1, 5-6

Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Quedar, como los pabellones de Šalmá. No os fijéis en que estoy morena, pues el sol me ha quemado. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me han hecho guardiana de las viñas. ¡Por eso no he guardado mi propia viña!

Ella habla de sí misma de un modo más objetivo de como lo ha hecho del esposo. Asume como válido que es graciosa, se lamenta de estar morena. Y no quisiera que se le atribuyese demasiada importancia a esa piel oscura.

Estamos de nuevo ante una rara especie de justicia. Ella sopesa, ve las carencias: «Basta que yo las vea, vosotros no os preocupéis». Y si ella es tan oscura y no es la que quisiera ser, son culpables sus hermanos: ellos la han obligado a cuidar bienes ajenos, de modo que no ha podido atender los propios. Es parecida a la disculpa anterior: no se debe prestar mucha atención a que sea morena. Ahora se ha de percibir el origen de ese hecho: ella no tuvo tiempo para cultivar lo propio; fue puesta a servir, en un tipo de servicio cruel: los hermanos la han tratado duramente. Si hubiese sucedido de acuerdo con su voluntad, habría seguido siendo siempre graciosa y no habría necesitado de ninguna aclaración y disculpa. Estaría abandonada de un modo más inocente.

Si la doncella es una imagen de la Iglesia, entonces representa una Iglesia que percibe sus faltas, pero le dice al Señor: En definitiva, no es culpa mía, no puedo evitarlo.

Si yo debo cuidar tantos pecadores, necesito toda mi fuerza para avanzar con ellos tan solo un pasito. Yo no puedo cuidar suficientemente de mi belleza, porque una voluntad ajena, en última instancia la del Señor, me ha achacado todos esos pecadores. Se lamenta de ello y dice: No mires demasiado mis faltas, pues en el fondo yo soy graciosa, solo que ante mi esplendor se interpuso una pantalla.

Esta no es la Iglesia totalmente transparente al Señor, pues en ese caso no se defendería frente a Él. Ella se confiesa imperfectamente, en su declaración de los pecados existe demasiada auto-justificación. Ni está perfectamente desnuda ante el Señor para que Él mismo la pueda probar y contemplar, ni tampoco hace su examen de conciencia a fin de poder ver sus faltas. Sus palabras son híbridas. «Yo estoy desnuda, pero sin embargo me cubro. Reconozco mis faltas, pero me concedo circunstancias atenuantes». A pesar de todo, está a la espera del amor perfecto. Por lo visto no conoce nada mejor. Y en su imagen, reveladora de imperfecciones, de ningún modo se reflejan imperfecciones del Señor: Él es inmaculado. Ella lo sabe. Ha presentado la imagen del Señor como perfecta y la suya propia como imperfecta.