- Tabla de Contenidos
- CAP. I: Se plantea la cuestión: ¿Estuvo San Pedro en Roma y murió allí como obispo?
- CAP. II: Que Pedro estuvo en Roma.
- CAP. III: Que San Pedro murió en Roma.
- CAP. IV: Que Pedro fue obispo en Roma hasta su muerte.
- CAP. V: Se resuelve el primer argumento de los herejes.
- CAP. VI: Se resuelve el segundo argumento.
- CAP. VII: Se resuelven otros cinco argumentos
- CAP. VIII: Se responden otros ocho argumentos.
- CAP. IX: Se responde al argumento decimosexto.
- CAP. X: Se responde al argumento decimoséptimo.
- CAP. XI: Se responde al último argumento.
- CAP. XII: Se demuestra que el Pontífice Romano sucede a Pedro en la monarquía eclesiástica por derecho divino y razón de sucesión.
- CAP. XIII: Se prueba lo mismo a partir de los Concilios.
- CAP. XIV: Lo mismo se prueba con los testimonios de los sumos pontífices.
- CAP. XV: Lo mismo se prueba con los Padres Griegos.
- CAP. XVI: Lo mismo se prueba con los Padres Latinos.
- CAP. XVII: Lo mismo se prueba a partir del origen y la antigüedad del primado.
- CAP. XVIII: Lo mismo se prueba a partir de la autoridad que ha ejercido el Pontífice Romano sobre otros Obispos.
- CAP. XIX: Lo mismo se prueba a partir de las leyes, dispensas y censuras.
- CAP. XX: Lo mismo se prueba a partir de los vicarios del Papa.
- CAP. XXI: Lo mismo se prueba por el derecho de apelación.
- CAP. XXII: Refutación de los argumentos de Nilo sobre el derecho de apelación.
- CAP. XXIII: Refutación del primer argumento de los luteranos.
- CAP. XXIV: Se resuelven otros tres argumentos.
- CAP. XXV: Se resuelve el último argumento.
- CAP. XXVI: Lo mismo se prueba por el hecho de que el Sumo Pontífice no es juzgado por nadie.
- CAP. XXVII: Respuesta a los argumentos de Nilo.
- CAP. XXVIII: Se responden las objeciones de Calvino.
- CAP. XXIX: Se responden otros nueve argumentos.
- CAP. XXX: Se resuelve el último argumento y se trata la cuestión: ¿Puede ser depuesto un Papa herético?
- CAP. XXXI: Lo mismo se prueba a partir de los títulos que suelen atribuirse al Pontífice Romano.
- PREFACIO
CAP. XVI: Que con las palabras "Oves meas" en Juan 21 se ha significado toda la Iglesia.
Resta la tercera cuestión: si por "mis ovejas" se entiende toda la Iglesia. Todos los luteranos lo niegan, y en particular Lutero en su libro De potestate Papae, Illyricus en su libro Contra primatum Papae, los Centuriones de Magdeburgo en Centuria 1, libro 2, capítulo 7, columna 525, el Liber Smalcaldicus de primatu Papae, y Calvino en el libro 4 de sus Instituciones, capítulo 6, §. 7.
Para nosotros, está claro y cierto que absolutamente todos los cristianos, incluso los mismos apóstoles, fueron encomendados a Pedro como ovejitas cuando se le dijo: "Apacienta mis ovejas."
Es importante observar que Cristo dijo dos veces: "Apacienta mis corderos" y una vez: "Apacienta mis ovejas." Aunque en el texto griego solo aparece una vez "apacienta mis corderos" y dos veces "apacienta mis ovejas", parece que este lugar ha sido corrompido por error de los copistas, quienes en el segundo lugar escribieron πρόβατα (ovejas) cuando debieron haber escrito προβάτια (ovejitas o corderos). Fácilmente se pudo omitir una iota.
Concluyo que esto es así, primero por lo que dice Ambrosio y Máximo. Ambrosio, en el último capítulo de Lucas, dice que Cristo encomendó primero a Pedro los corderos, en griego ἀρνία (arnía). En segundo lugar, las ovejitas, llamadas en griego προβάτια (probatia). Y en tercer lugar, las ovejas, en griego πρόβατα (probata). Máximo, en su sermón sobre los santos Pedro y Pablo, dice que fueron encomendadas a Pedro tanto las ovejitas como las ovejas, lo cual ciertamente no diría si no hubiera leído προβάτια (probatia) y πρόβατα (probata). Además, lo mismo concluyo por nuestra versión latina, pues si en el griego hubiera estado dos veces πρόβατα (ovejas), ni siquiera el alumno más ignorante habría traducido la segunda vez "corderos". ¿Quién no sabe que "corderos" en griego es ἀρνία (arnía) y no πρόβατα (ovejas)?
Dado que todos los códices latinos leen "corderos", y nunca fue rechazada esta lectura ni por Jerónimo ni por ningún otro, es necesario decir que el traductor leyó προβάτια (ovejitas) y lo tradujo como "corderos", porque a menudo ovejitas y corderos se toman como sinónimos.
Una vez aclarado esto, a partir de esta variación, que no parece carente de misterio, probamos que todos los cristianos están sujetos a Pedro. Pues si entendemos por ovejitas los corderos, diremos que los corderos se repiten dos veces para significar dos pueblos: el judío y el gentil. Las ovejas, que se mencionan una vez, significan a los obispos, que son como las madres de los corderos. Por lo tanto, el Señor encomendó a Pedro el cuidado de los corderos, es decir, del pueblo judío, y de los corderos, es decir, del pueblo gentil, y de las ovejas, es decir, de aquellos que han dado a luz a estos corderos en Cristo, que son los apóstoles y los obispos.
Si, sin embargo, entendemos por ovejitas a las ovejas pequeñas, mayores que los corderos pero menores que las ovejas adultas, entonces diremos, con San Ambrosio, en el lugar citado, que a Pedro se le encomiendan los corderos, las ovejitas y las ovejas, es decir, los principiantes, los que progresan y los perfectos, de modo que no hay nadie en la Iglesia, por muy espiritual, erudito o santo que sea, que no esté sometido a Pedro. O, si entendemos por corderos a los pueblos que no tienen cuidado pastoral y que son solo hijos, no padres, por ovejitas tomaremos a los sacerdotes mayores, es decir, a los presbíteros y párrocos, que son padres de los pueblos pero hijos de los obispos. Y por ovejas entenderemos a los sacerdotes mayores, es decir, los obispos, que presiden tanto a los corderos como a las ovejitas, y que sin embargo también están sometidos a Pedro. Esto parece ser lo que tenía en mente San León cuando, en su tercer sermón sobre el aniversario de su asunción, dice que Cristo puso a Pedro al frente de todas las naciones, de todos los padres y de todos los apóstoles. Las naciones son los corderos, los padres son las ovejitas y los apóstoles son las grandes y perfectas ovejas.
A esto se suma otra razón notable que nos proporciona el pronombre "mis". Pues cuando se añade sin restricción alguna al nombre "ovejas" el pronombre "mis", claramente se significa que todas las ovejas, sin excepción, son encomendadas a Pedro. Este pronombre "mis" se extiende a todas sin distinción. No hay nadie en la Iglesia que no se gloríe de ser oveja de Cristo; por lo tanto, el Señor encomendó a Pedro a todos los cristianos, sin excepción.
Además, vemos que se usan comúnmente expresiones similares en todas partes. Pues quien dice: "Dejo mis bienes a mis hijos", sin duda no excluye ninguno de sus bienes ni a ninguno de sus hijos. Y el Señor, cuando dice en Juan 10: "Conozco mis ovejas, y mis ovejas escuchan mi voz, y yo doy mi vida por mis ovejas", aunque no diga "todas las ovejas" ni "a todas las ovejas", nadie puede negar que habla de todas ellas.
Además, ¿qué otra cosa significan las palabras "mis ovejas" sino "ten cuidado de mi rebaño"? Y hay un solo rebaño de Cristo, como dice en Juan 10: "Habrá un solo rebaño y un solo pastor." Por lo tanto, Cristo encomendó a Pedro todo su rebaño.
Finalmente, cuando el Señor dice: "Apacienta mis ovejas", o encomendó a Pedro todas sus ovejas, o ninguna, o algunas determinadas y definidas, o algunas indefinidas. Pero nadie diría que no le encomendó ninguna o algunas definidas, pues esto sería evidentemente falso. Ni tampoco algunas indefinidas, porque no es propio de un prudente administrador dejar una responsabilidad indefinida cuando puede definirla, especialmente cuando de esa indefinición surge una confusión y perturbación evidente.
Además, encomendar algunas ovejas y no indicar cuáles parece ser lo mismo que no encomendar ninguna. Pues, ¿qué ovejas apacentará alguien que no conoce su propio rebaño? Por lo tanto, resta que Cristo asignó a Pedro todas sus ovejas sin excepción para que las apacentara.
Y esta es la opinión de todos los Padres antiguos.
Epifanio en Ancoratus: Dice: "Este es, quien escuchó: ‘Apacienta mis ovejas’, a quien se le confió el rebaño." Y ya demostramos un poco antes, a partir del Evangelio, que hay un solo rebaño de Cristo. Juan Crisóstomo comenta sobre este pasaje: "Después de dejar a los demás de lado, solo se dirige a Pedro: le encomienda el cuidado de los hermanos." Y más adelante: "Porque, dice, cuando el Señor le confió grandes cosas a Pedro, le encomendó el cuidado del mundo entero, etc."
