5, 2b
¡Ábreme, hermana, amiga mía, paloma mía, mi inmaculada! ¡Pues mi cabeza está cubierta de rocío, y mis bucles del relente de la noche!
Él pide que le deje entrar, pues ella ha cerrado la puerta antes de ir a dormir, si bien lo esperaba. Ella está tan cerrada en sí que está cerrada, excluida para otros. Pero él tiene el derecho de exigir que le abra. Luego muestra cuán urgente es dejarlo pasar, pues está cubierto del rocío de la noche. Él quiere despertar un poco de compasión. No habla de su enorme deseo por ella. Solo le muestra que ha recorrido un largo camino hacia ella durante la noche. Ahora debe abrirle, sabiendo que él tiene necesidad de ella; quizá ella misma debería invitarlo al amor. Debe darse cuenta de que él la necesita en una forma determinada, pues él ha caminado por la noche húmeda. Ella ha de prestarle un servicio definido, pero él no se detiene a aclararle los detalles.
Sin embargo, su llamarla desde afuera es un reclamo único: Hermana, amiga mía, paloma mía, mi inmaculada. Él habla como si ahora dependiese de ella todo lo que le recuerda el amor mutuo. Ella es la amada, él no se refiere a su propio amor. En cuanto pone de tal modo todo el amor del lado de ella, se hace aún más urgente su invitación a abrir la puerta.