CAP. XXVIII: Se refuta la objeción de los quince pecados de San Pedro formulada por los Magdeburgenses.

El último argumento se basa en los horribles deslices de San Pedro que los Magdeburgenses enumeran en la Centuria 1, libro 2, capítulo 10, columnas 558, 559 y 560, y dicen que no fueron consignados en la memoria sin el propósito del Espíritu Santo, para que no se le atribuyera demasiado a Pedro: algo que Dios previó que sucedería en siglos posteriores.

El PRIMER desliz, según ellos, fue que en Mateo 14, Pedro, por curiosidad —como ellos dicen— pidió al Señor que lo llamara a caminar sobre el agua, y por ello luego fue castigado y cayó en pecados mayores, como en la duda.

RESPONDO que en este hecho de Pedro no hubo ningún pecado, sino más bien una fe singular. Pues, si Pedro hubiera pecado al pedir ser llamado a caminar sobre el agua, no habría obtenido lo que pidió. Los milagros de Dios no cooperan con nuestros pecados. Por lo tanto, MÁXIMO, en el sermón 1 de la festividad de los apóstoles, dice:

“Este es Pedro, a quien los mares, sometidos a sus pies, demostraron ser el más confiado en Cristo. Pues, como fiel, pidió a su Señor que se le dieran nuevos pasos sobre las olas y, como amado, lo obtuvo. Por esto, solo pareció temblar, para que la fragilidad humana comprendiera cuán grande era la distancia entre el Señor y el siervo.” Y más adelante: “Verdaderamente bendita es la fe de Pedro, y, aunque tembló, su fe es admirable, pues ni siquiera el miedo de un peligro inminente pudo alterarlo. Al clamar ‘¡Señor, sálvame!’ mientras se hundía, desconfiaba de sí mismo, pero no dudaba de su Señor. Que nadie, por tanto, considere este temor del gloriosísimo Pedro como un defecto, etc.”

El SEGUNDO desliz, según ellos, es que en Mateo 16, Pedro dijo a Cristo:

“¡Lejos de ti, Señor, esto no te sucederá!” Con estas palabras, los Magdeburgenses dicen que cometió un pecado grave y horrendo. Y más adelante añaden: “Con estas palabras se describe un horrendo desliz, por el cual ciertamente habría merecido la condenación eterna, de no haber sido librado por la inmensa misericordia. No cabe duda de que un pecado tan grave fue lamentado seriamente.”

RESPONDO que el hecho fue interpretado de manera muy distinta por el bienaventurado JERÓNIMO. Pues, en el capítulo 14 de Mateo, dice:

“En todos los pasajes, Pedro se muestra como un hombre de ardentísima fe. Cuando se preguntó a los discípulos quién decían los hombres que era Jesús, él confesó que era el Hijo de Dios; cuando Cristo se dispuso a ir a la Pasión, él trató de detenerlo; y aunque se equivocó en su comprensión, no se equivocó en su afecto.” Y en el capítulo 16 añade: “Este error del apóstol, que proviene de su afecto piadoso, nunca me parecerá una tentación del Diablo.”

El TERCER desliz es cuando Pedro dijo en Mateo 17: “Señor, bueno es que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tiendas,” etc. Dicen que Pedro pecó al pensar en establecer un culto y una memoria de ese hecho fuera de la palabra de Dios; e incluso, añaden que la voz del Padre celestial fue una reprimenda a la superstición de Pedro.

RESPONDO que Pedro de ninguna manera pecó, como se demuestra en Marcos, capítulo 9, donde se dice:

“No sabía lo que decía, porque estaban aterrados.” Por lo tanto, Pedro estaba, en cierto modo, fuera de sí mismo cuando dijo estas cosas, y aunque en tal arrebato de mente pudo haberse equivocado, ciertamente no pudo haber pecado. De hecho, CRISÓSTOMO, comentando este pasaje, enseña que estas palabras provinieron del gran fervor de Pedro: “Ves,” dice, “cuán ardiente estaba de amor por Cristo. No debes considerar cuán prudente fue su propuesta, sino cuán ferviente era su amor por Cristo y cuán inflamado estaba.”