Ambrosio, en el último capítulo de Lucas, dice que el Señor, a través de estas palabras: "Apacienta mis ovejas", dejó a Pedro como el vicario de su amor: "A quien, al elevarse al cielo, dejó como vicario de su amor." Para que, de hecho, tuviéramos a Pedro, quien nos nutriría con amor paternal y pastoral, tal como lo había hecho Cristo mismo; y en el mismo lugar añade: "Porque, dice, solo él confiesa entre todos, y por eso es preferido a todos."
León, en su sermón 3 sobre su asunción al Pontificado, dice: "Del mundo entero, solo Pedro es elegido, para que sea puesto sobre la vocación de todas las naciones, sobre todos los Apóstoles y sobre todos los Padres de la Iglesia, para que, aunque haya muchos sacerdotes en el pueblo de Dios, y muchos pastores, todos, sin embargo, sean gobernados propiamente por Pedro, aquellos que son gobernados principalmente por Cristo."
Gregorio, en el libro 4, epístola 32, después de decir que a Pedro se le había encomendado el cuidado de toda la Iglesia, da esta razón: "Pues a él se le dice: ‘Apacienta mis ovejas’."
Teofilacto, en el último capítulo de Juan, dice: "Después de terminar la cena, se le encomendó a Pedro la prefectura de las ovejas de todo el mundo; no se le confió a otro, sino a él." Y en el capítulo 22 de Lucas: "Tú, Pedro, una vez convertido, serás un buen ejemplo de penitencia para todos; porque, habiendo sido Apóstol y habiendo negado, recuperaste nuevamente el primado de todos y la prefectura del mundo."
Bernardo, en el libro 2 De consideratione, dice: "¿A quién, no digo de los obispos, sino también de los apóstoles, se le confió tan absoluta e indiscriminadamente todas las ovejas? Si me amas, Pedro, apacienta mis ovejas. ¿Cuáles? ¿Las de esta ciudad, de esta región, o quizás de este reino? ‘Mis ovejas’, dice. ¿No es evidente que no designó algunas, sino que las asignó todas? Nada se excluye cuando no se distingue nada."
Pero ahora refutemos los argumentos de los adversarios. La PRIMERA objeción de Lutero es: Cristo no dijo: "Apacienta todas mis ovejas", como sí dijo en otro lugar: "Enseñad a todas las naciones"; por lo tanto, no entregó a Pedro el pastoreo de todas sus ovejas. RESPONDO: El pronombre "mis" equivale a un signo universal, como hemos demostrado anteriormente.
La SEGUNDA objeción, también de Lutero y de Illyricus, es: Si se le confió a Pedro el cuidado de todas las ovejas, entonces debió haber apacentado a todas. Pero no lo hizo, pues los otros apóstoles también apacentaron su parte del rebaño del Señor, y no fueron enviados por Pedro, sino por Cristo. RESPONDO: San Pedro apacentó todo el rebaño del Señor, en parte por sí mismo y en parte por otros, como se le había ordenado. Pues aunque el Señor envió a todos los apóstoles a predicar y a apacentar su rebaño, sin embargo, el hecho de que (como dice Crisóstomo) Cristo confiara a Pedro su cuidado, significa que lo que los apóstoles hacían, Pedro lo hacía a través de ellos, ya que ellos dependían de él como de su cabeza y su jefe.
La TERCERA objeción es común a Lutero y a los demás, cuyos escritos mencionamos al comienzo del capítulo. El apóstol Pablo, en el capítulo 2 de su epístola a los Gálatas, no reconoce sujeción alguna a Pedro, a Santiago o a Juan: "A quienes, ni por un momento, cedimos en sumisión." Y también: "Para mí no tiene importancia cuáles fueron aquellos que parecían ser algo." Y además: "Los que parecían ser algo no me dieron ninguna orden." Y: "Nada me añadieron." Y: "Nos dieron la mano en señal de comunión."
RESPONDO: El propósito de Pablo en la epístola a los Gálatas no era mostrar que no estaba sujeto a Pedro en lo que respecta al gobierno; no menciona tal cosa. Su objetivo era demostrar que su evangelio era igualmente verdadero y divino, y que lo había recibido inmediatamente de Cristo, al igual que el evangelio de Pedro, Santiago y Juan. Pues los pseudoapóstoles se jactaban de que Pedro, Santiago y Juan habían sido instruidos por Cristo, mientras que Pablo había sido discípulo de los hombres, y por lo tanto el evangelio de ellos debía ser considerado más verdadero que el de Pablo.
Así que, contra estas calumnias de los pseudoapóstoles, Pablo comienza su epístola diciendo: "Pablo, apóstol, no de parte de hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesús Cristo y Dios Padre." Y más adelante: "Os hago saber, hermanos, que el evangelio que fue predicado por mí no es según los hombres. Pues yo no lo recibí de hombre alguno ni me fue enseñado, sino por revelación de Jesucristo."
Y a esto se refiere cuando dice: "Los que parecían ser algo no me añadieron nada." Con estas palabras, Pablo indica que no recibió instrucción doctrinal de los demás apóstoles, sino que Cristo mismo lo instruyó diligentemente en todo. Y lo que añade: "Nos dieron la mano en señal de comunión", ciertamente nos lleva a creer que Pedro y Pablo fueron socios en el ministerio de la predicación, pero no impide que entendamos que Pedro era superior a Pablo en el oficio de gobernar. Pues también en el libro 1 de los Reyes, capítulo 23, la Escritura dice: "Saúl fue con sus compañeros." Y sin embargo, esa misma Escritura hace de Saúl el rey, mientras que los demás son sus servidores.
Por otra parte, lo de "A quienes ni por un momento cedimos en sumisión" no se refiere a Pedro y Santiago, sino a los pseudoapóstoles mencionados por el propio Pablo. Pues así leemos: "Pero a causa de los falsos hermanos infiltrados, que se introdujeron para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para esclavizarnos, a quienes ni por un momento cedimos en sumisión."
Además, lo de "Para mí no tiene importancia cuáles fueron aquellos que parecían ser algo" no está dirigido al desprecio de Pedro y Juan, como quiso hacer creer el Liber Smalcaldicus, sino a su alabanza y honor. Pues Pablo explica la razón por la que quiso comunicar su evangelio a los apóstoles que estaban en Jerusalén, aunque ellos hubieran sido en el pasado hombres ignorantes y despreciables pescadores; dice que le importa poco qué hubieran sido antes, pues Dios no hace acepción de personas, y que fue a ellos porque, por la gracia de Dios, ya eran grandes apóstoles y columnas de la Iglesia.
Finalmente, lo de "Los que parecían ser algo no me dieron ninguna orden" debe aclararlo el Sínodo Smalcaldico de los luteranos, pues no se encuentra en las palabras de Pablo. Pero parece que esta es la familiaridad que los adversarios tienen con la palabra de Dios: añadir atrevidamente a ella y no temer los castigos que Dios ha amenazado contra los que añaden a su palabra.
Cuarta objeción de los mismos adversarios: El apóstol, en su epístola a los Gálatas, capítulo 2, enseña que, por derecho divino y humano, la jurisdicción fue dividida entre Pedro y Pablo. A Pedro le fue atribuido el pueblo judío, y a Pablo, los gentiles. Por lo tanto, no todas las ovejas de Cristo fueron encomendadas a Pedro.
El apóstol dice lo siguiente: "Cuando vieron que se me había encomendado el evangelio de los incircuncisos, así como a Pedro el de los circuncisos (porque el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión también actuó en mí entre los gentiles), nos dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos." Por lo tanto, el apostolado de Pedro no nos afecta, puesto que somos gentiles.
RESPONDO: La división de la que Pablo habla en la epístola a los Gálatas no es de jurisdicción, sino de provincias, para facilitar la predicación del Evangelio de Cristo. Aunque todos los apóstoles, e incluso cada uno de ellos, podían predicar el evangelio en todo el mundo, se hizo una doble distribución de provincias entre los apóstoles para que la evangelización pudiera realizarse más rápida y fácilmente.
Una de estas distribuciones fue entre los doce apóstoles, quienes, como refiere Orígenes en Eusebio, libro 3 de Historia Eclesiástica, capítulo 1, se dividieron las provincias de tal manera que Andrés tomó Escitia, Tomás Partia, Bartolomé India, Mateo Etiopía, Juan Asia, y otros tomaron otras regiones para la predicación del Evangelio de Cristo.
La otra distribución fue entre Pedro y Pablo, de modo que Pedro dedicara su principal esfuerzo a la conversión de los judíos, sin estar prohibido de convertir a los gentiles, y Pablo, por el contrario, se enfocara principalmente en la conversión de los gentiles, sin estar completamente excluido de la conversión de los hebreos. Todo esto se confirma fácilmente con las Sagradas Escrituras.
PRIMERO, que Pedro tenía permitido predicar a los gentiles, aunque fuera el apóstol de los judíos, se demuestra en muchos lugares. Él mismo predicó a Cornelio y a toda su casa (Hechos 10), y sobre esto mismo, él habla en Hechos 15: "Vosotros sabéis que desde hace mucho tiempo Dios eligió que por mi boca los gentiles oyeran la palabra del evangelio y creyeran." Además, en Mateo 28, el Señor dice a todos los apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones." Y en Marcos 16: "Predicad el evangelio a toda criatura." Por lo tanto, todos los apóstoles tenían el derecho divino de predicar a todos los gentiles. Y ciertamente no se excluye al príncipe de los apóstoles de este derecho, que fue dado a todos los apóstoles.
