8, 8-10

Tenemos una hermana aún pequeña, no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que sea libre? Si es una muralla, entonces construiremos sobre ella almenas de plata; y si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro. Yo soy una muralla, y mis pechos como torres. Así me volví a sus ojos, como quien ha hallado la gracia.

Algunos piensan que la esposa es todavía una niña y temen que pueda ser considerada una adulta. Entretanto quieren protegerla y no ven que ese tiempo ya ha pasado. Quieren impedir el acceso a ella, pues aún no tiene pechos, aún es inmadura. Una almena debe hacerla inabordable, con barras de cedro se quiere impedir el acceso a ella. Por lo pronto, ella no debe conocer el amor, pues no es ni prometida ni mujer.

Ella se protege de inmediato: ya es una muralla y como tal sabrá defenderse, pero también será capaz de entregarse. En sus pechos, ya es una torre. Es adulta y sabe a quién ha de dejar entrar en la ciudadela. Sí, ya ha conocido el amor: Así me volví a sus ojos, como quien ha hallado la gracia. Ya está comprometida y el rey ha admitido esa unión. Él no depende de la afirmación de que ella aún es inmadura, sino que la conoce muy bien. A la vez, le concede una protección que aquellos que no la conocen no pueden darle. Pues, en él, ella ha encontrado la salvación, la felicidad y la paz.

Los de fuera, los profanos, siempre pueden afirmar que la Iglesia no es madura, que, así como ella es, no es madura para el amor del Señor. Le ponen parámetros y luego afirman que la Iglesia no corresponde a ellos.

Pero la Iglesia debe protegerse y, de hecho, se protege. Ella dice que el Señor la encuentra justa y, precisamente allí donde los profanos la desprecian, ella responde de un modo adecuado. Ella lo sabe, ante todo, porque el Señor ha hecho la prueba y le ha dicho que puede donarse y ser totalmente suya, que ella por Él es madura. Así la Iglesia no puede afrontar mejor toda crítica que viene de afuera que remitiendo a su relación con el Señor. Si Él la encuentra justa, nadie puede juzgar de otro modo. Ella no dice que sus pechos se hayan hecho torres antes de haber conocido al Señor. No dice cuánto ha trabajado el Señor para esa madurez, pero eso no le incumbe a nadie, pertenece al misterio de su donación al Señor. Hay en el amor entre dos personas muchas cosas que parecen interesantes desde fuera y uno se arroga el derecho de emitir un juicio, pero todas ellas solo son comprensibles en la relación de los amantes. La ley de Dios puede expresarse perfectamente en ambos, si cada uno tiene la seguridad de que el otro está en Dios. Esa ley vale para los que se aman; para los de fuera, para los profanos, es incomprensible.