzgado."

Por su parte, en una carta a los galos, el Papa Celestino alaba a Agustín con grandes elogios, afirmando que siempre permaneció en comunión con la Iglesia Romana y que tanto él como sus predecesores lo consideraron un excelente maestro. Esta estrecha unión de Agustín con la Iglesia Romana refuta claramente la afirmación de Ilírico de que Agustín y sus colegas rechazaron a los Pontífices Romanos como falsificadores y corruptores, y los excluyeron de toda jurisdicción sobre África.

No mucho tiempo después de ese Concilio de Cartago, el santo Papa León, en su carta 87, escribió a los obispos de la provincia de Mauritania, en África, diciendo que había restablecido la comunión con el obispo Lupicino porque este había apelado a él desde África. También mencionó haber enviado al obispo Potentio como legado para conocer los asuntos africanos en su nombre. Por lo tanto, o el Concilio de Cartago no prohibió esas apelaciones, o los Padres africanos cambiaron de opinión.

Unos cuarenta años después, San Eugenio, obispo de Cartago, cuando el rey arriano Honorico lo obligó a participar en una disputa sobre la fe, respondió que escribiría a sus colegas de ultramar, porque no podía tomar decisiones sobre la fe sin el consentimiento de los otros obispos, especialmente de la Iglesia Romana, que es la cabeza de todas las iglesias. Esto lo relata Víctor de Utica en su Historia de la persecución vándala, libro 2. Por lo tanto, incluso después del VI Concilio de Cartago, el obispo de Cartago reconocía que la Iglesia Romana era la cabeza de todas las iglesias, incluidas las africanas, y no estaba en desacuerdo con el Pontífice Romano, a quien prometió escribir.

Poco después, cuando Trasamundo, sucesor de Honorico, exilió a casi todos los obispos africanos (220 en total) a Cerdeña, el Papa Símaco los mantuvo y cuidó generosamente a todos ellos como si fueran sus propios miembros, según relata Paulo Diácono en el libro 17 de su Historia Romana. Esto demuestra no una ruptura, sino una plena comunión y unidad.

Durante ese mismo tiempo, San Fulgencio, considerado el principal de los obispos africanos, estuvo muy unido a la Iglesia Romana, como consta en el capítulo 12 de su vida. Cuando quiso ir a Egipto para visitar las comunidades monásticas del desierto, fue advertido por el obispo de Siracusa de que no lo hiciera, porque aquellos monjes estaban separados de la sede de San Pedro, con la cual Fulgencio estaba en comunión. Por ello, abandonó su plan de ir a Egipto y, en su lugar, fue a Roma para visitar los lugares santos. Además, como se narra en el capítulo 29 de su vida, escrita fielmente por su discípulo, Fulgencio estaba unido a la Iglesia de Cartago y a su obispo, lo que indica que este último también estaba en comunión con Roma. De lo contrario, Fulgencio no habría podido mantener comunión con ambos.

Más tarde, San Gregorio Magno confirmó su unión con el obispo de Cartago y declaró abiertamente su derecho de apelación y jurisdicción sobre todas esas provincias en el libro 1, cartas 72 y 75, y en el libro 7, carta 32.

Ilírico, sin embargo, objeta refiriéndose a una carta del Papa Bonifacio II al obispo Eulabio de Alejandría, y a una carta de Eulabio, obispo de Cartago, al mismo Bonifacio. De estas cartas, Ilírico concluye que, después del VI Concilio de Cartago, los obispos de Cartago estuvieron separados de la comunión con la Iglesia Romana durante cien años y que solo se reconciliaron cuando Eulabio se sometió a la Sede Apostólica y condenó a sus predecesores.

RESPONDEMOS que considero esas cartas muy sospechosas. En primer lugar, parecen contradecir lo que hemos dicho sobre la unión de Agustín, Eugenio, Fulgencio y otros africanos con la Iglesia Romana. Además, no hubo ningún Eulabio de Alejandría a quien Bonifacio pudiera haber escrito en esa época, como lo confirma la cronología de Nicéforo de Constantinopla.

Por otra parte, en su carta, Bonifacio menciona que estaba escribiendo bajo el reinado del emperador Justino, pero se sabe que Justino murió antes de que Bonifacio comenzara su pontificado. Además, la carta atribuida a Bonifacio parece compuesta casi en su totalidad por dos fragmentos: uno tomado de una carta del Papa Hormisdas a Juan, y otro de una carta de San Gregorio a los obispos de la Galia (carta 52 del libro cuarto). Dado que San Gregorio aún no había nacido en la época de Bonifacio, no es posible que Bonifacio haya tomado esas palabras de él. Más bien, es evidente que el estilo es claramente gregoriano.

Asimismo, en la carta atribuida a Eulabio de Cartago aparece una frase de San Gregorio tomada de la carta 36 del libro cuarto, dirigida a Eulogio. El resto de la carta no es más que un fragmento de una carta del obispo Juan de Constantinopla al Papa Hormisdas.

Sin embargo, si estas cartas fueran auténticas (aunque no lo afirmo con certeza), no deben interpretarse en el sentido de que todos los predecesores de Eulabio, hasta Aurelio, presidente del Concilio de Cartago, estuvieron separados de la comunión con la Iglesia Romana. Eso sería contrario a las historias más veraces y confiables. Lo que las cartas indican es que Aurelio fue el primero en mostrar resistencia contra la Iglesia Romana, seguido por Eulabio y quizá algunos otros. Sin embargo, Eulabio, una vez que conoció la verdad, se sometió nuevamente a la obediencia de la Iglesia Romana, y eso es lo único que se puede deducir de esas cartas.