- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Se plantea la cuestión: ¿Estuvo San Pedro en Roma y murió allí como obispo?
- CAP. II: Que Pedro estuvo en Roma.
- CAP. III: Que San Pedro murió en Roma.
- CAP. IV: Que Pedro fue obispo en Roma hasta su muerte.
- CAP. V: Se resuelve el primer argumento de los herejes.
- CAP. VI: Se resuelve el segundo argumento.
- CAP. VII: Se resuelven otros cinco argumentos
- CAP. VIII: Se responden otros ocho argumentos.
- CAP. IX: Se responde al argumento decimosexto.
- CAP. X: Se responde al argumento decimoséptimo.
- CAP. XI: Se responde al último argumento.
- CAP. XII: Se demuestra que el Pontífice Romano sucede a Pedro en la monarquía eclesiástica por derecho divino y razón de sucesión.
- CAP. XIII: Se prueba lo mismo a partir de los Concilios.
- CAP. XIV: Lo mismo se prueba con los testimonios de los sumos pontífices.
- CAP. XV: Lo mismo se prueba con los Padres Griegos.
- CAP. XVI: Lo mismo se prueba con los Padres Latinos.
- CAP. XVII: Lo mismo se prueba a partir del origen y la antigüedad del primado.
- CAP. XVIII: Lo mismo se prueba a partir de la autoridad que ha ejercido el Pontífice Romano sobre otros Obispos.
- CAP. XIX: Lo mismo se prueba a partir de las leyes, dispensas y censuras.
- CAP. XX: Lo mismo se prueba a partir de los vicarios del Papa.
- CAP. XXI: Lo mismo se prueba por el derecho de apelación.
- CAP. XXII: Refutación de los argumentos de Nilo sobre el derecho de apelación.
- CAP. XXIII: Refutación del primer argumento de los luteranos.
- CAP. XXIV: Se resuelven otros tres argumentos.
- CAP. XXV: Se resuelve el último argumento.
- CAP. XXVI: Lo mismo se prueba por el hecho de que el Sumo Pontífice no es juzgado por nadie.
- CAP. XXVII: Respuesta a los argumentos de Nilo.
- CAP. XXVIII: Se responden las objeciones de Calvino.
- CAP. XXIX: Se responden otros nueve argumentos.
- CAP. XXX: Se resuelve el último argumento y se trata la cuestión: ¿Puede ser depuesto un Papa herético?
- CAP. XXXI: Lo mismo se prueba a partir de los títulos que suelen atribuirse al Pontífice Romano.
- PREFACIO
PREFACIO A LOS LIBROS SOBRE EL SUMO PONTÍFICE, PRONUNCIADO EN EL GIMNASIO ROMANO EN EL AÑO 1577
Antes de que nos embarquemos en la disputa sobre el Sumo Pontífice, he considerado necesario adelantar algunas cosas. Primero, sobre la utilidad y grandeza de la disputa emprendida; luego, sobre aquellos que han intentado atacar o defender el primado romano con libros escritos, desde el origen de la Iglesia hasta nuestros días; y finalmente, sobre la forma y el orden en que debe tratarse y explicarse esta controversia, que necesariamente será larguísima.
En efecto, la importancia y la utilidad de la cuestión sobre el Pontífice se comprenderán principalmente por dos razones: por la magnitud del asunto en cuestión, que se pone en duda, y por la cantidad y el fervor de los adversarios. ¿Y de qué trata esta cuestión, cuando se habla del primado del Pontífice? Lo diré brevemente: de la esencia de la religión cristiana. Pues lo que se cuestiona es si la Iglesia debe continuar existiendo o si, en cambio, debe desmoronarse y desaparecer. ¿Qué otra cosa es cuestionar si debe quitarse el fundamento de un edificio, el pastor de un rebaño, el comandante de un ejército, el sol de las estrellas, la cabeza del cuerpo, sino preguntar si debe derrumbarse el edificio, dispersarse el rebaño, desintegrarse el ejército, oscurecerse las estrellas, yaciendo inerte el cuerpo?
