CAP. V: Se propone la segunda cuestión: ¿Debe el gobierno eclesiástico ser monárquico?

HABIENDO demostrado que la monarquía es el mejor tipo de gobierno, surge la segunda cuestión: ¿Conviene a la Iglesia de Cristo un gobierno monárquico? Y para separar lo cierto de lo dudoso, acordamos con los adversarios en tres puntos.

PRIMERO, que en la Iglesia debe haber un gobierno. Pues en Cantar de los Cantares 4 se dice: "Ejército en orden de batalla". Y en Hechos 20: "Velad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos para pastorear la Iglesia de Dios". Y en Hebreos 13: "Obedeced a vuestros superiores".

SEGUNDO, que el gobierno eclesiástico es espiritual y distinto del político. Pues cuando Pablo decía: "El que preside, que lo haga con diligencia" (Romanos 12) y "Los que presiden bien, sean tenidos por dignos de doble honor" (1 Timoteo 5) y cosas similares, aún no había o apenas existían príncipes seculares en la Iglesia. Estos dos puntos también los enseña Calvino en Instituciones, libro 4, capítulo 11, § 1.

TERCERO, que el único rey absoluto y libre de toda la Iglesia es CRISTO, sobre quien se dice: Salmo 2: "He sido constituido Rey por Él sobre Sion, su monte santo". Y en Lucas 1: "Y su reino no tendrá fin". Así que no se busca en la Iglesia una monarquía, aristocracia o democracia absolutas y libres, sino una forma de gobierno posible para los ministros y administradores, como dice Pablo en 1 Corintios 4: "Que los hombres nos consideren como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios".

Y ciertamente, los adversarios consideran que el gobierno eclesiástico encomendado por Cristo a los hombres de ninguna manera es monárquico, sino aristocrático y democrático, aunque ni siquiera entre ellos están completamente de acuerdo. ILIRICO en su obra Centurias, libro 1, capítulo 7, enseña que no hay nadie en la Iglesia que gobierne sobre todos, sino que toda la autoridad eclesiástica reside tanto en los ministros como en el pueblo. Sin embargo, en su libro sobre la elección de obispos, atribuye la máxima autoridad a la multitud de la Iglesia entera, y sostiene que la democracia tiene el papel principal en la Iglesia, mientras que la aristocracia, es decir, la asamblea de los ancianos, ocupa el segundo lugar. Por el contrario, CALVINO, en Instituciones, libro 4, capítulo 11, § 6, atribuye la máxima autoridad eclesiástica al grupo de ancianos, sobre los cuales coloca al obispo, como cónsul del senado. Y en ese mismo lugar enseña abiertamente que la autoridad del grupo de ancianos es mayor que la del obispo. Calvino atribuye también algo al pueblo, pero menos que al grupo de ancianos. Además, Juan BRENTIO, en el prólogo contra Pedro de Soto, concede la máxima autoridad a los nobles, pero no quiere que sean obispos, sino príncipes seculares, a quienes considera los miembros más nobles de la Iglesia.

Ahora bien, todos los doctores católicos coinciden en que el gobierno eclesiástico encomendado por Dios a los hombres es, en efecto, monárquico, pero moderado, como dijimos antes, con elementos de aristocracia y democracia. Esto es tratado principalmente por Santo TOMÁS en Contra los Gentiles, libro 4, capítulo 76, por Juan de Torquemada en De Ecclesia, libro 2, capítulo 2, y por Nicolás Sander en sus libros sobre la monarquía visible de la Iglesia. Siguiendo sus pasos, propondremos y defenderemos cuatro proposiciones. La PRIMERA será que el gobierno de la Iglesia no reside principalmente en el pueblo. La SEGUNDA, que no reside en los príncipes seculares. La TERCERA, que no reside principalmente en los príncipes eclesiásticos. La CUARTA, que reside principalmente en un único presidente supremo y sacerdote de toda la Iglesia.