CAP. V: Se resuelve el primer argumento de los herejes.

Ahora diluyamos las objeciones del VENENO, entre las que se encuentran también los argumentos de Calvino e Ilírico. La primera persuasión de este es la siguiente: Los autores que afirman que Pedro vino a Roma no coinciden entre sí en cuanto al tiempo en que vino; pues Orosio dice que vino al inicio del reinado de Claudio; Jerónimo dice que en el segundo año de Claudio; el Fasciculus Temporum afirma que en el cuarto año del mismo Claudio; el Passionale de las Vidas de los Santos dice que en el decimotercer año de Claudio.

Además, se encuentra una notable variedad en la enumeración de los sucesores de Pedro. Pues algunos ponen a Clemente inmediatamente después de Pedro, como Tertuliano en De Praescriptione y Jerónimo en el capítulo 52 de Isaías; otros colocan a Lino después de Pedro y a Clemente en tercer lugar, como hace Optato en el libro 2 contra Parmeniano y Agustín en la epístola 165. Otros, por su parte, colocan a Lino y a Cleto o Anacleto después de Pedro, y finalmente a Clemente en cuarto lugar, como hacen Ireneo en el libro 3, capítulo 3; Eusebio en la Crónica; Epifanio en la herejía 27; y Jerónimo en De Viris Illustribus, en la entrada sobre Clemente.

Añade que todos estos autores consideran a Cleto y Anacleto como una sola persona. Por lo tanto, no se puede establecer nada con certeza, ya que la discordia entre los autores es un argumento de falsedad.

Respondo al primer argumento: La discordia sobre el tiempo en que Pedro vino a Roma, en caso de que la hubiera, no debilita nuestra opinión de que Pedro vino a Roma. Pues ocurre con muchísima frecuencia que se tiene certeza sobre un hecho, pero no sobre el modo o las circunstancias. Por ejemplo, los cristianos coinciden en que Cristo murió en la cruz por nosotros; sin embargo, existe una gran discordia sobre el tiempo en que murió. Tertuliano, en su libro Contra los Judíos, Clemente de Alejandría en el libro 1 de Stromata, y Lactancio en el libro 4 de las Instituciones Divinas, capítulo 10, enseñan que Cristo murió en el decimoquinto año de Tiberio, cuando tenía treinta años de edad. Por su parte, Ignacio en su epístola a los Tralianos, Eusebio en la Crónica y otros afirman que fue crucificado en el año treinta y tres de su edad y en el decimoctavo de Tiberio.

Onofrio, Mercator y algunos otros más recientes sostienen que Cristo padeció en el año treinta y cuatro de su edad. Ireneo, en el libro 2, capítulo 39, afirma que Cristo casi llegó a los cincuenta años, y que por tanto no murió bajo el gobierno de Tiberio, sino bajo el de Claudio.

Sobre el día y el mes en que murió Cristo, existe tal discordia entre antiguos y recientes, que aún queda el asunto por resolver ante el juez. Ve a Clemente en el libro 1 de Stromata, donde refiere muchas opiniones. ¿Negaremos acaso, por esta discordia, que Cristo padeció?

Por la misma razón, aunque es cierto que las semanas de Daniel se cumplieron en la pasión de Cristo, existen numerosas opiniones sobre cuándo comenzaron y cuándo terminaron. Igualmente, hay discrepancias sobre los años de los reyes persas, sobre los años de Samuel, de Saúl y de otros príncipes de los judíos, así como sobre los años de los emperadores y pontífices romanos. Por último, sobre los años del mundo que han transcurrido hasta ahora, hay casi tantas opiniones como cronólogos. ¿Diremos entonces, por estas razones, que los reyes persas no existieron, que Samuel y Saúl no gobernaron, que los emperadores y pontífices nunca existieron, o que el mundo no comenzó ni ha perdurado hasta este día?

Por lo tanto, la discordia entre los autores es un argumento de falsedad respecto a aquello en lo que discrepan, ya que necesariamente alguno de los que discrepan está en error. Sin embargo, así como la discordia es un signo de falsedad, la perfecta concordia entre todos los Padres respecto a que Pedro se asentó en Roma y murió allí es un signo de verdad.

