5, 7-8

Me encontraron los centinelas, los que hacen la ronda por la ciudad. Me golpearon, me hirieron, me quitaron mi chal los guardias de las murallas. Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le habéis de anunciar? ¡Que estoy enferma de amor!

Los guardias desempeñan ahora un papel totalmente distinto que la vez anterior. Allí fueron mencionados brevemente, eran como los precursores del novio; tan pronto los había dejado, la novia encuentra al novio. En algún sentido, ellos eran mediadores de su amor, de todos modos, habían tenido una influencia positiva en su amor. Ahora, cuando ella no tiene razón, cuando ha experimentado la vehemencia de su amor después que ha despreciado el de él, ellos están del lado del novio y la castigan. Su castigo es primero corporal. El espiritual viene después: si ella ha esperado reencontrarlo con la ayuda de ellos, se ve decepcionada. Es bastante extraño: los guardias la golpean, pero el castigo espiritual se cumple entre el esposo y la esposa; a él se le deja la parte espiritual: no se deja encontrar. Parece que se mantuviera escondido con intención. A ella se le arranca el velo, es abandonada al escarnio y al desprecio de los hombres. El quitarle el velo marca el paso del castigo físico al espiritual, así como el pudor está entre lo espiritual y lo corporal.

Las hijas de Jerusalén asumen una tarea de mediación. La novia se confía a ellas. Ella parece dudar acerca de si podrá apaciguar por sí sola al novio. Él está herido en su orgullo. Ahora él debe ver cómo ella se humilla al encargar a otras mujeres la tarea de la reconciliación. A los guardias no les encomienda ninguna tarea. Las palabras a las hijas de Jerusalén son parte de su humillación espiritual.

Aplicado a la Iglesia, esto se refiere más a los fieles individuales o grupos o partes de la Iglesia que a la Catholica en su totalidad. Los individuos pueden desatender las exigencias del Señor, no considerar su tiempo como el propio, querer imponerle el propio tiempo y con ello dejar escapar el de Él. Ellos no vuelven a encontrar simplemente al Señor sin tener que contar con un castigo, en el momento en que son lo bastante «amables» como para volver a buscarle.

El Señor ha mencionado a la novia ante todo como su amiga, su paloma, y con ello ha reclamado su sí, su respuesta. La exigencia del Señor no llega jamás en un tiempo en el que el individuo no pueda responder con su sí. Aun cuando él deba hacer ciertos preparativos para dejar entrar al Señor, también estos son calculados por Él. Es un inicio de donación que uno se levante, que haga todo lo necesario para abrir las puertas, que uno deshaga lo que había preparado al ver que Él no viene. Yo quisiera casarme, pero Él llama y dice: ¡Ven al monasterio!, entonces debo quitarme de nuevo el vestido que me había puesto. Jamás se puede afirmar que una llamada del Señor sea inoportuna. Él viene a su tiempo y yo lo he de hacer mío, aun si hubiera dispuesto las cosas de otro modo. Incluso si no solo tenía en miras un estado de vida, sino que ya lo había iniciado, he de cambiarlo. Mis propios preparativos no le interesan al Señor. Le es igual lo que yo había elegido siguiendo mi buen parecer, por ejemplo, el camino del matrimonio, etc. Alargando su mano, Él muestra bien claramente su voluntad; aun si yo me niego, no deja lugar a ninguna duda de que realmente era Él. Precisamente negando, yo lo experimento.

El ver la mano potencia el escuchar su voz. Él muestra su mano cuando ya es demasiado tarde; provoca la situación, siempre repetida, de conocer ese «demasiado tarde». A uno se le sale el alma a causa de su huida y no es posible regresar a la cama. El cómodo statu quo, la tranquila «instalación» ya no existe, el estar protegido en el Señor se perdió por ligereza, de modo que solo queda la ambigüedad de un «tercer estado» que está bien caracterizado en estos versículos. Lo único que resta es buscar y ser golpeado, aún más: quedar golpeado. Y, además, descubierto, sin el chal. No ser más apto para un estado verdadero, sino resbalar a una situación intermedia. Pero si se es un pecador cualquiera –y la exigencia del Señor no se refiere a una elección de estado de vida–, si se ha desairado al Señor y ahora se busca restablecer el contacto con Él, entonces las hijas de Jerusalén juegan aquí un rol importante. Confiarse a ellas es una especie de confesión y penitencia. Mi recurso es acudir a aquellos cristianos que esencialmente no se han alejado del Señor, los santos en la Iglesia, ellos han de mediar. El Señor no está ahí, yo le busco; pero he caído fuera de la gracia y ahora forma parte de mi penitencia el pedir ayuda a otros. ¡Comunión de los santos!

Si la esposa dice con razón que está enferma de amor, eso es simplemente el contenido del anuncio que debe ser transmitido. La novia no sabe cómo reaccionará el novio a esas palabras. Ella lo ha lastimado; no puede esperar que él simplemente deje pasar el hecho sin restablecer el orden.