Además, Inocencio I, en su epístola 1 a Decencio, capítulo 1, enseña que en toda Italia, Galia, España, África y Sicilia, las iglesias fueron establecidas por Pedro o por aquellos a quienes él mismo o sus sucesores enviaron. No se puede negar que estas iglesias pertenecían principalmente a los gentiles.
Finalmente, si Pedro era solo el apóstol de los judíos y no de los gentiles, ¿por qué no estableció su sede episcopal en Jerusalén, que era la metrópoli de Judea, sino que la puso primero en Antioquía de Siria y luego en Roma, que eran ciudades de los gentiles? ¿Y por qué los gentiles de Antioquía no llevaron su disputa sobre las leyes a Pablo, quien era el apóstol de los gentiles, sino a Pedro y Santiago, que eran apóstoles de los judíos?
Ahora bien, que Pablo también podía evangelizar a los judíos, aunque hubiera recibido el mandato principal de la salvación de los gentiles, es evidente por sus acciones. Pues dondequiera que iba, predicaba en las sinagogas de los judíos. En Hechos 13, predica en la sinagoga de los judíos en Salamina y Antioquía de Pisidia; también, en el capítulo 14, en Iconio; en el capítulo 17, en Tesalónica; en el capítulo 18, en Corinto y Éfeso; y en Hechos 28, primero anuncia el evangelio a los judíos en Roma. Y en 1 Corintios 9 dice: "A los judíos me hice como judío, para ganar a los judíos." Finalmente, escribe a los hebreos, cuidando de ellos; y en 2 Corintios 11 confiesa que lleva la preocupación por todas las iglesias. Y si por todas, ciertamente también por las iglesias hebreas.
Por lo tanto, tanto Pedro como Pablo podían predicar a todos, tanto a judíos como a gentiles, por derecho divino. Sin embargo, como Pablo era principalmente el apóstol de los gentiles, por eso, en Hechos 9, el Señor mismo dice de Pablo: "Este es mi instrumento escogido para llevar mi nombre ante los gentiles, reyes y los hijos de Israel." Aquí se menciona a los hijos de Israel en último lugar y a los gentiles en primer lugar. A Pedro y a los otros apóstoles se les dice en Hechos 1: "Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra." Aquí los judíos se mencionan primero y los gentiles al final.
Esto, entonces, es lo que Pablo dice en Gálatas 2: que Pedro fue el apóstol de la circuncisión, y él el del prepucio. Y esto es lo que Jerónimo expone en este pasaje, donde plantea la cuestión: "¿No estaba permitido que Pedro atrajera a un gentil a la fe y Pablo a un judío?" Responde que, en efecto, estaba permitido. De hecho, ambos tenían como objetivo reunir a la Iglesia de todo el mundo, pero Pedro tenía el mandato principal sobre los judíos y Pablo sobre los gentiles.
Además, debe observarse que el ministerio de Pedro era más honroso que el de Pablo, ya que el mismo Señor quiso predicar personalmente a los judíos, pero a los gentiles por medio de sus discípulos. El Señor dice en Mateo 15: "No fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel." Y el apóstol, en Romanos 15, dice: "Cristo Jesús fue ministro de la circuncisión." Y el mismo Pablo, en Romanos 11, compara a los judíos con un olivo y a los gentiles con un olivo silvestre injertado en el buen olivo, para que participen de su savia.
Quinta Objeción: El apóstol Pablo, en la misma epístola a los Gálatas, capítulo 2, dice que se opuso a Pedro cara a cara. Por lo tanto, no estaba sujeto a él, sino que era mayor o, al menos, su igual. Así pues, no todas las ovejas de Cristo están sujetas a Pedro.
RESPONDO: Sé que Clemente de Alejandría, citado por Eusebio en el libro 1 de Historia Eclesiástica, capítulo 14, dice que no fue el apóstol Pedro, sino otro, a quien Pablo reprendió. También sé que Jerónimo y muchos otros sostienen que Pedro no fue realmente reprendido, sino solo de manera simulada. Sin embargo, dado que la opinión de Agustín es más probable, es decir, que Pedro fue seriamente reprendido, digo que está permitido que un menor reprenda a un mayor, siempre que la situación lo requiera y se conserve la debida reverencia.
De hecho, Cipriano, en su epístola a Quinto, alaba la humildad de Pedro, porque, habiendo sido reprendido por Pablo, no dijo que debía mantener su primacía y que, más bien, los más jóvenes y posteriores debían obedecerle. Aquí indica que Pedro fue reprendido por uno menor que él. Y Agustín, en su epístola 19 a Jerónimo, dice lo siguiente:
"Pedro ofreció a la posteridad un ejemplo más raro y santo, que no debe desdeñar ser corregido por los más jóvenes; y Pablo, un ejemplo para que los menores se atrevan a resistir a los mayores, defendiendo la verdad, sin perder la caridad."
Gregorio también, en su homilía 18 sobre Ezequiel, dice:
"Se sometió a la decisión de su hermano menor y en la misma cuestión siguió el juicio de su inferior, para ser el primero en humildad, como lo fue en el culmen del apostolado." Y más adelante: "He aquí que fue reprendido por su menor, y no se sintió indignado por ser corregido."
Sexta Objeción: Los apóstoles, sin mandato alguno de Pedro, constituyeron diáconos en Hechos 6. Además, envían a Pedro mismo a Samaria en Hechos 8. Por lo tanto, Pedro no era la cabeza y pastor de los apóstoles, sino que él mismo estaba sometido a su autoridad. Además, Pedro duda en Hechos 10 si le es lícito predicar a los gentiles, y es reprendido por los demás discípulos en Hechos 11. ¿Quién podría creer fácilmente que los gentiles pertenecían a su rebaño?
RESPONDO: Primero, no afecta al primado de Pedro el hecho de que todos los apóstoles, habiendo deliberado juntos, hayan constituido diáconos. Debe creerse que esto fue hecho bajo la autoridad de Pedro o, al menos, con su consentimiento. Solo se afectaría su primacía si se probara que se hizo en contra de su voluntad.
En cuanto al envío de Pedro y Juan, mencionado en Hechos 8, respondo que el término "envío" no necesariamente implica subordinación en quien es enviado. Se dice que cualquiera envía a otro cuando lo autoriza para que vaya, ya sea que lo haga por mandato —como cuando el Señor envía a sus siervos, de quienes se dice en Juan 13: "El siervo no es mayor que su señor"— o por consejo y persuasión, de modo que un igual pueda enviar a otro, o incluso un menor a uno mayor. Pues en Mateo 2, Herodes envió a los magos a Belén, aunque no tenía autoridad sobre ellos; y el pueblo de Israel, en Josué 22, envió al sacerdote Finees a los hijos de Rubén y Gad, aunque, según el derecho divino, el sumo sacerdote gobernaba a todo el pueblo, como los Magdeburgenses admiten. Así pues, los apóstoles enviaron a Pedro a los samaritanos por consejo y persuasión, ya que era una tarea de gran importancia confirmar en la fe a aquella nueva nación.
En cuanto a lo que se menciona en los capítulos 10 y 11 de Hechos, muchos se equivocan al pensar que Pedro no sabía que debía predicar a los gentiles hasta que tuvo esa revelación en Hechos 11. Esto es completamente absurdo, ya que en los últimos capítulos de Marcos y Mateo se ordena a los apóstoles que enseñen a todas las naciones. Y para que nadie diga que los apóstoles no entendieron esto, Lucas dice: "Les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras." Y luego añade explicando cuáles Escrituras: "Era necesario que Cristo sufriera, resucitara de entre los muertos, y se predicara en su nombre el arrepentimiento a todas las naciones." Y Pedro, en los primeros capítulos de Hechos (1, 2 y 3), muestra repetidamente que entendió las Escrituras, citando los Salmos, Joel, Deuteronomio y, en particular, el pasaje de Génesis 22: "En tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra."
Por lo tanto, Pedro vio aquella visión en parte para sí mismo y en parte para otros. Para sí mismo, no para que aprendiera que le era lícito predicar a los gentiles, sino para entender que era el momento adecuado para hacerlo. Porque, como el Señor había dicho en Hechos 1: "Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra", con estas palabras había prescrito un orden a los apóstoles, para que primero predicaran en Jerusalén, luego en el resto de Judea, después en Samaria, y finalmente en las regiones de los gentiles. Por eso, Pedro dudaba sobre cuándo sería el momento adecuado para predicar a los gentiles y si, aprovechando la ocasión, le sería lícito predicarles antes de haber completado la predicación en toda Judea y Samaria. Este dilema fue resuelto por el Espíritu Santo mediante la visión que le fue mostrada.
Por ello, Cirilo, en el libro 9 Contra Juliano, explicando esta visión, dice: "Pedro entendió de inmediato que había llegado el tiempo de transformar las sombras en la verdad." Para los otros, Pedro vio la visión porque había muchos fariseos convertidos a la fe que creían que no debía predicarse a los gentiles, y que también habrían reprendido a Pedro si hubiera predicado a Cornelio, como luego lo hicieron en Hechos 11.
Para que Pedro pudiera dar la mejor respuesta a tales reproches, Dios le mostró esta visión, como correctamente explica Crisóstomo en la homilía 42 sobre Mateo:
"Esto, dice, fue dicho por causa de los otros, y para preparar una justificación frente a los que lo acusarían." Y en su comentario sobre el capítulo 10 de Hechos, dice: "¿Acaso Pedro temía comer? De ninguna manera, sino que dice que todo esto fue hecho por divina disposición para aquellos que lo habrían de reprender."