Además, respondo que no hay discordia entre los buenos autores. Pues Eusebio en la Crónica, Jerónimo en su libro De los Escritores Eclesiásticos, en la entrada sobre Pedro, y Ado de Tréveris en su Martirologio afirman que Pedro vino a Roma en el segundo año de Claudio, y no discrepa de ellos Orosio en su libro 7, quien dice que vino al inicio del reinado de Claudio. Pues si divides el reinado de Claudio en tres partes —inicio, mitad y final—, verás que el segundo año pertenece al inicio. Con estos concuerdan todos aquellos autores que sostienen que Pedro estuvo en Roma veinticinco años y murió en el decimocuarto año de Nerón, como Damaso, Isidoro, Beda, Freculfo, Ado de Viena y los demás que hemos citado antes.

No hay veinticinco años hasta el decimocuarto año de Nerón, salvo que comencemos a contarlos desde el segundo año de Claudio. Por tanto, despreciamos con razón al Fasciculus Temporum y al Passionale, especialmente porque el Fasciculus siguió a Mariano Escoto, quien entra en contradicción consigo mismo y con la verdad de manera clarísima. Pues Mariano Escoto dice en su Crónica que Pedro vino a Roma en el cuarto año de Claudio y murió al final del reinado de Nerón, y que, sin embargo, estuvo en el episcopado romano veinticinco años y dos meses; lo cual es imposible de conciliar.

Claudio gobernó en total trece años, ocho meses y veinte días. Nerón gobernó trece años, siete meses y veintiocho días, según el testimonio de Dion Casio, Suetonio Tranquilo, Eusebio e incluso Mariano Escoto. Pues, aunque en la Crónica de Eusebio se le atribuyen a Nerón catorce años, siete meses y veintiocho días, es evidente que esto es un error de los copistas, ya que más adelante, al contar los años individualmente, no se encuentran más de trece y algo más.

Ahora bien, estos periodos de Claudio y Nerón juntos no suman más que veintisiete años, cuatro meses y dieciocho días. Si restas los tres años, cinco meses y dieciocho días que Mariano Escoto dice que transcurrieron del imperio de Claudio antes de que Pedro viniera a Roma, solo quedan veintitrés años y once meses. Por lo tanto, o Pedro murió después de Nerón, o no gobernó durante veinticinco años.

En cuanto a la segunda parte del argumento, sobre la sucesión de los cuatro primeros pontífices, respondo primero que, aunque ignoráramos completamente quién sucedió inmediatamente a Pedro, no por eso debería ponerse en duda si tuvo sucesor. De la misma manera, existe una gran disputa entre los escritores acerca de quién fue el esposo de Ester: algunos afirman que fue Asuero el medo, otros Cambises el persa, otros Darío Histaspes, otros Artajerjes Longímano, y otros, finalmente, Mnemón. Sin embargo, nadie ha considerado nunca que haya que dudar de si Ester tuvo esposo o no.

En segundo lugar, respondo que toda esta cuestión puede resolverse y explicarse de la siguiente manera: el apóstol Pedro, cuando se acercaba su pasión, dejó la sede episcopal al beato Clemente. Así lo atestiguan autores muy respetados como Tertuliano en De Praescriptionibus, Jerónimo en el libro 1 contra Joviniano y en el capítulo 52 de Isaías, Rufino en el prólogo de las Recognitiones y en su invectiva contra Jerónimo, el papa Juan III en su epístola a los obispos de Alemania, y también el propio Clemente en el libro 7 de las Constituciones Apostólicas, capítulo 37, Anacleto en la epístola 1, Alejandro en la epístola 1, y Dámaso en la Vida de Pedro.

