1, 9-11

A mi yegua, entre los carros del Faraón, yo te comparo, amada mía. Graciosas son tus mejillas entre los pendientes, y tu cuello entre los collares. Finos collares de oro haremos para ti, con cuentas de plata.

Una comparación: la yegua que tira los carros del faraón. También la novia tiene una tarea similar. Si ella avanza, entonces lo hace junto con el novio. A él, como rey, le corresponde el lugar en el carro. El carro ha de ir adonde él quiera y, en todo caso, la yegua debe arrastrar. De esta imagen, la descripción pasa acto seguido a la belleza y a los adornos de la mujer. Las alhajas le sientan muy bien a sus mejillas y a su cuello, las joyas no modelarán toda su belleza, sino que la realzarán. Ella ya tiene sus adornos: la experiencia del esposo. Pero él menciona todavía otros. Probablemente esos adornos provienen también de él, pero no lo menciona, sino que le promete otros nuevos. Se puede suponer que los adornos que le ha dado le quedan tan bien que él quiera regalarle muchos otros.

Si la novia es la Iglesia, entonces el Señor tiene necesidad de ella para avanzar, para llenar el mundo con su palabra. La misión de ella está en el interior de la de Él. Es como si cada día el Señor encontrara de nuevo a la Iglesia. Él celebra la perenne actualidad de su belleza, sin mencionar el origen de esa belleza y prometiendo siempre de nuevo: más adornos, más belleza, para que sus dones nunca sean considerados agotados. La Iglesia debe permanecer en unión con Él, continuar las pisadas y alegrarse de recibir de su mano nuevos adornos. Pues, probablemente, esa novia Iglesia está un poco en peligro de creer que ha recibido suficiente de una vez para siempre. El Señor le describe los adornos, para que ella se alegre sobre algo determinado. Eso le está permitido. No ha de alegrarse siempre sin objeto. Existen promesas bien formuladas que le pertenecen y que se cumplirán en ella. Se puede ver aquí, además, que es justo adornar a la Iglesia también en su exterior.

Si la novia es el pueblo de la Antigua Alianza, se hace patente que el Señor no le promete ante todo su cuarto de esposo, sino en primer lugar adornos. Aquí aún rige una relación de justicia entre varón y mujer y no el amor que todo lo desborda. La novia desea al novio y este le promete sus adornos. Esto es el aspecto veterotestamentario. Hoy en día sigue siendo una costumbre entre judíos enviarle a la novia una gran cantidad de regalos antes de la boda, mejor, antes de la noche de bodas (a veces se los toma prestados del joyero y luego se los devuelve). Y el esposo, la mañana siguiente, le regala algo a la esposa como signo de su satisfacción. Un regalo posterior. Entre cristianos, el regalo del esposo no tiene nada que ver con la noche.