CAP. III: Que la monarquía mixta con la aristocracia y la democracia es más útil en esta vida que la simple monarquía.

La segunda proposición, por lo tanto, era la siguiente: El gobierno moderado por todas las tres formas, debido a la corrupción de la naturaleza humana, es más útil que la simple monarquía. Este tipo de gobierno ciertamente requiere que haya en la república un príncipe supremo, que gobierne a todos y no esté sujeto a nadie; sin embargo, los presidentes de las provincias o ciudades no deben ser vicarios del rey o jueces anuales, sino verdaderos príncipes, quienes obedecen el poder del príncipe supremo y, mientras tanto, gobiernan su provincia o ciudad no como si fuera ajena, sino como propia. Así, en la república habría tanto una especie de monarquía regia como una aristocracia de príncipes nobles.

Si a esto se añadiera que ni ese rey supremo ni los príncipes menores adquirieran sus dignidades por sucesión hereditaria, sino que fueran elevados a ellas los mejores de entre todo el pueblo:

ya habría entonces también un cierto lugar asignado a la democracia en la república. Probamos que esta es la mejor forma de gobierno y la más deseable en esta vida mortal con dos argumentos.

PRIMERO, este tipo de gobierno tendría todos los bienes que hemos demostrado anteriormente que existen en la monarquía; y además sería en esta vida más agradable y útil. Es evidente que los bienes de la monarquía están presentes en este nuestro gobierno, puesto que este gobierno comprende verdaderamente y propiamente una cierta monarquía; además, se puede ver que sería más grato en todos los aspectos, porque todos aman más ese tipo de gobierno del cual pueden ser partícipes, como sin duda es este nuestro, ya que se confiere a la virtud y no al linaje.

En cuanto a la utilidad, no hay nada que decir, ya que es cierto que ninguna persona puede por sí sola gobernar las provincias y ciudades individuales, y quiera o no quiera, se ve obligado a encomendar su administración ya sea a vicarios suyos o a príncipes propios de esas regiones; y nuevamente, es igualmente cierto que los príncipes gobernarán sus propios asuntos mucho más diligentemente y fielmente que los vicarios que manejan asuntos ajenos.

Se añade un SEGUNDO argumento basado en la autoridad divina. Dios, en efecto, instituyó este tipo de gobierno, tal como lo describimos un poco antes, tanto en su Iglesia del Antiguo como del Nuevo Testamento. Y de hecho, en cuanto al Antiguo Testamento, se puede demostrar fácilmente: el pueblo de los Hebreos siempre tuvo un único líder, ya fuera un caudillo, un juez o un rey, que gobernaba sobre toda la multitud, lo cual corresponde a la monarquía; además, tenía muchos príncipes menores, de los cuales leemos:

Éxodo 18: "Eligiendo hombres valientes de entre todo Israel, los constituyó príncipes del pueblo, tribunos y centuriones, y capitanes de cincuenta y de diez, que juzgaban al pueblo en todo momento". Esto pertenece a la aristocracia. Finalmente, los príncipes no eran elegidos de una sola tribu, sino de todo el pueblo, como claramente se deduce de ese mismo pasaje de Éxodo 18 y también de Deuteronomio 1, lo que en cierto modo pertenece a la democracia.

En cuanto a la Iglesia del Nuevo Testamento, lo mismo deberá probarse más adelante, es decir, que en ella existe la monarquía del sumo pontífice, así como la aristocracia de los obispos (quienes son verdaderos príncipes y pastores, no vicarios del sumo pontífice); y finalmente, que en ella también tiene su lugar la democracia, ya que no hay nadie entre toda la multitud cristiana que no pueda ser llamado al episcopado, si es considerado digno de ese cargo.