Es sorprendente, además, cómo los Magdeburgenses encontraron aquí un nuevo culto y superstición en la memoria de la transfiguración, cuando Pedro claramente dice:

“Bueno es que estemos aquí,” y, por tanto, no deseaba levantar las tiendas en memoria de un hecho pasado, sino para una habitación presente con Cristo glorioso. Por eso LEO, en su sermón sobre la transfiguración, dice que lo que Pedro pedía era bueno, pero estaba mal ordenado, porque aún no era el momento de alcanzar esa gloria. Sin embargo, no pecó al pedir la gloria antes de tiempo, porque “no sabía lo que decía.”

El CUARTO desliz lo encuentran en el hecho de que Pedro fue uno de los que —y tal vez no el último— se encontraba en el grupo que debatía la cuestión de quién de ellos sería el mayor, y que Cristo tuvo que reprender duramente con su discurso, según Mateo 18.

Pero la Escritura no dice en ninguna parte que Pedro estuviera en ese grupo. Los Padres, en el capítulo 18 de Mateo, como Orígenes, Crisóstomo, Jerónimo y otros, enseñan claramente que no fue Pedro quien inició esa discusión, sino los otros discípulos, porque sospechaban que Pedro sería preferido a todos. Esto mismo se deduce del Evangelio. Pues, después de que Mateo dijo en el capítulo 17 que Pedro fue enviado al mar, añade al comienzo del capítulo 18:

“En esa misma hora se acercaron los discípulos a Jesús diciendo: ‘¿Quién crees que es el mayor?’” Con estas palabras indica que la pregunta fue planteada en ausencia de Pedro. Pues, en la misma hora en que Pedro fue enviado al mar, los demás discípulos se acercaron al Señor.

El QUINTO desliz, según ellos, es que en Mateo 18, Pedro quiso limitar el perdón de los pecados a un número de siete veces, diciendo: “¿Cuántas veces pecará mi hermano contra mí, y lo perdonaré? ¿Hasta siete veces?” Esto es una tontería infantil, ya que Pedro no quería restringir el perdón, sino que estaba preguntando a su Maestro.

El SEXTO desliz lo encuentran en que en Mateo 19, Pedro exclamó: “He aquí que nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué pues tendremos?” Donde parece haber soñado con algunas recompensas carnales y haber hablado con arrogancia. PERO escucha el comentario de CRISÓSTOMO: “No lo dijo por ambición o vanagloria, sino para introducir al pueblo pobre.” Además, el mismo Señor no reprendió a Pedro como si hubiera pecado, sino que le prometió grandes recompensas.

El SÉPTIMO desliz lo encuentran en que Pedro, en Juan 13, dijo: “No me lavarás los pies jamás.” Según ellos, Pedro, por ignorancia y una devoción equivocada, se negó a permitir que Cristo le lavara los pies.

RESPONDO que los santos Padres juzgan de manera muy diferente los actos de Pedro. AGUSTÍN, comentando este pasaje, dice que Pedro hizo lo que cualquier otro de los apóstoles habría hecho al rechazarlo. CRISÓSTOMO, comentando este mismo pasaje, dice: “Fue un signo de gran amor y reverencia.” Y más adelante añade: “Por un gran amor habló de esa manera.” También dice: “Pedro fue vehemente al rechazarlo, y más vehemente aún al permitirlo, ambos actos proceden del amor.” BASILIO, en su sermón sobre el juicio de Dios, dice: “No dio ninguna señal de pecado ni de desprecio, sino que actuó con un gran honor hacia el Señor y mostró la reverencia apropiada de un siervo y discípulo.” CIRILO, en el libro 9, capítulo 4 de su comentario sobre Juan, dice: “Con razón, el fiel discípulo temió el peso de tan gran asunto y, guiado por su habitual reverencia, rechazó el acto.”

El OCTAVO desliz lo encuentran en que Pedro dijo:

“¡Aunque tenga que morir contigo, no te negaré!” en Mateo 26. Pareciera, según ellos, que quería contradecir al Señor, quien había predicho que lo negaría.