Cap. XVII: Explicación de la primera prerrogativa de San Pedro por el cambio de nombre.
Hasta ahora hemos presentado lo que pertenece a la promesa e institución del primado de Pedro: ahora traemos a colación la confirmación de este primado a través de las singulares y diversas prerrogativas de Pedro. Y lo hacemos con mayor gusto, porque los Magdeburgenses en el Centuria 1, libro 2, capítulo 10, columna 558 y siguientes, diligentemente se han esforzado en enumerar quince pecados y terribles caídas (como ellos mismos dicen) de San Pedro, que afirman que existen por designio divino en las Sagradas Escrituras, para que no atribuyamos demasiado a Pedro. Y aunque, exceptuando la negación de Cristo, que no se puede negar que fue un pecado gravísimo, los otros catorce no son horrendos pecados de San Pedro, sino horrendas mentiras y blasfemias de los Magdeburgenses, como demostraremos más adelante, mientras tanto, en lugar de los catorce falsos crímenes, traemos nosotros veintiocho verdaderas prerrogativas.
La primera prerrogativa, por lo tanto, es el cambio de nombre:
Porque en Juan 1, el Señor dice a Pedro: Tú eres Simón, hijo de Jonás: tú te llamarás Cefas. Aquí debe observarse con Crisóstomo en este pasaje, que Dios nunca impone nuevos nombres, excepto por grandes causas y para significar privilegios concedidos a aquellos cuyos nombres son cambiados. Así, a Abraham, cuando se le llamaba אברם (Abram), es decir, padre excelso, quiso llamarlo אברהם (Abraham), es decir, padre de multitudes, en Génesis 17, para significar con ese nombre a ese hombre que ya era anciano y tenía una esposa anciana y estéril, que sin embargo, por el don de Dios, sería cambiado de tal manera que se convertiría en padre de muchos hijos, o mejor dicho, de naciones y pueblos.
Ahora bien, hay una doble prerrogativa en este cambio de nombre de Simón al nombre de Pedro. Una es que, de entre todos los Apóstoles, solo a Pedro le cambió el nombre. Porque aunque en Marcos 3 dio el nombre a los hijos de Zebedeo, Boanerges, sin embargo, eso fue más bien un sobrenombre que un nombre propio. Así que nunca más son llamados Boanerges por los evangelistas, sino simplemente Jacobo y Juan, como se les llamaba antes. Pero Pedro, en adelante, casi siempre es llamado Pedro, y Pablo, en Gálatas 2, menciona a Pedro frecuentemente, y nunca de otra manera que como Pedro o Cefas, que es lo mismo. Sin embargo, a Juan lo nombra frecuentemente, pero siempre como Juan, nunca como Boanerges.
La segunda prerrogativa es que se le dio un nombre de tal tipo. Porque en siríaco, Cefas significa roca, como hemos enseñado antes y lo atestigua Jerónimo en el capítulo 2 de la Epístola a los Gálatas. En griego, sin embargo, significa cabeza, como lo anotó Optato en el libro 2 contra Parmeniano. Y, finalmente, es uno de los nombres más célebres de Cristo. Nada se menciona con más frecuencia en las Escrituras que Cristo siendo llamado roca. Véase Isaías 8 y 28, Daniel 2, Salmo 117, Mateo 21, Romanos 9, 1 Corintios 10, Efesios 2, 1 Pedro 2, y otros. Entonces, Cristo, al comunicar solo con Pedro su propio nombre, y ese nombre con el que él mismo es señalado como el fundamento y cabeza de toda la Iglesia, ¿qué otra cosa quiso indicar sino que hacía de Pedro el fundamento y cabeza de la Iglesia en su lugar?
Por lo tanto, correctamente dice San León en la Epístola 89 a los obispos de la provincia de Viena:
"Este, dice, asumido en la comunión de la indivisible unidad, quiso ser llamado por lo que él mismo era, diciendo: Tú eres Pedro, etc." Y en el sermón 3 sobre el aniversario de su asunción al pontificado, así introduce a Cristo hablando a Pedro: "Como mi Padre te ha manifestado mi divinidad, así también yo te hago conocer tu excelencia, porque tú eres Pedro, es decir, aunque yo sea la roca inviolable, yo soy la piedra angular que hace de ambos uno, yo soy el fundamento, sobre el cual nadie puede poner otro: sin embargo, tú también eres roca, porque estás fortalecido por mi virtud, para que lo que es propio de mí por poder, sea común contigo por participación".
Cap. XVIII: Explicación de la segunda prerrogativa a partir de la forma en que los Evangelistas enumeran a los Apóstoles.
La segunda prerrogativa de Pedro es que, cuando los Apóstoles son nombrados por los Evangelistas, ya sea todos o algunos, Pedro siempre se menciona en primer lugar. En Mateo 10, se dice: “Y los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro”, etc. De manera similar, lo leemos en Marcos 3, Lucas 6 y Hechos 1. Ahora bien, es cierto que esto no ocurrió porque Pedro haya sido llamado primero por Cristo, ya que es seguro que el Señor llamó primero a Andrés, como testifica Juan en el capítulo 1.
Sin embargo, surgen los Magdeburgenses, quienes, en el Centuria 1, libro 2, capítulo 7, columna 524, afirman que Pedro es llamado primero, o bien por sus dones eminentes, o bien por su edad, ya que era el mayor de todos, no porque fuera cabeza de los demás. Pero en el capítulo 10, columna 561, escriben que fue por casualidad que Pedro fue colocado primero en el catálogo, ya que alguien debía ser enumerado en primer lugar, y por casualidad ocurrió que fue Pedro.
Ninguna de estas razones tiene valor. No la primera, ya que, o bien hablan de los dones eminentes que Pedro tenía en relación con la Iglesia, como que recibió las llaves de manera singular, que fue hecho fundamento de la Iglesia, que fue constituido pastor de todas las ovejas de Cristo, etc., en cuyo caso hablan en nuestro favor. O bien hablan de los dones personales y propios, es decir, de sus virtudes; y entonces lo que dicen es falso. Porque el Evangelista no podría saber fácilmente, ni se atrevería a juzgar, quién era el mejor entre los Apóstoles, especialmente sabiendo que Juan era virgen y Pedro estaba casado; y al ver que el mismo Juan era tan amado por el Señor, que era llamado el discípulo a quien Jesús amaba. Tampoco ignoraría que Santiago el Menor era tan lleno de santidad que era llamado justo, y hermano del Señor por todos.
Lo que dicen sobre la edad contradice la tradición de los antiguos. Pues Epifanio, en su herejía 51, que es la de los Alogianos, dice: “El encuentro, dice, con Andrés ocurrió primero, ya que Pedro era más joven en edad.” San Jerónimo, en su libro 1 contra Joviniano, dice que Juan no fue elegido como cabeza de los demás porque era casi un niño; pero no dice que Pedro fuera el mayor de todos. Además, los Magdeburgenses, en el Centuria 1, libro 2, capítulo 10, en la vida de Andrés, dicen que es probable que Andrés fuera mayor que Pedro.
Tampoco fue hecho por casualidad, ya que alguien debía ser colocado primero en el catálogo y por casualidad fue Pedro: sino que Pedro fue puesto en primer lugar por razón de su dignidad, como se demuestra por dos razones. La primera es la forma de enumerar, ya que Mateo llama a Pedro primero por su nombre, y luego no llama a los otros segundo, tercero, etc., sino que los nombra sin observar ningún orden.
Así, Mateo enseña que hay un orden entre Pedro y los demás, ya que Pedro es superior y los otros inferiores; pero no establece ningún orden entre los demás, ya que son todos iguales, como correctamente anotó Alberto Magno en su comentario sobre este pasaje: y de este nombre, “primero”, los Padres deducen el primado, una palabra que tanto odian los herejes. Porque así como de “príncipe” proviene “principado”, de “cónsul” proviene “consulado”, de “primero” proviene “primado”. De aquí, San Ambrosio, en 2 Corintios 12, dice: “Andrés siguió primero al Salvador; pero el primado no lo recibió Andrés, sino Pedro.” Y San Agustín, en su último tratado sobre Juan, dice: “Pedro, debido al primado de su apostolado”, etc. Sin duda, el primado no se dice de aquel que fue escrito primero en el catálogo por casualidad, sino de quien es escrito primero por derecho y mérito, debido a su grado y autoridad.
La segunda razón se deduce del hecho de que el orden de los demás Apóstoles generalmente cambia: pero Pedro siempre es colocado en primer lugar. Pues en Mateo 10, después de Pedro se menciona a Andrés; en Marcos 3, después de Pedro está Santiago; en Lucas 6, se menciona a Andrés después de Pedro, pero el orden de los demás cambia: ya que Mateo coloca a Tomás antes que a sí mismo y a Simón el Zelote antes que a Tadeo. Lucas, sin embargo, coloca a Mateo antes que a Tomás, y a Tadeo antes que a Simón. En Hechos 1, después de Pedro se menciona a Juan, y entre los demás también hay grandes cambios.
