- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Se plantea la cuestión: ¿Estuvo San Pedro en Roma y murió allí como obispo?
- CAP. II: Que Pedro estuvo en Roma.
- CAP. III: Que San Pedro murió en Roma.
- CAP. IV: Que Pedro fue obispo en Roma hasta su muerte.
- CAP. V: Se resuelve el primer argumento de los herejes.
- CAP. VI: Se resuelve el segundo argumento.
- CAP. VII: Se resuelven otros cinco argumentos
- CAP. VIII: Se responden otros ocho argumentos.
- CAP. IX: Se responde al argumento decimosexto.
- CAP. X: Se responde al argumento decimoséptimo.
- CAP. XI: Se responde al último argumento.
- CAP. XII: Se demuestra que el Pontífice Romano sucede a Pedro en la monarquía eclesiástica por derecho divino y razón de sucesión.
- CAP. XIII: Se prueba lo mismo a partir de los Concilios.
- CAP. XIV: Lo mismo se prueba con los testimonios de los sumos pontífices.
- CAP. XV: Lo mismo se prueba con los Padres Griegos.
- CAP. XVI: Lo mismo se prueba con los Padres Latinos.
- CAP. XVII: Lo mismo se prueba a partir del origen y la antigüedad del primado.
- CAP. XVIII: Lo mismo se prueba a partir de la autoridad que ha ejercido el Pontífice Romano sobre otros Obispos.
- CAP. XIX: Lo mismo se prueba a partir de las leyes, dispensas y censuras.
- CAP. XX: Lo mismo se prueba a partir de los vicarios del Papa.
- CAP. XXI: Lo mismo se prueba por el derecho de apelación.
- CAP. XXII: Refutación de los argumentos de Nilo sobre el derecho de apelación.
- CAP. XXIII: Refutación del primer argumento de los luteranos.
- CAP. XXIV: Se resuelven otros tres argumentos.
- CAP. XXV: Se resuelve el último argumento.
- CAP. XXVI: Lo mismo se prueba por el hecho de que el Sumo Pontífice no es juzgado por nadie.
- CAP. XXVII: Respuesta a los argumentos de Nilo.
- CAP. XXVIII: Se responden las objeciones de Calvino.
- CAP. XXIX: Se responden otros nueve argumentos.
- CAP. XXX: Se resuelve el último argumento y se trata la cuestión: ¿Puede ser depuesto un Papa herético?
- CAP. XXXI: Lo mismo se prueba a partir de los títulos que suelen atribuirse al Pontífice Romano.
- PREFACIO
CAP. IX: Que el gobierno de la Iglesia debe ser principalmente Monárquico.
QUEDA la última proposición, que afirma que el gobierno de la Iglesia debe ser principalmente monárquico. PRIMERO, la razón por la cual esto se prueba puede deducirse de lo que ya se ha dicho; pues si hay tres formas de gobierno: Monarquía, Aristocracia y Democracia, y ya se ha demostrado que la gobernanza de la Iglesia no debe ser ni democrática ni aristocrática, ¿qué otra cosa queda sino que sea monárquica? Además, si la Monarquía es el mejor y más excelente régimen, como hemos enseñado antes, y es seguro que la Iglesia de Dios, instituida por Cristo, el príncipe más sabio, está gobernada de la mejor manera, ¿quién puede negar que su gobierno deba ser monárquico?
Pero Calvino se opone en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 6, §9, y niega que, si la Monarquía es el mejor régimen, deba seguirse que la Iglesia deba ser gobernada por un solo hombre, ya que está claro que su Rey y Monarca es Cristo.
Esto se refuta fácilmente; pues aunque Cristo es el único y verdadero Rey y Monarca de la Iglesia Católica, y la gobierna y modera espiritualmente e invisiblemente, la Iglesia, que es corporal y visible, necesita un juez supremo visible, por medio del cual se resuelvan las disputas religiosas y quien mantenga a todos los prefectos inferiores en su deber y en unidad. De lo contrario, no solo el Sumo Pontífice, sino también los Obispos, Pastores, Doctores y todos los Ministros serían superfluos. Pues Cristo es el pastor, y el Obispo de nuestras almas, 1 Pedro 2. Él es el único maestro, a quien el Padre celestial manda escuchar, Mateo 17. Él es quien bautiza en el Espíritu Santo, Juan 1. Por lo tanto, así como los Obispos, Doctores y otros Ministros no son superfluos, aunque lo que ellos hacen como ministros, Cristo lo hace principalmente, así tampoco debe eliminarse a aquel que lleva el cuidado de toda la Iglesia como el administrador principal, aunque Cristo lleve este cuidado de manera principal.
LA SEGUNDA razón se deduce de la similitud que tiene la Iglesia de los mortales con la Iglesia de los Ángeles inmortales. Esta es una razón utilizada también por San Gregorio en el libro 4, epístola 12. Pues es cierto que esta es un ejemplo o una especie de idea de aquella, como parece indicar el Apóstol en Hebreos 8, y San Bernardo lo afirma claramente en el libro 3 de la "Consideración" dirigido a Eugenio, donde dice que la Iglesia militante en el Apocalipsis es llamada "la nueva Jerusalén descendiendo del cielo" porque fue instituida y conformada a ejemplo de aquella ciudad celestial. Y no es menos cierto y evidente que, entre los Ángeles, aparte del Rey supremo de todos, Dios, hay uno que preside sobre todos los demás. Al principio, esta dignidad fue otorgada a quien ahora es llamado el Diablo; así lo testifican Tertuliano en el libro 2 contra Marción, Gregorio en la homilía 34 sobre los Evangelios y en el libro 32 de los Morales, capítulo 24, Jerónimo, o más bien Beda, en el capítulo 40 de Job, e Isidoro en el libro 1 sobre el "Suma del bien", capítulo 12. Y puede deducirse de las Escrituras, en Job 40, donde Behemot, es decir, el Diablo, es llamado "el principio de los caminos de Dios", y en Isaías 14, donde es comparado con Lucifer, es decir, la mayor y más hermosa de las estrellas, al menos en cuanto a su apariencia y a la opinión del vulgo, a la cual las Escrituras suelen acomodarse. Y que este Lucifer es el diablo, lo enseñan Jerónimo y Cirilo en este pasaje, y Agustín en el libro 11 de "La Ciudad de Dios", capítulo 15. Y en Ezequiel 28, donde se dice: "Toda piedra preciosa era tu cobertura." Y enseguida se enumeran nueve piedras, que, como Gregorio explica en el libro 32 de los Morales, capítulo 25, significan los nueve Coros de Ángeles que rodeaban a este ángel como su príncipe.