PERO escucha lo que dice JERÓNIMO sobre este pasaje:

“No es,” dice, “ni temeridad ni mentira, sino la fe del apóstol Pedro y su ardiente afecto hacia el Salvador.” Y escucha a CRISÓSTOMO: “¿De dónde te vino esto? Ciertamente del gran amor y la gran voluntad.” Por lo tanto, no hubo desliz en absoluto, o fue un exceso de amor y piedad.

El NOVENO desliz lo encuentran en que Pedro, en el huerto, al ser mandado a velar, se quedó dormido. PERO el evangelista excusa tanto a él como a los demás apóstoles, diciendo:

“Sus ojos estaban cargados de sueño.” Y ciertamente, habiendo estado despiertos hasta altas horas de la noche, no veo por qué sería un pecado grave sucumbir al sueño.

El DÉCIMO desliz lo encuentran en que en Mateo 26, Pedro cortó la oreja de Malco, diciendo: “Pedro usó temerariamente la espada, contraviniendo la prohibición de Cristo, y con un esfuerzo impío cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote, Malco.” Y más adelante añaden: “Con violencia trató de impedir, en la medida de lo posible, el plan de Dios predicho en las Escrituras.”

RESPONDO que, en primer lugar, es falso que Pedro haya usado la espada contra el mandato de Cristo. Pues el Señor no había prohibido el uso de la espada, excepto lo que se encuentra en Lucas 22: “El que no tiene espada, venda su capa y compre una.” Y cuando los discípulos dijeron: “Aquí hay dos espadas,” Cristo respondió: “Basta,” lo que significa que dos espadas eran suficientes. Aunque en realidad no mandaba usar la espada, mucho menos la prohibía.

Y aunque el Señor más tarde desaprobó el hecho de Pedro, porque no necesitaba esa defensa, no reprendió la intención de Pedro, y los santos Padres incluso la alaban. CRISÓSTOMO, en su homilía 85 sobre Mateo, dice: “Considera el amor piadoso y la humildad del discípulo. Una cosa, es decir, golpear a Malco, proviene de su ardor por amar; otra, es decir, guardar la espada en la vaina, proviene de la obediencia.” CIRILO, en el libro 2, capítulo 35 sobre Juan, dice: “La intención de Pedro, al tomar la espada contra los enemigos, no estaba alejada del mandato de la ley.” AMBROSIO, en el capítulo 22 de Lucas, dice: “Pedro, instruido en la ley, y con un afecto rápido, sabiendo que a Finees se le atribuyó justicia por haber matado a los sacrílegos, golpeó al siervo del sumo sacerdote.”

Por tanto, es blasfemo lo que dicen los Magdeburgenses, que Pedro actuó con un intento impío y trató de impedir violentamente el plan de Dios. No lo hizo por odio al plan de Dios, sino por amor a su Maestro, al intentar defenderlo.

El UNDÉCIMO desliz que mencionan es la negación de Pedro, un gran pecado que no negamos, pero está muy lejos de perjudicar su primado, al contrario, lo confirma. Pues GREGORIO, en su homilía 21 sobre los Evangelios, dice:

“Debemos considerar por qué Dios omnipotente permitió que aquel que había decidido colocar al frente de toda la Iglesia temiera la voz de una sirvienta y se negara a sí mismo. Sin duda, esto fue dispuesto por una gran piedad, para que aquel que iba a ser el pastor de la Iglesia, en su propia culpa, aprendiera cómo debía ser misericordioso con los demás.”

El DUODÉCIMO desliz que mencionan es que, cuando el Señor fue arrestado por los judíos, el valeroso y animoso Pedro huyó. PRIMERO, no fue solo Pedro quien lo hizo, sino que, como dice Mateo 26, “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.” SEGUNDO, aunque Pedro inicialmente huyó, pronto regresó: “Y lo seguía desde lejos,” como leemos en ese mismo pasaje. AÑADO FINALMENTE que no parece haber ningún pecado en esta huida. Si debían seguir al Señor, ya sea para defenderlo o para ofrecerse a la muerte, deberían haberlo hecho. Pero ellos entendieron que el Señor no quería ninguna defensa para sí mismo, ni estaban obligados a ofrecerse a la muerte. De hecho, recibieron el mandato de huir: “Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra,” dijo el Señor en Mateo 10.

