2, 8-9
¡Escucha la voz de mi amado! Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los cerros. Mi amado es semejante a una gacela o a un cervatillo joven. Vedle, ahora está detrás de nuestra cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas.
Ella lo ve venir, siempre más cercano y más vivaz. Él está colmado de esperanza. Está tan impacientemente colmado de amor, que deviene ágil como las gacelas para poder alcanzarla rápidamente. Pero no arriba hasta ella, sino solo hasta la cerca, y mira y habla a través de esta. Una valla lo retiene, justo ahora que quería hacerse accesible. Se ve su voluntad de amar, pero también el impedimento que se contrapone a su cumplimiento. La novia interpreta el alto que él hace ante la cerca como algo que pertenece a la perfección de su amor. Si él, en vez de hablar, hubiera irrumpido, hubiera pasado de golpe a la acción, entonces no habría sido expresado claramente el aspecto espiritual del amor.
El ser humano, siendo pecador, no está en posesión de la plenitud perfecta. No puede cumplir el acto del amor mientras conversa. O la primacía la tiene lo espiritual o lo corporal. La novia tiene una sensación correcta de eso, de modo que para ella tanto los saltos cuanto la actitud interior del novio son dos caras de lo mismo. Si se traslada esto a la Iglesia, entonces el Señor es el novio que solicita de continuo la mano de la Iglesia, pero que también es capaz de graduar sus actos frente a ella para que ella permanezca receptiva y comprenda su amor de Esposo. Entre Dios y Dios, entre Padre, Hijo y Espíritu todo está cumplido en la permanente simultaneidad de acción y contemplación. Por el contrario, entre el Señor y la Iglesia, acción y contemplación permanecen distintos. Ciertamente, ambas fluyen siempre la una en la otra, pero han de existir distancias claras. En este sentido, la Iglesia es tratada como un ser humano, como una verdadera esposa. El Señor siempre de nuevo le da lo divino, claramente, pero sin embargo cuenta con su debilidad e incapacidad para recibir. Ni la esposa ni la Iglesia sufren bajo esta acción de ajustarse. Es lo humano en ella lo que se aferra y se queda en lo limitado.