Después de la caída del diablo, se deduce que San Miguel es el príncipe de todos los Ángeles, como se infiere del capítulo 12 del Apocalipsis, donde se dice: "Miguel y sus ángeles." ¿Qué significa "Miguel y sus ángeles" sino "Miguel y su ejército"? Pues así como cuando se dice en el mismo lugar "el Diablo y sus ángeles", entendemos que todos los ángeles malos están sujetos al Diablo como los soldados a su emperador, así también cuando se dice "Miguel y sus ángeles", debemos entender que todos los ángeles buenos reconocen a Miguel como su príncipe. Por lo tanto, es correcto que en el oficio eclesiástico se llame a San Miguel el guardián del paraíso y el príncipe de la milicia celestial.
Calvino no responde otra cosa en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 6, §10, sino que no debe hablarse de los asuntos celestiales más que con sobriedad, y que no se debe buscar otro tipo de Iglesia que el que está claramente expresado en el Evangelio y en las Epístolas de los santos Apóstoles. Como si no hablara sobriamente quien no dice nada de su propia cabeza, sino que sigue al Apóstol y a los santos Padres.
TERCERA razón tomada de la Iglesia del Antiguo Testamento. Está claro que el Antiguo Testamento fue una figura del Nuevo, como dice el Apóstol en 1 Corintios 10: "Todo esto les sucedió como figura." Pero durante el tiempo del Antiguo Testamento, siempre hubo uno que estaba al frente de todo lo relacionado con la ley y la religión. Especialmente desde el momento en que los hebreos comenzaron a ser organizados como un pueblo, y a ser gobernados por leyes y magistrados, lo cual ocurrió después de la salida de Egipto. Entonces Moisés organizó la República de los Judíos, escribió para ellos las leyes que había recibido de Dios, consagró a Aarón como Sumo Sacerdote, y sometió a este todos los sacerdotes y levitas. Y desde entonces, hasta los tiempos de Cristo, nunca faltó un Sumo Sacerdote que gobernara todas las sinagogas del mundo. Esto se podría probar fácilmente, pero es concedido por los adversarios. Pues los Centuriadores de Magdeburgo en su Centuria 1, libro 1, capítulo 7, columna 257, hablan así: "En la Iglesia del pueblo judío había solo un Sumo Sacerdote por ley divina, al cual todos estaban obligados a reconocer y obedecer." Calvino confiesa lo mismo en su Institución, libro 4, capítulo 6, §2.
Por lo tanto, como la Iglesia de ese tiempo fue figura de la Iglesia de este tiempo, la razón exige absolutamente que así como aquella, además de Dios, el gobernante invisible, tenía un gobernante visible, esta también lo tenga. Pues no debe encontrarse ninguna perfección en la figura que no se encuentre, y de manera más exacta, en el ejemplar.
Juan Calvino en el libro 4, capítulo 6 de su Institución, ofrece dos soluciones a este argumento. La primera es que no es la misma razón para un pequeño pueblo judío que para el mundo cristiano en su totalidad:
"Pues," dice, "el pueblo judío, rodeado por idólatras, necesitaba un príncipe supremo que los mantuviera en unidad, para que no fueran distraídos por diversas religiones. Pero querer dar una cabeza al pueblo cristiano, que está extendido por todo el mundo, es lo más absurdo." Y añade una comparación: "Así como no por el hecho de que un solo campo sea cultivado por un solo hombre, todo el mundo debe ser confiado a un solo hombre."
Pero esta primera solución me parece que no tanto resuelve el nudo del argumento, sino que lo aprieta aún más. Pues si la razón por la que el pueblo judío tuvo una cabeza única fue, como dice Calvino, para mantenerlo en unidad y evitar que se apartara hacia los idólatras que lo rodeaban, entonces con mayor razón debe tener una cabeza única la Iglesia de los cristianos. Porque es más necesario tener una cabeza donde es más difícil mantener la unidad, y donde hay mayor peligro de que el pueblo sea distraído por diversas religiones. Y es más difícil mantener la unidad en una multitud mayor que en una menor, y hay mayor peligro donde hay más enemigos de la fe que donde hay menos. Y sin duda, el pueblo cristiano es mucho mayor que el pueblo judío alguna vez lo fue, y los cristianos tienen más enemigos, pues no solo están rodeados por turcos, tártaros, moros, judíos y otros infieles, sino que también conviven entre innumerables sectas de herejes. POR LO TANTO, entre los cristianos es más difícil conservar la unidad y hay mayor peligro por parte de los enemigos de la religión que entre los judíos, tanto en la conservación de la unidad como en el peligro que enfrentaban.
Así que por la misma razón que Calvino asigna una cabeza única al pueblo judío, debería asignar una igual, o mayor, al pueblo cristiano. Y la comparación con el campo no tiene ningún efecto. Pues no queremos que un solo prefecto gobierne por sí solo todo el mundo cristiano, de la misma manera que un solo agricultor cultiva un campo por sí mismo; sino que confiamos el gobierno de todo el mundo cristiano a un solo Pastor supremo, para que lo gobierne a través de muchos pastores menores; de la misma manera que un rico propietario cultiva muchos campos a través de muchos agricultores, y un solo rey administra muchas ciudades y provincias a través de muchos gobernadores y procuradores.
Luego Calvino propone otra solución, y dice que Aarón no fue una figura del Pontífice del Nuevo Testamento, sino de Cristo. Por lo tanto, ya que Cristo ha cumplido esa figura en sí mismo, el Papa no puede reclamar nada de ella.
PERO nosotros no insistimos tanto en la figura de Aarón, como en la totalidad del Antiguo Testamento. Pues ya que el Antiguo Testamento es figura del Nuevo, así como en el antiguo el gobierno era Monárquico, decimos que también debe serlo en el nuevo. AÑADO además que el propio Aarón no solo fue una figura de Cristo, sino también de Pedro y de sus sucesores. Así como los sacrificios de la ley antigua y el sacrificio de la cruz significaban y a la vez eran tipos del sacrificio que ahora se ofrece en la Iglesia, así también el Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento representaba a Cristo, el Sumo Sacerdote, y a la vez era una figura del sacerdocio que ahora vemos en la Iglesia. Pues la naturaleza del sacrificio y del sacerdocio es la misma.
