1, 15-17

¡Sí, qué bella eres, amiga mía, qué bella eres! ¡Tus ojos son palomas! ¡Sí, qué bello eres, amado mío, qué encantador! Verdor puro es nuestro lecho, las vigas de nuestra casa de cedro, de ciprés nuestros muros.

Breve confirmación de la belleza recíproca. Pero él la llama amiga; ella, amado. De nuevo parece que ella da un paso más que él. Él parece mantenerse, por el momento, en un nivel determinado del amor, mientras que ella lo alaba como amado desde la plenitud de su experiencia. Ella está lejos del estado en el que se llamó «negra pero graciosa»; acepta la veneración del amado, así como él la de ella. Pero mientras él se limita a venerar su belleza, ella instala la de él en un hogar. Ella construye una casa en torno a él, quiere darle a su amor por él un espacio fijo. Y una vez más lo atrae dentro de ese espacio. Le quiere mostrar cómo ella prepara todo en vista de su venida, cómo ya ahora construye todo el futuro en vista de él.