De la misma manera, cuando se nombran dos o más, Pedro siempre es colocado primero. En Marcos 5 y Lucas 8, se dice: “No permitió que lo siguiera nadie, sino Pedro, Santiago y Juan.” En Lucas 22, envió a Pedro y a Juan. En Mateo 17, llevó a Pedro, Santiago y Juan. En Marcos 13, le preguntaron Pedro, Santiago, Juan y Andrés. En el último capítulo de Juan: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos.” Ves que en todos estos lugares, Pedro es el primero, lo cual sin duda no puede ser por casualidad.
Hay un solo lugar donde Pedro no es nombrado primero, a saber, en Gálatas 2, donde se dice: “Santiago, Cefas y Juan”. Pero en primer lugar, no es seguro que Pablo lo haya dicho así. Pues Ambrosio, Agustín y Jerónimo, tanto en el texto como en el comentario, leen “Pedro, Santiago y Juan”, y Crisóstomo, en su comentario sobre este pasaje, dice: “Pedro, Santiago y Juan”, indicando que así lo leyó, y es creíble que Pablo lo dijera así.
Si aceptamos que debe leerse “Santiago, Pedro y Juan”, debemos decir, con San Anselmo y Santo Tomás en este pasaje, que esto ocurrió porque Santiago era el obispo de Jerusalén, donde estaban los Apóstoles de los que habla Pablo; o que Pablo en este lugar no siguió ningún orden.
Porque es evidente que Pablo entendía que Pedro era mayor que Santiago, según se muestra en la misma epístola a los Gálatas, capítulo 1, donde dice: “Después de tres años, fui a Jerusalén para ver a Pedro.” No dice que fue a ver a Santiago, aunque también estaba en Jerusalén. Y en 1 Corintios 1, dice: “Cada uno de ustedes dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolos, yo de Cefas, yo de Cristo.” Donde claramente progresa ascendiendo, y coloca a Pedro inmediatamente después de Cristo.
No solo es Pedro colocado en primer lugar y llamado el primero, sino que también se le describe constantemente en las Escrituras como el padre de familia, como el líder y príncipe de los demás. Porque así como en Apocalipsis 12 se dice: “El diablo y sus ángeles”, y “Miguel y sus ángeles”, es decir, el líder y sus soldados; así se dice en Marcos 1: “Simón y los que estaban con él lo siguieron.” En Lucas 8: “Pedro y los que estaban con él dijeron.” En Lucas 9: “Pero Pedro y los que estaban con él.” En Marcos 16: “Díganle a sus discípulos y a Pedro.” En Hechos 2: “Pedro, de pie con los once.” Y en el mismo lugar: “Dijeron a Pedro y a los demás Apóstoles.” En Hechos 5: “Pedro y los Apóstoles respondieron.” En 1 Corintios 9: “¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una hermana como esposa, como los demás Apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?” ¿Acaso Cefas no era discípulo? ¿No era Apóstol? ¿Por qué entonces se dice “Pedro y los Apóstoles”, “los discípulos y Pedro”, “los Apóstoles y Cefas”, si no es porque Pedro era el príncipe y cabeza de los demás?
Por lo tanto, San Ignacio, en su Epístola a los Esmirniotas, dice que Cristo, después de la resurrección, vino a ellos, a los que estaban alrededor de Pedro. A esta prerrogativa también pertenece el hecho de que Pedro casi siempre habla en nombre de todos, como en Mateo 19: “He aquí que nosotros hemos dejado todo”, etc. En Lucas 12: “¿Dices esta parábola para nosotros o para todos?” En Juan 6: “Señor, ¿a quién iremos?” Sobre este pasaje, Cirilo escribe: “Por medio de uno, que era el líder, todos respondieron.” De aquí también, Crisóstomo, en la homilía 55 sobre Mateo, llama a Pedro el líder de los Apóstoles.
Cap. XIX: Se explican cuatro prerrogativas adicionales del Evangelio de San Mateo.
La tercera prerrogativa está en Mateo 14, donde solo Pedro, junto con el Señor, camina sobre las aguas. Sobre esta prerrogativa, San Bernardo habla en el libro 2 de la Consideración: “Caminando como el Señor sobre las aguas, se designó a sí mismo como el único vicario de Cristo, quien no debía gobernar solo a un pueblo, sino a todos, ya que muchas aguas representan muchos pueblos”. Algo similar se narra en Juan 21, donde, mientras los otros discípulos venían en la barca hacia el Señor, que los esperaba en la orilla, Pedro se lanzó al mar y llegó nadando. Sobre esto, el Beato Bernardo dice en el mismo lugar: “¿Qué significa esto? Sin duda, es un signo del singular pontificado de Pedro, mediante el cual no tomó solo una nave, como los demás cada uno la suya, sino que tomó el mundo mismo para gobernarlo. El mar representa al mundo, las naves a las Iglesias”.
La cuarta prerrogativa es esa revelación particular hecha solo a Pedro en Mateo 16. Es un privilegio importante que Pedro, el primero de todos los Apóstoles, fue enseñado por Dios y comprendió los misterios más elevados de nuestra fe, como la distinción de personas en Dios y la encarnación. Pues, aunque antes Cristo había sido llamado Hijo de Dios en varias ocasiones, como en Mateo 14, cuando los discípulos dijeron: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”, y en Juan 1, cuando Natanael dijo: “Tú eres el Hijo de Dios”, estos lo llamaban Hijo de Dios de la misma manera en que todos los santos son llamados hijos de Dios. Pero Pedro entendió que Cristo era el verdadero y natural Hijo de Dios. Esto es claro tanto por el texto griego, donde se expresa con artículos que enfatizan: σὺ εἶ ὁ χριστὸς ὁ υἱὸς τοῦ θεοῦ τοῦ ζῶντος (tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo), como por la magnífica aprobación de Cristo cuando dice: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”, y también por los testimonios de los Padres antiguos.
Porque Hilario, en el Salmo 131, llama a Pedro el primer confesor del Hijo de Dios, y en el libro 6 sobre la Trinidad, dice que él habló lo que la voz humana aún no había proclamado. Y en el capítulo 16 de Mateo dice que Pedro fue hecho digno de conocer el misterio de Dios en Cristo antes que nadie. Atanasio, en el sermón 4 contra los arrianos, dice que Pedro fue el primero en conocer la divinidad de Cristo, y luego todos los demás discípulos. Afirman cosas similares Crisóstomo en el capítulo 16 de Mateo, Cirilo en el libro 12 sobre Juan, capítulo 64, Agustín en el sermón 124 de tiempo, y León en el sermón 2 del natalicio de Pedro y Pablo.
La quinta prerrogativa está en Mateo 16, donde se dice: “Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Con estas palabras, no solo se promete la estabilidad perpetua de la Iglesia universal, sino también de la piedra sobre la que está fundada la Iglesia, como señala Orígenes en este pasaje. Por lo tanto, se le prometió a Pedro, como un privilegio especial, que su sede nunca caería. Si esta promesa la hubieran recibido los otros Apóstoles, todavía existirían las sedes de Santiago en Jerusalén, de Juan en Éfeso, de Mateo en Etiopía, y de Andrés en Escitia; pero todas ellas paulatinamente sucumbieron ante las puertas del infierno. De aquí que Agustín, en el Salmo contra la parte de Donato, diga: “Contad los sacerdotes, desde la misma sede de Pedro; esa es la piedra que no vencerán las orgullosas puertas del infierno”.
La sexta prerrogativa se encuentra en Mateo 17, donde el Señor ordena pagar el tributo por él y por Pedro: “Da, les dice, por mí y por ti”. A partir de estas palabras, los Apóstoles dedujeron que Pedro era preeminente sobre todos los demás, como escriben Orígenes, Crisóstomo y Jerónimo en el capítulo 16 de Mateo. Además, Crisóstomo afirma explícitamente en este lugar que Pedro fue puesto por encima de todos los demás y fue honrado con tal dignidad que no quiso que se mencionaran en su Evangelio aquellos hechos que lo glorificaban más. O los omitió o los mencionó brevemente. Y no puede haber otra razón para esto sino que Pedro lo deseaba así.
Finalmente, el autor de las Cuestiones del Antiguo y Nuevo Testamento, que se encuentran en el tomo 4 de las obras de Agustín, cuestión 75, dice que Cristo pagó dos dracmas, uno por él y otro por Pedro, porque, así como en Cristo, también en Pedro estaban contenidos todos los demás: “Porque él, dice, fue constituido cabeza de ellos, para que fuera el pastor del rebaño del Señor”.
Pero Jerónimo, en el capítulo 18 de Mateo, después de haber dicho que los Apóstoles dedujeron de la paga del tributo que Pedro sería el príncipe de todos, inmediatamente añade: “El Señor, entendiendo la causa de su error, sanó su deseo de gloria con una lección de humildad”. Así que los Apóstoles se equivocaron al pensar que Pedro sería la cabeza.
RESPONDO: Ciertamente los Apóstoles se equivocaron, pero no en sospechar que Pedro sería el príncipe, sino en imaginar que sería un príncipe temporal. Pues en ese momento creían que se les prometía un reino terrenal, aunque escuchaban muchas cosas sobre el reino de Cristo. Este error fue corregido muchas veces por el Señor, advirtiendo que los prefectos de la Iglesia no serían como los reyes de las naciones y que debían prepararse para persecuciones y la muerte en este mundo, no para el honor y la gloria.
Cap. XX: Se explican tres prerrogativas adicionales del Evangelio de San Lucas.