Quizás negarán que los sacrificios antiguos prefiguraban tanto la pasión de Cristo como nuestra oblación, pero eso lo enseña el bienaventurado AGUSTÍN en el libro 20 contra Fausto, capítulo 18: "Los hebreos," dice, "con las víctimas de animales que ofrecían a Dios, celebraban en muchas y diversas formas, como correspondía a algo tan grande, la profecía de la futura víctima que Cristo ofreció. Por eso, los cristianos ahora celebran la memoria de ese sacrificio cumplido con la sagrada oblación y participación del cuerpo y la sangre del Señor." Y en el libro 1 contra los adversarios de la Ley y los Profetas, capítulo 18: "Todo lo que," dice, "los fieles saben en el sacrificio de la Iglesia, fue prefigurado por todos los tipos de sacrificios anteriores." En el libro 3 sobre el Bautismo, capítulo 19: "El Señor mismo, a quienes purificó de la lepra, los envió a los sacerdotes para que se ofreciera un sacrificio por ellos, porque aún no había sucedido el sacrificio que él mismo más tarde quiso que se celebrara en la Iglesia por todos ellos; porque en todos ellos se le preanunciaba."
Y no hay otra razón por la cual San GREGORIO, en su libro sobre la cura pastoral, parte 2, capítulo 4, interprete todo lo que se dice sobre las vestiduras y ornamentos de Aarón en referencia a las virtudes que se requieren en los Pontífices cristianos; y CIPRIANO, en el libro 1, epístola 7, aplica a nuestros sacerdotes lo que en el Antiguo Testamento se dice sobre los sacerdotes aarónicos, como frecuentemente hacen todos los demás Padres. Sino porque el nuevo sacerdocio sucedió al sacerdocio antiguo, y los Pontífices cristianos a los Pontífices judíos, como si fueran sus tipos y sombras.
CUARTA razón tomada de las semejanzas con las que la Escritura describe a la Iglesia. Todas muestran que es necesario que haya una sola cabeza en la Iglesia. La Iglesia es comparada con un ejército ordenado (Cantar de los Cantares 6), con un cuerpo humano o una mujer hermosa (Cantar de los Cantares 7), con un reino (Daniel 2), con un redil (Juan 10), con una casa (1 Timoteo 3), con una nave o el arca de Noé (1 Pedro 3). Ahora bien, no hay un ejército ordenado donde no haya un solo comandante, muchos tribunos, varios centuriones, etc. San Jerónimo, en su epístola a Rústico Monje, dice: "En cualquier gran ejército se espera la señal de uno solo." ¿Cómo entonces la Iglesia puede ser un ejército ordenado, si todos los Obispos, e incluso todos los Presbíteros, son iguales? De la misma manera, en cualquier cuerpo humano, hay una sola cabeza.
Y para que no se diga que la Iglesia ya tiene a Cristo como su cabeza, no comparamos aquí a la Iglesia con Cristo, como miembros con la cabeza, sino como la esposa con el esposo. Esta es la comparación que usan las Escrituras en Apocalipsis 21, 2 Corintios 11, Efesios 5, y muy frecuentemente en el Cantar de los Cantares. Y ciertamente, si la Iglesia que está en la tierra, excluyendo a Cristo, es comparada con una esposa, entonces debe tener una sola cabeza además de Cristo. Especialmente cuando en Cantar de los Cantares 7, entre otros miembros de la esposa, también se menciona la cabeza: El esposo le dice a la esposa: "Tu cabeza es como el Carmelo." Y la esposa sobre el esposo: "Su cabeza es oro finísimo" (Cantar de los Cantares 5). El esposo compara la cabeza de la esposa con el monte Carmelo, porque aunque el Sumo Pontífice es un gran monte, sin embargo, no es otra cosa que tierra, es decir, un hombre. La esposa, por su parte, compara la cabeza del esposo con el oro finísimo, porque la cabeza de Cristo es Dios.
Ahora bien, ¿qué reino ha existido jamás que no haya sido gobernado por uno solo? Y aunque el Rey de la Iglesia es Cristo, inferimos de esto que la Iglesia debe tener, además de Cristo, alguien que la gobierne, porque los reinos siempre se administran de manera monárquica, es decir, por uno que preside sobre todos. Y si el Rey está presente, lo hace él mismo; si está ausente, lo hace a través de otro, llamado virrey. Incluso a veces, estando presente el Rey, se designa a un vicario general.
Que un solo redil requiera también un solo pastor se deduce del Evangelio: "Habrá un solo redil," dice el Señor (Juan 10), "y un solo pastor." Aquí es necesario anotar que la expresión "y un solo pastor" puede entenderse sobre un pastor secundario, es decir, sobre Pedro y sus sucesores, como lo expone Cipriano. Pues cuando el Señor dice que tiene otras ovejas que no son de este redil, se refiere tanto al pueblo gentil como al pueblo judío. Enseña que tiene entre los gentiles muchos elegidos, quienes ya son fieles o ciertamente lo serán, y sin embargo no pertenecen al pueblo judío.
Aunque, si hablamos del Pastor Dios, siempre han sido el pueblo judío y el pueblo de los gentiles un solo redil y Dios su único pastor, no obstante, no siempre fueron un solo redil y un solo pastor respecto al gobierno humano. Pues los gentiles, o aquellos que entre ellos pertenecían a la Iglesia, no eran gobernados por el Sumo Sacerdote de los judíos. Pero Cristo quiso, después de su venida, que de ambos pueblos se formara un solo redil, y que todos los hombres fueran gobernados por un solo pastor humano. De ahí que Cipriano, en el libro 1, epístola 6, a Magno, hablando de Novaciano, quien quiso ser Obispo de Roma, cuando ya Cornelio había sido elegido y estaba sentado, dice:
"Y por eso el Señor, insinuándonos la unidad que proviene de la autoridad divina, establece y dice: 'Yo y el Padre somos uno.' Y reconduciendo a esta unidad a su Iglesia, nuevamente dice: 'Y habrá un solo rebaño y un solo pastor.' Si hay un solo rebaño, ¿cómo puede contarse entre el rebaño quien no está dentro del número del rebaño? ¿O cómo puede ser considerado pastor quien, permaneciendo el verdadero pastor y presidiendo la sucesión legítima en la Iglesia de Dios, no sucede a nadie y, comenzando por sí mismo, se convierte en ajeno y profano?"
