5, 1

Ya entro en mi huerto, hermana, novia mía, tomo mi mirra y mi bálsamo, como mi panal y mi miel, bebo mi vino y mi leche. ¡Comed, amigos, bebed, oh queridos, embriagaos!

La palabra «mi» reina en este pasaje. De nuevo se acentúa la exclusividad de ese amor. En el inicio está el acto mismo, luego se despliega todo el juego del amor. El novio va a la cosa principal: recoger la mirra para, desde allí, desplegar todo el resto. Ella ha de saber que él la quiere poseer por completo, pero que esa posesión no lo hace insensible para sus restantes atractivos. Él exige todo; todo de una vez. Nada debe quedar sin gustar, él es receptivo y agradecido por todo. Pero lo exige como aquello que le pertenece. Y él recogerá todo lo que ella le ofrece. La mujer, en el fondo, tiene más placer en todo el resto, al hombre le interesa más el acto. Pero, dado que él realmente la ama, no presionará hacia el acto sin un preludio; y porque ella realmente lo ama, no querrá detenerse en el preludio, sino ir hasta la donación total.

Pero, después que él ha acentuado tan fuertemente su posesión, pasa a invitar a otros a consagrarse al amor. En esto, él es diferente a la novia. Ella ve únicamente la relación con su esposo, excluye de esta a los demás, no les abre camino alguno hacia ese amor. El novio, por el contrario, posee con magnanimidad; quiere que también los demás experimenten lo mismo que él, ciertamente no con su propia esposa, pero sí con otras mujeres. El varón está siempre también en una comunidad con otros varones; su matrimonio no puede separarlo de sus amigos. Eso radica de algún modo en el hecho de que su responsabilidad es más amplia. También como casado, precisamente como hombre casado, tiene un ministerio en el ámbito mundano y, al mismo tiempo, el deber de cuidar el orden de la casa y de la hacienda. Y si su relación hacia la esposa es fecunda y bella, desea la misma experiencia para los demás varones.

El Señor también lo quiere todo frente a la Iglesia. Quiere la unión sacramental en la que regala lo suyo. Para Él, en el medio está la eucaristía; no descuida los demás sacramentos, sin embargo la intención última se llama comunión. Y en esta acepta toda donación y veneración de la Iglesia como algo que Le pertenece y corresponde. Y precisamente en cada forma que le agrada a la Iglesia. Aquí existe una justificación de todas las formas posibles e imposibles de devoción y objetos de devoción que existen en la Iglesia. Él toma de ella todo lo que le es ofrecido y es bueno a los ojos de ella, en cuanto está orientado a la comunidad última con Él. Los amigos alegremente animados pueden ser Dios Padre y Dios Espíritu o los cristianos singulares, en especial los santos, que son sus amigos más íntimos. Ellos deben recoger en la Iglesia lo que esta les tiene preparado, y llevarle también lo que a ella corresponde.