CAP. VIII: Que el gobierno de la Iglesia no recae principalmente en los Obispos.

SIGUE la tercera proposición, que enseña que el gobierno de la Iglesia no recae principalmente en los Obispos y Presbíteros, contra dos errores de Calvino. El primer error de Calvino es que los Obispos y los Presbíteros son iguales por derecho divino. El segundo es que en el consejo de ancianos reside el poder supremo de la Iglesia. En este error también cayó Juan Hus, como se puede entender de los artículos 27, 28 y 29 condenados en la sesión 15 del Concilio de Constanza.

El PRIMER error será refutado de manera más conveniente en esa disputa, más que sobre los clérigos, como estableceremos en su debido lugar. Será suficiente, por el momento, refutar este primer error a partir del segundo, ya que estos dos errores se contradicen entre sí. Pues si la Iglesia es gobernada por los nobles, como sostiene el segundo error, ciertamente los Presbíteros no son nobles, o si los Presbíteros son nobles, entonces la Iglesia no es gobernada por los nobles. Pues es evidente que en los Concilios generales, en los cuales se trata de la administración de toda la Iglesia y donde se promulgan o abrogan las leyes que la Iglesia sigue, los Presbíteros nunca participaron con autoridad para definir, a menos que fueran delegados y ocuparan el lugar de algunos Obispos. Esto no necesita probarse de otra manera que por los propios actos de los Concilios, que aún existen.

Ahora bien, el SEGUNDO error, que es el propio de este lugar, se refuta con estas razones. PRIMERO, en ninguna parte de las Escrituras se lee que se haya otorgado el poder supremo a un Concilio de sacerdotes. Pues cualquier autoridad concedida por Cristo a los Apóstoles y a los demás discípulos no fue otorgada solo a todos en conjunto, sino también a cada uno individualmente; y no se necesitaba un Concilio para ejercerla. Pues sin duda los Apóstoles podían individualmente, y ahora también pueden los Obispos individualmente, enseñar, bautizar, absolver, atar, ordenar Ministros, etc. El único lugar es Mateo 18, donde se otorga algo a un Concilio, cuando se dice: "Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."

Pero ni aquí se explica cuál es el poder del Concilio, si es supremo, mediano o inferior. Y el propio Calvino, contra quien principalmente discutimos, en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 9, §2, tiene tan poco en cuenta este pasaje del Evangelio que dice que no tiene más relevancia para cualquier reunión particular que para un Concilio universal. Por lo tanto, no es necesario que en este momento nos preocupemos mucho por este pasaje.

SEGUNDO, si el poder supremo de la Iglesia residiera en los nobles, se seguiría que la Iglesia casi siempre carecería de rectores y, en la mayoría de los casos, no habría nadie a quien le importara el bien común; por lo tanto, la república eclesiástica sería la más miserable de todas. Pues los nobles, al ser iguales entre sí, no pueden administrar el bien común como es debido, a menos que se reúnan o elijan a alguien, con el consentimiento común, como magistrado a quien todos obedezcan, del mismo modo que los romanos elegían a sus cónsules.

Pero en la Iglesia raramente se reúnen los nobles en un Concilio general. Pues en los primeros trescientos años no hubo ninguna reunión general; y después, apenas una cada cien años. Además, estos nobles nunca eligieron a un magistrado al que toda la Iglesia obedeciera al menos por un tiempo. Pues si hubieran elegido a alguien, este habría sido, principalmente, uno de los cinco principales Patriarcas, quienes siempre han sobresalido en la Iglesia sobre los demás; pero los adversarios sostienen que el Patriarca de Roma nunca ha tenido este poder.

De los otros cuatro, el asunto es muy claro. Pues el Patriarca de Alejandría nunca ha tenido ningún derecho fuera de Egipto, ni los otros fuera de sus regiones.

Por lo tanto, San Jerónimo, en la carta a Pamaquio contra Juan, Obispo de Jerusalén, dice: “Respóndeme, ¿qué tiene que ver el Obispo de Alejandría con Palestina?” Y Crisóstomo, en su primera carta a Inocencio I, se queja gravemente de Teófilo, Patriarca de Alejandría, quien se entrometía en los asuntos eclesiásticos fuera de su provincia: “No es justo –dice– que quienes están en Egipto juzguen a aquellos que están en Tracia.”