Queda por mencionar la casa y la nave: y ciertamente toda casa tiene un solo dueño y un solo mayordomo, según lo que dice Lucas 12: "¿Quién crees tú que es el mayordomo fiel y prudente, a quien el Señor pondrá sobre su familia?" Estas palabras se refieren a Pedro y a Pedro mismo. Pues poco antes, cuando el Señor dijo: "Bienaventurados aquellos siervos a quienes el Señor, cuando venga, encuentre vigilando," preguntó Pedro: "Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?" Y el Señor respondió a Pedro: "¿Quién crees tú que es el mayordomo fiel y prudente, a quien el Señor pondrá sobre su familia?" Como si dijera: "A ti, oh Pedro, en primer lugar te lo digo; pues a ti te corresponde pensar lo que se requiere en un mayordomo fiel y prudente, a quien el Señor pondrá sobre su familia."
Y poco después, para mostrar que habla de uno que preside sobre todos los consiervos, y que está sujeto solo al Señor, añade:
"Pero si ese siervo malo dice en su corazón: 'Mi señor tarda en venir,' y comienza a golpear a los siervos y a las siervas, y a comer y beber con los borrachos, el señor de ese siervo vendrá en un día que no espera, y en una hora que no conoce, y lo cortará en dos, y le asignará su parte con los infieles." Con estas palabras, el Señor indica claramente que pondrá a un solo siervo sobre toda su casa, porque solo puede ser juzgado por él mismo. Sin duda, Crisóstomo explica este pasaje claramente sobre Pedro y sus sucesores, en el libro 2 sobre el sacerdocio, al principio, y Ambrosio asiente a esto, o quienquiera que sea el autor de aquel comentario sobre el capítulo 3 de Timoteo: "La casa de Dios," dice, "es la Iglesia, cuyo rector hoy es Dámaso."
Finalmente, sobre la nave, Jerónimo en su epístola a Rústico dice: "En la nave, hay un solo gobernador." Y Cipriano, en el libro 1, epístola 6, después de enseñar que el arca de Noé fue un tipo de la Iglesia, prueba de allí que Novaciano no pudo convertirse en el gobernador de esa arca, porque Cornelio ya había sido designado, y la nave, siendo una, requería un solo gobernador, no varios.
QUINTA razón tomada de los inicios del gobierno de la Iglesia. Está claro que la Iglesia, congregada por Cristo, comenzó desde el principio a tener un gobierno visible y externo de tipo monárquico, no aristocrático ni democrático. Pues Cristo, mientras vivía en la tierra, la administraba visiblemente como su pastor y rector supremo, como también lo admiten los Centuriadores de Magdeburgo, en la Centuria 1, libro 1, capítulo 7, columna 268 y siguientes. Por lo tanto, la Iglesia debe seguir teniendo un gobierno visible y externo monárquico, de lo contrario no sería la misma Iglesia, que es la misma ciudad de Dios. Pues, como enseña el Filósofo en el libro 3 de la Política, capítulo 2, una ciudad se considera la misma en especie mientras conserve la misma forma de gobierno, ya que, al cambiar dicha forma, también cambia la ciudad.
SEXTA razón tomada de la semejanza. Es correcto que en cada lugar se nombre a un solo Obispo que presida sobre todos los ministros y pastores de ese lugar, lo cual Calvino admite en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 6, §7, con estas palabras: "¿Qué otra cosa demostrarán sino que cada Iglesia debe tener su propio Obispo?" Asimismo, en cada provincia se nombran correctamente un solo Metropolitano que presida sobre los Obispos de su provincia, y en las ciudades más grandes se nombran Primados o Patriarcas, quienes, como dice San León en su epístola a Anastasio, Arzobispo de Tesalónica, "asumen un cuidado mayor" (y Calvino no se atrevió a negar esto. Pues así lo dice, capítulo 4, §4 del libro 4 de las Instituciones: "Pero el hecho de que cada provincia tuviera un Arzobispo entre los Obispos, y de que en el Concilio de Nicea se constituyeran Patriarcas que fueran superiores en orden y dignidad a los Arzobispos, tenía como fin la conservación de la disciplina"). Por lo tanto, es justo que también haya uno que presida sobre toda la Iglesia y al que se sometan incluso los Primados y Patriarcas. Pues si el principado monárquico es apropiado para una sola ciudad, una sola provincia, una sola nación, ¿por qué no también para toda la Iglesia? La razón exige que las partes se gobiernen de manera monárquica, pero el todo de manera aristocrática.
Además, con las mismas razones que se prueba que un Obispo debe presidir sobre los párrocos, un Arzobispo sobre los Obispos, y un Patriarca sobre los Arzobispos, se puede probar que un Sumo Pontífice debe presidir sobre los Patriarcas. ¿Por qué es necesario un solo Obispo en cada Iglesia, sino porque una ciudad no puede ser bien gobernada si no es por uno? Pero también hay una sola Iglesia universal. Asimismo, ¿por qué se requiere un solo Arzobispo, sino para mantener a los Obispos en unidad, para resolver sus disputas, para convocarlos a sínodos, y para obligarlos a cumplir con su deber? Por las mismas razones se requiere uno que presida sobre todos los Arzobispos y Primados.
Calvino responderá que los Obispos son superiores a los Presbíteros, los Arzobispos a los Obispos, y los Primados a los Arzobispos, en honor y dignidad, no en autoridad y poder. Así lo enseña en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 4, §2.
Pero ciertamente se equivoca o engaña. Pues (dejando de lado otros argumentos) en 1 Timoteo 5, cuando el Apóstol dice: "No admitas acusación contra un Presbítero, a no ser con dos o tres testigos", hace al Obispo juez de los Presbíteros, y no hay juez sin poder. Además, en el Concilio de Antioquía, canon 16, se establece que si algún Presbítero o Diácono, condenado y privado de su honor por su propio Obispo, acude a otro Obispo, de ninguna manera debe ser recibido. Por lo tanto, el Obispo puede condenar a un Presbítero y privarlo de su honor, lo cual es claramente un acto de poder y jurisdicción. Asimismo, en el Concilio III de Cartago, capítulo 45, los Padres afirman que es lícito para el Primado tomar clérigos de cualquier diócesis y ordenar Obispos, donde sea necesario, incluso en contra de la voluntad del Obispo al cual dicho clérigo estaba sujeto. ¿No vemos claramente aquí que el Primado tiene más poder que los demás Obispos? Finalmente, León, en su epístola a Anastasio de Tesalónica, que es la 84, y Gregorio, en el libro 4, epístola 52, enseñan claramente que no todos los Obispos son iguales en poder, sino que algunos están verdaderamente sujetos a otros. Y de ahí, San León deduce correctamente que el gobierno de la Iglesia universal pertenece a la Sede de Pedro.