Además, los adversarios, es decir, los herejes, aunque en otros dogmas suelen estar en desacuerdo tanto entre ellos como con nosotros, en esto coinciden todos: en atacar con todas sus fuerzas y con el mayor fervor el trono del Pontífice romano. Nunca ha habido enemigos de la Iglesia cristiana que no hayan librado una guerra simultáneamente contra esta sede. Isaías, el profeta, me parece haber previsto y predicho mucho antes estos dos hechos. La magnitud y la utilidad de la cuestión las previó cuando dijo: "He aquí que pongo en los cimientos de Sión una piedra, una piedra probada, angular, preciosa, bien cimentada." En cuanto a la contienda y el ímpetu de los herejes, lo predijo cuando dijo que esta misma piedra es "una piedra de tropiezo y una roca de escándalo." Aunque estas últimas palabras no están en el mismo lugar que las anteriores en Isaías (estas están en el capítulo 8 y aquellas en el capítulo 28), sin embargo, el apóstol Pablo en Romanos 9 y el apóstol Pedro en su primera carta, capítulo 2, las unieron de tal manera que nadie puede dudar de que están dirigidas al mismo fin y tienen el mismo propósito. Y aunque no ignoramos que estas palabras se refieren principalmente a Cristo, consideramos que no es inapropiado aplicarlas también al vicario de Cristo.
¿Cuáles son, entonces, los cimientos de Sión? El apóstol Juan lo explica en el Apocalipsis. Describiendo todas las partes y ornamentos de esta misma ciudad santa, dice entre otras cosas: "Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero." Por tanto, los apóstoles son los fundamentos de Sión. Entre ellos se cuenta y destaca una piedra singular: "He aquí," dice, "que pongo en los cimientos de Sión una piedra." ¿Quién es esta piedra? Nadie lo ignora quien lea el Evangelio. Pues cuando de los doce apóstoles uno se llamaba Simón, el Señor le cambió el nombre y quiso que en lugar de Simón se le llamara Pedro, es decir, "piedra." Porque en la lengua de los sirios, que sin duda usaba el Señor, "Cephas" no significa otra cosa que "piedra." Así que el Señor le dijo: "Tú eres Simón, te llamarás Cephas, es decir, piedra, o, como nosotros los latinos decimos más comúnmente, Pedro." Y nuevamente en otro lugar: "Tú eres Pedro, o sea, tú eres piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia." He aquí la piedra en los cimientos de Sión. Pero ¿qué tipo de piedra creéis que es? "Una piedra probada," dice, "angular, preciosa, bien cimentada." Una piedra probada. Esta piedra ha sido puesta a prueba de todas las maneras, todas las puertas del infierno han embestido contra ella.
Y, para omitir las persecuciones de los judíos y los paganos, que fueron comunes a esta sede y al resto de la Iglesia, ciertamente, en primer lugar, numerosos herejes, no una ni dos veces, sino muchísimas veces, renovando sus ejércitos, han luchado contra esta sede en abierta guerra. Luego, la emulación y soberbia de los griegos no cesó de librar guerra contra esta sede hasta que ellos mismos, oprimidos por el emperador de los turcos, perdieron también la religión junto con su dignidad. Entonces, emperadores potentísimos y cristianos, y lo que es más, bajo el nombre de religión y piedad, intentaron muchas veces derribar y destruir esta misma sede de la que les llegaron los cetros del Imperio Romano.
Pues no ignoráis las tragedias que en la Iglesia provocaron Enrique IV, Enrique V, Otón IV, Federico II y algunos otros en diferentes épocas. Y como si esto hubiese sido poco, Satanás añadió a estos disturbios al mover al pueblo romano contra los Pontífices. Todavía existe la gravísima carta de San Bernardo al Senado y al pueblo romano, en la que intenta calmar la sedición que el diablo había incitado contra el Papa Eugenio. Sediciones de este tipo, extremadamente turbulentas y perniciosas, y sumamente adecuadas para la destrucción del Pontífice romano, no duraron días, ni meses, sino años, e incluso siglos.
A esto se sumaron gravísimos cismas, muchos de ellos entre los propios Pontífices romanos, los cuales, de no ser por la firmeza de la sede de Pedro, hubieran causado su colapso y destrucción, si no fuera porque es una piedra firmísima y probadísima, colocada por aquel en los cimientos de Sion, quien dijo: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella." Y para que no pensemos que esta sede ha permanecido tanto tiempo únicamente debido a la vida incorrupta y las costumbres intachables de los Sumos Pontífices, Dios permitió finalmente que incluso algunos Pontífices no tan buenos ocuparan y gobernaran esta sede. Tales fueron ciertamente Esteban VI, León V, Cristóbal I, Sergio III, Juan XII, y otros no pocos, si son verdaderas las cosas que se leen en los historiadores sobre sus vidas y hechos.