La séptima prerrogativa se toma de Lucas 5 y Juan 21, en los cuales se explican dos milagros de Cristo realizados en la pesca de Pedro. El primero de estos milagros manifiestamente designa, como señala San Agustín en el tratado 122 sobre Juan, a la Iglesia militante; el segundo, a la Iglesia triunfante. Pues el primero tuvo lugar antes de la resurrección de Cristo, y el segundo después de su resurrección. Asimismo, en el primero, las redes no se lanzan solo a la parte derecha ni solo a la izquierda, para que no creamos que solo los buenos o solo los malos vienen a la Iglesia, sino que se dice de manera indiferente: “Echad las redes para pescar.” En el segundo, las redes se lanzan solo a la parte derecha de la barca, porque solo los buenos serán recogidos para la vida eterna.
Además, en el primero, las redes se rompían y la barca casi se hundía, lo que significa los cismas, herejías y escándalos que hacen que la Iglesia se tambalee; pero en el segundo, no se rompió la red, como el mismo evangelista señala, haciendo referencia a la pesca anterior en la que las redes se rompían, y la barca no vacilaba, porque en la otra vida no habrá cismas ni escándalos.
Asimismo, en el primero, los peces se recogen sin un número determinado, para que se cumpla lo que está escrito en el Salmo 39: “He anunciado y hablado, y se han multiplicado sin número.” Pero en el segundo, no hay peces fuera de número, sino un número exacto de 153. Pues ninguno fuera del número de los elegidos será recogido para el reino.
Finalmente, en el primero, los peces se introducen en una barca que aún fluctúa, en el segundo se arrastran a la orilla, que por su estabilidad representa la vida inmortal y bienaventurada.
Por lo tanto, es una prerrogativa destacada de Pedro que en ambas barcas y pescas, que manifiestamente significan el estado de la Iglesia, Pedro siempre se encuentra como príncipe. Pues en Lucas 5, cuando el Señor vio varias barcas, entró en una, que era la de Simón, y desde ella enseñaba, para que entendamos que Cristo está presente y enseña solo en esa Iglesia cuyo gobernante es Pedro.
San Ambrosio, en el sermón 11, dice: “Esta es la única nave de la Iglesia que el Señor sube, en la cual Pedro ha sido constituido maestro.” En el mismo lugar, solo a Pedro se le dice: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”, donde Pedro es ordenado como el sumo piloto y pescador que debe guiar a otros a pescar. También en el mismo lugar, el Señor, explicando la figura, dice solo a Pedro: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.” De igual manera, en Juan 21, Pedro dice: “Voy a pescar”, y los demás le dicen: “Vamos nosotros también contigo.” Allí también: “Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra.” ¿Qué significa esto, sino que Pedro es quien lleva a los hombres del mundo a la fe y la Iglesia militante, y quien, guiándolos y gobernándolos, los lleva a la Iglesia triunfante?
La octava prerrogativa se encuentra en Lucas 22, donde el Señor dice: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no falte. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos.” Con estas palabras, el Señor claramente muestra que Pedro sería el príncipe y cabeza de sus hermanos. Así lo explican tanto griegos como latinos. Teofilacto, en este pasaje, dice: “Porque te tengo a ti como el príncipe de los discípulos, después de que me niegues y llores, confirma a los demás, porque esto es lo que te corresponde, ya que después de mí eres la roca y el fundamento de la Iglesia.” León, en el sermón 3 del aniversario de su asunción al Pontificado, dice: “Se suplica propiamente por la fe de Pedro, como si la estabilidad de los demás dependiera de que la mente del príncipe no fuera vencida.”
La novena prerrogativa es que Cristo resucitado se apareció primero de todos los Apóstoles a Pedro. Esto se deduce de las palabras de Lucas 24: “En verdad el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.” San Ambrosio nota que Cristo se apareció primero a Simón de entre todos los hombres, ya que antes había aparecido a María Magdalena, como escribe Marcos en el último capítulo. Esto también se deduce de manera clara de las palabras de San Pablo en 1 Corintios 15: “Os he transmitido, ante todo, lo que también recibí: que Cristo murió, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los once; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez; luego se apareció a Santiago, luego a todos los Apóstoles, y finalmente, como a un abortivo, se me apareció a mí.” Sobre este pasaje, Crisóstomo dice: “Por lo tanto, al principio no se apareció a todos, ni a muchos a la vez, sino solo a uno, y a ese príncipe, digno de la mayor fe.” Y más adelante añade: “Por lo tanto, se apareció primero a Pedro. Pues quien primero confesó a Cristo, no en vano fue también el primero en ver al Resucitado.” Teofilacto dice algo similar en su comentario sobre este pasaje.
Cap. XXI: Se explican otras dos prerrogativas del Evangelio de San Juan.
La décima es que Pedro fue el primero a quien el Señor lavó los pies, como explica San Agustín en el capítulo 13 de Juan. Y aunque Crisóstomo y Teofilacto, comentando el mismo pasaje, piensan que el primero fue Judas y el segundo Pedro, también ellos reconocen el primado de Pedro en este acto. Dicen que ningún otro habría permitido que le lavaran los pies antes que al príncipe de los Apóstoles, excepto Judas, quien impúdicamente se adelantó a Pedro. Sin embargo, la opinión de San Agustín parece ser más probable.
La undécima prerrogativa está en Juan 21, donde Cristo predijo solo a Pedro su muerte, y una muerte de cruz, de manera que, así como le había dado su propio nombre y le había impuesto su oficio, también lo tendría como compañero en la muerte. El Señor le dice: “Cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará donde no quieras.” El evangelista añade: “Esto dijo, señalando con qué muerte había de glorificar a Dios.” Luego, el Señor añade, hablando a Pedro: “Sígueme.” Algunos interpretan estas palabras como referentes al oficio pastoral, como lo hace Teofilacto, quien explica que “sígueme” significa: “Te conduzco a predicar, y pongo el mundo entero en tus manos.” Otros las interpretan como referentes a la similitud en la muerte, como Eutimio, quien explica que “sígueme” significa: “Imítame, sufriendo la cruz como yo.”
Pero la interpretación será más completa si unimos ambas opiniones. Porque cuando el Señor confió sus ovejas a Pedro y le predijo el tipo de muerte que sufriría, concluyó con una sola palabra: “Sígueme”, es decir, sé lo que fui tanto en vida como en muerte; sé pastor de las almas mientras vivas, y luego, a través de la muerte en la cruz, pasa de este mundo al Padre. Y para que no pensáramos que estas palabras eran dirigidas a todos, el Señor excluye explícitamente a Juan, quien lo seguía físicamente en ese momento, diciendo: “Si quiero que él permanezca, ¿qué te importa? Tú, sígueme.”
Cap. XXII: Se explican otras nueve prerrogativas de los Hechos de los Apóstoles y de la epístola a los Gálatas.
La duodécima prerrogativa se encuentra en Hechos 1, donde Pedro, como padre de familia, reúne a los discípulos y enseña que debe elegirse a alguien en lugar de Judas. Sobre este pasaje, Crisóstomo dice: “¿Cómo reconoce Pedro el rebaño que le fue encomendado? ¿Cómo es el príncipe de este coro?” Oecumenio comenta: “Se levanta Pedro, no Santiago, porque a él se le había confiado la presidencia de los discípulos. Nadie contradijo el discurso de Pedro, sino que, según su mandato, eligieron a dos que consideraban dignos para que Dios mismo designara a uno de ellos.”
La decimotercera prerrogativa se encuentra en Hechos 2, donde, después de haber recibido el Espíritu Santo, Pedro es el primero en proclamar el Evangelio, y en su primer sermón convierte a tres mil personas. Crisóstomo comenta: “Pedro era la boca de todos, pero los otros once estaban a su lado, aprobando con su testimonio lo que él decía.”
La decimocuarta prerrogativa está en Hechos 3, donde Pedro realiza el primer milagro en testimonio de la fe. Aunque Pedro y Juan estaban juntos, solo Pedro dijo al lisiado: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo, te lo doy…” San Ambrosio comenta acertadamente en el sermón 69 que Pedro realizó el primer milagro en la curación de los pies para mostrar que él es el fundamento de toda la Iglesia.
La decimoquinta prerrogativa se encuentra en Hechos 5, donde Pedro, como juez supremo y divino, reconoció y condenó la hipocresía y el fraude de Ananías y Safira, y con su palabra los mató.
La decimosexta prerrogativa está en Hechos 9, donde se dice: “Sucedió que Pedro, mientras recorría todos los lugares…” Sobre este pasaje, Crisóstomo comenta: “Así como un líder militar inspecciona las tropas, Pedro recorría todas las partes, viendo qué lugares estaban unidos y cuáles necesitaban de su presencia. Por eso lo vemos por todas partes, y siempre como el primero.”
La decimoséptima prerrogativa se encuentra en Hechos 10, donde Pedro es el primero en comenzar a predicar a los gentiles, así como fue el primero en predicar a los judíos. Solo a él se le mostró la visión que le advertía que había llegado el tiempo de predicar a los gentiles. En la visión se le dice: “Mata y come.” Matar y comer es propio de la cabeza, y por esta metáfora se indica que Pedro, como cabeza de la Iglesia, debe convertir a los infieles y hacerlos miembros de la Iglesia.
Podrías objetar: ¿No fue Felipe quien convirtió a un gentil, al eunuco de la reina de Etiopía, en Hechos 8? ¿Y no fue Pablo quien habló a los gentiles y discutió con los griegos en Hechos 9? ¿Cómo puede decirse entonces que Pedro fue el primero en predicar a los gentiles?
