2, 7
Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por las ciervas del campo: no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca.
El novio sabe que existen otras mujeres; ahora les habla a ellas. Esto es curioso. La novia conoce solo al novio. Él conoce a otras y espera de ellas, simplemente, que no molesten a su amada. Sucede como si, por la discreción solicitada, él iniciara en el amor a esas hijas de Jerusalén. Ellas deben saber que él ama a la novia y que en ese juego amoroso no puede haber ningún estorbo. Por eso, han de comportarse con calma y guardar la distancia necesaria. Pero, al hacerlo, reciben un papel, se transforman en consabidoras, protectoras, colaboradoras
El inicio del juego amoroso fue determinado por él: él la había llevado a la casa del vino. El fin, de algún modo, le es confiado a ella: hasta que a ella le plazca despertarse, puede descansar en ese amor. Está tan abandonada que para ella solo existe el novio. Siendo colmada por él, ella duerme; perteneciéndole, vive el sueño de su amor de mujer.
La Iglesia no debe ser molestada por otros. Para ella, es un tiempo de decisión. Pues siendo la que se ha donado por completo al Señor, ella no debiera conocer realmente a otras mujeres –iglesias, posibilidades de entrar en relación con el Señor– hasta que sea lo suficientemente fuerte, hasta que haya conocido el amor del Señor de tal manera que haya superado todo peligro. Él pone en sus manos la decisión sobre si quiere marcharse. Pero ella sabe que solo puede irse si Él la colma por completo y no existe más peligro alguno de infidelidad.
Las hijas de Jerusalén están de alguna manera en el tiempo, el Señor y la Iglesia no están en el tiempo, sino en la eternidad. Puede no gustarle a la Iglesia el ser enviada desde la eternidad al tiempo, pero eso puede ser una tarea encomendada por el Señor, que la acompaña y abraza con su amor eterno mientras ella aún trabaja en el tiempo. Por otra parte, ella tiene la libertad de distanciarse de la eternidad del Señor y de buscar lo temporal por sí y ante sí. El Señor la ha formado en la eternidad, pero ella puede querer ser temporal. El Señor hace todo por mantener lejos de ella las oportunidades del extravío.