SÉPTIMA razón tomada de la propagación de la Iglesia. Pues la Iglesia siempre ha crecido y debe seguir creciendo hasta que el Evangelio sea predicado en todo el mundo, como se muestra en Mateo 24: "Este Evangelio del reino será predicado en todo el mundo, y entonces vendrá el fin." Pero esto no puede suceder si no hay un único pastor supremo en la Iglesia, a quien le corresponda la preocupación de conservar y propagar todo este cuerpo. Pues "nadie debe predicar si no es enviado" (Romanos 10:15). "¿Cómo predicarán, si no son enviados?" Pero enviar a otras provincias no es tarea de los Obispos particulares. Ellos tienen límites fijos en sus obispados, fuera de los cuales no tienen derecho alguno, ni les corresponde el cuidado, excepto de proteger al rebaño que les ha sido asignado.
Por esta razón, apenas encontramos en las historias de los Centuriadores de Magdeburgo que la Iglesia se haya propagado después de los tiempos de los Apóstoles por otros que no fueran aquellos que los Pontífices Romanos enviaron a esta obra de Dios. San Bonifacio convirtió a los germanos, enviado por el Papa Gregorio II. San Kiliano fue enviado por el Papa Conón para convertir a los francos. Agustín fue enviado por el Papa Gregorio I para convertir a los anglos. E Inocencio I, en su epístola 1, afirma con firmeza que en toda España, Galia y África, las Iglesias fueron fundadas por aquellos a quienes Pedro o sus sucesores enviaron a esta obra.
OCTAVA razón tomada de la unidad de la fe. Es necesario que todos los fieles tengan exactamente la misma opinión en los asuntos de fe: "Porque hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo" (Efesios 4). Pero no puede haber una sola fe en la Iglesia si no hay un juez supremo al que todos estén obligados a someterse. Esto lo demuestra claramente la discordia entre los luteranos, quienes, por no tener uno a quien estén obligados a someter su juicio, están divididos en mil sectas, aunque todos descienden de un solo Lutero. Tampoco han logrado convocar un solo concilio en el que todos se pongan de acuerdo. Además, la razón más evidente sugiere lo mismo: cuando hay muchos que son iguales, difícilmente uno querrá someter su juicio al de otro en asuntos oscuros y difíciles.
Los Centuriadores de Magdeburgo en la Centuria 1, libro 2, capítulo 7, columna 522 y siguientes, responden que la unidad de la fe puede conservarse mediante la asociación de muchas Iglesias, que se ayuden entre sí y que, mediante cartas, discutan entre ellas las cuestiones de fe. PERO esto ciertamente no es suficiente; pues para conservar la unidad de la fe no basta el consejo: se requiere autoridad. ¿Qué pasaría si un Obispo errante no quisiera escribir a los demás, o si, después de escribirles, no quisiera seguir el consejo de los otros? ¿No es cierto que el propio Ilírico, advertido por sus colegas de que debía retractarse del error maniqueo sobre el pecado original, que él había resucitado, nunca fue persuadido a escucharlos abiertamente? Y si esta asociación es tan eficaz, ¿por qué no ha logrado alguna vez establecer la paz y la concordia entre los luteranos más laxos y los más rígidos?
PODRÍAS DECIR que las cuestiones se resolverán mediante un concilio general, y que todos se someterán a la mayoría de los Obispos. Pero también en un concilio general la mayoría puede errar si falta la autoridad del pastor supremo, como se comprobó en el Concilio de Rímini y en el segundo Concilio de Éfeso. Además, no siempre es posible convocar concilios generales. Durante los primeros trescientos años, no se pudo realizar ningún concilio general, y, sin embargo, en ese tiempo surgieron muchas herejías.
Queda entonces refutar las objeciones de ellos. PRIMERO, Calvino objeta en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 20, §7, el pasaje del Evangelio
de Lucas 22, donde leemos: "Hubo una disputa entre ellos sobre quién de ellos parecía ser el mayor. Pero el Señor dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas; mas vosotros no hagáis así." Donde Calvino dice: "Para contener su vana ambición, el Señor les enseñó que su ministerio no debía parecerse a los reinos, en los cuales uno sobresale entre los demás."
RESPONDO, que en este pasaje y en Mateo 20, el Señor no removió la monarquía de la Iglesia, sino que más bien la instituyó, y les advirtió que era distinta de la monarquía civil de las naciones. Pues, en primer lugar, el Señor no dijo: "No presidiréis de ninguna manera," sino "No lo haréis como los reyes de las naciones." Quien dice: "No presides como aquel," está diciendo que, sin embargo, presides, pero de una manera distinta. Además, ¿no se añade claramente en este pasaje: "El que sea mayor entre vosotros, sea como el menor, y el que sea el primero (en griego, ἡγούμενος, es decir, líder y príncipe) sea como el que sirve?" Así que el Señor designó a uno como líder.
FINALMENTE, lo aclaró con su propio ejemplo: "Así como yo," dice, "no vine para ser servido, sino para servir;" y, "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve." Y, sin embargo, dice de sí mismo en Juan 13: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy." Así como Cristo no dominaba ni presidía como los reyes de las naciones, sino que servía y trabajaba, y, sin embargo, verdaderamente presidía, e incluso era el Señor, de igual manera desea que uno de los suyos verdaderamente presida, pero sin la codicia de dominar, como ocurre con los reyes de las naciones, quienes la mayoría de las veces son tiranos y gobiernan a sus súbditos como siervos, y refieren todo a su propio beneficio y gloria. Pues desea que su vicario presida la Iglesia como pastor y padre, que no busque lucro ni honor, sino el beneficio de sus súbditos, y que, por ello, trabaje y sirva más que los demás para el bienestar de todos.
Además, los reyes de las naciones, incluso aquellos que no son tiranos, gobiernan sus reinos como si fueran su propia herencia, que dejarán a sus hijos; pero los prelados de la Iglesia no actúan así, pues no son reyes, sino vicarios, no propietarios, sino administradores. Por ello, San Bernardo en el libro 3 de su Consideración dice: "¿Qué, no niegas el presidir, y sin embargo prohíbes el dominar? Claramente es así, como si no presidiera bien quien preside en el cuidado: preside para proveer, para aconsejar, para procurar, para servir; preside para ser útil, preside para ser el siervo fiel y prudente."