Por tanto, no hay razón para que los herejes trabajen tanto en recopilar los vicios de algunos Pontífices. Pues nosotros reconocemos y confesamos que hubo no pocos; pero está tan lejos de que con ello se oscurezca o disminuya la gloria de esta sede, que más bien crece y se amplifica en gran manera. Porque de ahí entendemos que no es por consejo humano, prudencia o fuerzas, que el Pontificado romano ha subsistido tanto tiempo, sino porque esta piedra ha sido fortalecida por el Señor, divinamente cimentada, custodiada por ángeles, rodeada de la singular providencia y protección de Dios, de manera que las puertas del infierno no pueden prevalecer contra ella, ya sea que por "puertas" se entienda la persecución de los tiranos, la rabia de los herejes, el furor de los cismáticos, o los crímenes y delitos. Por tanto, Dios puso una piedra probada en los cimientos de Sion; no sólo probada, sino también angular, que une dos paredes. Esto me parece indicar la diferencia entre el Pontífice de los cristianos y el de los judíos. Pues aquel era piedra y fundamento, pero no piedra angular. Porque no sostenía dos paredes, sino sólo una. En cambio, nuestra piedra es angular; pues tanto judíos como gentiles, como dos paredes unidas, formando una sola Iglesia cristiana, están sostenidos por esta única piedra angular.
Isaías añade, "preciosa." Con esta única palabra se indica un infinito tesoro de bienes, que desde la sede de Pedro se deriva abundantísima y ricamente a toda la Iglesia. ¿De dónde, si no es de esta sede, fueron enviados aquellos que predicaron el Evangelio a Alemania, Francia, Inglaterra y otras provincias lejanas? ¿Dónde hallaron refugio y auxilio los obispos que fueron expulsados de sus sedes y exiliados por todo el mundo, como Atanasio en su tiempo, Pedro de Alejandría, Pablo y Crisóstomo de Constantinopla, si no en esta sede? ¿De dónde obtenemos la explicación de los dogmas, los ritos de los sacramentos, la comunicación de las indulgencias, si no de esta sede?
Y, dejando de lado otras cosas que sería demasiado largo enumerar, ¿de dónde proviene la concordia en la doctrina, el vínculo de la paz, la unidad de la fe, que es la misma salvación y la vida de la religión, si no de esta sede? De otro modo, ¿por qué los herejes de nuestro tiempo, aunque poseen numerosas y extensas provincias como Inglaterra, Escocia, Dinamarca, Noruega, Suecia, y una parte no despreciable de Alemania, Polonia, Bohemia y Hungría, nunca han podido convocar un solo Concilio General en el que todos estuvieran de acuerdo en un solo artículo? ¿Por qué también los griegos, desde el año 800, cuando se separaron de la sede de Pedro y de la Iglesia romana, durante casi otros 800 años no han celebrado ni un solo sínodo para demostrar su mutua concordia y paz? Mientras que nosotros, por el contrario, desde entonces hemos celebrado unos diez Concilios Generales, y de los más concurridos, el último de los cuales fue celebrado en nuestros tiempos con la mayor concordia de los Padres, mientras los luteranos se enfrentan entre sí con gran acritud y desesperan completamente de la concordia. ¿Qué razón puede haber para esta gran diferencia, sino que ellos carecen de aquel guía y rector que solo puede y debe confirmar a todos los hermanos en la fe y mantener a toda la Iglesia en unidad?
Finalmente, el mismo profeta añade: "cimentada en el fundamento." ¿Qué es estar cimentada en el fundamento, sino ser un fundamento secundario, no primario? Pues no ignoramos que el fundamento primero y principal de la Iglesia es Cristo, de quien el apóstol dice: "Nadie puede poner otro fundamento fuera del que está puesto, que es Cristo Jesús." Pero después de Cristo, el fundamento es Pedro, y sin Pedro no se llega a Cristo. Aunque los herejes se jacten de seguir a Cristo y de seguir su palabra y doctrina, es necesario, como dice el gran León en su carta a los obispos de la provincia de Vienne, que "quien osa separarse de la solidez de Pedro está excluido del misterio divino."