¿Y quién no ve cuán absurdo es que la Iglesia Católica, que es tan una que es llamada una ciudad, una casa, un cuerpo en las Escrituras, no tenga a nadie en la tierra que se ocupe de su cuidado? Pues si las iglesias particulares no estuvieran tan unidas entre sí que formaran un solo cuerpo, sería suficiente para cada una tener su propio rector. Pero ahora no pueden carecer de un único rector, al igual que un solo rebaño no puede carecer de un solo pastor, y un solo cuerpo no puede carecer de su cabeza.

TERCERO, si el poder supremo estuviera en el consejo de los nobles, cuanto más numeroso fuera el Concilio, más autoridad tendría; y nunca podría suceder que se le concediera más autoridad a un Concilio menor que a uno mayor.

Pero el Concilio de Rímini, de seiscientos Obispos, nunca fue tenido en gran consideración en la Iglesia Católica, mientras que el primer Concilio de Constantinopla, con ciento cincuenta Obispos, siempre ha sido de gran autoridad. Nosotros los católicos damos la razón de esto: que aquel fue rechazado por el Sumo Pontífice, en quien reside el poder supremo de la Iglesia, mientras que este fue confirmado. Pero aquellos que atribuyen el poder supremo a los nobles no pueden dar ninguna razón de por qué condenan el Concilio de Rímini y abrazan el de Constantinopla. Dicen: el Concilio de Rímini erró, el de Constantinopla no erró; por eso aceptamos este y condenamos aquel. Pero, ¿qué es esto sino hacerse jueces de los Concilios y de toda la Iglesia?

CUARTO, aunque la Democracia es absolutamente el peor régimen, sin embargo, la Aristocracia parece ser más perniciosa para la Iglesia. Porque el mayor mal de la Iglesia es la herejía, y las herejías son promovidas más por los nobles que por los plebeyos. Ciertamente, casi todos los herejes fueron Obispos o Presbíteros. Así pues, las herejías son en cierto modo facciones de los nobles, sin las cuales no habría sediciones en la Iglesia entre el pueblo. Y las facciones nunca surgen más fácil ni frecuentemente que cuando gobiernan los nobles, como se puede comprobar no solo por la experiencia y el testimonio de los filósofos, sino también por la confesión del propio Calvino, en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 20, §8.

Pero se oponen tres testimonios de la Escritura, junto con tres testimonios de los Padres. EL PRIMERO ES Hechos 15, donde leemos que la primera controversia surgida en la Iglesia no fue decidida por un solo juez supremo, sino por una asamblea de Apóstoles y ancianos. Lucas dice: "Se reunieron los Apóstoles y los ancianos para ver sobre este asunto."

RESPONDO, que no se puede sacar de aquí ningún argumento para defender la Aristocracia. Pues en ese Concilio, la primera cuestión fue decidida con Pedro como presidente y cabeza. Porque Pedro no se habría atrevido a hablar primero en una diócesis ajena y en presencia del Obispo Santiago, a menos que él mismo presidiera todo el Concilio. Y no es contrario a la Monarquía que algo sea decidido en un consejo público con el consejo y consentimiento común de los príncipes, como suele suceder hoy en las dietas imperiales.

EL SEGUNDO testimonio es Hechos 20, donde San Pablo amonesta a los Obispos con estas palabras: "Cuidaos a vosotros mismos y a todo el rebaño en el cual el Espíritu Santo os ha puesto como Obispos para gobernar la Iglesia de Dios."

EL TERCER es 1 Pedro 5, donde el bienaventurado Pedro dice: "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo, anciano como ellos y testigo de los sufrimientos de Cristo, apacentad el rebaño de Dios que está entre vosotros."

RESPONDO, que en ninguno de estos lugares se prueba nada. Pues no negamos que corresponde a los Obispos y Presbíteros apacentar y gobernar la Iglesia de Dios; pero nuestra cuestión es sobre el poder supremo de toda la Iglesia: ¿Está este en la asamblea de ministros o en una sola persona? Ni Pablo ni Pedro tocan esta cuestión en estos pasajes, sino que solo amonestan a los Obispos a que ejerzan con diligencia su deber pastoral con los pueblos que les están sujetos.

