4, 16
Levántate, viento del norte; ven deprisa, viento del sur. Soplad en mi huerto, que fluyan sus aromas. Que mi amado quiera entrar en su huerto y gozar de sus frutos exquisitos.
La novia desea que su jardín sea penetrado por el soplo del viento (los chinos hablan de nube y viento) y que ese jardín sea útil para el novio. El viento está seguramente en relación con la fecundidad. Él leva las semillas. También el espíritu del amor. Del espíritu del amor la novia quiere recibir la semilla y devenir fecunda. También el novio desea que venga el viento del norte y del sur, para que el jardín sea penetrado por el viento y sus aromas fluyan: es el preludio del amor, cuando ambos desean que el viento quiera soplar y los aromas quieran fluir.
Movida por este preludio, la novia está pronta a recibirlo y se consume de deseo por él. Él debe poder gozar y comer los frutos que han madurado bajo su soplo. Y ella le promete alegría: serán frutos exquisitos. Conmueve ver que ella le confía todos los preparativos. Si él la caracteriza como su jardín, entonces ella quiere ser totalmente su jardín, un jardín que hace crecer lo que en él fue plantado y que el viento ha acariciado.
También la Iglesia vive del Espíritu del Señor. Y si está empapada de ese Espíritu, el Señor puede recoger en ella los frutos del Espíritu. Es un eterno movimiento en ella, en el que ella recibe del Señor y se lo vuelve a donar. Se es demasiado proclive a mirar a la Iglesia como institución, a explicarla únicamente a ese nivel. Ella vive, sin embargo, esencialmente en un movimiento desde y hacia el Hijo, así como Este vive desde y hacia el Padre. La relación Señor-Iglesia no está fijada ni asegurada una vez por todas, ella brota siempre nueva. Está llena de cambios y reciprocidades, acercamientos y nuevos alejamientos; así como los esposos a menudo se dedican a su propio trabajo, cada uno vive y experimenta algo para sí mismo, que luego puede ser conversado otra vez entre ambos…