Así pues, la sede de Pedro es una piedra probada, angular, preciosa, cimentada en el fundamento. Esto es así para nosotros. Pero para nuestros adversarios herejes, no es más que una piedra de tropiezo y una roca de escándalo. Porque cuando deberían edificarse sobre ella como un templo santo en el Señor, al contrario, como verdaderamente ciegos y furiosos, tropiezan con ella. Pues disgusta a la sabiduría humana y a la soberbia de aquellos que se consideran prudentes a sus propios ojos que un simple mortal, a quien no consideran inferior a ellos ni en erudición, ni en virtud, ni en ninguna otra cosa, sea llamado el fundamento de la Iglesia, sobre el cual descansa un edificio tan grande, tan elevado, tan sublime, tan inmenso. Esto les desagrada porque no entienden lo fácil que es para Dios, y también glorioso, elegir lo débil para confundir a los fuertes. Ni advierten que es costumbre de Dios llevarnos a la sabiduría y a la gloria a través de la fe y la humildad.
Así lo dispuso Él, para salvar a los creyentes por la "locura" de la predicación del crucificado; así eligió pescadores para convertir emperadores; así ató a cosas sencillas y humildes, como el agua, el aceite, el pan y el vino, los poderes sacramentales y los infinitos tesoros de los dones celestiales, de modo que, sometiéndonos en fe y humildad a estas cosas despreciables, seamos elevados a la herencia de los hijos de Dios y a la participación en la misma naturaleza divina. Pero ellos cierran los ojos a todo esto y no cesan de enfurecerse y despotricar contra la piedra de salvación y contra el plan de Dios, de modo que verdaderamente para ellos es una piedra de tropiezo y una roca de escándalo. Los donatistas llamaban en su tiempo a esta sede la "cátedra de pestilencia"; Berengario llamaba al Pontífice de esta sede "Pompífice" y "Pulpífice"; los valdenses la llamaban la "ramera purpurada"; Juan Wiclef la llamaba la "sinagoga de Satanás"; los luteranos, calvinistas, anabaptistas y otros la proclaman como el "trono del Anticristo". Y aunque disienten de nosotros en muchas otras cosas, sólo de aquí han querido imponernos un nombre. Pues no nos llaman de otra manera que papistas, como si erráramos en defender sólo o principalmente al Sumo Pontífice. Ni creen que haya mayor insulto que llamar a alguien Papa. De hecho, al contrario, han comenzado a usar el término "Papa" para designar todos los lugares sucios y malolientes, y todo lo que hay de vergonzoso y despreciable en la naturaleza.
En definitiva, tal es el ánimo de Lutero, Calvino y otros similares hacia el Pontífice, que, aunque escriben mordazmente y con insolencia sobre todos los demás temas, cuando se trata de atacar al Sumo Pontífice, cargándolo con insultos, calumnias y maldiciones, parecen estar poseídos por furias y llenos de un mal demonio, o más bien, parecen haber dejado de ser humanos para convertirse en demonios. Pero como ellos, quieran o no, son de barro y frágiles, mientras que el Sumo Pontificado es una piedra firmísima, no serán ellos quienes, al tropezar contra esta sede, la rompan, sino que, sin duda, serán ellos quienes serán aplastados por ella. "El que caiga sobre esta piedra," dice el Señor, "se destrozará, pero sobre quien caiga la piedra, será pulverizado." Y el gran León, en el lugar antes citado, dice: "Quienquiera que piense que debe negarse la primacía a esta sede, de ninguna manera puede disminuir su dignidad, sino que, hinchado por el espíritu de su soberbia, se hunde a sí mismo en el infierno."
Pues como una gran roca que sobresale en medio del mar sobre las olas y el oleaje, nunca es derribada ni movida, aunque los vientos y las olas del mar embistan contra ella con gran ímpetu, sino que los disuelve y los rompe: así la sede de Pedro, tantas veces ya golpeada por los judíos, los paganos, los herejes, los sediciosos y los cismáticos con increíble furor, permanece inmóvil después de más de mil quinientos años, con casi todos ellos consumidos, sometidos o abatidos. Y siempre, como dice San Agustín, aunque los herejes la ladraran en vano, ha mantenido el culmen de su autoridad. Así que, si no me equivoco, ves la grandeza de la controversia que se nos ha propuesto para explicar.