Ahora bien, los Padres en primer lugar citan a CIPRIANO, quien en el libro 3, epístola 19, escribe a su clero lo siguiente: "Dado que esta cuestión concierne al consejo y opinión de todos nosotros, no me atrevo a tomar una decisión por mí mismo y a reclamar toda la cuestión solo para mí." RESPONDO, que Cipriano no se atrevió a hacerlo porque voluntariamente se había obligado a no hacer nada sin el consejo y consentimiento del clero y el pueblo cuando aceptó el episcopado, como ya hemos explicado en el libro 3, epístola 10.

Luego citan a AMBROSIO, quien en su comentario sobre el capítulo tercero de la primera epístola a Timoteo dice: "Tanto la sinagoga como luego la Iglesia tuvieron ancianos, sin cuyo consejo no se hacía nada." RESPONDO, que de estas palabras no se puede probar más la Aristocracia Eclesiástica que la Monarquía en los reinos se pueda probar a partir del consejo real y el senado. Pues ciertamente Salomón, en 1 Reyes 12, tenía un consejo de ancianos. Y Asuero, en Ester 1, se valía del consejo de los sabios en todos sus asuntos, y sin embargo, no por ello dejaban de ser reyes. Además, que los antiguos Obispos no hicieran nada sin el consejo de los Presbíteros, era útil y saludable, pero no necesario, como puede entenderse por el hecho de que en tiempos de Ambrosio ya no se hacía, y aun así la Iglesia no había perecido completamente.

Finalmente, presentan a JERÓNIMO, quien en el capítulo 1 de su carta a Tito dice lo siguiente: "Antes de que, por instigación del diablo, surgieran divisiones en la religión y se dijera entre los pueblos: ‘Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas’, las iglesias eran gobernadas con el consejo común de los Presbíteros. Pero después, cuando cada uno consideraba que aquellos a quienes bautizaba eran suyos, y no de Cristo, se decretó en todo el mundo que uno de los Presbíteros fuera elegido por encima de los demás, a quien se confiaría el cuidado de toda la Iglesia, y así se evitarían las semillas del cisma. Por lo tanto, en los primeros tiempos de la Iglesia, cuando era purísima, prevalecía la Aristocracia, y los nobles eran los Presbíteros."

RESPONDO, parece que el bienaventurado JERÓNIMO estaba en la opinión de que los Obispos, si se trata de la jurisdicción, eran efectivamente superiores a los Presbíteros, pero por derecho eclesiástico, no divino. Esta opinión es falsa y debe ser refutada en su lugar. Sin embargo, de ninguna manera ayuda a la Aristocracia de los Presbíteros de Calvino, sino que, al contrario, la perjudica enormemente. Pues Jerónimo no dice que en la primera Iglesia prevalecía la Aristocracia de los Presbíteros y que ese era un buen gobierno, y que posteriormente, por algún abuso introducido por hombres malvados, la Monarquía fue instaurada; sino que, al contrario, afirma que la Aristocracia, que existía al principio, no funcionaba bien, y que de ella surgían muchas sediciones y cismas, por lo que fue transformada en una Monarquía por el consejo común del mundo.

Y no puede haber duda de que JERÓNIMO entendía que esta transformación tuvo lugar en tiempos de los Apóstoles y con ellos como autores, pues en este pasaje dice que la transformación ocurrió cuando comenzó a decirse: "Yo soy de Pablo, yo de Apolo", lo cual, según Pablo atestigua, sucedió en su tiempo (1 Corintios 1). Además, Jerónimo, en su libro de los varones ilustres, dice de Santiago que fue nombrado Obispo de Jerusalén por los Apóstoles inmediatamente después de la Pasión del Señor, y en la carta 85 a Evagrio afirma que San Marcos fue Obispo de Alejandría. AÑADIRÉ, que Jerónimo no habla del gobierno de la Iglesia universal, sino solo de las Iglesias particulares, cuando dice que al principio las Iglesias comenzaron a ser gobernadas con el consejo común de los Presbíteros. Porque de otro modo, él enseña expresamente en su libro 1 contra Joviniano que Pedro fue constituido como cabeza de toda la Iglesia por Cristo, al decir: "De los doce fue elegido uno, para que, establecida una cabeza, se evitara la ocasión de cismas."