SEGUNDA objeción de Calvino en el libro 4, capítulo 6, §1. Esta es: en Efesios 4, el Apóstol nos delineó toda la jerarquía eclesiástica que Cristo dejó en la tierra después de su ascensión: allí, sin embargo, no se menciona una sola cabeza, sino que el gobierno de la Iglesia se entrega en común a muchos. Pues dice: "Y él mismo constituyó a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, y a otros como pastores y maestros." Y no dijo: "Primero un Sumo Pontífice, luego los Obispos, los párrocos, etc."
Además: "Solicitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, un solo cuerpo y un solo espíritu, como habéis sido llamados a una sola esperanza de vuestra vocación, un solo Señor, una sola fe" (Efesios 4:3-5), y no dijo: "Un solo Sumo Pontífice que mantenga la Iglesia en unidad." Y allí mismo: "A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo." Y no dijo: "A uno se le ha dado la plenitud del poder y la representación de Cristo," sino que "a cada uno se le ha dado su porción."
RESPONDO, que el Pontificado supremo está claramente señalado por el Apóstol en esas palabras: "Y él mismo constituyó a unos Apóstoles" (Efesios 4), y más claramente en 1 Corintios 12, donde dice: "Y Dios ha puesto en la Iglesia, primeramente, a los Apóstoles; después, a los profetas." Pues el poder supremo de la Iglesia no solo fue dado a Pedro, sino también a los otros Apóstoles. Todos ellos podían decir lo que dijo Pablo: "Mi preocupación diaria, la preocupación por todas las Iglesias" (2 Corintios 11). Pero a Pedro le fue dado como pastor ordinario, al que se sucedería perpetuamente; mientras que a los demás se les dio como delegados, a quienes no se sucedería. Pues en los primeros tiempos de la Iglesia fue necesario, para que la fe se difundiera rápidamente por todo el mundo, que a los primeros predicadores y fundadores de Iglesias se les concediera el poder supremo y libertad. Sin embargo, al morir los Apóstoles, la autoridad apostólica permaneció solo en el sucesor de Pedro. Ningún otro Obispo, aparte del de Roma, tuvo nunca la preocupación por todas las Iglesias; y solo él fue llamado por todos Pontífice Apostólico, y su sede Apostólica, simple y por antonomasia, y su oficio el Apostolado. De esto daremos algunos testimonios.
Jerónimo, en la epístola 2 a Dámaso, sobre el nombre hypostasis, dice: "Tú que sigues a los Apóstoles en honor, síguelos también en mérito." Y en el libro 2 contra Rufino: "Me maravillo," dice, "de cómo los Obispos recibieron lo que la Sede Apostólica condenó." Y en la carta de varios Obispos galos a León, que está entre las epístolas de León, número 52, dicen: "Que tu Apostolado nos perdone nuestra tardanza." Y al final de la epístola: "Ora por nosotros, Señor santísimo, venerable en mérito y honor Apostólico, Papa." Y más adelante: "Venerando en el Señor tu Apostolado, te saludamos." Agustín, en la epístola 162: "En la Iglesia Romana siempre ha prevalecido el principado de la Sede Apostólica."
Finalmente, (por no mencionar infinitos testimonios semejantes), el Concilio de Calcedonia, en la epístola a León, que se encuentra después de la tercera sesión, dice: "Y después de todo esto, extendió su locura incluso contra aquel a quien se le ha confiado el cuidado de la viña por el Señor, es decir, contra tu santidad Apostólica." De aquí, San Bernardo, en el libro 3 de La Consideración, al principio, hablando de todos los Apóstoles, de quienes se dice en el Salmo 44: "Los constituirás príncipes sobre toda la tierra," dice al Papa Eugenio: "Tú les has sucedido en la herencia: así tú eres el heredero, y el orbe es tu herencia." Y más adelante, interpreta el mismo pasaje de "Y él mismo dio a unos como Apóstoles" como una referencia a la autoridad pontificia.
También se puede responder que el Apóstol en este pasaje no delineó la jerarquía de la Iglesia, sino que solo enumeró los diversos dones que hay en la Iglesia. Primero puso "Apóstoles," es decir, aquellos que fueron enviados primero por Dios. Segundo, "Profetas," es decir, los que predicen el futuro, como lo explican Crisóstomo, Oecumenio y Teofilacto. Tercero, "Evangelistas," es decir, aquellos que escribieron los Evangelios, como lo explican Oecumenio y Teofilacto. Finalmente, "Pastores y Doctores," con lo cual indica de manera general toda la jerarquía de los ministros de la Iglesia. Y en 1 Corintios 12 añadió "géneros de lenguas, curaciones" y otros, que no son ministerios eclesiásticos, sino carismas del Espíritu Santo.
En cuanto al argumento sobre un solo cuerpo, un solo espíritu, una sola fe, un solo Dios, en los cuales no se menciona un solo Papa: Respondo, que un solo Papa está comprendido en las palabras "un solo cuerpo, un solo espíritu." Pues así como en el cuerpo natural se conserva la unidad de los miembros porque todos obedecen a la cabeza, de igual modo en la Iglesia se conserva la unidad cuando todos obedecen a uno solo.
Y aunque Cristo es la cabeza de toda la Iglesia, sin embargo, como él está ausente de la Iglesia militante según su presencia visible, es absolutamente necesario que haya uno en su lugar que mantenga unida esta Iglesia visible. Por eso, OPTATO en el libro 2 llama a Pedro cabeza y pone en él la unidad de la Iglesia, para que todos estén unidos a esa cabeza. Juan Crisóstomo, en la homilía 55 sobre Mateo, habla así de la Iglesia: "Cuyo pastor y cabeza es un pescador, un hombre humilde," etc.
Respecto a la plenitud del poder: Respondo, que si comparamos al Sumo Pontífice con Cristo, no tiene la plenitud del poder, sino solo una porción según la medida del don de Cristo. Pues Cristo gobierna toda la Iglesia, la que está en el cielo, en el purgatorio, en la tierra, y la que existió desde el principio del mundo y existirá hasta el fin. Además, él puede promulgar leyes a su voluntad, instituir sacramentos, conceder gracia incluso sin los sacramentos.
Pero el Papa solo gobierna esa parte de la Iglesia que está en la tierra, mientras él vive, y no puede cambiar las leyes de Cristo, ni instituir sacramentos, ni perdonar pecados sin un sacramento. Sin embargo, si comparamos al Sumo Pontífice con los demás Obispos, se dice con razón que tiene la plenitud del poder. Porque los demás tienen regiones definidas sobre las que presiden, y un poder definido; pero él está al frente de todo el mundo cristiano y tiene todo el poder pleno que Cristo dejó en la tierra para la utilidad de la Iglesia.