Paso ahora a lo que hemos puesto en segundo lugar. Los primeros que seriamente atacaron el primado del Pontífice Romano parecen haber sido los griegos. Pues desde el año 381 después de Cristo, quisieron colocar al obispo de Constantinopla, quien antes ni siquiera era patriarca, por encima de los tres patriarcas de Oriente y hacerlo el segundo después del Pontífice Romano. Esto se puede entender del segundo Concilio General, canon 5. Luego, en el año 451, los griegos, no contentos con esto, intentaron hacer al obispo de Constantinopla igual al Pontífice Romano. Pues en el Sínodo de Calcedonia, acto 16, los padres griegos, aunque no sin engaño y en ausencia de los legados romanos, definieron que el obispo de Constantinopla debía ser el segundo después del Romano, pero que debería tener iguales privilegios. Y tampoco satisfechos con esto, en los tiempos de San Gregorio y su predecesor Pelagio II, alrededor del año 600, comenzaron a llamar al obispo de Constantinopla "Ecuménico", es decir, obispo del mundo, o universal. De esto es testigo el propio San Gregorio en las muchas cartas que escribió en poco tiempo sobre este asunto a Juan, obispo de Constantinopla, al emperador Mauricio, a la emperatriz Constancia y a los demás patriarcas de Oriente.
Finalmente, en el año 1054, declararon abiertamente que el obispo de Roma había caído de su grado debido a la adición de la partícula "Filioque" al Credo de Constantinopla, prohibido según el sínodo de Éfeso, y que el obispo de Constantinopla era ahora el primero y sumo entre todos los obispos. Sigeberto lo relata en su Crónica, y esto también se puede deducir claramente de las cartas de León IX. También existe un pequeño libro escrito en griego por Nilo, arzobispo de Tesalónica, contra el primado del Pontífice Romano, que recientemente fue sacado a la luz y traducido al latín por Ilírico desde no sé qué escondrijos.
Los primeros entre los latinos en separarse de la obediencia al Pontífice Romano fueron los valdenses. Surgieron en el año 1170, según escribe Reinerio, quien floreció hace unos 300 años. Luego, en el año 1300, según el testimonio de Mateo Palmerio en su Crónica, aparecieron algunos que fueron llamados fraticelos, quienes además de otros errores, sostenían que la autoridad de Pedro en la Iglesia Romana había cesado hace mucho tiempo y que había sido transferida a la secta de los fraticelos. Véase a Juan de Turrecremata, libro 4, Ecclesiasticae, parte 2, capítulo 37. Poco después, según el mismo Juan de Turrecremata, surgieron Marsilio de Padua y Juan de Janduno, quienes equipararon al Pontífice Romano no sólo con todos los obispos, sino también con todos los presbíteros.
Luego, alrededor del año 1390, apareció Juan Wiclef, y lo siguió Juan Huss, cuyas opiniones contra la sede apostólica pueden leerse en el Concilio de Constanza, sesiones 8 y 15.
Finalmente, en nuestro siglo, Martín Lutero y todos los herejes que surgieron después de él intentaron debilitar con todas sus fuerzas y gran empeño el Pontificado Romano. Y la doctrina principal de ellos es que el Obispo de Roma fue alguna vez el Pastor y predicador de la Iglesia Romana, y uno entre los demás, no por encima de los demás; pero que ahora no es más que el Anticristo. Véase a Lutero en su libro De potestate Papae y en la Assertiones, artículo 25; a Felipe Melanchthon (si es que él es el autor del libro) en el libro De potestate et primatu Papae, o De regno Antichristi, escrito en nombre del sínodo de Esmalcalda; a Juan Calvino, libro 4 de Institución, capítulo 6 y siguientes; a Juan Brenzio en la Confessio Wirtembergensis, capítulo sobre el Sumo Pontífice y en los prólogos contra Pedro de Soto; a Matías Ilírico en Centuria 1, libro 2, capítulo 7, columna 524 y siguientes, y capítulo 10, columna 558 y siguientes, y después en cada una de las centurias, capítulo 7, y también en el libro De primatu Papae; y en otro libro De historia concertationis Papae et Concilii VI Carthaginensis.
Por otro lado, muchos de los que escribieron en defensa de la autoridad del Sumo Pontífice pueden encontrarse en todas las naciones. Pero para que no se queje alguien de haber sido omitido, declaro que no los enumeraré a todos, sino sólo a aquellos que han llegado a mis manos. De Polonia tenemos uno, pero que puede equivaler a muchos, a saber, el Cardenal Hosius, tanto en la explicación del símbolo, capítulo 26, como en el libro 2 contra Brenzio, como en el libro De auctoritate Summi Pontificis.
