5, 3-6
«Ya me he quitado mi vestido, ¿cómo ponérmelo de nuevo? Me he lavado mis pies, ¿cómo volver a mancharlos?». Mi amado metió la mano por la hendidura; entonces, por él vibró lo más íntimo de mí. Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaron mirra, mis dedos mirra que corrió por el pestillo de la cerradura. Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido, había desaparecido. El alma se me salió por su huida. Yo le busqué y no le hallé; le llamé, y no me respondió.
Si bien poco antes la novia dijo que su corazón velaba, que esperaba al novio, ahora afecta modestia y se hace rogar. Debería recibirlo de inmediato, pero quiere hacerle más difícil el camino hacia ella. Todo pretexto le es oportuno para retardar el encuentro, si bien lo ama y su corazón velaba. Hay una contradicción en ella. En el sentimiento de fondo está dispuesta para él, en los hechos particulares es cómoda. Y puesto que ya tiene una experiencia del novio, piensa tener un derecho a determinar cuándo quiere dejarlo pasar y cuándo no. Ella aplaza para más tarde el tomar en serio la donación perfecta. Puesto que él es tan tierno y le tiene tanta consideración, cree poder conducir por sí misma el juego de la cortesía mutua y decir cuándo le viene bien la entrega.
La primera vez, cuando el novio miró por la cerca y dejó en sus manos un pequeño trecho de camino –ella debía consentir a su venida e irle al encuentro–, ella estaba plena de deseo y este deseo ardiente venció su comodidad. Entretanto, ha hecho del amor una especie de derecho propio; incluso se vanagloria de que su corazón vela al dormir. Pero a la hora de la verdad, no quiere. No es aversión, sino comodidad, un cierto instalarse en el amor, un pretender privilegios y poner condiciones.
Él mete la mano por la hendidura. Ella ve algo de él. En ese momento es consciente de todo el amor que él le tiene y su interior se estremece. Quizá había pensado, cuando su corazón velaba al dormir, en una vida de amor de ensueño, medio despierta, que en verdad consiste solo de recuerdos y deseos propios. Ahora, al ver su mano, su sueño se rasga y deja lugar a la realidad. El verdadero amor le conmueve y salta para abrirle al amado. Que sus manos y dedos chorreen mirra expresa ese estar conmovida, su colmado anhelo por él.
Ella abre la puerta. Él había pedido que se le abriese rápidamente. Ella se había tomado su tiempo para hacer remilgos, permanecer en su lecho, hablar a través de la puerta, finalmente para ver su mano que promete el momento de amor venidero y dejarse aferrar por el deseo de él: pero mi amado se había ido.
En un sentido doble, como si no solo hubiese desaparecido el amante, sino también su deseo. Se le ha dejado esperando demasiado tiempo. Lo espiritual decide: él es un varón y no deja que se juegue con él. Quizá deje que se juegue con él en el tiempo anterior al matrimonio, mientras no se es aún realmente adulto en el amor. Pues la mujer deviene verdaderamente adulta en los brazos del hombre; los juegos del tiempo de los esponsales son como una complacencia del varón adulto frente a la mujer aún niña. Cuando el amor crece bien, la noche de bodas lleva a la muchacha al estado de la fecundidad, que es un estado de madurez. El varón que se compromete, que quiere fundar un hogar, que debe tener ingresos, con el compromiso matrimonial realiza ya una acción plenamente responsable. Esa responsabilidad es menos pronunciada en la muchacha, ella la asume por completo al ser madre. Esto es así para que la mujer reciba del varón no solo el niño, sino también la madurez última de su orientación espiritual. El varón no debe desatender la oportunidad de hacer madurar ciertas potencialidades de la mujer. Algo del carácter del varón, de su visión del mundo, de su vida en general, todo lo que aparentemente parece no tener nada que ver con el acto, se manifiesta en este y es transmitido a la mujer de un modo a la vez espiritual, instintivo y fisiológico. Ella conoce de este modo al varón, se conforma a él. También en la misma unión hay una especie de contemplación, una paz, una perseverancia, un reposo. No quieren dejar pasar el momento demasiado rápido. Precisamente ese reposo manifiesta mucho de la esencia del varón y hace posible una conformación mutua, algo como una última «afinación de los instrumentos». Es también el momento en que el varón ya no piensa «yo», sino «nosotros», y cuando la mujer siente ese «nosotros». El primer acuerdo, aún imperfecto, no necesita hacerse consciente; en cambio, ahora es importante que se experimente el estar plenamente de acuerdo y conformados el uno al otro. El desarrollo posterior es absolutamente una realidad de ambos, no es más determinado solo por el varón, sino querido, planeado, formado en unidad.
Precisamente por ser esto así y por querer incluir a la mujer en todo lo decisivo, el varón no puede dejarse tratar por ella como si fuera un juguete, permitir ser despachado por la puerta. Las disculpas que ella aquí trae son nimiedades sin sentido; ella quiere determinar y eso aquí no viene a cuento. El hombre determina, pero debe incluir en su disponer el consentimiento de la mujer. El hecho de haberse ido es un signo de su masculinidad. Y luego es un signo de su femineidad el hecho de que ella no ha soportado estar sin él y vaya a buscarlo.
El alma se me salió por su huida. Así como antes, al ver la mano del novio, tembló todo su cuerpo, ahora que él ha desaparecido se le sale el alma. Como si su cuerpo hubiera respondido antes que el alma haya comprendido. Con esto muestra pertenecerle más con el cuerpo que con el alma. De nuevo está en desventaja respecto a él. Pues él se ha ido porque su espíritu masculino está por encima de su cuerpo masculino; en ella sucede lo contrario. Con esto no se entiende tanto la contraposición entre la esencia femenina y la masculina, sino la imperfección de la Iglesia frente a la perfección del Señor. El encarnarse de la Palabra de Dios procede de la decisión del Dios espiritual. Pero el espiritualizarse de la Iglesia, cuando se la entiende como comunidad normal de fieles, procede de los sacramentos cuya perfección debe ser realizada espiritualmente por los fieles.