TERCERA objeción de Calvino en el libro 4 de las Instituciones, capítulo 6, §9, donde utiliza este argumento:
"Jesucristo es la cabeza de la Iglesia" (Efesios 4); por lo tanto, quien nombra a otra cabeza ofende a Cristo.
RESPONDO, que no se hace ninguna ofensa a Cristo al llamar al Papa cabeza de la Iglesia, sino que más bien se aumenta su gloria. No afirmamos que el Papa sea la cabeza de la Iglesia junto con Cristo, sino bajo Cristo, como su ministro y vicario. No se hace ninguna ofensa a un rey si se dice que un virrey es la cabeza del reino bajo el rey; por el contrario, se aumenta su gloria. Pues todos los que oyen que el virrey es la cabeza bajo el rey, piensan inmediatamente que el rey es la cabeza de una manera más noble.
Además, en las Escrituras, Cristo mismo, que dijo de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo" (Juan 8), también dijo a los Apóstoles en Mateo 5: "Vosotros sois la luz del mundo," y no se hizo a sí mismo ninguna injuria. Y el Apóstol, que dijo: "Nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo" (1 Corintios 3), también dijo: "Edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y profetas" (Efesios 2). Y aunque Cristo es "el Pastor y Obispo de nuestras almas" (1 Pedro 2), y "el Apóstol de nuestra confesión" (Hebreos 3), y "el varón profeta" (Lucas último), y "el doctor de justicia" (Joel 2), sin embargo, Pablo no le hizo ninguna injuria cuando escribió en Efesios 4 que en la Iglesia hay apóstoles, profetas, pastores y doctores. Finalmente, ¿qué nombre es más augusto que el de Dios? Y, sin embargo, los hombres son llamados dioses en las Escrituras sin ninguna ofensa al verdadero Dios. En el Salmo 82, dice: "Yo dije, vosotros sois dioses." ¿Por qué entonces será una ofensa para Cristo, la cabeza de la Iglesia, si otro también es llamado cabeza bajo él?
Objetan también, diciendo que en ninguna parte se llama a la Iglesia cuerpo de Pedro o del Papa, sino de Cristo. RESPONDO, que la razón de esto es que solo Cristo es la cabeza principal y perpetua de toda la Iglesia. Pues así como el reino no se llama del virrey, sino del rey, y la casa no es del mayordomo, sino del Señor, así la Iglesia no es el cuerpo de Pedro o del Papa, quienes solo la gobiernan temporalmente y en lugar de otro, sino de Cristo, quien la gobierna con su propia autoridad y perpetuamente.
Además, cuando se dice que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, esa palabra "Cristo" puede referirse convenientemente no tanto a Cristo como cabeza, sino a Cristo como la hipóstasis de ese cuerpo; así como cuando decimos, "aquí yace el cuerpo de Pedro, aquí de Pablo," no queremos decir que Pedro o Pablo son los cuerpos, sino las personas a quienes pertenecen esos cuerpos. Pues Cristo no solo es la cabeza de la Iglesia, sino que él mismo es como un gran cuerpo compuesto de muchos y variados miembros. San Agustín anotó esto en el libro 1 de Sobre los méritos y el perdón de los pecados, capítulo 31, sobre lo que dice el Apóstol en 1 Corintios 12: "Así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, y todos los miembros, aunque son muchos, forman un solo cuerpo," no añadió "así también el cuerpo de Cristo," sino "así también Cristo." Así pues, la Iglesia es el cuerpo de Cristo, no de Pedro, porque Cristo, como hipóstasis de este cuerpo, sostiene a todos sus miembros, y obra todas las cosas en todos: ve a través de los ojos, oye a través de los oídos; pues él es quien enseña a través del doctor, bautiza a través del ministro, y, en fin, hace todo a través de todos. Lo cual ciertamente no se puede atribuir a Pedro ni a ningún otro hombre.
Objeción CUARTA es de Teodoro de Beza, quien en su confesión, cap. 5, art. 5, dice que solo Dios es capaz de soportar la carga de gobernar toda la Iglesia; por lo tanto, afirma que es imposible cuando nosotros asignamos al sumo Pontífice el gobierno de toda la Iglesia. Lo mismo había dejado escrito Lutero anteriormente en su libro sobre el poder del Papa; y a esto asintió también el libelo sobre el primado del Papa escrito en el sínodo de Esmalcalda.
RESPONDO que no es posible sin un milagro que un solo hombre gobierne toda la Iglesia por sí mismo: ni ningún católico enseña tal cosa. Sin embargo, sostenemos que es no solo posible, sino también útil y conveniente, que uno lo haga a través de muchos ministros y pastores subordinados a él. Pues, en primer lugar, ¿no dice el apóstol en 2 Cor. 11 que tenía la preocupación por todas las Iglesias? Y no habla solo de todas las Iglesias que él había fundado, sino de todas en general. Pues Crisóstomo, comentando este pasaje, escribe que Pablo tenía el cuidado de toda la tierra; y esto mismo puede probarse a partir de las epístolas a los Romanos, a los Colosenses y a los Hebreos. En efecto, escribe a aquellos a quienes no había predicado, y sin embargo, consideraba que formaban parte de su cuidado.
Y aunque los Apóstoles se habían distribuido entre sí con un estudio particular a quienes predicarían la palabra del Señor, no por ello limitaban su preocupación a los confines de una sola provincia, sino que cada uno de ellos asumía el cuidado de toda la Iglesia, como si esa preocupación recayera solo sobre él.
Además, muchos príncipes seculares han tenido de Dios reinos muy extensos, ciertamente más grandes que el actual orbe cristiano. Si no hubieran podido administrarlos, nunca les habrían sido concedidos por Dios. Tenemos ejemplos en Nabucodonosor, de quien leemos en Daniel 2: "Tú, rey de reyes: y el Dios del cielo te ha dado el reino, el poder, la fuerza y la gloria, y ha puesto bajo tu dominio todo lugar habitado por los hijos de los hombres". De manera similar, en Isaías 45 se dice de Ciro: "Así dice el Señor a mi ungido, Ciro, cuya mano derecha he sostenido, para someter naciones delante de él, y desarmar a los reyes" (Isaías 45:1).