De Francia tenemos dos: Raimundo Rufus en el libro contra Carlos Molinaeus, en defensa del Sumo Pontífice, y Roberto de Arbrissel, en el primer tomo De utriusque gladii potestate.
De Alemania, cinco: Juan Eck en tres libros De primatu S. Petri; Juan Fabro en la refutación del libro de Lutero De potestate Pontificis; Juan Cochlæo en la cuarta Filípica; Gaspar Schatzger en Controversiae; Conrado Clingio, libro 3 De locis communibus.
De la Baja Alemania, seis: Juan Driedo, libro 4, capítulo 3, parte 2 De Scripturis et dogmatibus Ecclesiae; Alberto Piggio, libros 3, 4 y 5 Ecclesiasticae historiae; Juan de Lovaina De perpetua cathedrae Petri protectione et firmitate; Jacobo Latomo, libro De primatu Petri; Guillermo Lindano, libro 4 Panopliae; Juan Bunderio en Compendio concertationum, título 31.
De Inglaterra, seis: Tomás Waldense, libro 2 Doctrinalis fidei, artículos 1 y 3; Juan Roffense en la refutación del artículo 25; Reginaldo Pole en el libro De Summo Pontifice, y en los libros 1 y 2 dirigidos al rey Enrique; Alano Cope en el Diálogo 1; Nicolás Sander en los libros De visibili monarchia; Tomás Stapleton, libro 6 Controversiarum.
De España, siete: Juan de Turrecremata, libro 2 De Ecclesia; Alfonso de Castro, libro 12 Contra haereses; Melchor Cano, libro 6 De locis; Pedro de Soto, en la defensa de su confesión, desde el capítulo 74 hasta el final; Francisco Horante, libro 6 De locis Catholicis; Francisco Turriano en los libros contra Antonio Sadeel. Y Gregorio de Valencia, quien también escribió recientemente sobre este tema en su Análisis fidei Catholicae, partes 7 y 8.
De Italia, ocho: Santo Tomás, en su opusculum contra los griegos; el Beato Agustín de Ancona, en la summa De potestate Papae; el Beato Antonio, tercera parte, título 22 de la Summa Theologiae; Tomás Cayetano De institutione et auctoritate Romani Pontificis; Gaspar Contareno De potestate Romani Pontificis; Tomás Campeggio en el libro del mismo título; Juan Antonio Delfino, libros 1 y 2 De Ecclesia.
De Grecia, dos: Gennadio Escolario en la defensa del capítulo quinto; Mucio Iustinopolitano contra Viret sobre el Pontificado.
Orden y Disposición
La disputa propuesta tiene dos partes principales: una sobre la institución del Sumo Pontificado, o de la Jerarquía Eclesiástica; y la otra sobre el oficio y la potestad del Sumo Pontífice. En la primera parte se contienen seis cuestiones.
- ¿Es la monarquía el mejor régimen?
- ¿Debe el régimen de la Iglesia ser monárquico?
- ¿Fue San Pedro el primer monarca espiritual de la Iglesia Católica?
- ¿Vino el bienaventurado Pedro a Roma y estableció allí una sede pontificia que debía permanecer para siempre?
- ¿El Obispo de Roma sucede a San Pedro no sólo en el obispado de Roma, sino también en el principado de toda la Iglesia? A esta cuestión también se referirán algunas otras que están tan relacionadas con ella que de ninguna manera pueden separarse, tales como la cuestión de las apelaciones que se escuchan desde todas partes del mundo, la cuestión de instituir, confirmar, transferir, castigar e incluso destituir a los obispos, y algunas otras del mismo género.
- ¿Ha pasado alguna vez el Obispo de Roma de ser Vicario de Cristo a ser el Anticristo?
Ahora bien, la segunda parte de la controversia comprende otras seis cuestiones.
- ¿Es propio del Pontífice Romano decidir sobre las controversias de fe y de costumbres?
- ¿Puede errar en ese juicio?
- ¿Puede el Sumo Pontífice promulgar leyes que verdaderamente obliguen las conciencias y a la vez castigar a los transgresores?
- ¿Le ha sido confiada la jurisdicción eclesiástica sólo al Sumo Pontífice por Cristo, de manera que sólo a través de él se derive a los demás?
- ¿Tiene el Pontífice, además de la jurisdicción espiritual, algún poder temporal en su calidad de Pontífice?
- ¿Puede tener y de hecho tiene, por la donación de príncipes, algún imperio temporal sobre ciertas provincias o regiones?