RESPONDO: Aquel eunuco era un prosélito, es decir, ya se había convertido al judaísmo, no era completamente gentil, como lo era Cornelio. Porque Pedro no miente en Hechos 15 cuando indica que él fue el primero en predicar a los gentiles. Además, en Hechos 11, Lucas escribe que los que fueron dispersados por la persecución bajo Esteban evangelizaban solo a los judíos, y uno de ellos era Felipe, como se ve en Hechos 8. Si Felipe ya había predicado a un gentil, y nadie lo había reprendido, ¿por qué luego Pedro duda si es el momento de predicar a los gentiles? ¿Por qué fue necesaria una visión celestial para animarlo? ¿Y por qué algunos judíos quedaron asombrados al escucharlo, y otros lo acusaron por haber hecho algo tan inusual? Además, este eunuco iba a Jerusalén al templo y leía Isaías en su carro, lo que son signos claros de que seguía el judaísmo.
Finalmente, Jerónimo, en su carta a Salvina, hablando de Cornelio, dice: “Él fue el primero bautizado por el Apóstol, inaugurando la salvación de los gentiles.” Y Crisóstomo, en la homilía 22 sobre los Hechos, hablando de Cornelio, dice: “¿Ves de dónde comenzó la conversión de los gentiles? De un hombre piadoso, considerado digno por sus obras.” Si en algún momento los Padres dicen que el eunuco bautizado por Felipe era un gentil, lo entienden en el sentido de su nacionalidad, no de su religión.
Respecto a Pablo, según los códices griegos, no hay dificultad. Porque en el texto griego no se dice que Pablo “hablaba a los gentiles”, sino solo que “hablaba y discutía con los griegos.” Aquí se llama griegos a los judíos que vivían en Grecia y hablaban griego, como indican Crisóstomo y Oecumenio. No es verosímil que Pablo predicara a los gentiles en la misma Jerusalén y que no hubiera ningún alboroto entre los hebreos, quienes más tarde se levantaron tan vehementemente contra Pedro por haber predicado a Cornelio. Sin embargo, como los códices latinos dicen “hablaba a los gentiles y discutía con los griegos”, puede entenderse que Pablo hablaba y discutía con los gentiles no para convertirlos a la fe, sino para defender la fe de sus calumnias. Así, Lucas añade que no se convirtió a ninguno, sino que se generó un odio tan grave contra Pablo que intentaron matarlo. Por lo tanto, Pedro fue el primer padre tanto de los judíos como de los gentiles.
La decimoctava prerrogativa se encuentra en Hechos 12, donde se oraba sin cesar por Pedro, que estaba en prisión. Y fue liberado por un milagro notable. Sabemos que antes de esto, Esteban estuvo en peligro y luego fue apedreado; también Santiago estuvo en prisión y fue ejecutado; sin embargo, no leemos que la Iglesia orara sin cesar por ellos como lo hizo ahora por Pedro. ¿Qué otra razón puede darse, sino que hay una gran diferencia entre que un miembro esté en peligro o que lo esté la misma cabeza? Crisóstomo comenta sobre este pasaje: “La oración es un signo de gran amor, todos buscaban al Padre…”
La decimonovena prerrogativa se encuentra en Hechos 15, donde Pedro habla primero en el Concilio, y Santiago y los demás lo siguen, como enseña Jerónimo en su carta a Agustín, la cual es la número 11 entre las cartas de Agustín, y Teodoreto, en su carta a León, dice: “Pablo, heraldo de la verdad y trompeta del Espíritu Santo, corrió hacia el gran Pedro para que él mismo trajera la solución a los que en Antioquía discutían sobre las instituciones legales.”
La vigésima prerrogativa se encuentra en Gálatas 1, donde Pablo dice: “Después de tres años subí a Jerusalén para ver a Pedro.” Sobre este pasaje, Oecumenio comenta que Pablo subió a Jerusalén para ver a Pedro, como a alguien mayor que él. Crisóstomo, en la homilía 87 sobre Juan, dice: “Pedro era la boca de los Apóstoles y su príncipe; por eso Pablo subió a verlo a él en particular.” San Ambrosio, en el capítulo 1 de Gálatas, comenta: “Era digno que Pablo deseara ver a Pedro, porque era el primero entre los Apóstoles, a quien el Salvador había confiado el cuidado de las Iglesias.” Y Jerónimo, en su carta 89 a Agustín, previamente citada, dice: “Pedro era de tal autoridad que Pablo escribió en su carta: ‘Después de tres años subí a Jerusalén para ver a Pedro.’”
Cap. XXIII: Se proponen otras prerrogativas según varios autores.
Hasta ahora hemos enumerado las prerrogativas que se recogen de las Sagradas Escrituras; ahora añadiremos otras ocho, que hemos tomado de varios autores.
La vigesimoprimera prerrogativa es que Cristo bautizó con sus propias manos solo a Pedro. Escribe Evodio, sucesor de Pedro en el episcopado de Antioquía, en una carta titulada τὸ φῶς (To fos), que Cristo bautizó solo a su Madre Virgen entre las mujeres, y a Pedro entre los hombres; Pedro bautizó a Andrés, Santiago y Juan, y estos bautizaron a los demás. Esto lo relatan Eutimio en el capítulo 3 de Juan y Nicéforo en el libro 2 de su Historia, capítulo 3.
La vigesimosegunda prerrogativa es que solo Pedro fue ordenado obispo por Cristo, mientras que los demás recibieron la consagración episcopal de Pedro. Esto lo prueba Juan de Torquemada en el libro 2 de su Summa de Ecclesia, capítulo 32, con varias razones, de las cuales las principales son dos. La primera es que o bien el Señor no ordenó a ningún obispo, o bien ordenó a todos, a algunos o a uno solo.
No puede decirse que no ordenó a ninguno, porque si fuera así, no tendríamos obispos hoy. Nadie puede dar a otro lo que no tiene; por lo tanto, quien no es obispo no puede ordenar a un obispo. Si el Señor no dejó ordenado a ningún obispo, ni siquiera a Pedro, ¿quién ordenó después a Pedro y a los demás?
Además, no todos los apóstoles fueron ordenados inmediatamente por el Señor, como queda claro en el caso de Pablo, a quien llamó desde el cielo y lo hizo apóstol, pero no lo ordenó obispo directamente, sino que mandó que fuera ordenado por la imposición de manos de los ministros de la Iglesia, como se muestra en Hechos 13, y como lo menciona León en su carta a Dióscoro, que es la número 81 en sus obras (en los tomos de los concilios es la número 79). Hablando de la ordenación de obispos, León pone el ejemplo de Pablo, y Crisóstomo comenta que la ordenación de Pablo fue tan verdadera que incluso en ese momento cambió su nombre: se le llamó Saulo, quien también es Pablo.
Además, Santiago el Menor, uno de los doce, fue ordenado obispo de Jerusalén por los apóstoles, y no directamente por Cristo, como lo enseña Anacleto en su carta 2, donde escribe que un obispo debe ser ordenado por tres obispos, como Santiago el Menor fue ordenado por Pedro, Santiago el Mayor y Juan. Clemente de Alejandría, citado por Eusebio en su libro 2 de Historia, capítulo 1, también relata que Santiago fue ordenado obispo por Pedro, Santiago y Juan. San Jerónimo, en su obra De viris illustribus, también confirma que Santiago fue ordenado obispo por los apóstoles después de la pasión del Señor.
No puede decirse que este Santiago no fuera apóstol de los doce, porque San Jerónimo lo refuta en su libro contra Helvidio, y nosotros lo hemos demostrado en otro lugar, ya que, de lo contrario, no se haría memoria en la Iglesia de uno de los apóstoles.
Tampoco puede sostenerse que el Señor haya ordenado a algunos y no a otros, porque los apóstoles, excepto Pedro, eran iguales entre sí, y ninguno tenía autoridad sobre otro. Toda la potestad que se les otorgó fue dada en común a todos, como se deduce de los Evangelios. Por lo tanto, si el Señor no ordenó ni a ninguno, ni a todos, ni a algunos, se sigue que solo ordenó a Pedro.
La segunda razón es que los antiguos enseñan que la Iglesia romana es la madre de todas las Iglesias y que todos los obispos recibieron de ella su consagración y dignidad. Esto no parecería ser cierto, a menos que se entienda en el sentido de que Pedro, que fue obispo de Roma, ordenó a todos los apóstoles y a todos los demás obispos, ya sea directamente o por medio de otros. De lo contrario, ya que los apóstoles constituyeron muchos obispos en diversas partes, si ellos no fueron ordenados obispos por Pedro, ciertamente la mayoría de los obispos no derivaría su origen de Pedro.
¿Qué significa, entonces, lo que Anacleto dice en su carta 1?: “En el Nuevo Testamento, después de Cristo, el orden sacerdotal comenzó con Pedro.” No puede referirse al orden de los sacerdotes menores, es decir, los presbíteros, porque está claro que los apóstoles fueron ordenados sacerdotes todos juntos en la última cena. Por lo tanto, habla del orden de los sacerdotes mayores, es decir, los obispos, el cual no puede decirse que comenzó con Pedro si todos los apóstoles fueron ordenados obispos directamente por Cristo.