Sin embargo, después de la muerte de Pedro, Clemente no quiso ocupar la sede apostólica mientras vivieran Lino y Cleto, quienes habían sido colaboradores del bienaventurado Pedro en el oficio episcopal. Por lo tanto, el primer pontífice después de Pedro no fue Clemente, sino Lino. Lo inferimos, en primer lugar, de Epifanio en la herejía 27, quien siguiendo la tradición de los antiguos, transmite que Clemente rechazó la sede mientras vivieran Lino y Cleto. En segundo lugar, lo deducimos de esta misma ambigüedad: si Clemente, Lino o cualquier otro hubiera sucedido a Pedro sin disputa, no habría surgido ninguna cuestión sobre el primer sucesor de Pedro, del mismo modo que nunca ha habido discusión sobre el primer sucesor de Santiago en Jerusalén, ni de Marcos en Alejandría, ni del propio Pedro en Antioquía.

Pero como en la Iglesia romana, tras la muerte de Pedro, se originó una santa disputa nacida de la humildad, y debía haber un primero y un segundo sucesor de Pedro, surgió cierta oscuridad en cuanto a esta sucesión. Por lo tanto, se pueden conciliar los autores que colocan a Clemente antes que Lino o a Lino antes que Clemente. Pues cuando Ireneo, Eusebio, Epifanio, Optato, Agustín y Jerónimo afirman que Lino sucedió inmediatamente a Pedro, dicen la verdad, pero no niegan que esto se debiera a que Clemente había rehusado el episcopado. Por otro lado, Tertuliano, Jerónimo, Rufino y los demás que escriben que Clemente fue designado sucesor por Pedro, cuentan la verdad, pero tampoco ellos niegan que Clemente se negara a aceptar la sede en ese momento.

Tampoco me preocupa demasiado que el Pontifical de Dámaso, Sofronio y Simeón Metafraste, en la Vida de Lino, digan que Lino murió antes que Pedro. Pues Sofronio y Simeón son más recientes, y el libro que se atribuye a Dámaso tiene una autoridad dudosa en este asunto. Sin embargo, los autores que afirman que Lino sucedió a Pedro son muy antiguos, numerosos y de gran prestigio.

Ahora bien, después de Lino viene Cleto o Anacleto, y luego Clemente debe ser colocado en cuarto lugar. Los autores que sostienen esta versión son Ireneo, Eusebio, Epifanio, Jerónimo, así como el antiquísimo Cánon de la Misa, donde leemos "Lino, Cleto, Clemente". Finalmente, también Ignacio en su epístola a María de Zárabes insinúa que Clemente sucedió a Anacleto. Después de Clemente, sin duda, debe añadirse otro Anacleto, como lo hacen Optato, Agustín, Dámaso y otros.

Pues existieron dos Anacletos, y a uno de ellos también se le llamaba Cleto, aunque, debido a la similitud de nombres, muchos antiguos los consideraron como una sola persona. La autoridad de la Iglesia católica nos convence de esto, ya que celebra dos días festivos en su memoria: el de Cleto en abril y el de Anacleto en julio. Además, se dice que Cleto era romano e hijo de Emiliano, y que Anacleto era ateniense e hijo de Antíoco. No es creíble que en un asunto tan importante toda la Iglesia se haya equivocado.

Además, llegamos a la misma conclusión al observar que algunos antiguos colocan a Anacleto antes que Clemente, como Ignacio, Ireneo y Eusebio, mientras que otros lo colocan después, como Optato, Dámaso y Agustín. Esto es un argumento de que fueron dos personas distintas, no una. La costumbre de llamar Cleto al primer Anacleto también se confirma, pues el mismo pontífice al que Ignacio, Ireneo y Eusebio llaman Anacleto es nombrado Cleto por Epifanio, Jerónimo, Dámaso, Juan III e incluso por el sagrado Canon de la Misa.

Tampoco es sorprendente que, debido a la similitud de nombres, algunos antiguos hayan confundido a los dos Anacletos como si fueran uno solo. Del mismo modo, sabemos que entre los griegos se confunde a menudo a Novato con Novaciano, aunque es completamente cierto que Novato era de Cartago y Novaciano presbítero romano. Eusebio y Nicéforo de Constantinopla, en sus crónicas, también fusionaron a Marcelo y Marcelino en una sola persona, aunque es completamente seguro y comprobado que fueron dos.