El DÉCIMO TERCER desliz, según ellos, es que, después de la resurrección del Señor, cuando Pedro corrió con gran fervor al sepulcro, aún no había comprendido correctamente el dogma de la resurrección, como lo indica Juan en el capítulo 20. PERO en ese mismo pasaje, Juan se defiende a sí mismo y a Pedro de esta acusación, cuando dice: “Aún no sabían las Escrituras, que él debía resucitar de entre los muertos.” Así que Pedro estaba, en ese momento, en la ignorancia, pero sin culpa. No era de aquellos que “no quieren entender para hacer el bien,” sino que simplemente ignoraban.

El DÉCIMO CUARTO desliz lo encuentran en que en Juan 21, Pedro preguntó con curiosidad sobre Juan: “¿Y qué de este?” A lo que el Señor respondió: “¿Qué te importa a ti? Sígueme tú.” Pero si esto es una curiosidad, es una muy digna de perdón. Como escribe CRISÓSTOMO comentando este pasaje, fue por la excesiva caridad de Pedro hacia Juan: Pedro pensaba que Juan deseaba preguntar, pero no se atrevía, y por eso Pedro, para hacerle un favor, preguntó al Señor por él.

El ÚLTIMO desliz lo encuentran en que, en Antioquía, Pedro “no caminó conforme a la verdad del Evangelio,” y por ello fue justamente reprendido por Pablo. En este pecado, los Magdeburgenses siguen claramente a sus predecesores, como el hereje Marción y el apóstata Juliano, quienes decían que Pedro fue señalado y reprendido por un pecado grave por parte de Pablo. Estas calumnias ya fueron refutadas por Tertuliano en el libro 4 contra Marción, y por Cirilo en el libro 9 contra Juliano. La situación fue la siguiente:

El apóstol Pedro, mientras estaba en Antioquía, comía con los gentiles en la libertad cristiana. Pero llegaron algunos judíos enviados por el apóstol Santiago a Pedro. Entonces, Pedro comenzó a dudar sobre cómo evitar ofender tanto a los gentiles como a los judíos. Si continuaba comiendo con los gentiles, sin duda ofendería a los judíos, quienes, siendo aún débiles en la fe, no podían persuadirse de que los judíos podían comer los alimentos de los gentiles. Pero si se apartaba de los gentiles y comía solo con los judíos, ofendería a los gentiles, quienes podrían acusar a Pedro de inconstancia o, al ver el ejemplo de un hombre tan importante, empezarían a judaizar. En esta vacilación, el bienaventurado apóstol eligió lo que consideró el menor mal, es decir, como era principalmente el apóstol de los judíos, prefirió ofender a los gentiles antes que a los judíos. Pero Pablo reprobó esa elección y reprendió a Pedro severamente.

Ahora bien, los Padres griegos consideran que en este acto de Pedro no hubo pecado alguno, como se puede ver en sus comentarios sobre el capítulo 2 de Gálatas. Y SAN JERÓNIMO está de acuerdo con los griegos, tanto en su comentario sobre la misma epístola como en su epístola 89 a Agustín. Sin embargo, la mayoría de los latinos reconocen algún pecado en este acto de Pedro, como Tertuliano en el libro 4 contra Marción, Cipriano en su epístola a Quinto, Ambrosio en su comentario al capítulo 2 de Gálatas, Agustín en sus epístolas 8, 9 y 19 a Jerónimo, Gregorio en el libro 28 de Moralia capítulo 12, y otros.

Sin embargo, sin duda ese pecado fue venial y muy leve, o fue solo un pecado material, es decir, un error sin culpa alguna por parte de Pedro. Es cierto que hizo lo que hizo con la mejor intención.

El hecho de que haya errado en su elección se debió a una falta de consideración o a un defecto de iluminación, y entonces fue un pecado venial o una ignorancia involuntaria, y en ese caso no hubo culpa. Es creíble que la divina providencia permitió este hecho para que la mente de Pablo fuera más exaltada que la de Pedro en ese asunto, para que tuviéramos un ejemplo muy útil tanto de la libertad de Pablo como de la paciencia y humildad de Pedro.