¿Qué significa también lo que dice San Cipriano en el libro 4, carta 8, que la Iglesia romana es la madre y raíz de toda la Iglesia católica? ¿Qué quiere decir el papa Inocencio I en su carta al concilio de Cartago, que es la número 91 entre las cartas de San Agustín, cuando dice: “De Pedro surgió el mismo episcopado y toda la autoridad de este nombre”? ¿Y qué significa lo que escribe a ese mismo concilio Milevitano, en la carta número 93 de San Agustín: “Cuando se debate sobre la fe, considero que todos nuestros hermanos y coobispos deben recurrir a Pedro, es decir, al autor de su nombre y honor”? ¿Qué significa lo que dice el papa Julio I en su carta 1 a los orientales?: “¿Qué culpa podrían haber evitado si hubieran tomado la ley de la obediencia eclesiástica de donde reciben los honores de la consagración, de la sede del beato apóstol Pedro, que es la madre de nuestra dignidad sacerdotal y maestra de la razón eclesiástica?”
¿Qué significa, finalmente, lo que dice San León en su sermón 3 sobre su asunción al pontificado, cuando afirma: “Si Cristo quiso que los demás príncipes compartieran con Pedro alguna cosa en común, nunca dio nada a otros sin pasarlo primero a través de Pedro”? Y en su carta 89, escribe: “El Señor quiso que el sacramento de este ministerio perteneciera a todos los apóstoles, pero lo colocó principalmente en el bienaventurado Pedro, el más alto de todos, para que de él, como cabeza, los dones divinos se extendieran a todo el cuerpo.”
Pero algunos objetan este argumento: “En el apostolado está incluido el episcopado; de lo contrario, no sería cierto lo que Anacleto escribe en su carta 2, que los obispos suceden a los apóstoles. Y Cristo hizo a todos los apóstoles, no Pedro; por lo tanto, también Cristo los hizo obispos, no Pedro.” Además, lo que se dice de Judas el traidor en el Salmo 108: “Que otro tome su episcopado,” como lo explica Pedro en Hechos 1, sugiere que no fue Pedro quien lo ordenó. Por lo tanto, Pedro no ordenó a todos.
RESPONDO: El episcopado está contenido en el apostolado, y los obispos suceden a los apóstoles, pero no porque al ser apóstol ya se sea obispo (pues el Señor eligió a los doce discípulos y los llamó apóstoles, incluso antes de hacerlos sacerdotes, mucho menos obispos). El apostolado incluye el derecho de predicar, con una jurisdicción delegada muy amplia, la cual también puede estar en no obispos. Pero todos los apóstoles fueron obispos, y de hecho los primeros obispos de la Iglesia, aunque no fueran ordenados.
Respecto a lo de Judas, respondo que en el Salmo 108 la palabra episcopado no se refiere propiamente al cargo de obispo, sino a cualquier tipo de liderazgo o supervisión. En hebreo, la palabra utilizada es פקודה (pekudá), que significa “visita” o “supervisión.” Es creíble que Pedro haya citado este salmo en hebreo y haya aplicado este término de supervisión al apostolado de Judas. Cuando Lucas lo traduce al griego, usa la palabra ἐπισκοπὴν (episkopén), que los setenta intérpretes usaban para referirse a cualquier tipo de cargo, ya que en su tiempo aún no existía el episcopado tal como lo entendemos hoy. Añadamos que incluso Cicerón, en su libro 7 de cartas a Ático, usa este término cuando dice que Pompeyo lo nombró “episcopo” de toda Campania. También puede responderse que el salmo se refiere propiamente al episcopado que Judas habría tenido si no hubiera traicionado al Señor.
VIGÉSIMA TERCERA es que Pedro fue el primero en descubrir al heresiarca y príncipe, y al padre de todos los herejes que vinieron después, a saber, Simón el Mago, como se demuestra en los Hechos 8; y más tarde lo condenó y lo extinguió completamente. En efecto, era del todo conveniente que el príncipe y padre de la Iglesia superara al príncipe y padre de todos los herejes. Que Simón fue el padre de todos los herejes, lo escribe Ireneo en el libro 1, n. 1299, cap. 20, y al principio del libro 3.
Pero como CALVINO en su Institución, libro 4, cap. 6, §. 15, considera absurda la fábula sobre la contienda del bienaventurado Pedro con Simón, aportemos los testimonios antiguos sobre este asunto. Pues Egesipo lo relata en el libro 3 sobre la destrucción de Jerusalén, cap. 2, y Clemente en el libro 6 de las Constituciones Apostólicas, cap. 7, 8, y 9, quienes explican toda la historia de manera extensa. Igualmente, Arnobio en el libro 2 contra los Gentiles dice:
En Roma, dice, donde los hombres estaban ocupados en las artes de Numa y en antiguas supersticiones, no dudaron, sin embargo, en abandonar sus tradiciones y adherirse a la verdad cristiana. Pues habían visto el recorrido de Simón el Mago y sus carros de fuego disipados por el aliento de Pedro, cuando se nombró a Cristo y desaparecieron. Vieron, digo, al que confiaba en los dioses falsos y fue traicionado por aquellos mismos que le temían, siendo precipitado por su propio peso, yaciendo con las piernas fracturadas.
Esto mismo lo narran DAMASO en la vida de Pedro, Cirilo en la catequesis 6, Epifanio en la herejía 21, Teodoreto en el libro 1 de las fábulas heréticas, Ambrosio en el discurso contra Auxencio, Jerónimo en el libro sobre los hombres ilustres en la parte sobre Simón Pedro, Sulpicio en el libro 2 de la historia sagrada, Gregorio de Tours en el libro 1 de la historia, cap. 25, Eusebio en el libro 2 de la historia, cap. 13, Máximo en el sermón último sobre los santos Pedro y Pablo, y finalmente Agustín, cuyas palabras en el libro sobre las herejías, cap. 1, son estas:
En la ciudad de Roma, el bienaventurado Apóstol Pedro extinguió a Simón el Mago con el verdadero poder de Dios omnipotente.
De lo cual entendemos que el mismo Agustín en la epístola 86 a Casulano, cuando dice: "Es también esta la opinión de muchos, aunque la mayoría de los romanos afirman que es falsa, que el Apóstol Pedro, al luchar con Simón el Mago en un día domingo, a causa del gran peligro de tentación, ayunó el día anterior junto con la Iglesia de la misma ciudad, y que, habiendo obtenido un éxito tan próspero y glorioso, mantuvo esa costumbre, la cual también imitaron algunas Iglesias de Occidente, etc.", no quiso decir que la opinión sobre la contienda de Pedro con Simón fuera incierta, como pensaba Calvino, sino que la causa del ayuno del sábado era incierta. Pues aunque los autores citados coinciden en que Pedro disputó en Roma con Simón y lo venció, ninguno afirma que esto ocurrió en domingo, ni que ayunó el día anterior, ni que por ello se instituyó el ayuno del sábado, de lo cual Agustín discute en esa epístola.
VIGÉSIMA CUARTA es que Pedro, por mandato divino, estableció su sede principalmente en Roma. Pues parece ser una señal evidente del principado de Pedro, que mientras los apóstoles eran enviados por él a todo el mundo, Pedro fue enviado a la misma cabeza del mundo y reina de las ciudades. Lo cual también enseña León en el sermón 1 sobre el natalicio de los santos Pedro y Pablo:
Pues, dice, cuando los doce apóstoles, habiendo recibido por el Espíritu Santo la capacidad de hablar en todas las lenguas, asumieron la tarea de predicar el Evangelio al mundo, repartidas entre ellos las partes del mundo, el bienaventurado Pedro, príncipe del orden apostólico, fue enviado a la cumbre del Imperio Romano, para que la ley de la verdad, revelada para la salvación de todas las naciones, se difundiera con mayor eficacia desde la misma cabeza al resto del cuerpo del mundo.
Y Máximo, en el sermón 1 sobre el natalicio de los santos Pedro y Pablo, dice: "Donde el mundo tenía la cabeza del imperio, allí colocó los príncipes de su reino." Pero sobre esto trataremos más extensamente en la cuestión siguiente.
VIGÉSIMA QUINTA es que, al final de la vida de Pedro, Cristo mismo se dignó aparecerse a Pedro, y cuando este le preguntó: "Señor, ¿a dónde vas?", respondió: "Vengo a Roma a ser crucificado de nuevo." Egesipo lo relata en el libro 3 sobre la destrucción de Jerusalén, cap. 2, y Ambrosio en el discurso contra Auxencio testifican esto: "Por la noche", dice Ambrosio, "Pedro comenzó a salir por la muralla y, al ver que Cristo le salía al encuentro en la puerta y que iba entrando en la ciudad, le dijo: Señor, ¿a dónde vas? Y Cristo respondió: Vengo a Roma a ser crucificado de nuevo." Pedro entendió que esa respuesta divina se refería a su propia cruz.
También lo indica ATANASIO, aunque de manera más oscura, cuando en su Apología por su huida, dice de Pedro: "Cuando oyó que debía sufrir el martirio en Roma, no rechazó ese destino, sino que fue a Roma con alegría."
Finalmente, el mismo relato lo hace San Gregorio en la explicación del salmo penitencial 4:
"Pedro", dice, "dijo: Vengo a Roma a ser crucificado de nuevo. Pues quien ya había sido crucificado en sí mismo hace tiempo, decía que iba a ser crucificado de nuevo en Pedro." ¿Y qué quiso significar el Señor cuando dijo que en la crucifixión de Pedro sería crucificado de nuevo, sino que Pedro era su vicario, y que lo que le sucedía a Pedro le sucedía a Él mismo? Así había dicho antes a Samuel en 1 Reyes 8: "No te han rechazado a ti, sino a mí, para que no reine sobre ellos."