Lo amplio que fue este reino se hace evidente en el capítulo 1 de Ester, donde se dice que el rey persa Asuero gobernaba sobre 127 provincias, desde la India hasta Etiopía. De Augusto leemos en Lucas 2: "Y salió un edicto de César Augusto para que se hiciera un censo de todo el mundo". Y ciertamente, nunca el orbe fue administrado más felizmente que en los tiempos de Augusto. Y que su reino fue preparado por Dios para que el Evangelio pudiera extenderse más fácilmente por todo el mundo, lo escriben Eusebio en el libro 3, cap. 9 de Demonstratio Evangelica, y León en su sermón 1 sobre los santos Pedro y Pablo.
Así pues, dado que Dios quiso que casi todo el orbe de la tierra estuviera bajo el gobierno de un solo hombre, ¿por qué no podría haber encomendado también a la prudencia y solicitud de un solo hombre toda la Iglesia? Especialmente cuando el gobierno eclesiástico es más fácil que el político, y aquellos reyes no tenían otro apoyo que la prudencia humana y la providencia general de Dios; mientras que nuestro Pontífice tiene la luz sobrenatural de la fe, las Sagradas Escrituras, los sacramentos celestiales y la asistencia particular del Espíritu Divino.
Además, mucho más difícil es la Democracia o la Aristocracia en la Iglesia que la Monarquía. Pues la Democracia en la Iglesia no sería como la de los romanos o atenienses, donde solo dominaban los ciudadanos de una sola ciudad, que no tenían dificultad para reunirse y tomar decisiones con la mayoría de votos sobre lo que querían. En la Iglesia, si hubiera un gobierno popular, todos los cristianos del mundo tendrían derecho a voto: ¿quién podría reunir a todos los cristianos para decidir algo en común para toda la Iglesia?
De manera similar, una Aristocracia en la Iglesia no sería como la de los venecianos, en la cual solo los patricios de una ciudad dominan, y que fácilmente pueden reunirse y decidir lo que quieren, sino que sería una Aristocracia como nunca ha existido; en la cual, todos los magistrados de todo el mundo, es decir, todos los obispos y presbíteros de toda la Iglesia cristiana tendrían igual derecho al gobierno: y reunirlos sería dificilísimo o imposible sin un milagro divino.
Objeción QUINTA de este libelo es la que los luteranos publicaron en el Sínodo de Esmalcalda sobre el primado del Papa. Dicen que Pablo, en 1 Cor. 3, equipara a todos los ministros y enseña que la Iglesia está por encima de los ministros, cuando dice: "Todo es vuestro, sea Pablo, sea Apolo, sea Cefas".
RESPONDO que no soy tan agudo como para comprender la fuerza de este argumento. Porque, si los ministros son equiparados porque son enumerados juntos, cuando se dice "sea Pablo, sea Apolo, sea Cefas", entonces también serán iguales los duques, los cónsules y los emperadores, porque Crisóstomo en la homilía 83 sobre Mateo dice: "Si un duque, un cónsul o alguien adornado con una diadema se acercan indignamente, coíbelo y refúgialo", etc. Tampoco se sigue que la Iglesia esté por encima de los ministros en autoridad y poder porque estos hayan sido instituidos para la utilidad de la Iglesia, como Pablo expresó con esas palabras: "Todo es vuestro". De lo contrario, también los niños gobernarían a sus pedagogos y los pueblos tendrían más autoridad que los reyes, ya que los pedagogos existen por los niños y los reyes por los pueblos, no al revés.
Objeción SEXTA se encuentra en el mismo libelo: Cristo envió a todos los apóstoles por igual, cuando dice en Juan 20: "Yo os envío"; por lo tanto, no puso a uno por encima de los demás.
RESPONDO que en esas palabras no se designa a uno por encima de los demás, pero no faltan otros lugares donde uno es puesto por encima de los demás. Ciertamente, en Juan 21 se dice a uno: "Apacienta mis ovejas".
Finalmente, otros objecionan: Si el mundo debe ser gobernado por uno en lo que respecta a la religión, también sería útil que fuera gobernado por uno en lo que respecta al orden político; pero esto nunca ha ocurrido ni es conveniente que ocurra. Pues, como enseña San Agustín en el libro 4 de La Ciudad de Dios, capítulo 15:
"Serían más felices los asuntos humanos si todos los reinos fueran pequeños y gozaran de una vecindad concordante".
RESPONDO que no es la misma razón la del gobierno político y el eclesiástico. Pues el orbe terrenal no necesita necesariamente ser un solo reino, y por lo tanto no requiere necesariamente a uno que gobierne a todos. Pero la Iglesia es toda un solo reino, una sola ciudad, una sola casa, y por eso debe ser gobernada enteramente por uno. La razón de esta diferencia es que para la conservación de los reinos políticos no se requiere necesariamente que todas las provincias sigan las mismas leyes civiles y los mismos ritos. Pueden, de hecho, usar leyes e instituciones diversas, según la variedad de lugares y personas. Y por eso no se necesita uno que mantenga a todos en la unidad. Sin embargo, para la conservación de la Iglesia es necesario que todos estén de acuerdo en la misma fe, en los mismos sacramentos y en los mismos preceptos divinamente transmitidos; lo cual ciertamente no puede lograrse a menos que sean un solo pueblo y estén contenidos en la unidad por uno.
Ahora bien, si sería conveniente que todas las provincias del mundo fueran gobernadas por un solo rey supremo en asuntos políticos, aunque no sea necesario, es una cuestión que se podría discutir. Sin embargo, a mí me parece totalmente conveniente, si se pudiera lograr sin injusticia y sin devastaciones bélicas. Especialmente si el sumo monarca tuviera bajo su mando no vicarios o procuradores, sino verdaderos príncipes, tal como el sumo Pontífice tiene bajo su mando a los obispos.
Sin embargo, dado que no parece posible establecer tal monarquía sin emplear gran fuerza y numerosas y grandes guerras, por eso San Agustín dice con razón, que los asuntos humanos serían más felices si hubiera pequeños reinos en todas partes, gozando de una vecindad concordante, que si cada uno de los reyes intentara extender y propagar su imperio por cualquier medio, justo o injusto. Además, San Agustín ciertamente aprueba los pequeños reinos, pero no niega que sería útil que sobre esos pequeños reyes hubiese un solo emperador supremo. Más bien, parece afirmarlo cuando dice que esos pequeños reinos deberían gozar de una vecindad concordante, tal como muchas casas se encuentran en una ciudad. Pues es evidente que hay uno al que todas las casas obedecen, aunque cada una tenga su propio padre de familia.