LIBRO SEGUNDO, Sobre la sucesión del Pontífice Romano en ese primado. CAP. I: Se plantea la cuestión: ¿Estuvo San Pedro en Roma y murió allí como obispo?

Establecidos los puntos que eran necesarios para explicar y defender el primado de Pedro, debemos ahora abordar lo que concierne al primado de sus sucesores. Dado que el derecho de sucesión de los Pontífices Romanos se fundamenta en el hecho de que Pedro, por orden del Señor, estableció su sede en Roma y allí permaneció hasta su muerte, surge la primera cuestión: ¿Fue Pedro obispo en Roma, sin haber trasladado su sede a otro lugar?

Muchos herejes de este tiempo ponen en duda lo que durante más de mil quinientos años ha sido creído firmemente por el mundo entero, es decir, que San Pedro fue obispo de Roma y que entregó su espíritu al Señor en Roma, sufriendo el martirio en la cruz. Sin embargo, algunos tratan este tema con mayor moderación, mientras que otros lo abordan de manera más insolente.

El primero que, según tengo entendido, enseñó que San Pedro no fue obispo en Roma ni llegó a ver Roma, fue un tal Guillermo, maestro de Juan Wiclef, según refiere Tomás Waldense en el libro 2 de Doctrina de la fe, artículo 1, capítulo 7. A este lo siguió Udalrico Veleno, luterano, quien publicó un libro entero sobre este asunto, en el cual, mediante dieciocho argumentos (como él los llama), creyó demostrar que Pedro nunca estuvo en Roma y que tanto Pedro como Pablo fueron asesinados en Jerusalén y no en Roma. Al final del libro afirma que, por su obra, sin ninguna duda recibirá de Dios la recompensa de una corona inmarchitable. Y ciertamente, si Dios corona las mentiras, Veleno recibirá una espléndida corona, sin lugar a dudas.

Ilírico, en su libro contra el primado del Papa, dice: “La demostración es clara: Pedro no estuvo en Roma.”

Juan Calvino, en el libro 4 de Instituciones, capítulo 6, §15, tras mostrar que toda la cuestión es dudosa, concluye: “Sin embargo, debido al consenso de los escritores, no discuto que haya muerto allí, pero no puedo convencerme de que haya sido obispo, especialmente por mucho tiempo.”

Los autores de las Centurias de Magdeburgo expresan ideas similares en la Centuria 1, libro 2, capítulo 10, columna 561.

Se debe observar que hay cuatro puntos en disputa: Primero, si Pedro estuvo en Roma. Segundo, si murió en Roma. Tercero, si fue obispo en Roma. Cuarto, si, habiendo asumido el episcopado romano, nunca lo abandonó.

De estos cuatro puntos, solo el último es absolutamente necesario y suficiente para establecer el primado del Pontífice Romano. Esta es la razón por la que Calvino rechazó únicamente este cuarto punto, sin preocuparse demasiado por los otros tres, ya que es evidente que el primero no es ni necesario ni suficiente, puesto que muchos visitan Roma sin llegar a ser Pontífices Romanos, y muchos Pontífices Romanos nunca estuvieron en Roma, como Clemente V, Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Inocencio VI y Urbano V, quienes fueron ordenados en Francia y allí permanecieron siempre.

El segundo punto tampoco es necesario ni suficiente, como demuestran muchos Pontífices Romanos que murieron fuera de Roma. Clemente I murió en Ponto; Ponciano en Cerdeña; Juan I en Rávena; Agapeto en Constantinopla; Inocencio III en Perugia; Inocencio IV en Nápoles; Juan XX en Viterbo; y otros en diferentes lugares. Esto mismo es confirmado por muchos otros que mueren a diario en Roma, sin por ello ser Pontífices Romanos.

El tercer punto es necesario, pero no suficiente, ya que Pedro fue obispo en Antioquía y, sin embargo, al trasladar su sede, los obispos de Antioquía no conservaron nunca el primer puesto. Por lo tanto, solo el cuarto punto es necesario y suficiente. Sin embargo, dado que todos estos puntos son verdaderos, los demostraremos uno por uno con argumentos propios.